En Argentina, un país sumido en una crisis económica, el aumento de la inflación hasta un alarmante 140% ha empujado a sus ciudadanos hacia los mercados de ropa de segunda mano. El país sudamericano, gran productor agrícola y segunda economía de la región, vive sus peores turbulencias financieras en décadas. En la actualidad, dos quintas partes de la población viven en la pobreza, y la nación está al borde de una recesión, lo que está influyendo significativamente en las próximas elecciones presidenciales.
La situación económica se ha convertido en un tema central en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, y la creciente frustración de la población favorece a Javier Milei. Milei lidera ligeramente las encuestas frente a Sergio Massa, ministro de Economía que representa a la coalición peronista gobernante. La campaña de Massa se ha visto empañada por su incapacidad para controlar la escalada de precios, un factor clave que ha contribuido al descenso de su apoyo.
El impacto de la crisis económica es evidente en la vida cotidiana de los argentinos. Aylen Chiclana, una estudiante de 22 años de Buenos Aires, destaca el drástico cambio en el comportamiento de los consumidores, señalando los precios inasequibles en los centros comerciales. El coste de unos vaqueros nuevos, por ejemplo, se ha más que duplicado en un año, lo que supone más de un tercio del salario mínimo mensual.
Se espera que la tasa de inflación anualizada de Argentina, que ya es de un asombroso 138%, aumente aún más. Se prevé que la próxima publicación de los datos oficiales de octubre muestre un aumento continuado, aunque ligeramente ralentizado.
Los economistas atribuyen los persistentes problemas de inflación de Argentina a la excesiva impresión de dinero y a una arraigada falta de confianza en la moneda local, el peso. La tasa de inflación se ha disparado en el último año, alcanzando niveles no vistos desde 1991.
La tensión económica está obligando incluso a las familias de clase media a buscar fuentes de ingresos alternativas. Beatriz Lauricio, profesora semiretirada, y su marido, empleado de una empresa de autobuses, recurren a la venta de ropa vieja en ferias de fin de semana para complementar sus ingresos. La cancelación de estas ferias debido al mal tiempo puede afectar significativamente a su estabilidad financiera, subrayando la fragilidad de su situación.
María Silvina Perasso, que organiza una feria de ropa en Tigre, un suburbio de Buenos Aires, observa un aumento significativo de personas que compran en estas ferias. La razón es clara: los precios en las tiendas se han disparado, muy por encima de los aumentos salariales. El salario mínimo local, aunque oficialmente es de 132 000 pesos (unos 377 dólares), se ha reducido a la mitad en términos reales debido a los controles de capital que restringen las transacciones en divisas.
María Teresa Ortiz, una jubilada de 68 años, encarna la lucha a la que se enfrentan muchos. Gracias a su pensión y a sus ingresos por trabajos ocasionales de costura, Ortiz ya no puede permitirse comprar ropa nueva. Ella, como muchos otros, depende de las ferias para adquirir artículos de primera necesidad, ya que comprar ropa nueva está fuera del alcance del argentino medio.