Iván Perera: El curador debe convertirse en cómplice

Cuando se habla de la autodeterminación de los autores para mostrar su trabajo, me cuestiono las funciones y el papel de los llamados intermediarios. Para aterrizar este asunto en un escenario donde el creador ha validado históricamente la autonomía de su proyección, es interesante acercarse a algunas consideraciones sobre: “El rol del curador en una exposición personal”.

Selecciono a un artista para que se manifieste acerca del tema desde sus experiencias y extienda la convocatoria a otro colega, dejando abierta la posibilidad de ejecutar una cadena de invitaciones. En esta entrega les comparto la quintaintervención del “Challenge” por Iván Perera, que ha sido invitado por Rodney Batista.

La relación entre artistas y curadores es cada vez más compleja —escapa, desde hace años, a su lógica fundacional.[1] En muchas ocasiones, cometemos el error de contemplar solo al artista como productor cultural y concebimos al curador como el epítome del bibliotecario, encargado de analizar, catalogar, organizar y mostrar esa producción cultural. El curador, sin embargo, tiene la capacidad de proponer nuevas definiciones acerca de las relaciones socioeconómicas que afectan a las políticas del arte. 

La importancia del curador no es solo la de actuar como agente mediador entre el producto artístico y un público ideal; se hace imprescindible tener en cuenta que se convierte casi en un autor. Su figura no es la de un participante pasivo en el campo del arte, sus funciones se han complejizado cada vez más, otorgándole un estatus creativo que en ocasiones sobrepasa en importancia a la de los artistas.

Sería pertinente, además, señalar que el curador y el artista no tienen necesariamente que limitarse a las competencias laborales que adjudican sus definiciones. En innumerables ocasiones los artistas han asumido el rol de curador de manera temporal, se han dedicado a escribir crítica o han ocupado cargos en departamentos de museos de arte.[2] De igual forma existen muchos tipos de curadores, que además de esta actividad pueden dedicarse a la pedagogía, la crítica, el periodismo cultural o al asesoramiento de instituciones artísticas y colecciones de arte. 

Para Fernando Castro Flórez, el curador es como un “hombre orquesta” o un “malabarista” que debe ocuparse de múltiples actividades para hacer funcionar la curaduría —la cual define como una “actividad múltiple y tentacular”encaminada a organizar el discurso del arte—. Considera, además, que es un editor, cuya labor fundamental consiste no solo en “la edición de un material complejo que es la obra de arte”, sino en ocuparse además de “su acomodación a los espacios, a los públicos y a los contextos en los que la obra se va a tener que desplegar”.[3]

En múltiples ocasiones se ha analizado la edición como una práctica curatorial encaminada a tratar al libro como un dispositivo de exhibición, tal es el caso de Seth Siegelaub y el Xerox Book.[4] Más allá de esta interesante propuesta, tanto el libro como la sala de exhibición son dos espacios vacíos en los que el curador-editor debe tener la habilidad tanto de suprimir como de potenciar los elementos discursivos de la propuesta del artista. Se trata de un trabajo a cuatro manos en el que el curador debe convertirse en cómplice y confidente del artista. El curador debería apoyar hasta las últimas consecuencias al artista, siempre y cuando no atente contra su dignidad. 

Mi experiencia como artista, al trabajar con curadores, ha sido diversa, pero de forma general gratificante. Los proyectos que más he disfrutado han sido los que me han permitido desarrollar una nueva idea y, en ellos, la comunicación con el curador ha sido decisiva para la concreción de la propuesta. 

Mis piezas siempre comienzan con anotaciones en un cuaderno, se construyen como texto antes de ser imagen. Debido a la naturaleza de mis obras siempre he considerado importante conversar sobre mis ideas y considero que las relaciones laborales que he establecido con algunos curadores han tenido una fuerte influencia en el resultado. Siendo el arte una actividad social, la idea del artista como genio solo me causa sospecha; la figura del curador puede ser incluso determinante en la configuración de las estructuras de consumo de la obra de arte.

En este sentido, el diálogo que establecí con el curador de mi primera muestra personal fue muy interesante. En 2014, siendo estudiante de primer año del ISA, se inauguraba Ibid., cuya curaduría estuvo a cargo del crítico e historiador del arte Samuel Hernández Dominicis. El título que acompañó la muestra fue el punto de partida para reexaminar problemáticas que surgen de un análisis de lo textual en relación a la historia como herramienta del poder, la fe religiosa, la muerte y el cuerpo en el pensamiento occidental. El curador se involucró desde el principio; momento en que las futuras obras no eran más que palabras escritas en un cuaderno. El intercambio de ideas fue esencial, un trabajo casi pedagógico que no solo me fue útil al momento de plantear la exhibición, sino que contribuyó posteriormente a todo el trabajo que he venido realizando. Hernández Dominicis supo acompañar con un componente pedagógico el proceso curatorial sin que eso supusiera nunca una imposición de criterios, haciendo uso de una estrategia de comunicación horizontal. 

Siempre he pensado mis obras como un residuo. En el objeto derivan las decisiones que se han tomado, los accidentes que se producen, las experiencias que se acumulan, el aprendizaje y las ideas que provienen del estudio para la realización del proyecto. Más allá de centrarme en el resultado final desde su génesis, siempre he considerado sumamente interesante ese proceso intermedio entre una idea y su concreción, el momento en que todo es posible. 

Trabajar para una muestra personal casi siempre implica para mí pasar más tiempo pensando delante de una hoja en blanco que realizando trabajo técnico-artístico. La figura del curador ha supuesto la posibilidad de no perderme en el ego inherente a la creación. Mientras el curador y el artista practiquen la humildad para lograr juntos algo que se llama exhibición, dejemos que el hombre orquesta siga tocando las melodías del arte.  


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Notas:
[1] La definición del termino curador en relación al campo del arte ha sufrido cambios a través de los años, lo cual pone de manifiesto una ampliación de las funciones que se le adjudican y, por tanto, un cambio en las relaciones laborales entre este y el artista.
[2] Este ha sido, por ejemplo, el caso del artista Pablo Helguera (México, 1971), quien ha ocupado los cargos de jefe de programas públicos en el Departamento de Educación del Museo Guggenheim y director de programas académicos y para adultos en el Museo de Arte Moderno, ambos en New York.
[3] Palabras extraídas de una presentación de Fernando Castro Flórez, en https://comisariado.com/post/101606778935/fernando-castro-florez-la-practica-curatorial-es.
[4] El libro conocido como Xerox Book es un ejemplo fundacional del libro como exposición. Esta publicación de 1968 fue el espacio expositivo de obras de arte conceptual de siete artistas꞉ Carl Andre, Robert Barry, Douglas Huebler, Joseph Kosuth, Sol Lewitt, Robert Morris y Lawrence Weiner. La creación del libro y la curaduría de las obras mostradas estuvo a cargo de Seth Siegelaub.




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Rodney Batista: Un curador actúa a manera de “juez y parte”

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El curador tiene la capacidad de ofrecer información sobre el ensamblaje final de la exposición, redimensionando las ideas del artista, que está sumergido constantemente en su obra”.





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