Gustavo Pérez Monzón: “Hay mucho enojo alrededor del dinero y el arte”

Gustavo Pérez Monzón nació en Sancti Spíritus en 1956. Cursó la Escuela Provincial de Artes de Santa Clara y Cienfuegos, la Escuela Nacional de Arte de La Habana; estudió Artes Plásticas en el Instituto Superior de Arte de La Habana y obtuvo una licenciatura en Artes Visuales en el Centro Morelense de las Artes de Cuernavaca, en México. Formó parte de la exposición Volumen I en el Centro de Arte Internacional de La Habana en 1981. Fue profesor durante varios años; trabajó mucho con los niños en Cuba, creando talleres de arte, y fundó la Licenciatura en Artes Visuales en el Centro Morelense de las Artes. Vive en México desde 1990.

Pérez Monzón es uno de los más importantes artistas cubanos contemporáneos, y uno de los primeros en introducir el arte conceptual en Cuba. Desde sus inicios tuvo como referentes importantes el arte povera, el arte de la tierra y el arte popular. Su obra versa sobre la espiritualidad, la mística, el ocultismo, el esoterismo, la numerología, las lecturas de tarot como alfabeto simbólico a fin de establecer vínculos entre números, formas y conceptos filosóficos o poéticos. Los números, para él, encierran no solamente cantidades, sino también imágenes que establecen relaciones y les dan ordenamiento y significado.

Pérez Monzón trabaja en soportes frágiles como el papel o la cartulina, con materiales pobres, orgánicos, intangibles, efímeros y vulnerables, para expresar, a través de formas geométricas muchas veces improvisadas, sus emociones más profundas y viscerales. A semejanza de nuestro pensamiento, estructurado por numerosas dimensiones, sus obras se inspiran en las distintas relaciones entre la astrología, la astronomía, la alquimia, los saberes ocultos o mágicos y los saberes racionales, para enlazar poéticamente las distintas categorías del conocimiento y darnos la libertad o el permiso de existir mejor.

La obra de Pérez Monzón es profunda, auténtica, sincera, singular, enigmática, sin concesiones. Al llegar a México, y durante veinticinco años, decidió dejar de lado su producción artística para explorar la pedagogía como otra forma de práctica artística. En 2013 conoció a la coleccionista Ella Fontanals-Cisneros, quien le propuso recrear las obras que había realizado en los años ochenta en Cuba para que formaran parte de su fundación. Ese acontecimiento marcó su regreso al campo de la creación y suscitó el interés de muchas galerías, instituciones y museos de arte por su obra.

Para comenzar, háblame de tu infancia en Cuba.

De niño seguí el instinto de lo que me gustaba: dibujar y pintar, y un buen día, a los doce años, llegué a un internado para estudiar artes plásticas, después a otros; hasta que empecé, como a los veinte años, a trabajar en la enseñanza y a dibujar a un ritmo personal.

Fui ese niño del campo, retraído, que llega temeroso y asustado a los internados, a un mundo rudo donde hay que hablar alto y cumplir con disciplina militar, y donde te sientes frágil frente a los niños de la ciudad. Tal vez no fue el peor lugar para pasar la adolescencia. En un internado de estudiantes de arte hay de todo.

¿Cuál fue tu primera emoción estética? ¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista plástico?

Desde que era estudiante encontré satisfacción en el mundo del arte, y alrededor de él fue creciendo mi persona. Vi que podía pintar lo que me gustaba y, al hacerlo, me sentía seguro.

En esos primeros años, hubo en mi vida mucho cine, lecturas y exposiciones que me ayudaron a enfocarme y a definir intereses. Desde la adolescencia me sentí atraído por el mundo esotérico, y en particular por el estudio del tarot; quizá esas primeras escapadas del pensamiento lógico me situaron en un espacio cercano al arte. Todavía puedo recordar los fines de semanas en la Biblioteca Nacional buscando libros de ocultismo oriental y revistas de arte. Esos momentos de fascinación inicial han seguido alimentándome.

¿Qué formación tuviste? ¿Cómo valoras la enseñanza que recibiste?

Aprendí lo básico sobre el proceso del arte con mis maestros de escuelas. A finales de los años sesenta y principios de los setenta, todavía existía una realidad exterior que debía ser interpretada en las obras, por lo que aprendías a observar las técnicas, las formas de representación, y después pasabas a encontrar una manera de hacer que te distinguiera.

Más tarde, al compartir intereses profesionales con los artistas de mi generación, al convivir, exponer y socializar con ellos, empecé a entender otras complejidades. El espacio del arte se hizo más amplio y lúdico; se hablaba de instalación y no necesariamente de pintura, de obras tridimensionales y no de escultura, y todos los materiales podían ser parte del arte; esa nueva experiencia poco tenía que ver con lo aprendido en las escuelas.

Trato de no juzgar a mis maestros, y tampoco a mí mismo como maestro; uno enseña lo que ha podido entender con un poco de profundidad e intenta trasmitirlo en un medio donde las maneras de ver pasan rápidamente. Ahí la mirada de un maestro, por muy aguda que sea, puede parecer envejecida con facilidad.

En años recientes tuve la responsabilidad de enseñar en nivel universitario. Fue una oportunidad de revisar mi entendimiento del arte y la etapa más completa de formación para mí.

¿De qué manera has evolucionado como artista?

Creo que voy ganando en libertad. Libertad para aceptar un espacio de arte más amplio y disfrutar una gama mayor de géneros y posibilidades creativas. A pesar de ser un seguidor de las propuestas racionalistas de la Bauhaus, con el paso de los años me he abierto al otro extremo, donde el esplendor de lo decorativo y lo irracional se convierte en expresión.

Como artista, me gustaría ir perdiendo la forma, algo así como una mayor movilidad entre las disciplinas.

¿Qué artistas te han influenciado y a cuáles sigues admirando?

Una especie de “banda sonora” visual, de favoritos, me ha acompañado en cada momento: Braque, Picabia, Josef Albers, y muchos modernistas más, han hecho que me vea en ellos y que mis gustos tomen forma. Seguramente en esa avalancha de ediciones interiores he terminado por creer como propio lo que se me pega de otros.

En la actualidad me atraen artistas considerados “al margen” del arte, que alimentan mi necesidad de creer en otras maneras de ser creativos: autodidactas, médiums, artistas tradicionales, visionarios. Ahí están los grandes como Martín Ramírez, que desarrolló su rara obra en un sanatorio mental, sin pretensiones de ser exhibido; o Hilma af Klint, quien, al dejarse guiar por un espíritu de otra dimensión en la realización de sus “pinturas para el templo”, legó una de las obras más originales del siglo XX.

Encuentro frescura en el arte de las culturas tradicionales, principalmente en los bordados, que se han convertido para mí en un lugar constante de inspiración.

Desde la distancia, ¿cómo juzgas a tu generación, la de los años ochenta?

Al pensar en los años ochenta me vienen imágenes de gente cercana, con deseos de vivir y hacer arte desde sus particularidades. Era una actitud de alguna manera diferente a la generación anterior, que estuvo intentando darle imagen al ideal socialista. Para ese momento las representaciones de la utopía socialista, e incluso la palabra revolución, se habían convertido en un lugar común sin fuerza para activar la mente de los jóvenes que empezaban a producir.

Esa sensación de espacio abierto propició Volumen I y el inicio de una generación prolífera para el arte en Cuba. Temas como la identidad, la vitalidad, la libertad y la historia empezaron a aparecer desde un nuevo lugar muy experimental en el panorama artístico.

¿Cómo valoras el arte cubano contemporáneo?

No percibo el arte cubano de la actualidad diferenciado de la corriente internacional, a pesar de que muchos artistas expresen de manera inmediata su descontento hacia la situación política y social. Desde mi distancia veo muchas figuras que destacan con brillo propio sin estar sujetas a la geografía cubana; artistas como Alexandre Arrechea, Michel Pérez Pollo y Carlos Garaicoa están entre mis nuevos favoritos.

Cuéntame tu proceso de creación.

Entiendo a través de alguna percepción intuitiva que me orienta en lo que tiene sentido, en los comienzos, y cuando algo llega al fin; lo demás es trabajo y proceso. Me cuesta mucho hablar, escribir y preparar discursos desde mi cabeza, que no es muy ordenada. Cuando pienso en obras percibo el dibujo y la estructura como lo primero, aun en obras tridimensionales.

¿Conoces la influencia que has tenido en otros artistas cubanos?

Siendo maestro en escuelas de arte por mucho tiempo, he tenido el privilegio de inspirar a otros para que puedan encontrar su propio camino, sobre todo en México, donde trabajé durante muchos años en la formación profesional.

En Cuba, hace pocos años el Museo Nacional de Bellas Artes presentó una muestra de mi obra procedente de la colección de Ella Fontanals-Cisneros, y recibí muy buena acogida del público y de los artistas cubanos. Esto no es propiamente una influencia en los términos que preguntas, pero me dio mucha satisfacción.

¿Qué relación mantienes con las otras artes? Supongo que tu biblioteca puede decir mucho de tu obra. ¿Qué libros predominan en ella?

Me hubiera gustado tener talento renacentista y moverme entre varias disciplinas, sin especialización. Veo los libros como extensiones de lo que intento ser; de esa manera, en mi biblioteca predominan libros de arte, temas espirituales y cocina. En una mirada detallada puedes encontrar arquitectura, textiles, jardinería, conciencia, culturas tradicionales, fermentación de alimentos y Qi Gong.

¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo?

Hay mucho enojo alrededor del dinero y el arte, sobre todo en los artistas que anhelan algo así como un comercio justo en el arte, porque no se sienten beneficiados. El mercado del arte no es justo ni equitativo, pero es una bendición que tu obra sea valorada y cotizada, sobre todo si pretendes pasártela en el estudio.

Mirándolo desde este lado práctico, para producir requieres condiciones favorables, estabilidad, y un soporte económico que tiene que llegar de algún lugar, como en cualquier tipo de investigación. De todo lo demás entiendo poco.

¿Qué papel le concedes al arte en nuestra sociedad actual?

Entiendo que el arte puede cambiar en las personas el modo de relacionarse con el mundo, su conciencia; pero las personas tienen que entrar en la sintonía del arte.

¿Cuándo y por qué decidiste exiliarte?

Cuba es un lugar familiar donde viven personas queridas, pero no estoy motivado a estar allí, ni mantengo una identidad ligada al conflicto cubano. Creo que la casa paterna tuvo sentido, pero quedó en paz en algún lugar de mi mente y en los afectos. Cuando vine a México me sentí en casa desde el principio, y eso fue suficiente para reiniciar mi vida.


Galería


Gustavo Pérez Monzón – Galería.




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