Carlos García de la Nuez: “Cuba será siempre mi alegría y mi dolor”

La obra de Carlos García de la Nuez participa de la reanimación y defensa de la abstracción natural de la pintura. Esto es, la pintura en sí, la que desde las cuevas de Altamira hasta la obra de Picasso, pasando por Velázquez, siempre ha sido abstracción, o más bien concreción de sensaciones específicas.

En su objetivo de representación del mundo sustancial, de captación de lo sensible, su pintura nos lleva hasta los límites de lo invisible, dilucida las fronteras movedizas de una fenomenología práctica de la percepción. Carlos García de la Nuez nunca ha ocultado el propósito de dar lugar, por mediación de las líneas, el color y el volumen, a una manifestación demiúrgica de la materia y de las fuerzas primordiales, hasta hacer de un cuadro algo más que un objeto. Es decir, la corporeidad de lo espiritual y de lo inaprensible, la expresión tangible de sus aspiraciones intangibles.

Si Carlos García de la Nuez aleja de su horizonte mental, y por tanto de su expresión plástica, cualquier referencia al universo aprehensible de las cosas o de los seres, no es para confinar sus figuras en la experimentación o la explotación práctica de una geometría teórica. No es para ser inasible en la inmanencia, sino para reencarnar a través del color, de la línea y de la materia. La euritmia del mundo, la poiesis del Cosmos. Sus pinturas no interpretan el mundo, solo declaran que su energía, su alma secreta, son poesía. Poesía es la luz, la incandescencia colorada, la organización sinfónica del color que se hace claridad en las obras de Carlos García de la Nuez.

Empecemos con una especie de autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia.

Sin ganas de filosofar, creo que siempre se miente cuando se recuerda, pero también pienso que hablar de la niñez es una de las grandes mentiras que el hombre, desde la memoria, ha podido convertir en verdad no solo para los demás sino para sí mismo. Y eso nos reconforta y nos ayuda a envejecer. 

Sus pinturas no interpretan el mundo, solo declaran que su energía, su alma secreta, son poesía. La euritmia del mundo, la poiesis del Cosmos.

Te diré que yo nunca fui uno de esos niños que les dio por pintar. Pero, según mi familia, que recuerda esto mucho mejor que yo, sí tenía inquietudes “artísticas” que manifestaba elaborando figuras de madera, “interviniendo”, diríamos ahora, los espacios que me rodeaban y utilizando lo que tenía a mano, como los colorantes de las medicinas con los cuales le daba color al agua de la bañadera, en donde introducía los elementos que se me ocurrieran. 

Lo que de verdad despertaba en mí curiosidad era el resultado visual de haber cambiado algo y que yo fuera el protagonista de ese cambio. Armaba objetos con pedazos de madera, con piedras, en los terrenos baldíos donde jugaba. Como si quisiera ir dejando señales de mi paso y que en muchos casos estaban dirigidas a mis hermanos o a los amigos que participaban de estos juegos. Pero nunca me dio por dibujar, o pintar, como es costumbre en algunos muchachos que con el tiempo tendrían una profesión cercana o directa con las artes visuales. 

Mi infancia transcurrió en las afueras de la ciudad de La Habana, en las playas del Este, para ser más exacto, en un lugar que se llama Alamar; pero debo aclarar que no se trata del adefesio que conocemos en la actualidad: una de las ciudades más feas del mundo, y no creo exagerar. 

Cuando aquello Alamar era un lugar cuyas casas estaban muy separadas unas de otras, con sus calles bien asfaltadas, alcantarillado, iluminación, y no se trataba en sí de una ciudad, sino de espacios que estaban divididos en lotes con entrecalles por donde uno podía caminar sin que existieran construcciones. Viví toda mi infancia en un gran proyecto arquitectónico sin terminar, en una de esas utopías truncadas por la llegada de la Revolución de 1959. 

Nunca fui uno de esos niños que les dio por pintar.

Por otra parte, asistí a la escuela primaria Amistad con los Pueblos, donde mis compañeros eran originarios de diferentes partes del mundo: rumanos, rusos, japoneses, checoslovacos, húngaros, de países africanos, franceses, cuyos padres eran técnicos que en los primeros años de Revolución vinieron para ayudar al “desarrollo” de la industria cubana y preferían que sus hijos estudiaran junto con los niños cubanos y no en sus colegios privados. Y menciono esto porque considero que desde pequeño fue importante para mi formación estudiar entre compañeros de tan disímiles nacionalidades, cuyas costumbres y culturas, compartidas, enriquecieron mi manera de pensar y de relacionarme con el mundo. 

Pero hay otra influencia en mi infancia que también es de vital importancia: la cercanía con el mar. Mi casa quedaba como a un kilómetro y medio de la costa, de manera que, junto a los erizos, cangrejos y peces, mis amigos y yo conformábamos la fauna que habitaban ese trozo de mar al Este de La Habana. 

Debo decir con orgullo que tuve una infancia feliz, colmado de cariño por padres y hermanos, dentro de una familia típica cubana. Mi padre: hombre modesto, trabajador y que desempeñó muchos oficios en su vida —músico en su juventud, vendedor de carnes procesadas—, terminó sus años laborables de conductor de ómnibus interprovinciales. Y mi madre, tan grande en su nobleza, antes que terminara en casa cosiendo para la calle y trabajando para nosotros, fue una especie de modista de alta costura. Trabajó para una tienda importante de ropa de los años 50, llamada Fin de Siglo, en donde confeccionaba trajes de novia, vestidos de última moda, ropa para hombres. Esa experiencia le permitió ponerse a la vanguardia en la alta costura a nivel internacional y tener una visión bastante moderna del mundo, lo que sin duda fue determinante para influir en mis ideas de querer estudiar una carrera relacionada con el arte y finalmente convertirme en lo que soy.

La familia y el mar: la familia como el útero que siempre me acompaña y el mar como ese otro vientre, donde encuentro la música de una luz que me es tan necesaria no solo en mi pintura sino para decir que envejezco con ganas de seguir vivo, como esa ola que no se cansa de perseguir la que tiene delante. 

Alamar fue un gran proyecto arquitectónico sin terminar, una de esas utopías truncadas por la llegada de la Revolución de 1959.

¿Cuál fue tu primera emoción estética? ¿Qué motivación existió para que te convirtieras en artista plástico? ¿En qué momento el arte se convirtió en el centro de tu vida?

Pienso que fue la visita que hice a El Salón de Mayo, que se exponía en el Pabellón Cuba cuando apenas yo era un chamaco. Una amiga de mi madre nos llevó y, si no recuerdo mal, me acompañó una de mis hermanas. 

Fue muy impresionante para mí estar en presencia de todos esos objetos, para llamar de algún modo los cuadros que mi niñez veía. Tendría yo 9 o 10 años, y por primera vez tuve conciencia de que existía otro mundo fuera del que yo habitaba, y se llamaba Arte, y estaba ahí para ser visto, observado; sin tener idea, por supuesto, de que en un futuro yo me convertiría también en un pintor. 

Después tuve la oportunidad de conocer, mientras estudiaba ese período, que a esa muestra acudieron artistas muy importantes, contagiados también, imagino, con esa esperanza que por aquellos años irradiaba la Revolución cubana. 

Además de esa experiencia alucinante, que debió ser, digo yo, como el chispazo que pudo quedar encendido dentro de mi niñez para que más tarde se convirtiera en el centro de mi existencia —ya sabemos que sin obsesión no existiría el arte—, debo decir que durante la etapa en que cursaba la secundaria había también unos campamentos donde el alumno tenía la posibilidad de acercarse a las expresiones artísticas (llámese música, pintura, danza) y yo, que por aquellos años garabateaba los poemas que les da por hacer a la mayoría de los adolescentes, me dio por enseñárselos a un profesor, que aún recuerdo con gran cariño, quien me recomendó que me acercara a dichos talleres. 

La familia como el útero que siempre me acompaña y el mar como ese otro vientre, donde encuentro la música de una luz que me es tan necesaria no solo en mi pintura sino para decir que envejezco con ganas de seguir vivo.

Pero como estos no incluían la literatura, le dije, sin pensarlo, que me apuntara en el de artes plásticas. Y así fue. Creo que estuve por dos o tres años participando en estos campamentos que, al final, estoy seguro, tuvieron en mí una influencia positiva en todo lo que tenía que ver con la creación y que me permitió compartir esa maravillosa experiencia con jóvenes bellísimos y bellísimas que se tomaban aquello muy en serio, apoderándose de nosotros el deseo de investigar, de saber, de leer todo lo que nos caía en las manos, desde los grandes poetas y narradores clásicos europeos y americanos (Mann, Whitman) hasta los más cercanos en el tiempo y el espacio geográfico: Neruda, Vallejo, Carpentier, García Márquez y, por supuesto, nuestro gran Lezama Lima, ese poeta cósmico de lo insular, a quien tanto tenemos que agradecerle los cubanos. Todo esto me cambió el mundo y la visión que podía tener un joven sobre este. 

Creo que es importante decir, aunque parezca un lugar común, que yo vivo a través del arte, no solo del que yo trato de hacer lo mejor que puedo, sino del arte de los otros. Pienso, y esto lo tengo que decir sin dudar, que el arte me ha convertido en una mejor persona: más tolerante, más inclusivo, más sano, más responsable con lo que pasa a mi alrededor. 

Podría decir que el arte le ha servido al joven que yo era como un vehículo para cruzar con más facilidad sobre los momentos cruciales y difíciles de la juventud. Un artista solo se diferencia de los demás porque tiene la piel por dentro, quiero decir que es la sensibilidad la encargada de cubrir una desnudez que lo retroalimenta y es el interior de nosotros el que después se encarga, en la forma de un lienzo, un poema o una pieza musical, de devolver el agradecimiento. 

Esa esperanza que por aquellos años irradiaba la Revolución cubana.

¿Qué formación tuviste? ¿Cómo valoras la enseñanza que recibiste?

Tuve la suerte de poder estudiar en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro y, después, en el Instituto Superior de Arte —que ahora se llama Universidad de las Artes—. Cuando terminé, me fui a los Estados Unidos, a Boston, donde hice una maestría gracias a un programa de intercambio cultural que promocionaron los demócratas a finales de los años 80. A esa formación debo añadir mi experiencia enriquecedora como maestro durante muchos años en estas mismas instituciones donde me formé y, cuando llegué a México en 1991, en la Universidad Iberoamericana. 

En relación con la enseñanza que recibí en las academias cubanas, tanto en el nivel medio como en el superior, yo disfruté hasta las clases que daban algunos de los profesores más “ingenuos” a la hora de exponer sus teorías sobre el arte. Quizás aquí discrepe con algunos de mis condiscípulos, pero tuve excelentes maestros y sería injusto mencionar nombres porque podría caer en la trampa que nos teje el olvido. Pero si alguien merece ser recordado para expresarle una vez más mi agradecimiento, sería aquel profesor de literatura en la secundaria: Tomás Borbonés, quien tuvo la certeza de guiarme por un camino que me ha dado tantas satisfacciones y del que nunca me he arrepentido de transitar hasta que llegue el inevitable ‘happening’ que nos incluye a todos.

¿De qué manera has evolucionado como artista? 

Desde que yo decidí dedicarme al arte, siempre me he interrogado con las mismas preguntas que ahora me haces aquí: para mí esta es una manera de comunicarme; hacer mi trabajo es una manera de hablar. 

El arte me ha convertido en una mejor persona: más tolerante, más inclusivo, más sano, más responsable con lo que pasa a mi alrededor.

Yo me acerco siempre a quienes desean dialogar, a quienes se interesan por mi manera de expresar lo que siento, y casi siempre estas personas terminan siendo, en buena medida, aquellas que adquieren mis obras, porque el artista no puede separar la idea de crear y también vivir de su trabajo. 

Me gusta mucho esta idea, esta relación, decirle a quienes se interesan por mi pintura: “Mira, yo soy un artista, esto es lo que hago”, y es tremendo para mí cuando descubro que desean tener piezas mías, es una bendición.

Yo digo que siempre he pintado lo mismo, las ideas y sentimientos que originaron mis primeras pinturas son los mismos al día de hoy. Ojalá me explique con esto.

¿Qué es el arte para ti?  

El arte es mi manera de vivir. La manera en la que yo opero en este mundo, la manera en que me relaciono, converso, discuto; la manera en la que, incluso, pienso la política y la sociedad. El arte es lo que me define. Sin caer en un existencialismo barato, puedo decir que sin el arte yo no sería nada ni nadie. El arte me ha hecho una mejor persona.

¿Han cambiado tus ideas sobre el arte?

Creo que las ideas siempre van cambiando, uno está cambiando todo el tiempo porque lo que te rodea también cambia. El artista que no evoluciona a la par de su obra se empantana. Ahora, para los que hacemos un tipo de pintura como la mía, con referencias muy personales, autobiográficas, diría yo, los cambios no son tan evidentes. 

Si alguien merece ser recordado para expresarle una vez más mi agradecimiento, sería aquel profesor de literatura en la secundaria: Tomás Borbonés.

Por eso creo que las distintas etapas en las que he desarrollado mi obra se parecen mucho entre sí, aunque haya diferencias. Pero siempre he pintado de esa manera, digamos accidentada, con la que me identifiqué desde mis primeras piezas, usando invariablemente la abstracción desde aquellos dibujos figurativos que hice en los años 80; utilizando la abstracción y lo simbólico, esas dos maneras que envuelven y definen la imagen. 

En mi obra todo se relaciona; en el fondo es la misma persona quien la hace. Lo que hago siempre tiene como un mismo lenguaje y no porque yo lo piense y me dé por decir: ahora voy a ser neoexpresionista, o gestual o matérico, como tanta gente dice de mi obra, sino porque esas formas responden a la idea. 

Vamos a decir que mi forma de realizar la obra parte de una idea y después a esta se les van pegando las formas adecuadas. Así es como yo realmente trabajo. Algo así como cuando uno veía un cuadro de Bonnard, o de Matisse, observaba esas pinceladas superanchas que pintaba en sus obras más grandes y se preguntaba de qué otra manera se pudiera haber pintado eso para representar esa idea, ¿no?

¿Eres reacio a explicar tu trabajo, al acercamiento crítico?

Yo no soy reacio a explicar mi trabajo; todo lo contrario, a mí solo me molesta el exceso de teorización que se ha impuesto en los últimos veinte o treinta años. Con esto sí tengo un problema porque pienso que, como mismo hay un lenguaje hablado, también hay un lenguaje propio y probado en las artes, el artista ya habló en su lengua materna. Debería bastar en muchos casos con la mirada inteligente. Debería bastar con ese latido mágico que encierra toda obra de arte sin que el “mago” se tenga que explicar el “truco”.

El arte es la manera en que yo opero en este mundo, en que me relaciono, converso, discuto, e incluso pienso la política y la sociedad. El arte es lo que me define.

En cuanto al acercamiento crítico, a mí me encanta; es más, lo extraño muchísimo. Y digo que lo extraño porque eso pasaba sobre todo cuando uno era joven, en esa década de los años 80, que tan bella y crucial fue para las artes visuales cubanas, donde nos decíamos todo. Existía tanta crítica, hecha por críticos muy inteligentes y muy informados, y que podía gustarte o no lo que decían ellos sobre tu obra, pero siempre crecías con ella.

¿Cómo definirías tu práctica artística?

Yo soy un artista que usa la abstracción, fundamentalmente, y también elementos de la pintura simbólica y representacional, así lo veo yo. No me considero un pintor abstracto. Esto es muy importante decirlo. Y lo explico: yo no abstraigo con formas desde la geometría, o me valgo de ese tachismo de manchas al azar, o de lanzar pintura contra una tela. 

Me encuentro lejos de esas dos escuelas que serían las más comunes, ¿no?: la geométrica y la de lo gestual. Yo puedo utilizar una manera “nerviosa” de pintar, vamos a llamarla así. Muchos de mis amigos me decían que yo pintaba así porque era miope. Tenía una miopía bastante acentuada cuando empecé a estudiar, hasta que me operé, pero luego seguí pintando igual. Existía cuando aquello una especie de broma entre mis colegas, los que decían que pintaban recto y los que pintaban jorobao. Pues yo siempre fui de los que pintó jorobao. O sea, soy de esa escuela de Velázquez, Goya, Turner…, un pintor jorobao.

¿Qué artistas han influido en ti y a cuáles sigues admirando? 

Como mismo me pasa cuando me preguntan por la música que escucho, o qué cine veo, o qué literatura leo, a mí me mueven muchas expresiones, fenómenos, objetos, gentes muy distintas, al menos en apariencia. 

Ya después, por supuesto, están los expresionistas alemanes de entreguerras; todo lo que fue el expresionismo norteamericano durante y después de 1945. Y es curioso, porque me podrías preguntar si este gusto está relacionado con mi modo de hacer y debo responder que sí. Pero no solo por eso, porque también me gustan artistas, tendencias, escuelas que nada tienen que ver con lo que yo hago…, o sí. 

Debería bastar con ese latido mágico que encierra toda obra de arte sin que el “mago” se tenga que explicar el “truco”.

Por ejemplo, el georgiano Niko Pirosmani, los retratos de El Fayum, Robert Smithson con su “Spiral Jetty”; Cy Twombly, Carmina Burana. Hasta una orquesta que toca salsa. Hay muchos, muchos otros artistas que me gustan. ¿Qué te puedo decir? Es un arroz con mango, un arroz con mango en mi cabeza cuando se trata de las numerosas y diferentes expresiones artísticas que me gustan.

¿Desde tu perspectiva, cómo juzgas a tu generación, la de los años 80?

Fíjate que no tendría ni que emitir un juicio porque ahí está lo que se hizo. Obras magníficas hechas por artistas magníficos.

Yo no tengo que ver tanto con mi generación, ni siquiera sé si incluirme. Aunque me toque estar ahí por eso que llaman “tiempo generacional”, debo decir que sus presupuestos no eran los míos. Lo que se hizo tenía que ver con lo antropológico, lo etnográfico, lo social; también con esa retórica revolucionaria, lo latinoamericano, muchísima investigación de ese tipo que, por demás, estuvo muy bien. 

Fueron años divinos, con lenguajes nuevos, que también entraban en los discursos políticos de esos años que se promovían en la Isla. De ahí, a mi manera de ver, el empuje por parte de la “institución arte” a todo el movimiento: bienales, ferias internacionales, congresos, creación del ministerio de Cultura, en resumen, la exportación de todo esto. Pero yo, la verdad, era un artista un poquito outsider, aun cuando aproveché toda esta coyuntura.

Yo me empeñaba en pintar, pero no como una referencia de lo histórico, sino que me interesaba la pintura por el acto mismo de hacerlo, por lo que encarna ese hecho. Creo que por estas mismas razones no tengo mucho que ver con esa generación, aun cuando soy de los primeros años: 1981, 1982. 

En Cuba todo tiene que correr demasiado rápido, ¿no? Hay una especie de síndrome de Nadia Comăneci. Se tenían que romper todos los récords olímpicos a determinada edad.

En esos años se formaron dos o tres grupos con una diferencia de edad mínima. Estaba Volumen I, estábamos nosotros con el grupo 4 x 4, estaba el grupo Hexágono. Estos grupos, en su conjunto, concentraban una buena parte de los artistas más importantes de esos primeros años 80 y puedo asegurar que fueron experiencias muy hermosas y artistas muy valientes, llenos de vida. 

En Cuba todo tiene que correr demasiado rápido, ¿no? En Cuba hay una especie de síndrome de Nadia Comăneci. Se tenían que romper todos los récords olímpicos a determinada edad: “Yo soy de esta generación, tú eres de la otra”. 

Por otra parte, hay que decir que hubo rompimientos muy fuertes y se trajo un tipo de arte nuevo. Esa es la palabra, comparado con lo que se estaba haciendo en Cuba y en el mundo. 

¿Cuál es tu apreciación respecto al arte cubano contemporáneo?

Antes conocía a los artistas porque habían sido mis maestros; otros, porque fui profesor y ellos mis alumnos; y otros, compañeros de “lucha”. Ahora ando un poco perdido con lo más reciente, con los años uno mira más para adentro de su casa que para afuera.

Tengo conocimiento y amistad con artistas contemporáneos, colegas que están muy pega’os, como decimos nosotros los cubanos, que tienen también un trabajo espectacular. Sin nombrar a nadie, para no cometer el delito de dejar a ninguno sin nombrar, digo que el arte cubano contemporáneo sigue teniendo esa fortaleza y originalidad que lo sitúa no solo en el contexto latinoamericano y continental sino a niveles internacionales. Y esta pujanza, hoy día, continúa siendo demostrada. 

Uno hace las cosas para que se queden en alguien, en algún lugar.

¿Conoces las influencias que has tenido en otros artistas cubanos? 

Hace unos años se hizo una monografía mía y, por supuesto, se tuvo que contar con las obras que yo tenía en el Museo Nacional de Bellas Artes en La Habana; además de mis piezas, el fotógrafo regresó con algunas imágenes que el Museo había adquirido pensando que eran de mi autoría. 

¡Imagina la sorpresa! Yo me siento muy halagado con que mi manera de hacer sea un referente para nuevos artistas en Cuba y cómo algunas personas han seguido una manera de abstraer a partir de los presupuestos que puedo yo haber enunciado por aquellos años. A veces digo: “Qué cosa más rara esta, ¿no? Si yo no hago paisajes, yo no hago arte político, yo no hago cosas que pueden ser más redituables”. Uno hace las cosas para que se queden en alguien, en algún lugar.

Háblame de tu proceso de creación. ¿Qué es lo que desencadena tu necesidad de crear? ¿Cómo trabajas, cómo elaboras las ideas de tus cuadros? ¿Trabajas a partir de bocetos? ¿Qué lugar ocupa el azar?

Voy a empezar por la última pregunta y puede parecer raro. Para mí, el azar no ocupa ningún lugar en mi trabajo. Yo no pinto con esta idea de “mis sentimientos son amarillos” y aquí tengo el bote de amarillo y me voy sobre la tela a ver qué sale, esperando qué me puede ofrecer el azar. Yo soy el pintor más antiazar que se puede imaginar. Las formas que se van creando encierran algunos movimientos o trazos accidentales, ¿verdad? Pero no es el azar lo que determina la pieza.

Debe haber un equilibrio. La interacción entre el mercado y la obra debe surgir de una manera natural, espontánea.

Las piezas casi siempre empiezan con una serie de bocetos. No hay que olvidar que yo he sido educado en escuelas “de bellas artes y de oficios”. O sea, que trabajo en el sentido más “convencional” que puede tener este asunto. El dibujar, el bocetar, es la manera —junto a la fotografía, quizás— más coherente que existe para aprehender la realidad que un artista necesita.

¿Creas todos los días, en qué momento? 

Yo no trabajo todos los días sobre los soportes, pero sí lo hago todo el tiempo en otras áreas que son a mi manera de ver parte de lo mismo: lectura, materiales, herramientas, maquinaria. La parte, digamos, administrativa: encuentros con personas afines al medio. Si son unas diez o doce horas de un día cualquiera en función de este trabajo, a eso súmale el cabildeo que hay que hacer para que todo esto tenga un destino claro.

¿Qué importancia le das al dibujo en tu obra?

El dibujo lo estructura todo, es esa disciplina la que incluye la manera de aprehender la realidad. Como te decía antes, a través del dibujo es que pongo todas mis ideas en claro. Soy mucho de agendas, de llenar libritos de anotaciones, de textos, de dibujos. Se mezcla tanto lo que hago a diario con el acto de pintar en sí, que todo se convierte —y digo esto sin exagerar— en un mismo trabajo.

¿Cuándo sabes que una obra está terminada?

Cuando las circunstancias que tú estás viviendo en ese momento y la idea inicial que te llevó a empezar esa pieza se representen sobre el soporte. 

¿Qué particularidad tiene la pintura, o el dibujo, para que continuamente se anuncie su muerte y su resurrección? 

Yo pienso que esto tiene que ver con los géneros, ¿no? Creo que el acto de pintar, por ejemplo, es una conducta inherente al hombre; el representar sobre una superficie plana, el embarrar y dibujar sobre superficies es un acto de necesidad humana, como lo puede ser habitar espacios tridimensionales, la danza o construir casas.

Es muy difícil este “matrimonio” entre el galerista y el artista y viceversa, porque todo el mundo quiere jalar agua para su molino.

Los géneros no mueren porque estos representen las propias necesidades humanas. Por eso, cuando ves a dos artistas minimalistas, como Donald Judd y John McCracken —uno hace escultura y el otro pintura—, sus postulados son los mismos: que las piezas digan lo mínimo en estructura, composición, acabado. El primero hace un objeto recorrible y tridimensional; el otro recuesta en una pared un plano de color. Una evidente muestra de cómo las maneras de hacer arte se pegan a los géneros, se enganchan al género como si nos estuviera diciendo: aquí yo soy Escultura, aquí yo soy Pintura.

Nunca en el mundo de la historia del arte había existido tanta hostilidad por parte de la institución arte y de sus artistas en denostar maneras de hacer. Por poner un ejemplo, la muerte de lo pintado. Y en eso sí yo quisiera detenerme, porque entiendo que de estas posturas se desprende un acto bárbaro e inculto. La cultura no es eso. La cultura, como la democracia, debe incluir muchísimas maneras de pensar y de hacer, de lo contrario esto nos vuelve una especie de extremistas culturales.

¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas?

Yo siempre pinto para alguien, siempre hago mi trabajo para alguien. O sea, decir que uno pinta para uno mismo es, a mi manera de ver, una contradicción, una contradicción muy grande con el mismo acto de pintar. 

Sin el arte la sociedad estaría condenada a morir de una manera ominosa, dejando como única huella la carnicería entre sus semejantes.

Lo que desconozco, con certeza, es cuáles son los públicos, hacia dónde, o para quiénes van dirigidas estas propuestas. Pero de lo que también tengo conciencia es de que siempre va a alguien que está alimentando ese circuito, ese mercado del arte en cualesquiera de sus formas.

¿Cuál es la importancia de las otras artes en tu trabajo?

Para mí la música y la literatura han sido siempre una fuente muy enriquecedora a la hora de crear, como quizás lo puede ser para cualquier otro ser humano; pero en mi caso, textos muy específicos, en particular la poesía, han hecho que mi trabajo sea mejor. Poesía y música, como una manera de retroalimentar mi arte. 

Pero también hay muchas otras formas de expresión que han influido en mi manera de expresarme. Solo para poner un ejemplo: nunca voy a olvidar cuando vi la pieza Café Müller de Pina Bausch. 

El arte, en todas sus manifestaciones, claro que nutre a los artistas y, por supuesto, a todo aquel que lo disfrute. Siempre lo he dicho: el arte nos hace mejores personas. 

¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo? ¿Piensas que el mercado orienta la creación?

Desde mi punto de vista como artista, la relación con el mercado es fundamental. No hay que engañar a nadie y mucho menos ser cínico: los artistas trabajamos para insertarnos en un mercado, no importa que estemos en mayor o menor escala sumergidos en este. A mí lo que me interesa es que la persona que compre una obra mía no lo vea solo como una inversión, que haya un poco de corazón en esto. En particular, para personas que no seguimos un mercado por gustos o por modas. 

Uno necesita tanto de la galería, como la galería necesita del artista.

No se puede negar que hay artistas que trabajan y hacen sus objetos para un determinado mercado: ferias de arte, exposiciones, galerías, museos. Y pienso que muchos lo hacen con conciencia de sacar ventaja de esto, a toda costa. Creo que debe haber un equilibrio, que la interacción entre el mercado y la obra debe surgir de una manera natural, espontánea; o sea, tal mercado se interesa en esta pieza, en esta etapa de mi trabajo, ¡pues qué felicidad!

Lo que sí me parece feo, deshonesto, es cuando uno ve obras hechas que repiten ideas que ya han sido exitosas en el mundo del arte, como si este mercado no tuviera memoria. Eso sí se me hace verdaderamente lamentable. El dinero es importante, pero tampoco hay que venderle el alma al diablo. 

¿Qué relación, como artista, tienes tú con las galerías?

Existe una cadena, para decirlo de algún modo, que hay que tener bien clara: se me puede olvidar algún eslabón, pero sería más o menos de esta forma: artista-galería-institución del arte (con todo lo que lleva eso)-museos-ferias del arte-curadores-coleccionistas-patrocinadores. Pero debemos darle la importancia que realmente tiene esta relación. 

Yo diría que uno necesita tanto de la galería, como la galería necesita del artista. En los últimos años, incluso ha llegado a alcanzar más importancia la institución galería que el propio artista. Y lo digo por toda esta manera de la selección, de la presentación de los diferentes artistas a nivel internacional. Para mí es una relación básica, pero también podría decir que es difícil, muy difícil este “matrimonio” entre el galerista y el artista y viceversa, porque todo el mundo quiere jalar agua para su molino.

¿Qué importancia o qué papel tú le concedes al arte en nuestra sociedad actual?

La importancia del arte ha sido, es, y creo que será la misma. El papel del arte es lograr que el mundo sea más posible dentro de lo imposible que ya es. El arte incide en todos los sueños, en todas las utopías que el individuo puede tener como ser humano. Y es el arte el que las hace presentes cuando a través de él dice: aquí estamos, somos un poquito más que carne y hueso. Sin el arte la sociedad estaría condenada a morir de una manera ominosa, dejando como única huella la carnicería entre sus semejantes.

Para mí no creo que haya existido una experiencia tan positiva como la de enseñar y, a la vez, retroalimentarme con lo que mis alumnos me enseñaban.

¿Cómo valoras tu experiencia pedagógica y qué impacto ha tenido en tu obra?

Creo que los que me conocen un poquito saben que fui profesor durante muchos años en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro y en el Instituto Superior de Arte. 

Cuando llegué a México, trabajé en varias universidades y pasé muchos años impartiendo clases en la Universidad Iberoamericana de la ciudad de México. Lo único que puedo decir de mi tarea como docente es que es una de las experiencias más enriquecedora de mi vida, porque cuando uno está dando clases, también está aprendiendo. Te crea un reto impresionante que te permite estar al tanto de los últimos acontecimientos del mundo del arte, del mundo del diseño, del mundo de la arquitectura y de todos esos mundos que están confluyendo en la vida de un artista. 

Para mí no creo que haya existido una experiencia tan positiva como la de enseñar y, a la vez, retroalimentarme con lo que mis alumnos me enseñaban. 

¿Cuándo y por qué decidiste exiliarte?

En mi caso, creo que pudiera hablar de dos razones. La primera, por supuesto, es cuando tú piensas que las libertades como artistas, que teníamos en esos años, empezaron a ser coartadas por parte del gobierno cubano. Todavía en mi época uno podía darse el lujo de curar una exposición y aun las autoridades culturales venían y dialogaban contigo, pero se hacía bien difícil realizar tu trabajo. Y no lo digo solo en el sentido material, sino en el sentido espiritual porque siempre tenías que tener presente estos inconvenientes que eran ajenos, por completo, a tu manera de crear y de sentir. Hasta una vez hubo el interés por parte del gobierno de quitar una exposición nuestra para satisfacer una necesidad política. 

Cuba será siempre mi alegría y mi dolor.

La acumulación de todas estas limitantes empezó a decirme: “Oye, Carlos, cada día aquí se pone más difícil hacer el trabajo, ¿no?” Y aquí vamos a la segunda razón, que no es menos importante: la supervivencia. Comenzaba una de las etapas más tristes por la que ha tenido que pasar la sociedad cubana, llamada eufemísticamente Período Especial. Y estar fuera de la Isla era la única forma que tenías para ayudar a tu familia, el propósito de uno era mantenerla de alguna manera. Esa es la segunda razón por la que me fui: para ayudar a los míos y que todos pudiéramos seguir adelante. Por supuesto, uno no tenía idea del tiempo que estaría fuera, pero sacando la cuenta, ya son más de treinta años trabajando en México.

¿Qué queda de Cuba, y de La Habana, en tu vida y en tu arte?

Todo. Queda todo. En La Habana me formé como ser humano. Allí estuvieron mis amigos, allí estuvo, y aún está, parte de mi familia; allí estuvo mi aprendizaje de lo que me gustaba en el arte; allí vi exposiciones que me hicieron el hombre que soy, el artista que soy. Solo por recordar y poner un ejemplo: allí vi las obras de Lam y las de Antonia Eiriz en la colección del Museo Nacional de Bellas Artes. Cuba será siempre mi alegría y mi dolor. Lo saben muy bien aquellos que estamos afuera: no existe nada mejor que sentirse en casa. El exilio siempre será un útero prestado.


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© Imagen de portada: Carlos García de la Nuez, por Kike González Careaga.


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Noel Morera: “Los artistas cubanos tienen miedo”

François Vallée

Me botaron de San Alejandro por gusano, por falta de respeto, por contrarrevolucionario, me botaron por mi propia personalidad. Creo que en lo único en que he estado de acuerdo es por la razón por la que me botaron. Es verdad, soy un falta de respeto y un inadaptado formacional”.