Hijo de padres cubanos, Henry “Enrique” Tarrio nació hace 39 años en Miami, Florida y creció en el corazón de Little Havana. Su infancia en un barrio tan emblemático le permitió acercarse a la comunidad latina y forjar una identidad sólida. Tarrio eventualmente se convirtió en empresario, incursionando en el mundo de los negocios vinculados al sector de seguridad y vigilancia, como él mismo lo detalló en una entrevista para Ballotpedia durante las elecciones de 2020.
El periodo presidencial de Donald Trump fue crucial para la carrera política de Tarrio. El empresario adoptó fervientemente al republicano como su figura idolatrada. Tarrio llegó a ser director estatal en Florida del grupo Latinos por Trump y, en un audaz movimiento, intentó presentarse a las primarias del Partido Republicano para ocupar un escaño en el Congreso por Florida. Sin embargo, decidió retirarse antes de las elecciones, dejando ese puesto a María Elvira Salazar, representante de la vertiente más conservadora del partido y también hija de padres cubanos exiliados en Miami.
Pero quizás, su papel más controversial ha sido como presidente nacional de los Proud Boys, un grupo de extrema derecha fundado en 2016 en Nueva York. Los Proud Boys, que se describen como un club de bebedores exclusivamente masculino, se consideraban fieles soldados de Trump. Se hicieron tristemente célebres por sus enfrentamientos con activistas de extrema izquierda en las calles.
Condena y controversia
La participación de Tarrio en las protestas que precedieron al violento ataque al Capitolio estadounidense fue evidente. Vestía un chaleco antibalas, una clara señal de preparación y confrontación. Su abogado, Sabino Jáuregui, describió a Tarrio como un “ninja del teclado”, argumentando que su cliente era propenso a “hablar basura” en línea pero sin intenciones reales de subvertir al gobierno. Jáuregui insistió: “Mi cliente no es un terrorista. Mi cliente es un patriota equivocado”.
A pesar de los intentos de su defensa por minimizar su rol, Tarrio fue declarado culpable de conspiración sediciosa, un delito que data de la época de la Guerra Civil estadounidense. Además, en mayo, fue declarado culpable de obstrucción y conspiración, desórdenes civiles y destrucción de bienes del gobierno. Estos cargos acumulaban una posible condena de 33 años de prisión, aunque su defensa abogaba por no más de 15 años.
La sentencia del juez Timothy Kelly no fue clemente. Determinó que “Tarrio era el principal líder de esa conspiración”, condenándolo a 22 años de cárcel por su papel en el asalto al Capitolio. Esta sentencia es la más prolongada que se ha impuesto hasta la fecha a uno de los líderes del asalto, una revuelta que culminó con la detención de más de 1100 personas.
Reflexiones finales
Antes de recibir su sentencia, Tarrio tuvo la oportunidad de dirigirse al tribunal. Expresó su profundo arrepentimiento y pidió disculpas a la policía y a los residentes de la ciudad por su papel en los eventos de ese fatídico día. Vestido con el uniforme naranja de la prisión, Tarrio admitió: “Fui mi peor enemigo. Mi arrogancia me convenció de que era una víctima”. Estas declaraciones reflejan la gravedad de los actos cometidos y las consecuencias que ha tenido para la democracia estadounidense.
Mientras Tarrio enfrenta su condena, la política estadounidense sigue resonando con las repercusiones de ese día. El expresidente Trump ha sugerido que indultaría a la mayoría de los responsables si es reelegido en 2024, añadiendo más combustible al ya incendiario debate político en el país. La historia de Tarrio es un recordatorio de las profundas divisiones y las intensas pasiones políticas que pueden llevar a la violencia y al caos.
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Activista Ienelis Delgado Cué es condenada a 9 meses por “desacato”. Su arresto, tras exigir libertad para otra activista, se suma a una creciente ola de represión desde el nuevo Código Penal.