Enrique Silvestre: ‘Es interesante ver a otro descifrando tus símbolos’



Luis Enrique Silvestre nació en La Habana en 1966 y se crio con sus abuelos en Hershey, una localidad situada en el municipio de Santa Cruz del Norte, en la provincia de Mayabeque. 

A los 16 años de edad regresó a La Habana para continuar sus estudios en el Instituto Superior de Diseño y en el Instituto Superior de Arte. Trabajó como diseñador gráfico en la revista Bohemia antes de su salida de Cuba en 1999 rumbo a Brasil (vive y trabaja en São Paulo).

En su práctica artística proteiforme y prolífica, donde la movilidad estética es la fuente de su fecundidad, Enrique Silvestre cuestiona las categorías y las jerarquías que estructuran nuestra percepción y comprensión del mundo. 

Su trabajo artístico mantiene una tensión entre las polaridades abstracta y figurativa, no está sujeto a las evoluciones del gusto, al sistema de la moda; encuentra sus raíces en la propia sustancia de la vida y, con ésta, parece regenerarse automáticamente, desarrollarse perpetuamente en formas siempre novedosas. 

Silvestre sigue su camino a su ritmo, a su antojo, sin preocuparse en lo más mínimo por agradar o ser comprendido. Él está en su obra, en su profundidad, libre de divagar, de inventar, de plasmar sensaciones, impresiones, evocaciones. Sus obras son filigranas de sus ensoñaciones, él es un soñador de imágenes (el sueño es para él una actividad estética) que arquitectura para interrogar el enigma de la visión y conjurar la melancolía al suspender el tiempo. 

Silvestre es un artista de frontera, un francotirador que desafía toda clasificación y todo marco, que escapa a la geometría euclidiana, de ahí que pasara casi desapercibido en el microcosmos artístico cubano, por cierto repleto de prestidigitadores, de estafadores y otros farsantes con aires de ínfulas, y todo ello pese a que el valor de sus obras es imponente y determinante por cuanto contiene todo lo maravilloso y oscuro del mundo (sabe, como Heidegger, que “lo oscuro es la estancia secreta de lo claro, lo oscuro conserva lo claro, se pertenecen mutuamente”). 

Son obras singulares, subyugantes, cautivadoras, asombrosas, hipnóticas, no aceptan las categorías lógicas porque la realidad no tiene nada de lógica, solamente responden a interrogaciones interiores llenas de asombro y desconcierto. 

Las pinturas de Silvestre intentan transmitir al espectador algo que no es totalmente traducible por el lenguaje, o incluso por la razón: son gotas de luz cimentadas que actúan en toda la extensión de nuestra sensibilidad y no en nuestro único intelecto. Constituyen una ilusión muy recomendable en nuestra sociedad actual donde la mutación del sentido de la belleza resulta pasmosa. 

Su finalidad no es instruirnos, sino sumergirnos en una especie de estado hipnótico, de éxtasis ascendente; son intensidades y por eso son una distensión del tiempo. 

Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia.

Nací en La Habana, en abril de 1966. Mis padres eran médicos y después de su separación, a los cinco años más o menos, fui a vivir con mis abuelos paternos en el pueblo de Hershey, en las afueras de La Habana, camino a Varadero. 

Allí pasé toda mi infancia hasta los quince años. Hershey es un pueblo diferente, pues fue un proyecto (model town) del propio Mr. Hershey (el de los chocolates) antes de 1959. Las casas recordaban los chalés americanos, eran muy abundantes en árboles y jardines y había un río encantador a donde siempre iba. 

Mis abuelos eran personas muy educadas y elegantes, con un sentido estético a lo criollo cubano. Mi abuelo, Luis Silvestre, era el director económico del central azucarero que había en el pueblo, era la mano derecha del antiguo magnate del azúcar en Cuba. Él tenía mucha influencia y organizaba fiestas con la Orquesta Aragón y cerveza para la gente del pueblo, que eran funcionarios del central; tenía un Chevrolet azul y blanco y me llevaba a la playa de Cojímar.

Mis abuelos me querían mucho, la verdad es que tengo muy lindos recuerdos de esa época, mis primeros cuadros están muy influenciados por aquellas vivencias. Eran como abstracciones morfológicas, orgánicas, medio sexuales, extrañas, pintadas en cartulinas con tempera porque secaba rápido. Incluso las expuse en el Salón de la ciudad en 1988 y me dieron el primer premio, pero como yo era un desconocido, se lo dieron a otro pintor más famoso. 

No conservo ninguna obra ni fotos de esta serie; en Cuba en aquella época no había nada, solo chispaetren

Si tuviera estas obras hoy (las compró todas un coleccionista canadiense), no las vendería, las tendría aquí conmigo. El campo de Hershey inspiró mucho mi pintura llamada primitiva, que llegó después, mucho tiempo después y que me vino por mi desconocimiento del dibujo y de la información académica y retórica, que después estudié.

¿Qué formación tuviste? ¿Cómo valoras la enseñanza que recibiste? 

A los veintitrés años, me gradué del Instituto Superior de Diseño y decidí hacer las pruebas de San Alejandro; las aprobé pero no me adapté y abandoné la escuela al cabo de dos meses, o mejor dicho, me botó de ahí un profesor de Dibujo. 

Es que esas clases académicas eran muy aburridas, yo no estaba para eso. Esas clases de dibujo ¡qué tedio! El único que servía ahí era Antonio Alejo, el profesor de Historia del Arte. 

Entonces comencé a trabajar en la revista Bohemia, como ilustrador de la sección de humor. Allí conocí al cartelista Muñoz Bachs y el trabajo de Jesús González de Armas y de Chago Armada, que me impresionaron mucho y cuya influencia siempre me ha acompañado, pues el humor es fundamental en las narrativas de mis obras. 

En los años del ISA (1988-1993) mis profesores fueron Flavio Garciandía, Eduardo Ponjuán, Osvaldo Sánchez, entre otros. Valoricé mucho las metodologías de estos profesores que también eran buenos artistas.

¿Qué es el arte para ti?

El arte para mí es como la nada de Sartre: no está, no lo alcanzo nunca, pero vivo en él…

¿De qué manera has evolucionado como artista? ¿Han cambiado tus ideas sobre el arte? 

Soy una persona bastante ansiosa y obsesiva y el arte me ha permitido darle evasión a esas energías e, inevitablemente, con el hacer diario, he podido transcender las metodologías de mi trabajo tanto en el dibujo, en el objeto o la pintura. 

Soy muy curioso, todo me interesa y me he dado el placer de experimentar todo tipo de abordaje artístico: los materiales, los soportes, los temas, las vanguardias… 

El fenómeno de la emigración hacia Brasil me hizo diluirme en otros saberes, específicamente el neoconcretismo y el concepto de antropofagia, que en Brasil es tan peculiar. Yo tenía un vasto conocimiento de la retórica de las artes plásticas, pero esto realmente fue un descubrimiento y, claro, absorberlo desembocó en una evolución de mi trabajo.

¿Cómo definirías tu práctica artística? 

Tengo diferentes procesos de trabajo: uno más controlado y racional, generalmente con la pintura, y otro más intuitivo, lúdico, basado en la improvisación, generalmente en el dibujo y en la confección de objetos. Siempre estoy haciendo dos o tres cosas a la vez.

¿Cómo contemplas tu estatus de creador en el siglo XXI? 

Mi estatus como creador… Pienso que ha sido una lucha contra el tiempo y la muerte.

¿Eres reacio a explicar tu trabajo, al acercamiento crítico?

Cualquier manifestación de un pensamiento crítico me agrada, pues a la manera del espejo (abyecto o no) crea una doble imagen de mí o de mi obra. Al final, es un ejercicio de arte también y lo miro con los mismos ojos con que me miran. 

He tenido la suerte de tener buenos amigos que han creado en la forma de la escritura lindas imágenes de mi trabajo y lo aprecio mucho. A veces, ni yo mismo sé lo que estoy haciendo y, aunque me gusta mantener las cosas con su misterio, es interesante ver a otro descifrando tus símbolos.

¿Qué artistas han influido en ti y a cuáles sigues admirando? 

Siempre me gustaron mucho los primitivos flamencos: El Bosco, Lucas Cranach… pero también Henri Rousseau, Frida Kahlo. La figuración siempre me interesó mucho. 

Alguien que me inspiró desde mi comienzo fue Philip Guston. Me gusta el expresionismo alemán, admiro a Balthus, a James Ensor, a Antonia Eiriz, el arte del inconsciente, Bispo do Rosario, Tunga y Francis Bacon, que hasta hoy es un pintor que no ha dejado de inquietarme.

Háblame de tu proceso de creación.

Trabajo todos los días, le dedico casi todo el tiempo de mi vida a la creación y me siento feliz de poder hacerlo. Con eso me conformo. Claro que es siempre lindo vender un cuadro, exponer, formar parte de exposiciones, estar en catálogos, pero eso pasa conmigo siempre de una forma mágica o como consecuencia de mi dedicación.

¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo? 

El escenario que ha creado el arte contemporáneo, con sus múltiples exigencias en el mercado del arte, es algo de lo que no formo parte, por circunstancias de la vida y decisiones que he tomado a lo largo del proceso de mi obra. 

Siempre he tenido que protegerme (aunque esa actitud hasta haya saboteado mi carrera) de lo que no me deja saber la verdad acerca de mí mismo.

¿Qué tipo de relación tienes con los galeristas?

No tengo ninguna, pero no tengo nada en contra…

¿Cuándo y por qué te exiliaste?

Salí de Cuba porque sentía la presión de las instituciones sobre mi trabajo. A finales de los años 90, se corrió una bola por La Habana de que yo estaba medio loco. A pesar de eso, no sé por qué, me invitaron a participar en la Bienal de La Habana en 1999. 

Dio la casualidad de que ahí conocí a mi actual esposa Ania y decidimos irnos para Brasil el 5 de mayo de 1999 y comenzar todo de cero. La hermana de Ania vivía en Brasil y la invitó. Ya sabíamos antes de salir que nos íbamos a quedar allí. 

Al poco tiempo de estar en Brasil, me invitaron a una exposición en Porto Alegre y me fue muy bien, vendí muchas obras. Para mí, era importante también ampliar mi investigación y en Cuba mi expresión se estaba agotando. Aquí en Brasil, siento que mi obra ha ganado otro sentido al volverse un híbrido de dos mundos o dos identidades.

También ha influido bastante en mi trabajo el fenómeno del anonimato: te da una gran libertad, una independencia, estás más libre para explorar distintos tipos de representación en varios universos al mismo tiempo y, como mi trabajo es muy fenomenológico, me ha permitido avanzar, procesar e investigar libremente y tener tiempo para crear. 

¿Qué representa Cuba en tu vida y en tu arte?

Cuba representa para mí una escuela de sobrevivencia en todos los sentidos. Después de vivir en esa isla diabólica, consigo estar en cualquier lugar del mundo sin tener nada que perder. 

Extraño mucho las aventuras con mis amigos, las matas de mi patio en el pueblo de Hershey, el mar… Hasta hoy repercute esa vivencia de varias formas en mi representación. Mirar desde lejos aquella vivencia hace que toda hierba se convierta en carne.


Enrique Silvestre (galería)





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01×11. Cuba en la telaraña de seda

Hypermedia Magazine

Un nuevo episodio, de este, tu podcast, La pastilla.






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