Accidentes del misterio y faltas de cálculos
Celestes, me he aprovechado de ellos, lo confieso.
Toda mi poesía está allí; yo calco
Lo invisible (invisible para ustedes).
Jean Cocteau, Opéra.
Dentro de lo que conviene llamar el arte “no oficial” cubano de los años 1980 —los años de plomo en los que las viejas reglas totalitarias de la era comunista estaban muy vigentes, en los que estaba prohibido y considerado como subversivo recibir a extranjeros en casa, tener dólares o crear obras politizadas—, había artistas entre los que predominaban enfoques de tipo conceptual, o antropológico, o religioso, y otros que se dedicaban a diversas formas de expresionismo y que, a la par que practicaban la pintura, la cuestionaban y se interrogaban sobre su esencia y tradición.
Artistas que se orientaban hacia una mayor radicalidad expresiva —un arte más visceral, explosivo, combativo, exuberante, neobarroco, festivo, humorístico, alegórico, irreverente, satírico—, para concentrarse en la espiritualidad del hombre, interrogar el diktat de la realidad y mostrar que cualquier percepción de lo real no es sino el producto de construcciones históricas, ideológicas y políticas. De ahí su voluntad de desacralizar la imaginería y la retórica oficiales, los mecanismos y representaciones del poder; explorar y manipular los conceptos de política, religión, mito, arte, etc., y la necesidad de interrogar los recursos prodigiosos de la imagen visual, la extensión de su aureola imaginaria. Su arte fue un grito, un exutorio que atestiguó la vitalidad y la singularidad de una generación de las más audaces de su tiempo.
Carlos Rodríguez Cárdenas (Sancti Spíritus, 1962) fue uno de los principales componentes de este grupo de artistas cubanos. Sus pinturas estaban centradas en las ideas y el lenguaje. Su reprobación ferozmente irónica del régimen político cubano, su humor y su frescura —que el gobierno no entendía, o no aceptaba—, su resistencia a las utopías de masas, constituyeron el fermento de toda su obra.
El cuestionamiento de la práctica pictórica, la crítica de la sociedad y del régimen castrista —particularmente a través de sus monumentales murales callejeros—, fueron los ingredientes fundamentales que hicieron de Carlos Rodríguez uno de los artistas líderes de su generación.
Muchos artistas —en particular el grupo Supports-Surfacesen Francia— han intentado experiencias de deconstrucción de la pintura, pero muy pocos se atrevieron a hacerlo permaneciendo fieles a las imágenes. Algunos como Gerhard Richter o Ilya Kabakov, procedentes del bloque soviético, hicieron la magistral demostración de esta práctica. Carlos Rodríguez comparte con ellos un apego a la representación puesta al servicio de la interrogación de la sociedad, y por tanto de la naturaleza del arte que esta engendra.
Carlos Rodríguez Cárdenas ostenta una evidente predilección por las vibraciones de la pintura soberana, una fe en las potencialidades de la figuración. Su obra es una verdadera empresa de regeneración de la pintura, pues sabe que ella puede interferir la visión para captar mejor lo invisible. Tritura lo real de su expresión artística hasta el punto en que verdad y mito, fantasía y realidad, se hallan combinados orgánicamente, atribuyendo así a los elementos que surgen en sus cuadros una dimensión otra que la de la apariencia, esto es, otra interpretación: la de la metáfora visual.
En sus obras, los horizontes privados y el sentido histórico, político, social o religioso, se mezclan y se oponen conscientemente a los enunciados unívocos y a las esquematizaciones; lo figurativo es renovado por una intensidad subversiva. Su andadura estética es polimorfa e imprevisible, indiferente a la ley de los géneros, a los códigos del arte, de la religión, de la moral social, de la política, del gusto; desdeñosa de la verborrea inane, enfática y sentenciosa a la que suelen propender los críticos; enemiga de las convenciones aceptadas como dogmas, lo que lo hace sospechoso para los conservadores de museos, los comisarios de exposiciones, los galeristas y demás profesionales del arte.
Cárdenas considera el campo artístico como el ámbito privilegiado de la libertad. Una libertad individual y colectiva, violenta y desenfadada, que se afirma como la única respuesta posible frente a la pregnancia de cualquier tipo de doctrina y del fatum histórico. El fatum del fin de las utopías comunistas tras la caída del muro de Berlín. El fatum de una nueva era, transitoria, de diáspora y nomadismo.
Ernesto Leal, o la disidencia creadora
El arte de Ernesto Leal actúa como un poder dentro del poder.
Dotado de una energía que Nietzsche, enemigo del énfasis, llamaría “energía ligera”, Carlos Cárdenas siempre ha sentido la necesidad de pintar o dibujar, incluso en los momentos más oscuros de su existencia, cuando sus obras no tenían ninguna posibilidad de ser expuestas fuera de su minúsculo apartamento-taller. Es que Cárdenas es un artista que vive su arte como un sacerdocio, trabaja en silencio, medita en su retiro, va condensando su espíritu, haciéndolo concretar, cristalizar, en su obra.
Con un estilo que desafía la categorización (siempre ha procurado trabajar en registros muy variados como la pintura, el dibujo, la fotografía, la escritura, el libro, la instalación, el performance, su obra trata del color, la forma, la línea, el espacio), su virtuosismo técnico (su estilización gráfica, al extremar la simplificación, le da a cada figura una fuerza simbólica, mágica), su conocimiento de la historia del arte, del orden arquitectónico, su inclinación por la iconografía popular, la trivialidad, el humor, el sarcasmo, el choteo (“Este prurito de independencia que se exterioriza en una burla de toda forma no imperativa de autoridad”, según Jorge Mañach), es un analizador socarrón y sutil del ser humano, de la condición humana y de la espiritualidad en medio de las utopías políticas e ideológicas; un saboteador metódico del espíritu de seriedad y de los mecanismos de la autoridad, del colectivismo opresor; en suma: un perfecto cínico (en su acepción griega) en busca de una amplificación de la vida sensible que ponga en jaque la construcción sígnica del lenguaje propagandístico comunista y poscomunista.
La estética metafórica de Carlos Cárdenas, su recurrente utilización de una simbología inspirada en la iconografía política, la variedad de los soportes y técnicas que utiliza (son escasos los artistas que abordan temas de historia y de sociedad y que lo hacen multiplicando las soluciones formales, incluso las técnicas creativas), constituyen una forma de meditar sobre la representación del poder, la naturaleza de las ideologías, el peso de la política que termina aplastando al ser humano, la libertad. Lejos de las certidumbres políticas de ayer, la obra de Carlos Cárdenas es atravesada por una fe inquebrantable en el hombre, en su libre albedrío y en su capacidad de invento.
Testigo desengañado —nunca amargado— del fracaso de una utopía, su arte sigue adhiriéndose a la absorción de la política por la estética, pero libre del peso del castrismo y del autoanálisis: se ha emancipado de cualquier modelo.
Al escoger hacer dibujos y pinturas realistas, Carlos Cárdenas nunca ha renunciado a sus preocupaciones formales. Existe un estilo Carlos Cárdenas rebosante de dominio visionario y de una precisión extraordinaria en la composición de sus quimeras pictóricas. Lejos de ser un imitador cándido, por la diversidad de su inspiración afirma su voluntad de mantenerse alejado de cualquier categorización, cualquier escuela.
No procede por citas artificialmente copiadas; a semejanza de los posmodernistas, se afana por recomponer, desde su interior (no hay nada tan misterioso como un alma sencilla), las formas plásticas que pueblan su museo imaginario. Su obra es un mapa geográfico de sus infraestructuras imaginarias, una descripción enciclopédica de sus paisajes interiores. Demuestra que la pintura o el dibujo son todavía y siempre posibles, a condición de ser retomados en su estado naciente.
Si Maurice Merleau-Ponty hubiese conocido la obra de Carlos Rodríguez Cárdenas, tal vez hubiese hecho de ella el paradigma de su concepción dialéctica de la visibilidad. Alumbrados por el pensamiento del filósofo, sus dibujos y pinturas aparecen como los reveladores de la naturaleza “vidente” de las cosas.
Al privilegiar la figuración, al representar el mundo, al hacer de su arte la crónica de su propia vida, de su subjetividad y de sus fantasías, al hacer de sus cuadros objetos de placer y de deleite, Carlos Cárdenas convierte la pintura un acto de conocimiento (como lo deseaba Merleau-Ponty) y es consciente de transgredir el puritanismo formalista y el orden modernista en sus fundamentos esenciales: su relación con el sujeto.
Joseph Beuys: cristificar el arte
Los críticos hablan de Joseph Beuys como un gran artista de la ‘performance’, un renovador de la escultura, una personalidad pintoresca, pero en modo alguno pueden tragarse su óptica, su manera de ver y vivir la realidad.
Pero, cualquiera que sea la riqueza simbólica de sus obras, sabedor de que la pintura vive y se nutre de poesía, Cárdenas se cuida de no convertirse nunca en un pintor “literario”. Evita que sus cuadros “desaparezcan en el sentido”, que sus formas se disuelvan en una hermenéutica. Las preguntas esenciales que le interesan están vinculadas a la creación y al sentido del arte. Su ambición primordial es dar a la realidad la apariencia sólida y universal del mito.
Carlos Cárdenas hace con su obra una exploración total de la pintura a través de la indagación sucesiva de todos sus elementos constitutivos. Si es posible aparentar su obra al arte conceptual, la espiritualidad que emana de ella, su profundidad, su sensualidad inmanente hacen que no podamos limitarla al conceptualismo, sino a una forma de absoluto estético.
Su pintura sugiere y designa, constituye una interrogación apremiante sobre el problema esencial de la representación figurada. Afirma que la pintura, cualquiera que sea su ambición metafísica, es ante todo “polvo colorado”, una materia impura. Al conceptualismo le responde que el arte ha de afrontar la vida. Sus pinturas son lecciones de realismo, de reflexividad, de ironía, de condena, opuestas al angelismo que siempre amenaza el arte prendado de absoluto.
Su obra podría ser definida como una abstracción figurativa. Es híbrida, tanto abstracta como figurativa, tanto retiniana como conceptual.
La colisión de sus estilos es un procedimiento literario, como el cut-up utilizado por William Burroughs, cuya técnica venía de Raymond Roussel, quien logró borrar la ordenación de sus textos a fin de liberar con el recurso del azar un sentido imprevisible.
A diferencia de los dadaístas, para quienes la evacuación de todo lo que era cultura constituía una condición para la empresa liberatoria en la cual se adentraron, la obra de Carlos Cárdenas está llena de referencias. Sin jerarquía, se mezclan y se superponen lo banal y lo singular, el inconsciente colectivo y personal, lo trivial y lo íntimo.
Su obra se renueva cíclicamente, es polivalente, a intervalos más o menos regulares, anexiona otros territorios estilísticos y ensancha su universo, pero su estética siempre rezuma una sencillez, una pureza y profundidad que desafían las interpretaciones. Cárdenas parece considerar que la pintura es la cara visible, casi indiferente, de una experiencia compleja de organización global de las formas.
En un momento en que el ruido nos ensordece, en que triunfan la urgencia y la impaciencia, en que pasa y desaparece el flujo de imágenes cada vez más espectaculares, seductoras, amenazantes, inquietantes, reducidas a una significación mínima, en que las redes sociales vencen al individuo mientras la globalización exige el encogimiento del tiempo y el espacio, la obra de Carlos Rodríguez Cárdenas impone una presencia verdadera, henchida de una extrema concentración mental donde se revela una calidad espacial (que es a la vez pintura, dibujo, arquitectura, escultura, teatro, música…) que trasciende al sujeto o al motivo para alcanzar la forma pura.
Así, a través de infinitas o ínfimas variaciones, afirma una poética soberana enraizada en las filiaciones de Klee, Ernst, Miró, Duchamp, Twombly, Agnès Martin, etc., con los cuales comparte la propensión al silencio y a la meditación ontológica. Como para Emily Dickinson —pero de manera menos sombría— es la palabra “experiencia” la que mejor convendría a su exigencia, ya que el término “arte” parece parcial en comparación con la polivalencia de sus infinitas variaciones poéticas y estéticas.
La obra de Carlos Rodríguez Cárdenas abre a la pintura figurativa, siempre amenazada, caminos posibles, extiende su campo semántico y hace de ella una sugestión, no una designación.
Bienal fatalité
María de Lourdes Mariño Fernández
Fatalité. Esta es la única expresión que me viene a la mente cuando camino por las exposiciones, oficiales o no, de la XIII Bienal de La Habana.