Hay que ser nómadas,
atravesar las ideas como se atraviesan
los países o las ciudades.
Francis Picabia
La obra creativa de Flavio Garciandía se construye en referencia a la historia del arte y a los dogmas de ideologías artísticas pasadas a las cuales aportó su singularidad.
Este interés por la historia de la representación y la exploración sin trabas de sus programas y esquemas en su práctica artística están en consonancia con su inmensa curiosidad y su íntima necesidad de renovación formal. Esta praxis tiene la ventaja de hacer retroceder cualquier retórica, de no fijar nada.
Flavio se divierte pintando para arriesgarse, para romper reglas, pero también para no aburrirse, para divertirse, para reír (el humor desembaraza lo cómico de su pesadez corporal); se trata de un pintor profundamente superficial o superficial por profundidad…
Perpetuamente insatisfecho, no ha dejado de pasar a otras preferencias, especulando sobre los azares y las sorpresas que le reservan este tipo de arreglos y sabedor de que cualquier etiqueta encorseta, reduce y limita a quien la ostenta.
Su trayectoria es larga y diversa y su proceso de creación es una serie caleidoscópica de experiencias que bebe esencialmente de las fuentes del posmodernismo: se refiere sistemáticamente a la parodia, la cita, la recuperación, la mezcla, la recomposición.
Comenzó en los años 70 con una tendencia hiperrealista, siguió con una profunda indagación sobre el acervo hasta entonces poco analizado de los aspectos de la cultura cubana, como el kitsch, las formas malas, la estética barriotera, la chealdad, los emblemas ideológicos…, hasta sumergirse en una pura abstracción, una abstracción distinta que él denominó “Nueva abstracción tropical”: este arte de la intuición orgánica que todavía hoy sigue profundizando.
Ahí reside una de las claves de su obra. Esta valentía, esta libertad, esta impertinencia casi, de no dejarse atrapar en ninguna camisa de fuerza artística, en ningún estilo. No soporta esta necesidad de buscar en todas partes y todo el tiempo una enseñanza, una lección, ya que las grandes obras no nos enseñan, no nos instruyen, sino que nos sumergen en una especie de aturdimiento casi amoroso.
Flavio es un francotirador, un explorador, navega libremente y siempre experimenta un inmenso placer pintando y creando, porque vive para crear.
En una época en la que muchos jóvenes artistas siguen fenómenos superficiales, se unen a escuelas y grupos, abrazan teorías; en una época en la que la prepotencia del marketing y de la alta especulación financiera se desvive por anegar cualquier singularidad de sensación y de pensamiento, hemos terminado por olvidar que el arte no procedía de una producción y que no había nada más difícil de encontrar que un artista genuino y auténtico.
Es el caso de Flavio Garciandía, quien sólo se ha dejado guiar por la fuerza de su interioridad y por un jubiloso placer experimentado en la práctica creativa.
Su obra no es el reflejo de sistemas artísticos efímeros, sino que está apegada a una atemporalidad creativa, lleva en sí todas las imágenes de una memoria, imágenes a la vez inexplicables y evidentes. Imágenes que saca de cualquier lugar, recogidas en el curso de sus vivencias e investigaciones, como si hubiera hecho suya la recomendación de André Breton en Los pasos perdidos:
“Déjenlo todo. Dejen Dada. Dejen a su esposa. Dejen a su amante. Dejen sus esperanzas y sus temores. Abandonen a sus hijos en medio del bosque. Suelten el pájaro en mano por los cien que están volando. Dejen si es necesario una vida cómoda, aquello que se les presenta como una situación con futuro. Salgan a los caminos”.
Flavio también se lanzó obesivamente a explorar los misterios de las Artes, y a aprovechar las indecibles alegrías que estos caminos deparan a las mentes curiosas y apasionadas.
Flavio Garciandía aplica los dogmas de la ideología artística y de la historia del arte, aportándoles su singularidad. Al pintar, recomienza la pintura, reconquista la libre disposición de su invención, deniega el simulacro, la aquiescencia, pero defiende la epigonía.
Su objetivo no es iconoclasta: usa las imágenes acumuladas en las memorias, los procesos codificados o programados; vincula la pintura a su historia, a un atavismo cuyos orígenes se incuban en lo más profundo del inconsciente, para mostrar la totalidad de su esencia y hacer de ella un campo de conocimiento y de belleza.
La pintura de Flavio Garciandía es una inmanencia sensible, una concreción afectiva y sentimental, un lugar voluptuoso y contemplativo cuyo propósito es producir emoción, placer, belleza. No está hecha para transmitir un mensaje: es una zona de sensibilidad, de espiritualidad, una presencia, la proyección de un silencio expresivo.
Sus cuadros son espacios de libertad, de respiración, de depuración y de reflexión; se dirigen al aparato de la percepción visual para alcanzar el ojo interior, “el ojo que escucha”, según Claudel.
Su dialéctica de la abstracción se asemeja a la que describió Heidegger en Sendas perdidas: “La obra no consiste en la reproducción del ser particular que tenemos ante nuestros ojos, sino en la restitución en él de una esencia común de las cosas”.
Flavio acepta y defiende el color en su materialidad, en su concreción intrínseca. Su pintura no es austera, cerebral, repetitiva, fría: es jubilosa, sensible, variada, cálida. Va más allá de la abstracción o de la concreción, a fin de obtener una sonoridad formal y cromática que apela tanto al intelecto como a las emociones, para desembocar en resonancias físicas y espirituales.
Contrariamente a lo que Paul Klee afirmaba tan acertadamente, Flavio no hace visible lo que no es visible; inventa una visibilidad de lo que nunca será visible. En su concepto y práctica del arte, la dualidad forma-contenido está abolida: forma y contenido constituyen un solo hecho indivisible. Su arte procede de una concepción mental que obedece a reglas exactas y precisas, sin estar disociado de la pulsación y el color de la realidad moviente.
Flavio Garciandía es un dispensador de signos que se propone redefinir la pintura, experimentando con la forma, que, a diferencia del signo que significa, se significa a sí misma, por citar a mi admirado Focillon.
Se trata de un pintor que vive en la fascinación: su pintura no representa la vida, es un silencio que hace viva la pintura, la luz puntual del mundo en el sujeto lírico. Demuestra constantemente que es un pintor que va hasta el final de su pintura, escarba en ella, explora su esencia profunda, como si quisiera extraer de ella este jugo, esta sustancia pura de la creación, este invisible que irriga lo visible hasta hacerlo palpable.
Flavio Garciandía (Galería):

“Sentimos que el mundo se ha olvidado de nosotros”, una conversación con Luis Manuel Otero Alcántara
Por Coco Fusco
“Entonces, digamos que mañana salimos de la cárcel. ¿A dónde vamos? ¿A la misma Cuba o a un exilio obligatorio?”.