Mientras Estados Unidos se prepara para las elecciones presidenciales de 2024, una vieja pregunta vuelve a cobrar protagonismo: ¿Qué edad es demasiada para ser presidente? Los principales candidatos al Despacho Oval están batiendo récords, y uno de ellos está a punto de convertirse en el ocupante de mayor edad de la historia al final de su mandato. Con 77 y 81 años, la perspectiva de tener un comandante en jefe más allá de la edad tradicional de jubilación es casi segura, lo que suscita un debate que tiene raíces históricas e implicaciones contemporáneas.
El dilema de la edad presidencial no es nuevo. Dwight D. Eisenhower, a los 64 años, contempló la necesidad de “hombres más jóvenes en puestos de máxima responsabilidad”, en medio de la “creciente gravedad y complejidad de los problemas” a los que se enfrentaba la nación. Si avanzamos rápidamente hasta hoy, los candidatos, Donald J. Trump y Joseph R. Biden Jr., tendrían 82 y 86 años al final del próximo mandato, respectivamente, lo que pone en tela de juicio las percepciones de la nación sobre la edad y la capacidad.
Este debate resurge en un momento en que las meteduras de pata relacionadas con la edad y los problemas de salud ocupan un lugar destacado en el discurso público. Informes y declaraciones públicas han puesto de relieve casos de confusión y lapsus de memoria, lo que plantea dudas sobre la aptitud de estos candidatos para el exigente papel de la presidencia. La conversación se complica aún más por la reticencia de ambos candidatos a entablar un debate detallado sobre su salud, a pesar de haber publicado informes médicos que dan fe de su aptitud.
El contexto histórico ofrece una lente a través de la cual contemplar esta cuestión. Desde los temores por la salud de Eisenhower hasta la lucha de Franklin D. Roosevelt contra la poliomielitis y las graves crisis de salud de otros presidentes, Estados Unidos ya ha afrontado con anterioridad las exigencias físicas y cognitivas de la presidencia. Sin embargo, los mecanismos para hacer frente a posibles impedimentos, como la 25ª Enmienda, son políticamente delicados y rara vez se invocan.
La cuestión de la edad y la presidencia pone de relieve la naturaleza evolutiva del propio envejecimiento. Los avances de la ciencia médica y los cambios en las normas sociales han reconfigurado lo que significa ser “viejo”. Sin embargo, la presidencia es una función de una tensión y una responsabilidad sin paralelo, que da lugar a un debate nacional sobre los límites de la edad y las cualidades necesarias para un liderazgo eficaz.
Cuando el país se enfrenta a la perspectiva de elegir entre dos candidatos que desafían las normas de edad anteriores, el debate sobre la edad, la salud y la capacidad se convierte en una parte fundamental del discurso electoral. Este momento de la historia suscita una reflexión sobre las expectativas depositadas en el más alto cargo y la necesidad de transparencia, vigor y capacidad para afrontar los retos de un mundo en rápida evolución.
VI Premio de Periodismo “Editorial Hypermedia”
Por Hypermedia
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