Por primera vez en la historia de la Serie Mundial de Pequeñas Ligas, un equipo cubano salió al campo, exhibiendo un talento increíble a pesar de la derrota 1-0 ante Japón en su debut.
En un partido de la ronda inaugural que mostró el verdadero espíritu del deporte juvenil, el equipo cubano sólo permitió un hit, pero no pudo producir ninguna carrera. La contundente demostración de destreza defensiva de ambos equipos dejó al público boquiabierto.
Sin embargo, el viaje del equipo cubano a la LLWS no se limitó al béisbol, informa Associated Press. Los casi 8000 espectadores del Volunteer Stadium recibieron a los jugadores cubanos con la calidez y el respeto que se suele dispensar a los equipos internacionales en las LLWS. Sin embargo, brillaron por su ausencia los rostros familiares de las familias de los jugadores cubanos.
Aparte de una pequeña sección engalanada con los colores rojo, blanco y azul de Cuba, las gradas estaban llenas en su mayoría de familias japonesas que celebraban y consolaban a sus hijos. El seleccionador Vladimir Vargas reveló conmovido después del partido que ninguna familia había viajado directamente desde Cuba para asistir al acontecimiento.
A pesar de la distancia emocional, el orgullo que sentían los jóvenes jugadores era palpable. Vargas expresó a través de un traductor: “Los chicos están muy orgullosos de saber que sus padres estaban viéndolo por televisión. Los padres están muy orgullosos y felices porque los chicos juegan aquí”.
Entre los pocos seguidores cubanos se encontraba Roberto Martínez, residente en Las Vegas, que se reencontraba con su hijo después de varios meses. La alegría de ver a su hijo batear y jugar en el centro del campo se mezclaba con un sentimiento de melancolía, ya que Martínez deseaba que más familiares compartieran el momento, pero admitía las dificultades que ello entrañaba.
La histórica participación de un equipo cubano se remonta a las conversaciones mantenidas durante la administración Obama. El viaje de Bayamo a South Williamsport requirió la colaboración entre las Pequeñas Ligas, la Oficina de Control de Activos Extranjeros de Estados Unidos y el Departamento de Estado. Aunque se consiguieron 20 visados para el equipo, los entrenadores y los directivos cubanos, los obstáculos burocráticos y financieros resultaron demasiado importantes para las familias de los jugadores.
En el campo, el drama se desarrolló con la lanzadora titular japonesa, Hinata Uchigaki, que se llevó el gato al agua con 13 ponches e incluso anotó la única carrera. El partido terminó dramáticamente cuando Hinata, que se había desplazado al campocorto, derribó al cubano Jonathan López.
A pesar de las distancias geográficas, los jugadores cubanos de las Grandes Ligas se unieron en espíritu. Adrián Morejón, lanzador de los Padres de San Diego, regaló equipo a la joven selección, y Raisel Iglesias, de los Bravos de Atlanta, y Yuli Gurriel, de los Marlins de Miami, enviaron mensajes de ánimo.
Al lanzador Johan Oviedo, de Pittsburgh, el torneo le trajo recuerdos. Reflexionando sobre sus días de béisbol juvenil en Cuba, comentó: “En Cuba, todo lo que haces es jugar para ganar”.
Para terminar, José Abreu, de Houston, aconsejó a los jóvenes jugadores: “Háganlo con convicción, háganlo con amor. Si hacen eso, les irá bien”.Este partido, aunque significativo por su resultado, se recordará más por su peso histórico y emocional, salvando las distancias y mostrando el amor por el juego.
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