En menos de dos meses, se pedirá formalmente al electorado estadounidense que elija entre Kamala Harris y Donald Trump. Pero eso, en mi opinión, constituye una falsa antinomia.
Independientemente de los méritos de Harris, la verdadera alternativa en estas elecciones es votar a favor o en contra de Trump. Espero que muchos de los que votamos por él en los últimos comicios lo hagamos ahora por Harris. Es decir, contra Trump, cuya victoria sería la calamidad más grave que le podría suceder a Estados Unidos desde la guerra de Secesión.
Votar contra Trump es la decisión honorable de cualquiera que se defina como conservador.
Si voto contra Trump, no será motivado por ningún cambio ideológico, sino, muy al contrario, por la lealtad a la ideología conservadora que he mantenido a lo largo de toda mi vida, por aprecio y respeto a las instituciones consagradas y establecidas (eso es lo que significa ser conservador) y en oposición a aquellos que insisten en violarlas y socavarlas y que, blandiendo un nacionalismo torpe y falaz, aspiran a separar a Estados Unidos de su misión global.
Donald Trump no es conservador, es un agitador anarcopopulista que ha querido, e incluso pretende, subvertir el orden institucional y establecer, en la medida de lo posible, un régimen unipersonal a imitación de los hombres fuertes que admira: Putin, Erdogan, Xi Jinping…, para la única gratificación de su ego narcisista.
Muchos de sus seguidores que se autodenominan conservadores, o que son llamados así por una prensa igualmente inculta, no saben de lo que hablan. Y si lo supieran, se horrorizarían de su propia estulticia.
Nunca deja de sorprenderme que tantos exiliados de regímenes autoritarios persistan en apoyar apasionadamente a Trump, sin reconocer la relación que existe entre su discurso y el de esos mismos líderes que los llevaron al exilio.
Aunque difieran en el fundamento teórico y en los objetivos manifiestos, el énfasis es el mismo, así como son idénticas la demonización y ridiculización del adversario, como lo es la promesa de una sociedad mejor que no parece materializarse en ninguna parte, mientras él se complace en atacar al status quo y al establishment (piedras angulares del conservadurismo).
Alguien que quiera desmantelar el orden establecido no puede ser conservador y no se le puede definir seriamente como tal. Es más bien un revolucionario que se atreve a inducir un asalto a la sede del Congreso para alterar, mediante la violencia, un proceso democrático, en lugar de llamar a acercarse a ese lugar con el respeto reverencial que el templo de las leyes merece a los verdaderos ciudadanos.
El lema Make America Great Again, que Trump ha promovido bajo el acrónimo MAGA desde la campaña de 2016, es una falacia que muchos de nosotros pasamos por alto en su momento.
Aunque mostrara algunos signos de decadencia, como es natural y como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia, Estados Unidos se encontraba todavía, en el momento de la llegada de Trump al poder, en la cúspide de su arbitraje internacional, que él, movido por un impulso aislacionista, se propuso disminuir.
El resultado fue una creciente desconfianza entre los miembros de la OTAN y otros socios, mientras crecía la audacia de los enemigos de la democracia global. La guerra en Ucrania ha demostrado la necesidad de un liderazgo comprometido.
Kamala Harris, pese al trasfondo izquierdista que se le atribuye, responde más a los intereses centrales de la nación, a su establishment; y esto necesariamente la convierte, en comparación con su adversario, en una conservadora, como lo ha demostrado hasta hoy, especialmente en el ámbito internacional.
Donald Trump, en cambio, es un agente disruptivo, un auténtico facineroso, algo que muchos de nosotros no vimos claro en las últimas elecciones.
La Cuba de hoy y de mañana
Por J.D. Whelpley
“Es difícil concebir una tierra más hermosa y más desolada por las malas pasiones de los hombres”.