Leandro Feal: “Crear nuevos imaginarios de una Cuba en transición”

Leandro Feal nació en La Habana en 1986. Estudió en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro y en el Instituto Superior de Arte de La Habana, e hizo un posgrado en la Cátedra Arte de Conducta, creada y dirigida por Tania Bruguera. Vive y trabaja entre La Habana y Barcelona.

Ha recibido varias becas de creación artística, y su obra forma parte de la colección del Museum of Modern Art (MOMA) de Nueva York, The Modern Forms Collection (Inglaterra), The Coppel Foundation (México), The Pérez Art Museum de Miami, y The Cisneros Fontanal Art Foundation (Estados Unidos).

Leandro Feal desarrolla un acercamiento experimental a la fotografía: un uso a la vez reflexivo y afectivo, instrumentado y lúdico, político y poético, obsesivo y prolífico, de la práctica fotográfica. Su obra se sitúa en la frontera entre lo íntimo y lo colectivo; está siempre en contacto con un mundo flotante, un espacio-tiempo cautivador: el del final de una época, de un proceso político histórico, de un reino: la Revolución cubana.

Feal se mueve por las calles, los bares, las discotecas, las casas de La Habana, para captar la esencia de la juventud cubana poscomunista. Fotografía todo lo que ve, nada se le escapa: su cámara constituye una especie de apéndice, parte de su carne. De ahí que conciba la fotografía como un acto físico y sensual, un gesto audaz y libre. Su ojo explora las formas del mundo sin otra finalidad que la exploración. Su trabajo consiste en compartir una mirada (que no una visión), y no contiene mensaje alguno: solo remite al acto fotográfico, cuyo fundamento es reconciliar el poder del mundo, y el del hombre sobre este mundo.

La obra de Leandro Feal se inspira más en el mundo del cine que en el de la fotografía: el realismo subjetivo de Rosselini, los primeros planos de Dreyer, el universo poético de Bresson, la libertad irreverente de Agnès Varda… Contrariamente a un fotógrafo de prensa, que busca el instante decisivo, sintético, Feal saca el momento en que las cosas todavía no han sucedido: la suya no es una mirada fotográfica descriptiva ni constatativa, distanciadora u objetivante, sino una mirada fotográfica que se pone en escena. 

Uno de los elementos esenciales de la fotografía es la cuestión del tiempo, la necesidad de expresar el tiempo (y no el instante) para poder representarlo. Es lo que alimenta la concepción que tiene Leandro Feal de la imagen fotográfica, precisamente como imagen indecible e imagen de lo indecible, esto es: un icono lacónico. El propósito de Leandro Feal es retratar “el recuerdo de un porvenir”. Como diría Chris Marker: no trabaja en el presente, sino en el futuro anterior; vive el presente de su experiencia como el pasado de un futuro. 

La fotografía evoca un tiempo perdido y profundo; emite, por tanto, un silencio: no hay nada más silencioso que una fotografía. La fotografía de Leandro Feal está impregnada de profundidad silente, una profundidad vinculada al encuentro del Tiempo y de la Belleza, “esta flecha lenta” (Nietzsche).

Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia…

Nací en 1986. Soy el hijo único de una madre soltera. 

Empecé a tener conciencia en el Periodo Especial, aunque recuerdo vagamente alguna manzana y alguna compota soviética. De hecho, recuerdo ver en el televisor en blanco y negro a un tipo que parecía importante con una mancha en la cabeza, al que los mayores miraban con atención y decían en broma (aunque yo me lo creía) que esa era una mancha de compota rusa. Con el tiempo supe que era Mijaíl Gorbachov, y que estaba en Cuba anunciando el fin de la Unión Soviética, lo que para el país se tradujo en el Periodo Especial: mucha escasez y hambre. De repente, Habana Vieja, mi barrio, se llenó de turistas que compraban en tiendas donde los cubanos no podíamos entrar, y en una moneda que tampoco podíamos tener (el dólar). 

Recuerdo a mi madre afuera de una de estas tiendas, dándole dólares a un turista mexicano para que le hiciera el favor de comprarle una mochila y unos zapatos para que yo pudiese ir a la escuela. Recuerdo mi miedo, y la conciencia de que tener dólares podía llevar a mi mamá a la cárcel. Así, desde muy temprana edad, yo ya sabía que aquello no funcionaba, que era una locura. Y así empecé mi primer grado a los seis años, con aquella mochila y esos zapatos de la shopping.

¿Cuál fue tu primera emoción estética? ¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista plástico? ¿Cuándo se convirtió el arte en el centro de tu vida? 

Es difícil para mí decirte cuál fue exactamente la primera emoción estética. Me viene a la mente mi tío sentándome en su habitación y poniendo en su tocadiscos El lago de los cisnes, de Chaikovsky, mientras me contaba toda la historia de aquel ballet. La melancolía y la fuerza de esa música fueron muy emocionantes para mí. 

Con mi tío aprendí mucho de la sensibilidad hacia el arte. Él tallaba madera, y yo también cogía un trozo y me ponía a tallar alguna figura junto a él. También pintaba; me enseñó a imprimar un lienzo para pintar al óleo. Recuerdo con mucha fuerza el olor tan intenso del aceite de linaza. Todas estas clases con él siempre venían acompañadas de historia del arte: me explicaba quién era Rodin y su pensador, quién era Leonardo da Vinci y su rivalidad con Miguel Ángel, quién era Vincent van Gogh, que nunca tuvo éxito en vida, pero lo dio todo por el arte…

Pienso que, en general, soy artista gracias a mi entorno familiar. Mi madre, Caridad, era actriz y cantante. Estuvo en el grupo de Tito Junco, y recuerdo ver a los actores en los ensayos en la Casa de Cultura. Allí me ponía a tocar, sin saber, los pianos que había en las salas de aquella casona. Escuchaba y veía los ensayos de folklore con los tambores batá y los bailes yorubas y, por supuesto, miraba los cuadros colgados en las paredes de los talleres de pintura. Apenas tenía cuatro o cinco años. 

Todo ese ambiente, que luego también estaba en casa, hizo que el arte llamara mucho mi atención. De hecho, podría decirte que a mí me educaron para ser artista: era la profesión que más se valoraba en casa, y me venía de sangre.

¿Qué formación tuviste? ¿Cómo valoras la enseñanza que recibiste?

Yo era el típico niño del aula que siempre estaba dibujando. Y ya en la secundaria, alrededor del año 2000, empecé a estudiar pintura en esa misma Casa de Cultura de Habana Vieja, y posteriormente en la escuela de 23 y C. Allí preparaban para entrar en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, con unos cursos muy completos de dibujo, pintura, escultura e historia del arte. 

Me gustaría destacar las clases de historia del arte de la profesora Mairelys Peraza: eran espectaculares. Hacía especial énfasis en el arte cubano de los ochenta, en cómo ese momento fue un renacer de nuestro arte nacional, que se ponía al día a nivel global, pese a que la institución quería invisibilizar este movimiento y a sus protagonistas, en su mayoría exiliados. No omitía la fuerte censura que sufrieron esos artistas, el cierre constante de exposiciones. Nos hablaba de los performances del grupo Ar-De y Arte Calle, del objeto esculturado y del performance de Ángel Delgado que le costó la cárcel

En las escuelas de arte, los profesores nos trasmitieron esas historias y la grandeza de aquellos artistas. Ahora veo que fue una estrategia por mantener vivo entre los estudiantes ese legado de irreverencia. Tanto fue así que muchos en San Alejandro queríamos ser artistas de los ochenta; incluso, muchas veces nos parecía que ya no se podía hacer nada nuevo. 

Estudiar en San Alejandro era un sueño, y fue una gran experiencia para mí. Suponía un espacio de libertad donde podías llevar el pelo largo; no había uniforme ni matutino; estabas libre de adoctrinamiento, en definitiva. Los profesores que más influyeron en mí fueron sin duda Luis Gárciga y Miguel Moya. Ellos estudiaban en el primer grupo de la Cátedra Arte de Conducta que dirigía Tania Bruguera

La Cátedra marcó un punto de inflexión en mi formación, y en la de mi generación. Entré en ella estando en tercer año de San Alejandro. Tania nos abrió nuevos horizontes: más allá del cuerpo físico para el performance, estaba el cuerpo social y la actitud del artista como materia prima. Una década y media después, en 2021, hemos comprobado cuán importantes han sido estas enseñanzas para la resistencia cívica que está generando el gremio cultural en la Isla.

En la Cátedra impartían talleres los artistas y teóricos más importantes del entorno cubano, desde Magaly Espinosa y Gerardo Mosquera hasta Desiderio Navarro. Internacionalmente hablando, fue un desfile de grandes figuras como Stan Douglas, Thomas Hirschhorn, Allora & Calzadilla, Humberto Vélez, Nicolas Bourriaud, por solo mencionar algunos. Si te fijas, la inmensa mayoría de los artistas de mi generación con obras interesadas en lo político y lo social, pasaron por la Cátedra Arte de Conducta. 

Ya en el Instituto Superior de Arte, fue de gran importancia para mí ser alumno de Eduardo Ponjuán, gracias a sus ejercicios personalizados que ponían en crisis todo lo aprendido hasta entonces. 

La fotografía la aprendí en la calle, ya que no se impartía en la escuela por falta de recursos (no había química, papel ni película, y la fotografía digital apenas había llegado a la Isla). Siempre me llamó la atención ese medio, y para acercarme a él acudí a diversos cursos con fotógrafos como Félix Arencibia (toda una escuela), el Chino Arco, Ossain Raggi, Armando Medardo, Pintado Vitier (con quien más aprendí a dominar la técnica). 

Pintado impartía unos cursos espectaculares de fotografía cinematográfica en el Centro Fresa y Chocolate. Después de las clases, los alumnos que teníamos más interés le pedíamos que nos hiciera otra formación de fotografía fija, y todos los martes a las nueve de la noche íbamos a su casa. Allí, con el trasfondo de su madre viendo la novela, aprendí el sistema de zonas de Ansel Adams y muchas más cosas de la técnica e historia de la fotografía.

¿Qué es el arte para ti? 

Libertad. Es hacer lo que te plazca y generar contenido a la vez. El arte es una de las pocas disciplinas donde las reglas están hechas para romperlas. Es también belleza, armonía, pensamiento e innovación, y es una huella en el tiempo que nos trasciende como seres humanos.

¿De qué manera has evolucionado como artista? ¿Han cambiado tus ideas sobre el arte? 

En el corpus de imágenes que he creado, mi trabajo partió de documentar ciertos espacios de resistencia cultural desde mi entorno más cercano, renovando a la vez el lenguaje fotográfico documental, que me parecía muy viciado en Cuba. 

Creo que tuve una gran intuición al centrar mi investigación en estos temas; hoy podemos constatar cuánta fuerza tienen para generar un cambio en la nación. 

También pienso que la variedad de géneros y estilos fotográficos ha sido importante dentro de mi práctica, así como la exploración en el audiovisual.

¿Cómo definirías tu práctica artística?

Mi superobjetivo ha sido crear nuevos imaginarios de una Cuba en transición, una Cuba con aires de libertad y cosmopolitismo. Como mismo los fotógrafos y cineastas de los sesenta construyeron la épica y, con ella, la imagen de un nuevo país, yo he pretendido documentar el final de ese relato y construir una nueva imagen, una nueva forma de ver Cuba, pues para proyectar un nuevo país es necesaria una nueva forma de representarlo.

¿Cómo contemplas tu estatus de creador en el siglo XXI?

Es todo un privilegio dedicarse a lo que a uno le apasiona y tener una audiencia dispuesta a prestarle atención, sobre todo en esta época de (sobre)estímulos y distracción en las redes sociales. 

¿Eres reacio a explicar tu trabajo, al acercamiento crítico?

Para nada soy reacio a explicar (que no desnudar) mi trabajo, me interesa el acercamiento crítico. Es un ejercicio intelectual muy saludable y necesario, para mí y para mi obra. El entorno del arte cubano ha sido muy interesante en este aspecto, siempre riguroso. También tengo presente el ejercicio del día de la crítica en San Alejandro, la Cátedra y el ISA. 

El contexto cubano es supercrítico y exigente y no se puede dar gato por liebre fácilmente. No te imaginas lo útil que me ha sido para defender mi trabajo en otros contextos.

¿Qué artistas te han influenciado y a cuáles sigues admirando?

La lista es larga. A nivel internacional: los fotógrafos August Sander, Daidō Moriyama, Araki, William Eggleston, Josef Koudelka, Robert Mapplethorpe, Nan Goldin, Diane Arbus, Terry Richardson, Wolfgang Tillmans, Thomas Ruff, Antoine d’Agata, y Boris Mikhaïlov.

En la pintura citaría a Vermeer, Velázquez y Toulouse-Lautrec. Frente a la obra de Picasso he experimentado el Síndrome de Stendhal en dos ocasiones: la fuerza de sus cuadros es tremenda.

De los contemporáneos, Andy Warhol es posiblemente mi artista favorito desde San Alejandro. También podría citar a David Hockney, Vito Acconci, Sophie Calle, Santiago Sierra, Francis Alÿs, Ed Ruscha, Douglas Gordon, Sam Taylor-Wood.

De Cuba me influyeron los fotógrafos Constantino Arias, Alberto Korda, Alfredo Sarabia (padre), Manuel Piña, Raúl Cañibano y Juan Carlos Alom. Este último, maestro directo. La Casa-Estudio de Juanca ha sido una escuela abierta para muchos fotógrafos de mi generación. Gracias a él, he tenido la necesidad de llevar la fotografía al cine experimental.

Y entre los artistas cubanos incluiría a Carlos Garaicoa, Los Carpinteros Marco Castillo y Dagoberto RodríguezRaúl CorderoJosé Ángel ToiracLázaro SaavedraRené Francisco, Eduardo Ponjuán y Ezequiel SuárezTania Bruguera, como ya dije, ha sido de crucial importancia para mí, y tiene todo mi respeto. Admiro muchísimo la pintura de Flavio Garciandía; a mi juicio es el pintor cubano vivo más importante.

Desde la distancia, ¿cómo juzgas a tu generación, la de los años dos mil?

He de aclarar que yo no pertenezco a la generación de los dos mil, ya que en ese momento estaba estudiando, y en ese periodo de formación los artistas de la generación 00 (como también se les conoce) ya estaban despuntando, y otros ya eran muy conocidos y tenían una obra consolidada. Lo que pasa es que como yo era (y soy) muy farandulero, estaba en contacto con todos ellos y se me puede asociar con ese momento.

Sin embargo, pertenezco a la siguiente generación: la que empieza a tener una fuerte presencia en el momento del deshielo con Estados Unidos, tras el acercamiento de Obama y la proliferación de espacios y galerías independientes. Algunos la hemos llamado “Generación 349”, ya que fue la que lideró y se hizo adulta echando la batalla contra ese nefasto Decreto, con el apoyo total de las generaciones anteriores.

Es la misma generación de los periodistas independientes actuales, y es la que estuvo en primera línea frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre de 2020 y el 27 de enero de 2021. Tiene un espíritu tan contestatario e irreverente como la de los ochenta, y tiene una madre: Tania Bruguera. Y fíjate si somos trending topic, que no paran de hablar de sus protagonistas en el menticiero. De esa generación no puedo estar más orgulloso.

¿Cuál es tu apreciación respecto al arte cubano contemporáneo?

Goza de mucha salud. He visto otros momentos en que muchos artistas trabajan de la misma manera, ya sea por moda o influenciados por un determinado profesor o un artista exitoso. Sin embargo, actualmente, me maravilla la gran variedad de las propuestas de mis colegas, ya que no se menosprecia ningún medio por tradicional ni se sobrevaloran determinadas prácticas por parecer más de vanguardia: es la calidad y el contenido lo que sobresale.

¿Qué relación mantienes con los artistas cubanos? ¿Y con los otros?

Mantengo muy buena relación. Es una relación transnacional y transgeneracional, que nos sirve de inspiración y de aprendizaje mutuo. Además, en estos momentos existe una relación gremial, cuasi sindical. Pienso que la unión y la pujanza que se han alcanzado después de combatir el Decreto 349, la lucha por la liberación de Luis Manuel Otero Alcántara, los sucesos de San Isidro y el 27N, no se habían alcanzado jamás en la historia del arte cubano.

Háblame de tu proceso de creación.

Para mí es un estilo de vida de superación constante. Una manera de dejar una impronta que me trascienda en este viaje por la vida. 

Mi proceso creativo, por lo general, se divide en dos importantes y muy diferentes momentos. El primero es el de tomar las imágenes de mi vida y de mi contexto. Normalmente lo que me inspira retratar es muy intuitivo, es puro olfato. El azar también puede ser útil en este momento; no en vano es tan importante estar en el lugar y en el momento adecuado.

El segundo es el trabajo de archivo, la edición. Esta parte del proceso es más aburrida, pero es extremadamente importante: es cuando las historias comienzan a coger forma a través de la selección y el establecimiento de relaciones entre las imágenes, que pueden ser de momentos y lugares distintos. Esta parte es más intelectual, es cuando surgen los títulos y comienzo a conceptualizar las series.

La última parte es la exhibición, que es cuando surge la dimensión instalativa del trabajo, dependiendo del espacio físico donde he decidido mostrar esa obra en concreto. 

Todos los días estoy creando, inmerso en algún momento del proceso creativo: disparando, editando, imprimiendo, buscando inspiración, consumiendo arte, pensando, imaginando… El día que no puedo hacerlo, me pongo de mal humor.

¿Qué particularidad tiene la fotografía en comparación con la pintura o el dibujo?

Para mí, la diferencia entre la fotografía, la pintura y el dibujo, radica en el tiempo, y la teoría más interesante la dijo David Hockney. Él sostiene que Rembrandt, por ejemplo, se mira a sí mismo durante horas y horas, escudriñando su rostro, y vierte todas esas horas de observación en el cuadro. Evidentemente, hay muchas más horas empleadas ahí que las que podemos pasar mirando ese mismo cuadro. Una fotografía es lo contrario: es una fracción de segundo congelada. En el momento en que la miras, tan solo cuatro segundos, ya la has mirado mucho más tiempo que el empleado por la cámara. Esta es una gran diferencia. 

Y luego, claro, está la cuestión de la reproductividad que explica muy bien Walter Benjamin en su ensayo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”.

¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas…?

No, todo lo contrario: el público es extremadamente importante. Si no tiene contacto con el público, la obra no ha terminado. Sí existe un momento muy íntimo, que es el de jugar y experimentar con la materia, cuando el único público soy yo mismo. Pero cuando ese experimento empieza a aspirar a convertirse en obra, lo comparto con mi entorno más cercano, mi pareja y otros amigos artistas que trabajan cerca.

Esta parte es de suma importancia, ya que aquí es donde uno activa el detector de mierda: si una idea es mala se desecha, si tiene posibilidades se mejora. Someter el proceso de creación de una obra al escrutinio de otros colegas artistas es muy interesante. Uno mismo está muy viciado con su propio trabajo y necesita un distanciamiento durante el proceso de creación. 

Una vez finalizada la obra y antes de exhibirla, yo pienso en todos los públicos. Ahora bien, no creo que pensar en el público signifique ser complaciente con él; si es así estás perdido. Al público hay que sorprenderlo, cambiarle la bola y, a veces, darle lo que quiere, pero nunca hay que ser predecible.

¿Qué relación mantienes con las otras artes? ¿Cuál es su importancia en tu vida y en tu trabajo?

Una relación de inspiración y de disfrute. Me encanta el cine: cuando estudiaba en San Alejandro y en el ISA, vivía en 23 y 12 y no salía de la Cinemateca que estaba en el cine Chaplin. Fue una gran escuela para mi cultura visual, y se refleja en mi fotografía. 

La música es pura adrenalina para mí, energía en estado puro, especialmente la música cubana. No puedo vivir sin ella, me acompaña donde quiera que esté. Esto ha sido más que evidente en trabajos como la película Hotel Roma

También me gustaría destacar aquí mi relación con la banda cubana de rock-punk Porno Para Ricardo. En 2006 escuché su música por primera vez, específicamente el álbum A mí no me gusta la política pero yo le gusto a ella, compañero. Quedé estupefacto, me parecía increíble que alguien, viviendo en Cuba, cantara abiertamente y sin acudir a la metáfora todo lo que yo y mis amigos pensábamos y teníamos ganas de gritar. En este mismo disco hay un tema dedicado al actual Ministro de Cultura, Alpidio Alonso; fue la primera vez que escuché ese nombre, tan tristemente célebre hoy día. PPR, como siempre, adelantándose a su tiempo.

El acercamiento a PPR cambió mi vida y la de mi entorno más cercano. Enseguida mi amigo Claudio Fuentes y yo, que andábamos juntos cámara en mano por todo el Vedado (específicamente, en las noches de la calle G), nos hicimos muy amigos de sus integrantes. De la noche a la mañana, su música fue nuestra banda sonora y nos convertimos en los fotógrafos oficiales del grupo. Esta relación quedó reflejada en la serie Tratando de vivir con swing y Con jamón, lechuga y pitipuá, cuya versión en slide show viene acompañada con la música de Porno Para Ricardo.

¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo? ¿Piensas que el mercado orienta la creación?

Yo en lo particular no tengo tabú ni complejo con eso. Soy muy consciente de que el mercado del arte ha existido siempre y que todos los artistas han tenido que lidiar con él, desde Miguel Ángel con los encargos del Vaticano, hasta Velázquez con la Monarquía, y esto no impidió que hicieran obras maestras. Van Gogh y Modigliani pasaron por lo opuesto: al no tener éxitos de ventas, vivieron muy frustrados. Sin embargo, llevaron el arte a lo más alto. 

El mercado ha existido siempre, y uno debe tener la madurez suficiente como artista para que no te perturbe, tanto si tienes éxito comercial como si no.

Por otro lado, las subvenciones y becas artísticas constituirían el “otro” mercado del arte, bajo el que también se corre el riesgo de condicionarse a determinados temas.

Aunque, reitero: depende de cada cual, y si el mercado es tu principal motivo para hacer arte, se hace más que evidente. 

René Francisco me dijo un día que yo tenía la suerte de haber empezado a comercializar mi trabajo una vez que ya tenía una estética y un camino definido como artista. Y tiene razón: el riesgo mayor podría ser lidiar con el mercado en el momento de formación, ya que en este periodo necesitas tener total libertad para hacer y deshacer, hasta encontrar tu propia voz como artista.

¿Qué tipo de relación tienes con los galeristas?

Tengo una buena relación. Hasta el momento no han tratado de condicionar mi obra, al contrario: he recibido un gran respeto y admiración por lo que hago. Incluso han sido muy buenos guías, tanto como algunos curadores con los que he trabajado. 

He de reconocer que sí he tenido tensiones con alguno en cuestiones de negocio, cuando me han impuesto porcentajes abusivos o me han exigido exclusividades que no corresponden. Y como la parte del business no se trata en San Alejandro ni en el ISA, a veces uno no sabe cómo reaccionar. Pero con el tiempo se va cogiendo experiencia.

¿Qué papel le concedes al arte en nuestra sociedad actual? 

Yo no puedo vivir sin el arte. Me deprimo si paso mucho tiempo sin tener contacto directo con arte de calidad, ya sea artes visuales, buena música, cine, teatro… Hemos percibido más que nunca su gran importancia para el espíritu en la cuarentena por la Covid-19: el arte nos ha dado esperanzas de poder sobrellevar la situación con alegría y pasión por vivir.

Sigues residiendo en Cuba pese a tu oposición declarada al régimen político imperante en la Isla, ¿por qué?

Resido entre Cuba y España. Creo que un opositor es aquel que tiene un proyecto político con aspiraciones de gobernar, y ese no es mi caso. Más bien me considero un ciudadano libre que tiene criterio propio y disiente abiertamente de las políticas impuestas por el Estado cubano, como un modo de ejercer y reclamar mis derechos y libertades. No creo que esto sea incompatible (al menos para mí) con residir en mi propio país; de hecho, es un modo de resistencia frente al totalitarismo.

¿Qué representa Cuba en tu vida y en tu arte?

Cuba y La Habana son para mí pura inspiración, sabrosura y creatividad. Al ser Cuba un país no normalizado, además de su mezcla racial, todo es muy espontáneo: la gente, su cultura, su música que está por todas partes, el bullicio en las calles, la belleza de la arquitectura y la intensidad de la luz de la Isla, me aportan mucha energía. 

Cuba es un país donde casi todo está por hacer o por rehacerse, y ello me provoca muchas ganas de trabajar. 

También representa libertad, o más bien la aspiración a ella. Buscarla constantemente, tratar de arrebatarla y ejercerla aunque no esté permitida, es lo que me hace sentirme muy libre allí, y esto es pura gasolina para mi arte. Qué paradójico, ¿verdad?


Galería


Leandro Feal – Galería.




Alejandro Ulloa

Alejandro Ulloa: “Aunque no lo parezca, los artistas tenemos poder”

François Vallée

“Estoy orgulloso de mi generación: están revolucionando la historia. Tenemos mucho que perder, pero tenemos muchísimo más por ganar. Por eso el miedo a expresarse libremente es cada vez menor. El arte tiene un papel protagónico en un cambio social nunca visto en más de sesenta años”.