#notificaciónsinleer de ‘Relato de un intruso’

#notificaciónsinleer de un evento que involucra a jóvenes artistas: indago sobre ‘Relato de un intruso’, exposición personal de Nelson Barrera (Matanzas, 1988).

Curaduría: Jorge Peré.

Emplazamiento: Galería Taller Gorría. San Isidro #214 e/ Picota y Compostela, La Habana, Cuba.

Período en sala: del 23 de marzo al 15 de abril de 2023. 

Horario: de lunes a viernes, de 10 a.m. a 4 p.m.

Contacto con Jorge Peré:


El artista se asume “intruso” al crear una narrativa personal sobre Colombia y México, resultante de su paso por estos territorios. No obstante, se me antoja identificar la figura del curador como el “intruso” que desde un viaje otro ―la curaduría― puede construir un testimonio propio, a sabiendas de que termina diluido en el carácter individual de la muestra. ¿Te piensas en este proceso? ¿Cómo aterrizas tu perspectiva en la exhibición?

Siempre he asumido la curaduría como un acto narrativo. Esta condición, aparejada a la perspectiva crítica que todo gesto curatorial debería tener, se establece, a mi juicio, como algo imprescindible si se pretende alcanzar un valor intelectual al hacer una exposición de arte. 

Por supuesto que no todas las exhibiciones que vemos se construyen desde esas premisas. Ni siquiera yo mismo (que las estimo esenciales) he conseguido equilibrar ambas cuestiones en todos los trabajos que he realizado hasta este momento. 

Sin embargo, es un hecho incuestionable que todas las exposiciones que nos impresionan y seguimos admirando a lo largo del tiempo; esas que tomamos como referente, sobre las cuales volvemos cada cierto tiempo por uno u otro motivo; tienen ese carácter ensayístico, narrativo, y transmiten cierto valor intelectual a partir del conjunto de obras que ponderan y conjugan debidamente.  

Sabiendo esto, podemos concluir que, efectivamente, la mayoría de las exposiciones que frecuentamos no están pensadas con el efecto de difundir valores intelectuales, sino bajo el instinto de conservación de un ecosistema —el del arte institucional— que depende de que haya muchas y variadas exhibiciones que sostengan su agenda y expandan la expectativa de consumo de cara al mercado y sus infinitas competencias

Esto último puede sonar a impostura. Y hasta como una idea “ingenuamente” enfrentada al mercado. No obstante, el problema, estimo, no se halla en el mercado per se, sino más bien en la ausencia de rigor —de todos los rigores posibles: estético, social, político, ideológico, religioso— que atraviesa cada producto que ponemos en circulación dentro de dicho mercado. 

La curaduría, como disciplina, entonces, debería ser una puesta en escena del pensamiento y un intento de diálogo con los públicos (que varían, crecen y decrecen, según los espacios) que se asoman al arte contemporáneo. Y para ello, se debe mantener el equilibrio de tres principios esenciales: lo sensual, lo espiritual y lo intelectual.  

Si alguien —más allá del propio artista— decide estampar su firma y acarrear protagonismo en el ejercicio expositivo, debería ser, en todo caso, para ir un paso más allá e intentar un desvío respecto a las rutinas habituales de las exposiciones. Esto es: usar las obras para decir algo más allá de ellas mismas. De lo cual se presume que las exposiciones contienen dos mensajes visuales: el que emiten las obras de manera explícita y el que propone la curaduría al fijar el carácter de una narración visual.        

Al intervenir como curador en varias muestras personales, he advertido que, no por ser más cerrada, la negociación se torna menos compleja. Podría decir incluso que las exposiciones individuales se me han vuelto más difíciles de manejar. 

Sucede que en muchos casos los artistas solicitan esa asesoría sin entender a las claras cuáles son los roles del curador. De ahí que, al entrar en la conformación final de la muestra, con las eventuales discrepancias que pueden darse en ese proceso, los artistas tienden a encerrarse sobre sí mismos y hacen prevalecer su idea en detrimento de los consejos que pertinentemente les ofrece el especialista. 

El efecto positivo en este tipo de curaduría depende sobremanera de la sinergia entre artista y comisario. Los primeros desarrollan cuerpos de trabajo muy compactos, los cuales cuesta trabajo editar y resumir en lo esencial. Precisamente en los descartes, en esa poda visual en la que mucho termina por quedarse, es donde adquiere sentido y rigor el acto curatorial. 

La curaduría nace en lo que se descarta, puesto que aquello que permanece se supone narra, describe y profundiza con elocuencia en la idea que se sostiene dentro de la exposición final. El curador es un editor, cuya función es depurar los excesos del artista. O al menos relativizarlos.   

En el caso de Nelson Barrera y su exhibición personal Relato de un intruso, debo decir que fue un proceso cuya prolongación en el tiempo me permitió alejarme y volverme a acercar, teniendo así ambos la posibilidad de madurar ideas y ser más críticos en la construcción del mapa de obras que acabó constituyendo la muestra.  

La idea del viaje (y su testimonio) fue para mí, desde el primer momento, una cuestión esencial sobre la cual hilaría los recuerdos y visiones que Nelson refleja en sus piezas. Me percaté de inmediato que él establece una relación con estas obras distinta a la que estableció con los territorios visitados. 

Es decir, estas piezas son el resultado de una experiencia que, al quedar sublimada en imágenes, metáforas y apuntes, adquiere un matiz otro, un carácter similar al non fiction, una existencia que trasciende la documentación y privilegia los imaginarios azarosos de la memoria. 

He aquí que arribamos al conflicto fundamental de esta exposición: ¿cómo narrar una experiencia atendiendo a la comprensión subjetiva que hacemos de ella? Desde aquí comenzamos a (re)imaginar los contextos, a convertirlos en pura anécdota. 

Nelson fue un intruso en la montaña, la aldea y la ciudad. Fotografió, y pintó más tarde, esos escenarios. Lo que vemos en las obras es la aprehensión hecha por él de esos espacios. Lo que recibimos, metidos ya en la exposición final, es la intrusión de un servidor en las memorias del artista. Mi impronta está en esa narración visual, que quizá difiera con el orden de los acontecimientos vividos por Nelson Barrera. Soy, en ese sentido, una suerte de narrador deficiente. Uno que sabe apenas lo mismo que uno de los personajes de la narración. El no saber demasiado me ha librado aquí de mucha responsabilidad y me ha conferido una libertad tremenda para resituar la historia. La intrusión mayor, aquí, no corre a manos de Nelson.


© Imagen de portada: Jorge Peré.


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