El peligro de derrocar a Maduro

Para muchos funcionarios en Washington, el presidente venezolano Nicolás Maduro parece estar contra las cuerdas. Las Fuerzas Armadas de Estados Unidos han desplegado su mayor fuerza naval en el Caribe meridional desde la crisis de los misiles en Cuba de la década de 1960, han volado pequeñas embarcaciones presuntamente cargadas con droga y han enviado a la región un portaaviones, el USS Gerald R. Ford. 

En octubre, el presidente Donald Trump autorizó a la CIA a llevar a cabo operaciones encubiertas dentro de Venezuela. Los principales miembros del equipo de Trump insisten en que Maduro está perdiendo el control del poder y que pronto dimitirá o será derrocado por sus propias fuerzas armadas. 

Como declaró James Story, exembajador estadounidense en Venezuela, a POLITICO, el gobierno de Trump contempla tres opciones para Maduro: “Exiliarlo, extraditarlo o enviarlo a rendir cuentas ante su creador”.

La líder opositora venezolana María Corina Machado, galardonada con el Premio Nobel de la Paz en octubre, muestra una confianza igual de firme en la inminente caída de Maduro. “Con negociación o sin ella, Maduro se va”, afirmó en una entrevista después de recibir el premio. Machado ha apoyado abiertamente la presión militar de Estados Unidos sobre Maduro, aun cuando insiste en que no será necesaria una invasión a gran escala de Venezuela. “Maduro empezó esta guerra y Trump la está terminando”, declaró este mes. 

Las más altas autoridades del gobierno venezolano son, sin duda, conscientes de la creciente posibilidad de ataques selectivos de drones, cohetes o misiles estadounidenses. Trump ha sostenido durante mucho tiempo que aboga por la contención en política exterior, pero los ataques de Estados Unidos contra instalaciones nucleares iraníes en junio enviaron el mensaje de que su gobierno está dispuesto a intervenir más allá de las fronteras estadounidenses.

Una clara mayoría de venezolanos quiere que Maduro se vaya del poder. Pero suponer que el derrocamiento forzoso del gobierno actual conducirá a una transición fluida hacia la democracia es peligroso. Venezuela está llena de grupos armados que resistirían el derrumbe del régimen y socavarían cualquier esfuerzo por restablecer el Estado de derecho. 

Los generales que hoy son leales a Maduro podrían colocar en el poder a un líder aún más represivo. Sin una estrategia viable para el después de la caída del gobierno, sacar a Maduro del poder podría desembocar en una represión aún mayor y en más penurias para los venezolanos.

En lugar de intentar obligar a Maduro a claudicar a punta de pistola, Estados Unidos y la oposición deberían centrarse en la única estrategia que probablemente conduzca a una transición sostenible y pacífica: unas negociaciones amplias con respaldo internacional. 

Esas conversaciones serían difíciles y llevarían tiempo. Con una recompensa de 50 millones de dólares por su captura, una acusación pendiente de un gran jurado estadounidense por narcotráfico y una investigación en curso de la Corte Penal Internacional por posibles crímenes de lesa humanidad, el presidente venezolano sabe que el lugar donde está es donde se encuentra más seguro. 

Las condiciones para la diplomacia, dicho de otro modo, aún no están dadas. Pero los atajos violentos solo probablemente empeorarían las cosas.



El ascenso de los sectores duros

La principal fuerza opositora no siempre ha sido partidaria de la línea dura. El control ha oscilado entre sectores duros y moderados a lo largo de las últimas dos décadas. Pero en 2014, cuando Machado era todavía una figura política relativamente menor, ella y otros dos destacados dirigentes opositores rompieron con el liderazgo moderado para impulsar lo que llamaron “la salida”, que desembocó en meses de manifestaciones masivas destinadas a presionar a Maduro para que renunciara de inmediato. Maduro respondió con una brutal represión en la que murieron 43 personas. 

Movilizaciones masivas similares en 2017 y 2019 tuvieron resultados parecidos. Machado llegó así a la conclusión de que para sacar a Maduro del poder hacía falta una intervención militar extranjera.

Otros dirigentes de alto nivel contrarios a Maduro discreparon. El gobierno paralelo de la oposición respaldado por Estados Unidos, que entre 2019 y 2023 se presentó como la dirección legítima de Venezuela aunque tuvo poca capacidad de influencia, integró tanto a moderados como a sectores duros. 

Machado, que se mantuvo al margen, criticó con dureza a este gobierno interino por lo que consideraba su reticencia a reclamar una fuerza regional de intervención para derrocar a Maduro al amparo del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, más conocido como Tratado de Río, un pacto hemisférico de seguridad colectiva que Venezuela firmó en 1947 pero que Maduro ha rechazado públicamente.

El colapso del gobierno interino a finales de 2022 y la huida al exilio de su líder, Juan Guaidó, dejaron desacreditada a la mayoría de las personas asociadas a ese experimento. La posición independiente de Machado y la percepción de su integridad la salvaron de ese desgaste. Pese a su preferencia histórica por la acción directa frente a la competencia electoral, percibió una oportunidad para convertirse en líder de la oposición a través de las urnas. En octubre de 2023 ganó las primarias presidenciales y se convirtió en candidata de la principal coalición opositora, la Plataforma Unitaria Democrática, con la vista puesta en desafiar a Maduro en las elecciones presidenciales de julio de 2024.

El gobierno no tardó en inhabilitar a Machado para presentarse a los comicios. Pero ella terminó aceptando respaldar a un candidato sustituto, el diplomático retirado Edmundo González, e hizo campaña junto a él pese a los numerosos obstáculos que el gobierno puso en su camino. Según el cuidadoso registro de las actas oficiales realizado por la oposición, González obtuvo más del doble de votos que Maduro. Aun así, el gobierno se negó a reconocer el resultado y juramentó a Maduro para un nuevo mandato.

Después de que las autoridades lo proclamaran vencedor, miles de votantes indignados salieron a las calles a protestar. Pero Machado y su equipo no supieron aprovechar el momento. Un estrecho asesor de Machado, Carlos Blanco, admitió en una entrevista reciente que el equipo daba por hecho que el resultado de las elecciones de julio de 2024 obligaría a Maduro a negociar su salida. 

En lugar de eso, las fuerzas gubernamentales mataron a una veintena de manifestantes y encarcelaron a más de 2.000 personas en los días posteriores a la votación. Los disidentes aprendieron la lección. El temor a la represión ha dejado, por ahora al menos, muy mermada la capacidad de la oposición para movilizar a las masas.

El fracaso de Machado a la hora de sacar a Maduro del poder hizo que su apoyo entre los votantes disminuyera. Pero sigue siendo popular y mantiene un tono optimista. Como me explicó uno de los principales encuestadores de Caracas, aunque los venezolanos son escépticos respecto a la capacidad de Machado para cumplir sus promesas —su credibilidad se redujo a la mitad de lo que era antes de las elecciones de 2024—, “su imagen sigue siendo fuerte. Podría recuperarse si las cosas cambian”. En otras palabras, si Estados Unidos logra forzar un cambio de régimen y la oposición consigue hacerse con el poder, Machado está bien situada para ser la principal beneficiaria.



Luchando por sobrevivir

Entre las amenazas de intervención estadounidense, el temor a una represión más intensa y la falta de confianza en los próximos pasos de la oposición, los venezolanos se enfrentan a otra crisis desestabilizadora: una penuria económica masiva. 

La economía venezolana, que había empezado a crecer en los últimos años tras desplomarse entre 2013 y 2021 hasta quedar en torno a una cuarta parte de su tamaño anterior debido a la mala gestión económica, la caída de los precios del petróleo y las sanciones de Estados Unidos, vuelve a mostrar signos de graves tensiones.

La inflación anual, que el año pasado todavía se situaba en cifras de dos dígitos, se proyecta que alcance cerca del 700% en 2026, según el Fondo Monetario Internacional. La brecha entre el tipo de cambio oficial fijado por el gobierno y la tasa paralela, el tipo de cambio de mercado utilizado para transacciones no oficiales, se ha ampliado rápidamente, lo que sugiere que la moneda nacional está enormemente sobrevalorada. 

En enero de 2025 ambas tasas eran casi iguales; hoy, el tipo oficial de 226 bolívares por dólar queda muy por detrás de la cotización paralela, de más de 300 a 1.

El salario mínimo, de 130 bolívares mensuales —hoy con un valor inferior a un dólar estadounidense—, es demasiado bajo para permitir la subsistencia de los trabajadores. Incluso con grandes bonificaciones, muchos empleados del sector público apenas si llegan, con suerte, a ganar el equivalente a 100 dólares al mes. Alimentar a una familia en Venezuela cuesta ahora unas cinco veces esa cantidad.

El gobierno de Caracas niega que la economía se encuentre en una situación desesperada. De hecho, en octubre, la vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez, se jactó de que el país había encadenado 18 trimestres consecutivos de crecimiento del PIB y pronosticó una expansión del 8,5% este año: unas cifras muy optimistas basadas principalmente en el aumento de la producción petrolera. 

Pero el 80% de los venezolanos vive en la pobreza y la clase media está desapareciendo. Un mecánico de automóviles con el que hablé este mes afirmó que 2024 fue el peor año que ha vivido en términos económicos y calculó que sus ingresos han caído alrededor de un 60% desde 2023. En los últimos años, unos ocho millones de venezolanos han abandonado el país, en su mayoría porque ya no podían permitirse seguir viviendo allí.

Dada la magnitud de las privaciones, muchos venezolanos están dispuestos a apoyar un final violento del mandato de Maduro, siempre que sea rápido. 

Esto ha envalentonado a numerosos simpatizantes de la oposición a respaldar cualquier vía que pueda acelerar el cambio de régimen, sin importar los riesgos. 

Los aliados de Machado descalifican las advertencias sobre una posible inestabilidad tras el derrumbe del gobierno como meras tácticas de miedo y acusan de simpatizar con Maduro a quienes critican una intervención militar estadounidense. Pero esa actitud es peligrosa.



Lo que puede venir después

Por muy malo que sea el régimen de Maduro, algunos de los futuros posibles de Venezuela podrían ser aún peores. Si una facción militar poderosa llegara a considerar que Maduro es un lastre y se moviera para sustituirlo, no hay motivo para pensar que su primera opción fuera dar poder a los sectores más duros de la oposición, como Machado. Un posible desenlace sería la instauración de un régimen igual de represivo —y quizá aún menos competente.

La caída de Maduro también podría fortalecer el entramado de grupos armados no estatales de Venezuela, incluidas las guerrillas colombianas y las bandas criminales. Estas poderosas organizaciones temen lo que pueda venir después del régimen actual y probablemente se resistirán a cualquier restablecimiento del Estado de derecho. 

El Ejército de Liberación Nacional (ELN), una guerrilla marxista colombiana que tomó las armas por primera vez en la década de 1960, podría tener a miles de combatientes armados en Venezuela. Que estos combatientes se mantengan bajo control durante el mandato de Maduro se debe a la alianza de la organización con el gobierno actual.

Lo mismo ocurre con otros grupos armados. Los llamados “colectivos”, bandas de civiles armados y matones al servicio de dirigentes políticos, están atrincherados en varias de las principales ciudades. Pese a lo que afirma Trump, Maduro no es el jefe del infame Tren de Aragua, una poderosa red criminal que se ha extendido por la diáspora venezolana en la última década y que Trump ha designado oficialmente como grupo terrorista. Pero funcionarios del gobierno se han beneficiado de estrechas relaciones con la banda. 

Tras la llegada de Maduro a la presidencia en 2013, su gobierno empezó a intentar contener la disparada tasa de homicidios mediante la firma de pactos de no agresión con el Tren de Aragua y otros grupos armados, un arreglo que en última instancia les permitió volverse más poderosos. Recientemente, fiscales chilenos sostuvieron que Caracas contrató a miembros de la banda para asesinar a un disidente venezolano exiliado.

La estabilidad precaria entre estos grupos y el gobierno probablemente se vendría abajo con la salida de Maduro, especialmente si el cambio se produjera de forma súbita y pusiera en cuestión el control que los aliados del presidente ejercen sobre los resortes del poder.

Como ha señalado Juan González, antiguo principal asesor del presidente estadounidense Joe Biden para América Latina, las condiciones en Venezuela son propicias para una guerra prolongada de baja intensidad. Eso podría hacer que Venezuela se pareciera más a Colombia o a México, plagada de asesinatos selectivos, atentados y enfrentamientos callejeros esporádicos, pero sin el tipo de gobierno elegido y estable que existe en Bogotá o en Ciudad de México. 

Machado habla con confianza de un ambicioso plan de 100 días que tiene preparado y que incluye restablecer el Estado de derecho institucional, estabilizar la economía, reformar las fuerzas armadas y atender una crisis humanitaria impulsada por la pobreza. Pero si la administración Trump se negara a enviar a Venezuela un contingente significativo de fuerzas terrestres estadounidenses, un futuro gobierno opositor dependería para sobrevivir de los mismos generales a los que ahora acusa de dirigir cárteles de la droga.

Machado y otros sostienen que hay muchos mandos militares dispuestos a cambiar de bando, lo que significaría que, en caso de golpe, Maduro podría ser entregado a las autoridades estadounidenses. Pero suposiciones similares se han revelado vacías en el pasado. 

En 2019, pocos meses después de establecer el gobierno interino, Guaidó y otros dirigentes opositores esperaron en vano frente a una base aérea militar en Caracas el golpe de Estado que les habían asegurado que se produciría y que nunca tuvo lugar.

Puede que Machado acierte al pronosticar que algunos mandos militares la respaldarían si lograra hacerse con el poder. Pero es poco probable que lo hicieran todos. Y si las fuerzas armadas se dividieran en facciones enfrentadas o si un gobierno posterior a Maduro disolviera el ejército y destituyera a los funcionarios civiles, la probabilidad de un caos violento aumentaría aún más. 

Un gobierno Machado-González sin respaldo militar suficiente, interno o externo, difícilmente podría resistir una campaña de acoso violento por parte de grupos armados decididos a desestabilizarlo.



Una democracia duradera

Los mayores logros de la oposición venezolana en el cuarto de siglo transcurrido desde que Hugo Chávez, mentor y predecesor de Maduro, asumió la presidencia en 1999 se han conseguido mediante la negociación y las urnas, no mediante la violencia. 

En el referéndum de 2007, los ciudadanos rechazaron en las urnas un intento de Chávez de consagrar el socialismo en la Constitución venezolana. En las elecciones legislativas de 2015, una oposición unida, integrada por más de una docena de partidos, obtuvo una mayoría calificada que le habría permitido cambiar a su favor la composición del Tribunal Supremo y de la autoridad electoral, de no haber sido porque el gobierno despojó al parlamento de sus poderes para impedir que la oposición asumiera el control. 

Y, aunque Maduro se aferró a la presidencia tras perder las elecciones de 2024, esos comicios han sido quizá la mayor victoria política de la oposición hasta la fecha. Al recopilar y digitalizar más del 80% de las actas oficiales de escrutinio, los adversarios de Maduro presentaron pruebas irrefutables de que el presidente no tiene ningún título legítimo para permanecer en el poder.

Las negociaciones dirigidas por mediadores internacionales también han abierto espacios para que la oposición obtenga avances. Fueron los llamados Acuerdos de Barbados entre el gobierno y la Plataforma Unitaria Democrática de la oposición, en octubre de 2023, respaldados por la oferta de la administración Biden de aliviar las sanciones sobre el país, los que allanaron el camino para la victoria de Machado en las primarias de ese mes y para el triunfo de González en las elecciones presidenciales de julio de 2024. Maduro aceptó celebrar unas elecciones con observación internacional únicamente porque formaba parte de los términos de esos acuerdos.

En lugar de animarlos a consolidar sus logros, estas victorias han llevado a los sectores más duros de la oposición a buscar vías más rápidas para desalojar a Maduro del poder. Al hacerlo, corren el riesgo de repetir el mismo error que cometieron los adversarios de Maduro cuando establecieron el gobierno interino en 2019: externalizar la estrategia en una potencia extranjera cuyos objetivos, aunque en parte coincidentes, son en el fondo distintos. 

Machado y otros aspiran al Estado de derecho y al fin del fallido legado de Chávez, mientras que Estados Unidos se centra en frenar el narcotráfico, la migración, los costes de la energía y la expansión de China en la región. Eso significa que Washington difícilmente dará a la oposición la liberación que busca, incluso si llegaran a intervenir tropas estadounidenses. 

Trump ha vuelto a hablar de reabrir negociaciones con Maduro, lo que ofrece un atisbo de esperanza para la vía diplomática. Pero una estrategia así solo será viable si Washington y el ala dura de la oposición venezolana comprenden que una transición de poder es un proceso gradual, no un hecho puntual.

Venezuela, en otras palabras, no puede transformarse rápidamente en un país libre. Por muy poco fiable que sea el gobierno de Maduro en la mesa de negociación, intentar forzar un cambio de régimen mediante la violencia socavará, en última instancia, el objetivo tanto de la oposición como de la inmensa mayoría de los venezolanos de establecer un sistema seguro, estable y basado en la ley que sustituya al gobierno de Maduro. Intentar un atajo podría dejar al país en una situación aún peor que la actual.






Sobre el autor:
Phil Gunson es analista sénior para la región andina en International Crisis Group y tiene su base en Venezuela.


* Artículo original: “The Peril of Ousting Maduro”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.