Los sucesos del 7 de octubre, en los que Israel se enfrentó a una ofensiva sin precedentes de Hamás, plantean importantes interrogantes. En el centro de la cuestión hay una pregunta fundamental: ¿Cómo es posible que Israel, una nación conocida por su destreza en materia de inteligencia, fuera cogida por sorpresa?
Miradas desviadas y movimientos ocultos
El telón de fondo
En los últimos años, los servicios de inteligencia israelíes han centrado su atención en Irán y sus actividades en las fronteras con Siria y Líbano. La región ha sido un hervidero de actividad, desde las controvertidas ambiciones nucleares de Irán hasta la transferencia de armas de Teherán a Hezbolá en Líbano. El establecimiento de un aeropuerto en el sur de Líbano y la aparentemente benigna instalación de tiendas de campaña en Ghajar por parte de Hezbolá han servido de distracción adicional, manteniendo los ojos de Israel fijos en el norte.
Jugando en la sombra
Con este telón de fondo, parece que Hamás, junto con sus aliados en Irán y Hezbolá, podría haber apostado por esta distracción. ¿Su cálculo? Con la mirada de Israel puesta firmemente en otra parte, los territorios palestinos podrían prepararse tranquilamente para una ofensiva. Cuando la Sala de Operaciones Conjuntas de la Franja de Gaza, encabezada por las Brigadas al-Qassam de Hamás, llevó a cabo un ejercicio militar pocas semanas antes del asalto, los acontecimientos pasaron prácticamente desapercibidos para Israel. Surge la pregunta: ¿Fue un simple descuido o una subestimación más profunda de las capacidades de Hamás?
Un cambio estratégico
Cambiar las tornas
La estrategia militar de Israel se ha basado a menudo en el elemento sorpresa. Los rápidos ataques aéreos, diseñados para paralizar las fuerzas e infraestructuras enemigas, han sido una de sus señas de identidad. Sin embargo, en este conflicto, el guion pareció invertirse. Hamás empleó técnicas que recordaban a una guerra relámpago, atacando puntos de entrada específicos y avanzando rápidamente, desestabilizando los mecanismos de defensa de Israel.
Además, los ataques lanzados desde el mar y las incursiones aéreas añadieron capas de complejidad, asegurando que las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF) estuvieran constantemente fuera de equilibrio.
Nueva guerra, nuevas armas
Otra característica sorprendente del conflicto fue la adaptación de las tácticas de Hamás. Aprendiendo del conflicto de 2021, reconocieron que aunque la Cúpula de Hierro israelí era tecnológicamente superior, tenía sus limitaciones, especialmente en su capacidad de recarga. Al bombardear el sistema con cohetes, proyectiles y drones kamikaze, esperaban explotar este talón de Aquiles.
También parecían haber tomado prestada una página de conflictos recientes, empleando drones cuadricópteros poco observables para hostigar y apuntar a posiciones israelíes, una táctica que recordaba a los altercados entre Rusia y Ucrania.
El dilema de los rehenes
Quizá el movimiento más audaz de Hamás fue el secuestro de ciudadanos israelíes. Más allá de su evidente valor como moneda de cambio en las negociaciones, estos rehenes presentaban un desafío táctico. Al estar probablemente retenidos en búnkeres y túneles fortificados, cualquier ataque de represalia israelí corría el riesgo de causar víctimas civiles israelíes. Esta medida limitaba aún más las opciones de respuesta de Israel y colocaba a Hamás en una posición de negociación relativamente más fuerte.
Cuestionando el final de Hamás
Aunque la balanza de poder sigue inclinada a favor de las IDF, las motivaciones del ataque de Hamás son múltiples. En la superficie, está el objetivo de presionar a Israel para que alivie el bloqueo de Gaza o facilite la liberación de prisioneros. Sin embargo, teniendo en cuenta la profundidad y sofisticación de las estrategias de Hamás, es concebible que su objetivo sea arrastrar a las IDF a un conflicto terrestre prolongado, convirtiendo el enfrentamiento en una guerra de desgaste, algo que Israel ha intentado evitar tradicionalmente.
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