Tomás Sánchez en su estudio, fotografía por Vicente Núñez.
Tomás Sánchez nació en 1948 en Aguada de Pasajeros, en la provincia de Cienfuegos. Comenzó sus estudios de arte en 1964, en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro y los terminó en la Escuela Nacional de Arte de La Habana.
En 1980, ganó el Premio de Dibujo Joan Miró, concedido por la Fundación Miró de Barcelona, en 1984 obtuvo el Premio Amelia Peláez de pintura en la Primera Bienal de La Habana, y en 1989 abandonó Cuba para vivir en México, luego en Florida y hoy en Costa Rica.
Es uno de los artistas latinoamericanos más reconocidos, tanto por los especialistas como por el mercado del arte.
Influenciado por su maestra Antonia Eiriz ―una de las artistas cubanas más importantes no sólo de su generación, sino de la historia del arte cubano con una obra que, por la consistencia estética y ética de su neoexpresionismo, transgredió el canon soviético de cultura trazado por los comisarios políticos del arte y del pensamiento desde los años sesenta―, Tomás Sánchez empezó centrando su trabajo en una figuración expresionista en la que se destacaban la sátira religiosa y las escenas campesinas costumbristas, pero, por la ideologización cada vez más forzada del arte impuesta en Cuba en los albores de los años 1970, estas obras fueron mal vistas y marginadas.
De ahí que Sánchez experimentara una evolución gradual hacia una neofiguración surrealizante donde el paisaje se fue afianzando.
Los paisajes pintados por Tomás Sánchez dialogan con las leyes del género, comenzando por la interrogación albertiana del cuadro como ventana abierta al mundo. Pero lo que tenemos ante nuestros ojos es una pintura, una imagen, una representación de un mundo, de espacios, de lugares no del todo reales ni completamente imaginarios, ya que los vemos como atravesados por el pintor, por su presencia y por su gesto.
Es también una visión de la soledad y el silencio frente al mundo, del enigma de estar en él, a la vez delante y dentro, como lo nota Merleau-Ponty a propósito del carácter originario de la naturaleza que resulta propiamente inescrutable: “La naturaleza es un objeto enigmático [porque] nunca está del todo frente a nosotros. Es nuestro suelo; no es lo que confrontamos, sino lo que nos sostiene”.
La pintura de Tomás Sánchez fabrica un mundo a partir de sí mismo y no a partir de una imagen del mundo, a partir de un espacio que es el de su propia percepción del espacio, de la espacialidad, de la experiencia que hace del espacio.
“El pintor aporta su cuerpo”, escribió Paul Valéry. El pintor se adueña del paisaje, el lienzo es su cuerpo reflectante por medio del concepto fenomenológico de cuerpo como “punto cero del espacio”. O sea, como punto central de la percepción, así como “cogito”. Es decir, como movilidad del cuerpo en tanto sustrato de la percepción.
La pintura de Tomás Sánchez, inspirada por los planteamientos filosóficos de Aristóteles y Lao Tsé, es una poética de fusión de los contrarios que pertenecen al mismo género y tienen la misma dýnamis: lo espiritual y lo material, lo general y lo particular, la luz y la sombra, la vida y la muerte, el pasado y el presente, el bien y el mal.
La suya es una pintura espiritual, contemplativa, introspectiva y mística comparable a la gran paisajística oriental donde lo que importa no es la descripción del paisaje, sino la experiencia de comunión del espíritu con la naturaleza.
Antes que hablar de paisajes en la obra de Tomás Sánchez, podemos hablar de lugares. De Topos. Del lugar como porción determinada del espacio. Lo que detiene la extensión, su propagación.
El lugar es la concentración, la condensación de una esencia en un vasto espacio constituido donde “Nada tendrá lugar, sino el lugar en esos parajes de lo incierto donde toda la realidad se disuelve exceptuada quizás una constelación” (Stéphane Mallarmé).
Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia.
Me crié en el Central Perseverancia, de la antigua provincia de Las Villas. Mi madre había quedado huérfana desde muy niña y tuvo que trabajar para sostener a sus hermanos.
A pesar de no tener estudios, era de una sensibilidad extraordinaria. Creo que ella incentivó mucho la creatividad en mí. Ya más adulta, pudo estudiar y toda esa sensibilidad se hizo expansiva, incluso terminó siendo una reconocida pintora naïve.
Por otra parte, mi abuelo y mi padre trabajaron en el central. Mi abuelo fue jardinero allí, así que creo que de ahí viene mi pasión por el jardín. Mi padre fue un pequeño empresario, muy exitoso durante los años en que incursionó en el negocio de los helados y las frutas. Los tres tenían una gran devoción por la naturaleza, así que ella siempre ha formado parte esencial de mi vida.
Tuve una infancia feliz, como la de cualquier niño. Siempre estaba dibujando. A los siete años me diagnosticaron una poliartritis que me dejó completamente, impedido de moverme. Este hecho reforzó mi relación con el dibujo.
Mi familia siempre recordaba que la primera profesión que dije que quería hacer era la de pintor. Yo tenía alrededor de tres años. No había pintores en mi familia, fue como una premonición.
¿Cuál fue tu primera emoción estética?
Mi madre nos tomaba a mi hermano y a mí de la mano y nos llevaba a ver las puestas de sol. Mis primeras emociones estéticas están vinculadas a la naturaleza.
También, cuando iba a pescar a las Lagunas de Baracaldo con mi padre, mis tíos y mi hermano. Un paisaje que ya no existe, pero que siempre contemplé admirado.
¿Cuándo se convirtió el arte en el centro de tu vida?
Cuando apareció la televisión, había un programa de un actor que también pintaba. Se llamaba Armando Roblán. A veces pintaba en escena y eso me impresionó mucho en la infancia.
Cuando miro hacia atrás, recuerdo que sin saber claramente lo que un pintor era, ya quería ser uno. Desde ese momento el centro de mi vida ha sido el arte.
¿Qué formación tuviste? ¿Cómo valoras la enseñanza que recibiste?
Me formé en la Academia de San Alejandro y en la Escuela Nacional de Arte (ENA), con mucho más tiempo en la segunda. Mi principal formación es como grabador, con énfasis en la litografía.
Estoy muy agradecido del momento histórico que me permitió estudiar arte en una escuela de tan alto nivel como la ENA. De esos años, lo he dicho siempre que he tenido la oportunidad, recuerdo con especial afecto a mis profesores Sergio Benvenuto y Félix Beltrán. Mucho de lo que sé de arte universal y de composición se lo debo a ellos.
También Antonio Alejo, Sarah Figueroa y Georgina Gainza. Por supuesto, Antonia Eiriz también fue mi profesora en esos años y quien devino en una gran amiga. Creo que siempre he dejado clara mi gratitud hacia ella, a quien considero mi maestra.
Y, por último, Servando Cabrera Moreno, quien no fue mi profesor, pero fue un maestro y un guía para mí y para muchos de mi generación y de la siguiente. Él proveyó ese lugar donde aprendíamos del mundo, de música, de literatura. Servando es parte indispensable en mi formación como ser humano y como artista.
¿Qué es el arte para ti?
El arte es una necesidad. Hago mías las palabras de Joan Miró cuando dijo: “El arte es una necesidad vital; yo pinto como respiro, como como, como camino”.
¿De qué manera has evolucionado como artista? ¿Han cambiado tus ideas sobre el arte?
No sabría responder esta pregunta desde una valoración crítica de mi trabajo. Desde el punto de vista de mi práctica espiritual, he evolucionado tanto como esta práctica ha podido evolucionar en mí.
Ahora bien, mis ideas sobre el arte no han cambiado, considero que se han expandido, tanto como el sistema del arte y la producción artística ha ido diversificándose y creciendo. Creo que vivir con ese tipo de apertura sí que es un proceso evolutivo.
¿Cómo definirías tu práctica artística?
Soy pintor. A pesar de que mi formación principal fue como grabador y que he incursionado en diferentes áreas, como la escultura portable, la cerámica, entre otras, ser pintor define mi forma de relacionarme con el mundo.
Mi práctica artística, como un fenómeno más macro, está definida por la meditación y por la naturaleza. En muchas ocasiones he declarado que mi obra parte de ambas, de los estados que experimento en la meditación y de lo que la naturaleza le ha aportado a mi creatividad y a mi vida.
¿Cómo contemplas tu estatus de creador en el siglo XXI?
Siempre que hacen distinciones sobre el arte contemporáneo, se excluyen ciertas prácticas o formas de hacer arte. Yo me siento un artista de este siglo, tan contemporáneo como cualquier otro.
Creo que mi trabajo tiene vigencia hoy día, que ese compromiso con el hoy, con el ahora, siempre se renueva. Por ejemplo, he sido un artista y un ecologista desde siempre. Y ahora, que la ecología es una premisa de sobrevivencia, mi obra se ha vuelto a ver y valorar bajo esa mirada.
¿Eres reacio a explicar tu trabajo, al acercamiento crítico?
Para nada. Existimos bajo la mirada del otro, el cuestionamiento es parte de mi práctica, sea propio o de parte de alguien más. De las coincidencias y contradicciones que encuentro en ese otro u otros, se enriquece lo que soy y lo que hago.
¿Qué artistas han influido en ti y a cuáles sigues admirando?
Mis referencias y mis influencias (que no considero una forma precisa de nombrar esa relación que estableces con la obra de alguien más) han estado siempre muy claras.
Desde que vi en casa de Rogelio López Marín un libro de Andrew Wyeth, supe que iba a ser un lugar donde volver para toda la vida, como lo han sido Caspar David Friedrich, a quien conocí a través de la académica, crítica de arte y amiga Guadalupe Álvarez, y el crítico alemán Gerhard Haup, que me mostró personalmente los lugares donde Friedrich pintó y sus colecciones en los museos o con los pintores de la Escuela del Río Hudson.
Hace muy poco, visité la sala de estos artistas en el MET de Nueva York, así como Olana House, la casa de Frederic Edwin Church. Con la diferencia filosófica de que él veía a Dios en la naturaleza y yo creo que todo es Dios, su vida y su obra tienen enormes coincidencias con las mías.
Church fue un ecologista avant la lettre. La recuperación de la naturaleza y del bosque alrededor de su casa, en las afueras de Nueva York, no se distancian mucho de lo que he intentado hacer por más de veinte años en mi jardín de Costa Rica.
Sin duda alguna, me siento muy conectado con varios pintores belgas de finales del siglo XIX y principios del XX: René Magritte, James Ensor y León Spilliaert. Este último es referencia obligada para mí, sus paisajes, la composición, y sobre todo su vida, tienen una conexión muy fuerte con la mía.
Y, por último, y no menos importante, Antonia Eiriz, a quien debo mucho de mi etapa expresionista, pero con quien mi deuda trasciende la referencia formal, al igual que con Servando Cabrera.
Desde la distancia, ¿cómo juzgas a tu generación, la de los años 1970-1980?
Pienso que es una generación que tuvo limitaciones. Algunos conservan muchas de ellas; otros, como Pedro Pablo Oliva, han logrado despojarse de las mismas.
Siempre y desde Volumen Uno, me sentí más conectado con la generación posterior. Con Gustavo Pérez Monzón, con José Bedia, con Flavio Garciandía. Pero también me siento muy conectado con generaciones posteriores. Creo que nunca me sentí muy cómodo con la etiqueta generacional.
¿Cuál es tu apreciación respecto al arte cubano contemporáneo?
A pesar del contexto, Cuba sigue siendo una cuna de artistas. El panorama es inmenso, el asombro es constante. Me impresionan tantos nuevos artistas, tantas formas de hacer, tanto que decir.
Por otro lado, creo que hay falencias que tienen que ver más con el sistema del arte que con la propia creación, pues la constriñe. La riqueza del arte cubano es que, sin dejar de ser cubano por las obvias razones de origen, cada día se siente menos doméstico, menos contextual, más universal.
Pero ese asombro del que hablaba antes no es sólo por las artes visuales. Me pasa con la literatura, con esta nueva generación de cineastas, con los músicos. Mi orgullo de Cuba viene fundamentalmente por sus artistas.
¿Qué relación mantienes con los artistas cubanos? ¿Y con los otros?
Yo llevo una vida bastante retirada. Las redes sociales me han permitido conocer más artistas, interactuar más.
Con respecto a los artistas cubanos, me siento tan cercano a tantas generaciones. Me alegra ser un interlocutor para muchos jóvenes. Me alegro de que me integren en muchos de sus proyectos, a veces políticos, a veces artísticos, y que sientan que siempre puedo contribuirles en algo.
Nada se disfruta más en la interacción humana que dar y aprender a recibir. Ellos renuevan mis energías.
Pero no sólo me pasa con artistas cubanos. Este momento es muy especial, porque puedes conectar con un fotógrafo iraní tal como con un paisajista de origen rural en Centroamérica. Estamos expuestos, pero eso increíblemente me genera más satisfacción que ansiedad.
Háblame de tu proceso de creación: ¿Qué es lo que desencadena tu necesidad de crear? ¿Cómo trabajas?
Los momentos en que más ideas vienen a mí son antes o después de la meditación, y cuando me adentro en la naturaleza.
Trabajo mucho, todos los días, no menos de 6 horas de jornada, que divido entre mis paseos por el jardín, mi interacción con la gente donde vivo o con los amigos, a través de esta maravilla de estar conectados.
Sobre los cuadros, siempre al tenerlos delante sé lo que quiero hacer. Regularmente no parto de bocetos o dibujos. Incluso, muchos dibujos no preceden a la pintura, sino que son inspirados por ella.
Las ideas de mis obras, como he dicho muchas veces, nacen fundamentalmente de los estados que experimento en la meditación. El azar no es común en mi pintura, pero sí la espontaneidad.
Nunca siento que una obra esté terminada. Dejo de trabajar en ellas cuando siento la necesidad de pasar a algo más.
¿Qué importancia le das al dibujo en tu obra?
Toda, es esencial. El dibujo y la composición. Le doy mucha importancia a la estructura visual, a la estructura geométrica en mi obra.
Esto me ha llevado a composiciones extremadamente complejas, y también a algunas que pueden ser sólo una isla en un gran espacio blanco o una línea.
¿Qué particularidad tiene la pintura, o el dibujo, para que continuamente se anuncie su muerte y su resurrección?
Siempre está activa esa especulación. Lo curioso es que siempre se habla de la muerte de la pintura, pero el solo hecho de ponerla en el centro de la conversación revierte esta idea. Es una enorme contradicción.
El mundo es cambiante, incluso la pintura más representativa tiende a cumplir con esos mismos procesos. Si hay algo de particular en este fenómeno es la insistencia de creer vetusto un género que renueva votos con la vida y en el arte constantemente.
¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas?
Yo creo sólo pensando en lo que necesito hacer, lo que necesito decir. Es claro que me importan las opiniones de otros y que me gusta compartir lo que hago, fundamentalmente con colegas y amigos, pero en el acto de pintar ellos no son mi meta, sino el mismo proceso de lo que en ese momento esté haciendo.
El mercado no es una presión menor, pero no para el acto creativo. Suelo pintar mucha obra difícil de vender. Los basureros son un ejemplo. También mis obras más minimalistas. Pero disfruto haciéndolas y eso es lo único que realmente importa.
¿Qué relación mantienes con las otras artes? ¿Cuál es su importancia en tu vida y en tu trabajo?
Me formé en la Escuela Nacional de Arte y luego di clases ahí mismo. Más de una década de mi vida está vinculada a esa interacción inevitable con las otras artes. Podría decirte que ellas, en sus muy diversas variables, terminaron de criarme.
Tengo tantos amigos músicos, teatrólogos, bailarines, como pintores. Mi trabajo ha inspirado a músicos para sus composiciones, tanto como muchas de estas me han inspirado. Es difícil tratar de explicar algo que es tan vital o natural para mí.
¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo? ¿Piensas que el mercado orienta la creación?
El mercado no debería orientar la creación, pero muchas veces lo hace. Creo que en ese fenómeno han jugado un papel lamentable muchos críticos o curadores, a los que el mercado también corrompe. Están más alineados con los intereses de los comerciantes de arte que con la profesionalización del trabajo.
Al ser un artista con un cierto éxito en el mercado del arte, puedo entender bien las complejidades de esa relación y puedo decir que no siempre los artistas que más se comercializan son los que hacen mayores concesiones. Usualmente las mayores concesiones surgen de otros estados, de la necesidad a secas o de la necesidad de validación.
¿Qué tipo de relación tienes con los galeristas?
Hace 27 años que trabajo con la misma galería y mi relación con sus directores y ejecutivos es excelente. Siempre han respetado mis procesos y ha habido transparencia en términos económicos, que son aspectos básicos para que ese vínculo funcione.
También en el pasado tuve experiencias menos afortunadas, pero era joven y estaba aprendiendo de este mundo tan complejo del mercado del arte. Todo es aprendizaje. Y bueno, con los galeristas ya en términos generales, mantengo una relación cordial y evito entrar en conversaciones que irrespeten la relación profesional que tengo con mi galería.
¿Qué papel le concedes al arte en nuestra sociedad actual?
Suscribo lo que dice el Shivaísmo de Cachemira: el arte es una forma de realización espiritual. El arte, la cultura, bajo buenas políticas, son caminos indefectibles hacia la educación, el acceso a las oportunidades, la equidad.
Una sociedad que no conceda esa importancia al arte, es ya una sociedad rota. Al arte también lo entiendo como un catalizador y una forma de exorcismo de muchos de los problemas que aquejan una sociedad.
No siendo una obligación del arte la de cuestionar social o políticamente nuestros contextos, admiro profundamente el arte que cumple esa función, el que juega ese papel incómodo.
¿Qué consejos le darías a un joven artista?
Que se pregunte a sí mismo en silencio: quién soy, qué siento, qué necesito decir y qué tengo para decir. Que toda su práctica parta de esta premisa. Luego que esas preguntas estén respondidas a cabalidad y pueda sostenerse en sus respuestas, que salga a caminar el mundo y a enriquecerse de los otros, pero teniendo muy claro su punto de partida.
¿Cuándo y por qué decidiste exiliarte?
No tuve otra opción. Pero no me exilié, me acogí a la Ley de Ajuste Cubano, a la que tantos artistas que viven en la Isla se han acogido.
Por una parte, las propias instituciones del mercado de arte en Cuba infravaloraban y mal manejaban mi trabajo, lo que no se correspondía con lo que estaba pasando en el mercado internacional. Incluso, eso amenazó muchas veces con dañar el mercado.
Por otra parte, intenté a principios de los años 90 devolverle a Cuba, bajo el modelo de la fundación, un poco del éxito económico que estaba teniendo mientras vivía en México. Pretendía invertir en programas que vincularan las artes con problemáticas sociales, con el medio ambiente.
Esa iniciativa que parecía bien recibida, se encontró con el muro de la burocracia y el control, bajo el argumento de que íbamos a manejar más presupuesto que el propio Ministerio de Cultura y que quien tuviera el dinero tenía el poder.
El fracaso de ese proyecto en 1993 fue una invitación a irme. Igual regresé a los tres años y he ido a lo largo de estos años, porque nunca he querido desvincularme del arte en la Isla.
¿Qué queda de Cuba en tu vida y en tu arte?
Cuba es parte de mí. Siempre se dice de forma un poco romántica que uno lleva a Cuba consigo. Es imposible soltar a Cuba, sacársela del corazón.
Trato de estar pendiente de todo lo que allí acontece, especialmente en estos tiempos en que el deterioro del país es alarmante. No sólo el deterioro físico, sino el moral.
Pero de Cuba queda lo esencial, lo inevitable: soy cubano.
© Imagen de portada: Tomás Sánchez en su estudio, fotografía por Vicente Núñez.
Tomás Sánchez (galería)
Ernesto Crespo: “Sólo el que emigra sabe lo difícil que es volver a empezar”
Ernesto Crespo defiende el poder ontológico de la sensación en su pintura, que es una especie de germinación del pensamiento.