Orestes Hernández: “Soy parte del descalabro”

Orestes Hernández nació en 1981 en Antilla, un municipio de la provincia de Holguín. En el año 2000 se graduó de la Academia Profesional de Artes Plásticas “El Alba”, de Holguín, y del Instituto Superior de Arte de La Habana en 2006.

Orestes Hernández desarrolla una práctica artística híbrida y prolífica que es la encarnación estridente del posmodernismo. Con una obra hecha de pinturas, dibujos, esculturas, videos, instalaciones, objetos, Orestes es el depositario de una masa inmensa de imágenes, de referencias e ideas procedentes de innumerables ámbitos, y a la vez su empecinado liquidador.

Su obra es el lugar teatral de la fusión entre la realidad y el deseo, entre lo serio y lo irreverente. Su pintura, en particular, es histérica, convulsiva, llena de libertad insolente para sacar el arte del fetichismo. Interroga la subjetividad abordando los elementos disímiles de la cultura a fin de crear una especie de autorretrato exógeno. No se trata de reproducir o inventar formas, sino de captar fuerzas cercanas a la carnavalización y poner el mundo patas arriba.

Orestes Hernández nos brinda una alta y sublime idea de lo que es la creación en estos tiempos de consumismo, incluido el consumismo del arte.

Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia…

Mi infancia fue bastante normal. Quiero decir, fui un niño como casi todos, feliz, sin traumas acentuados. Por ejemplo, la mamá de un amigo mío le daba con una manguera, y mi mamá iba y lo traía dando gritos para mi casa, le daba cariño y lo calmaba.

Yo vivía con mis padres y mi hermana. Jugaba en manadas de muchachos, porque vivía en un edificio rodeado de muchos otros edificios. Visitaba con frecuencia a mis abuelos, a mis tíos y primos. Todo estuvo bien.

¿Cuál fue tu primera emoción estética? ¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista de la plástica? ¿Qué formación tuviste?

Me fastidian las entrevistas donde el entrevistado hace sus cosas desde chiquito. Pero así, “mierderamente”, digo: yo dibujo desde chiquito, desde preescolar. Siempre quise ser pintor y mis padres me fueron ayudando en eso.

Un día mi papá me llevó a ver a un pintor, Felipito. Yo tenía más o menos ocho años. Felipito tenía en su casa un cuadro hiperrealista inmenso, como de dos metros: el retrato de una niñita vecina mía. Eso fue lo primero impactante que vi. Nunca antes había visto un cuadro real.

Después de eso quise pintar en tela. Pinté una cara desastrosa en una tela sin preparar, y con tempera. ¡Imagínate eso!

Recuerdo también la cantidad de dibujos que perdí, todos mis dibujos de niño. Se los dieron a un tipo, un mayor o teniente coronel, no sé qué grados tenía, quien supuestamente se los llevaría a una amiga suya, una profesora de arte. El socio cogió una lancha y se fue con su familia en los noventa, así perdí todas mis cosas. Todavía recuerdo muchos de aquellos dibujos.

Años después, mi querida tía Barbarita Navarro me llevó a hacer las pruebas en la Escuela de Artes Plásticas (“El Alba”) de Holguín. Pude matricular allí y graduarme en el año 2000. Esa escuela fue mi segundo gran impacto.

¿De qué manera has evolucionado como artista?

En cuanto a proceso de pensamiento, mi trabajo ha evolucionado mucho. Cuando era un niño mi concepción del arte era bastante clásica. He recorrido mucha distancia desde entonces: hoy puedo deleitarme con objetos ordinarios y admirar a un Bruce Nauman o un Paul McCarthy.

Busco formar parte de esas operaciones en las que yo pueda emitir criterios sin temor a equivocarme. Me cautivó la idea de que una obra dejara de imitar la realidad para ser ella misma real. Es una sustitución constante. Llega el momento en que nuevamente la realidad se desdobla y vuelve a ser ilusión de sí, se ciñe a una perspectiva. El mundo vuelve a Florencia.

¿Eres reacio a explicar tu trabajo, al acercamiento crítico?

Soy crítico con mi trabajo y nunca he negado su cuestionamiento. Pero ya desde que surgen la idea o la motivación, vienen creándoles trampas a las lecturas más ortodoxas. Me gusta jugar con los distintos pareceres; si algo puede ser comprendido desde una metodología X, está bien, pero si puedo cuestionarlo a mi manera, me sentiré mejor.

¿Qué artistas te han influenciado y a cuáles sigues admirando?

Admiro a casi todos los artistas que admira todo el mundo. Me resulta incómoda la idea de que los artistas que sigues tienen que tener un parecido con tu obra. Yo sigo como a cuarenta o cincuenta artistas, entre pintores, escultores, y los que trabajan con procesos y materiales más diversos. Me gustan desde los que tienen muchos empleados en sus talleres, hasta el que es más solitario.

Desde la distancia, ¿cómo juzgas a tu generación, la de los años 2000?

No soy de hacer análisis históricos, pero mi generación le dio la espalda al arte político de compromiso social; fue una respuesta natural. Creo que nadie se lo propuso, todo el mundo dio un giro hacia los procesos artísticos y sus técnicas. Nos acercamos a otros artistas enajenados que venían de otros años y otras prácticas, pero que igual se fueron separando y quedando solos con sus métodos. Por ejemplo: Yunior Mariño, Michel Rives, Humberto Plana, José Emilio Fuentes, Odey Curbelo, Lenier Pérez.

¿Cómo valoras el arte cubano contemporáneo?

El arte cubano ha sido prolífero, grotesco, popular, desmañado, vulgar, erótico, gracioso, quincallero, ensamblado por trozos extraños, ornamental, isleño, y con pica pica.

¿Conoces la influencia que has tenido en otros artistas cubanos?

No sé nada de eso.

¿Qué relación mantienes con los artistas cubanos?

Con relación a los amigos y socios artistas, me siento satisfecho. Tengo amigos de generaciones más jóvenes que la mía, y de casi todas las generaciones que me precedieron, hasta llegar a los ochenta. Eso es propio de los estudiantes del ISA.

Una vez estábamos un grupo de muchachos en una fiesta de Los Carpinteros en el Vedado, y empezaron a sacar de allí a los que se habían colado, entre ellos nosotros. Nos dijeron: “¿Y ustedes quiénes son?”, y Ángel Delgado respondió: “Ellos son alumnos de Ponjuán, asere”. Esa fue nuestra papeleta.

Además, siento orgullo de los amigos, los socios y los maestros, todos de lujo.

Háblame de tu proceso de creación.

Siempre mantengo una estructura abstracta que me sirve de soporte para organizar muchas cosas. Pero esta estructura cambia poco o demora más para hacerle arreglos. Esta me acompaña involuntariamente. Soy muy intuitivo, así que las cosas que determino hacer nacen desde otra noción de certeza, muchas veces son absurdas. Pero me gusta crear disonancias.

Disfruto mucho mi proceso de trabajo, porque es informal y hecho a mi medida. Como cuando un compositor escribe para su propio registro vocal.

También opero con diferentes medios. No trabajo todos los días. Tengo prohibiciones precisas, inviolables, cosas que nunca puedo pintar ni usar para exponer. Por ejemplo: no puedo hacer nada con banderas de países, ni estrellas, solo estrellas de ninjas. Nada militar, nada de monumentos, héroes, líderes políticos, presidentes, micrófonos, palmas, Morro, cocodrilos, bloques, automóviles, botes, sangre. Todo eso lo tengo prohibido, a pesar de que amo muchas obras que representan esas cosas, y que ya son clásicos del arte cubano.

¿Qué particularidad tiene la pintura, o el dibujo, para que se anuncie continuamente su muerte y su resurrección?

El problema es que el arte contemporáneo es un derivado de la historia de la pintura y el dibujo. Adondequiera que viajen los conceptos del arte, arrastrarán esa sombra histórica. Ya la pintura está metida en una nueva perspectiva donde ha roto su linealidad progresiva de muerte y resurgimiento. La pintura ahora es un jodido concepto incomprensible del espacio y el tiempo.

¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas…?

Primero ajusto mis intereses, reviso qué tengo en punta, qué he perseguido en los últimos tiempos, veo en qué marco pondré eso, qué galería me está invitando, si tengo que tirarle con todo o si solo es algo suave.

Pienso en el público especializado, pienso en qué dirán mis maestros, los amigos, mi mamá, mi papá. Y trato de que eso se conecte con las cabezas de la gente, que llegue al que esté conectado con el tema.

¿Qué relación mantienes con las otras artes? Supongo que tu biblioteca puede decir mucho de tu obra. ¿Qué libros predominan en ella?

Mi biblioteca cabe en una silla. Los libros que me han marcado para siempre, y los que volveré a leer en otros momentos de mi vida son: Así habló Zaratustra de Nietzsche, Las enseñanzas de don Juan, y El conocimiento silencioso, de Carlos Castaneda.

¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo?

El mercado del arte sí regula la creación, la orienta sobre una base comercial. No comercial en términos peyorativos, pero sí la regula para intercambiarla como un objeto más, que se va a adquirir, desear, admirar.

Los artistas no escapamos a eso de que un día vendrá alguien a comprarnos. Y el soborno es peligroso. Lo ideal sería tener un mercado y una obra interesante a la vez.

También podría ser salir de la ducha un día, oloroso, coger tu bata de baño (me refiero al que la tenga, yo no tengo) y, en ese momento en que te sientes a gusto, abrigado, dejarla caer, brincar por tu ventana y causar estragos en tu reparto residencial, llegar al pueblo, joder con algunos indeseables y antisociales, huir en la noche perseguido por unos perros, llegar a tu casa con algunos golpes en el lomo, con olor a rayo, y quedarte dormido frente a la zapatera. Al otro día seguirás teniendo tu dinero y tu obra habrá ganado algunos matices.

¿Qué relación tienes con los galeristas?

Me he llevado bien con los galeristas, son mis amigos.

¿Qué papel le concedes al arte en nuestra sociedad actual?

No confío en el arte como redentor de ninguna sociedad. El arte es un hueso que no cabe en el cuerpo.

¿Qué representa Cuba, y La Habana, en tu vida y en tu arte?

Eso sería el objeto de una charla interminable. Ni siquiera me puedo concentrar con esta pregunta.

Yo llegué a La Habana en 2001, con veinte años, para estudiar en el ISA. Es una suerte haber llegado hasta ese punto, la Meca creativa y el centro de atención para desarrollar una carrera. Aquí crecí, tuve mis hijos, interactué con lo mejor del arte y los artistas. Disfruté plenamente del ambiente cultural. Hasta ahí todo muy bien. Yo quisiera ser un animal que pasta en un terreno creativo, oír mi música, ser independiente, organizar mi área pastoril. La política se la regalo a los otros, a los políticos.

Y ahora me doy cuenta de que inconscientemente metí la política. Cuba es un país totalmente politizado, y mi trabajo siempre ha querido ir hacia cuestiones artísticas y escapar de la retórica patriótica. Hablo de lo que he hecho, no estoy aprobando o desaprobando a otros artistas que inciden directamente en lo social y político. De hecho, admiro y me gusta todo el arte cubano de los ochenta y noventa.

Mi trabajo, por supuesto, ha estado relacionado con el país, con la pobreza del país, no como denuncia, sino porque soy parte de eso: del descalabro. Soy parte de la psicología del hombre aislado. El que da vueltas y vueltas sobre lo mismo y ha llenado toda su tierra de huellas. Ahí están las marcas, secas y profundas, no se borran, porque incluso hemos pisado varias veces dentro de ellas. Son las grafías de lo perdido, de la sequía y el abandono.

Siempre pensé que un artista cubano tenía que vivir en Cuba, que irse sería alejarse, perder cosas propias, misteriosas, de la tierra, el aire. Quedarse es siempre una lucha, un ajetreo; es reparar un dique a diario, porque siempre entra agua por cualquier rendija. Yo sigo reparando mi dique, pero no pondré mi cuerpo en los lugares dañados.

Me dolería no poder ver a mi familia. Mi familia es inmensa y está en el oriente del país. Una vez me pasé ocho años sin ir a verla. Después murieron dos de mis queridos abuelos y no estuve allí, no sé cómo son sus tumbas. A mis padres y hermanas no los veo desde hace tres años. Han nacido muchos nuevos primos que no conozco. Así que es como si me hubiera ido. He perdido cosas dentro del mismo pequeño país, hay algo que no está. El año pasado fui dos veces a Madrid, crucé cuatro veces el Atlántico y no he podido ir a mi pueblo.

De esta tierra, me falta iniciarme en el culto de Ifá, y aprenderlo aquí con los criollos. Así que estaré un tiempo más, hasta que lo logre. Después de eso, veré qué pasa en ese plano espiritual, en esa geografía mágica.

Trabajar Ifá en Europa me ha parecido siempre una locura, porque conseguir algo básico como las hierbas, por ejemplo, es un problema. Pero un amigo del alma, babalawo que vive en España, al que recientemente le pregunté sobre esta necesidad esencial, me respondió este mensaje el día de mi cumpleaños:

“Hermano, te regalo en este día una pequeña lista de ewes que tengo por aquí a la mano. Un abrazo, te amo, man. Hierbas: marpacífico, higo, algarrobo, cucaracha, salvia, albahaca, vencebatalla, peregún, aguacate, hierba fina, embeleso, maravilla, calabaza, verdolaga”.

Así que… ¿Qué más pedirle al viejo continente? ¡Piii puaaaaaaaa!


Galería


Orestes Hernández – Galería.




Ciro Quintana

Ciro Quintana: “Mi generación es una generación de titanes”

François Vallée

“El arte cubano está lleno de buenas creaciones, de excelentes artistas que día a día elaboran una obra más seria de lo que la gente cree. No se le ha dado el lugar histórico que merece. Ha sido saqueado, humillado, confundido, manipulado y vendido sin sentido. Y aun así sigue flotando”.