El cuerno de Martica Minipunto y Rebecca Horn

Es domingo a media mañana. Las mujeres barren los portales y el lechero pasa con su silbato. Estamos mi padre y yo en la ludoteca de Velasco, el pueblo de mi infancia. Rusia donó decenas de libros y juguetes para aquella ludoteca. Frente a nosotros, el libro verde. El libro de las princesas decapitadas, brujas, hechizos, Basilia la sabia y el Rey de los mares… 

Es mi libro preferido. El libro verde. Con el que me fascinó. 

Mi padre y yo nunca devolvimos ese libro. Y luego la vida no me los devolvió. Do ut des. Primero a mi padre. Luego el libro. Antes de dormir papá me lee los cuentos rusos. Los cuentos robados. No le leas esos cuentos a la niña, grita la madre desde la cama. Pero mi padre dice está bien, mi vida, y sigue leyendo.

Mi padre me inventa historias del pájaro de la noche. Un ave enorme que se bebía la sangre de las reses y me lleva al río del pueblo y me cuenta en secreto que bajo el agua vive el tiburón-mujer, que enamora a los hombres y los engulle. Y la vecina, me dice papá, la vieja rubia del gato negro, es una bruja. Que no la mire a los ojos. A los ojos verdes. Que no entre nunca a su casa y si ves el gato, a correr.

Esta vez tengo seis años. Mi padre me lleva cargada a una loma cercana al pueblo. En el fin de la loma había un abrevadero de cemento. Recuerdo un cielo limpio. El olor de la hierba. El arpa de hierba. La brisa del campo que no despeina. Allí papá me dice, te he traído a la cima del mundo, Kathy, desde aquí puedes verlo todo, absolutamente todo. Y yo le creo. 

Este tipo de infancia trae consecuencias: 

1) La imaginación se desarrolla compulsivamente; 2) comienzo a inventar y escribir historias; 3) desarrollo una especie de fobia a la oscuridad que actualmente no supero (nunca duermo sola sin prender la luz); 4) me obsesiono por los libros; 5) sufro crisis de ansiedad.

Rebecca Horn (Michelstadt, 1944), la artista alemana del performance, también en su niñez el padre le contaba historias de duendes, brujas y dragones que ocurrían en los alrededores de Odenwald (Hesse). Desde entonces, ella también sufrió de ansiedad. 

Hace poco estuve en la conferencia performativa de Martica Minipunto (No soy unicornio). Allí Martica se viste de novia utilizando como resorte en su ejercicio la mujer descrita por Horn para Das Einhorn (El unicornio, 1970). 


Martica Minipunto tiene un cuerno de bomba de aire. Un cuerno que me duele mientras lo encoje y lo hace crecer. 

Lo encoje. Lo hace crecer. Los cuernos también van hacia dentro. Lo encoje. Lo hace crecer. Los cuernos para salir te atraviesan la cabeza. Lo encoje. Lo hace crecer. Te van rompiendo la frente. Lo encoje. Lo hace crecer. Un cuerno es una lobotomía inversa. Lo encoje. Lo hace crecer. Un tornillo de Arquímedes exotérmico. Lo encoje. Lo hace crecer. 

Martica saca su cola de unicornio. Lo encoje. Lo hace crecer. Sus blancos glúteos de unicornio. Lo encoje. Lo hace crecer. Y el micrófono es el cuerno. Lo encoje. Lo hace crecer. Un cuerno amplificador. Lo encoje. Lo hace crecer.

Martica, ¡arre! Lo encoje. Lo hace crecer. Y la cola apocalíptica se balancea. Lo encoje. Lo hace crecer. 

Martica Minipunto está obsesionada por los cuernos. Lo encoje. Lo hace crecer.  Los cuernos son ideas. Lo encoje. Lo hace crecer.  De la cabeza hacia fuera. Lo encoje. Lo hace crecer. Hermosas. Lo encoje. Lo hace crecer. Y mortales. Lo encoje. Lo hace crecer. Las ideas. Lo encoje. Lo hace crecer. El arte es un cuerno. Lo encoje. Lo hace crecer. La belleza es un cuerno. Lo encoje. Lo hace crecer. Lo encoje. Lo hace crecer. Lo encoje. Lo hace crecer. Lo encoje. Lo hace crecer. Lo encoje. El miedo, el miedo es un cuerno. Lo hace crecer. Lo encoje. Lo hace crecer. Lo encoje. Lo hace crecer. Lo encoje.

Yo me pierdo la mitad del performance. Desde hace dos días tengo gripe. En la mitad de la conferencia me voy al baño a toser. Es una tos seca, de perro, de tuberculosis. Me quedo cerca del baño porque la garganta me pica y sé que volverá la tos. 

Me jode perderme la conferencia. Me jode perderme a Martica Minipunto. Pero la tos me está taladrando el pecho, como un cuerno de unicornio. 

Martica está corriendo por un cuadro de pelota. Martica está acostada en un bulevar. Martica graba el cielo a través del ojo de unicornio. 

Cuando salgo del baño, cuando salgo del último ataque de tos, Martica está dentro de una balsa. El salvavidas-unicornio. 

Martica Minipunto está visiblemente afligida, angustiada, la ansiedad de Martica es quien flota sobre esa balsa. Yo quiero decirle a Martica que una amiga psicóloga, experta en bioneuroemoción, me habló sobre ir al pasado, ir al pasado a curar. A perdonar. En este viaje enmiendas la ansiedad, los ataques de pánico. Este viaje es una aguja que pincha la balsa.


Voy ahora a esa noche en que estás en el hospital, Martica, en el hospital con tu madre enferma. Voy lento. Ir al pasado precisa tiempo. Sobre todo al pasado del otro. Cuando tu madre te dice ponte las chancletas y tomas la decisión de no hacerlo, yo aparezco y te regalo unas pantuflas blancas, de unicornio. 

Te acompaño al baño. ¿Ves?, no hay gérmenes. Los pies están limpios, a salvo, dentro de sus fundas de unicornio. El toro rojo no vendrá por los pies de la niña. 

Cuando yo tenía siete años mi padre se fue de Cuba. El toro rojo es la migración. Una manga roja de camisa, una manga roja como los ojos del toro me dice adiós desde un tren rojo también. El toro rojo es un tren que parte. Mi padre me enviará manzanas rojas. El toro rojo es una manzana política que una niña muerde en su casita de sololoy.

Nunca más hemos vivido juntos. El toro rojo es una familia fracturada. Nunca más nadie me contó historias de horror y princesas. El toro rojo es la desmemoria. Ahora las historias me las cuento yo. El toro rojo es la soledad. Esta, por ejemplo.


El hombre se acercó a ella, le preguntó cómo estaba, quizá adivinó la ansiedad-toro-rojo en su cara, ella le dice que tiene gripe, el hombre le cuestiona si él le cae mal. Ella responde que no, claro que no me caes mal. En realidad, ni siquiera lo conoce, han conversado acaso tres veces. 

Las conversaciones entre ellos siempre son raras. Raras y lentas. El hombre ahora dice algo muy cómico. Habla como ella. La interpreta. La está haciendo reír. La risa espanta al toro rojo. Es la primera vez que ella ríe en ese día, pero el hombre no lo sabe, el hombre piensa que le cae mal. Él sube a un carro, rojo y ella, aun sentada en la escalera, piensa en lo que el hombre ha dicho sobre su cara. Es que siempre tienes esa cara…

Es mi cara. Una cara de unicornio. La cara de las especies extintas. La cara de la ansiedad. La cara de la gente que escribe, supongo. Una cara nublada, tengo una cara nublada. 

Una vez, en Francia, yo fui Marguerite Duras y otro hombre se me acercó y me dijo: “dicen que de joven era usted muy hermosa, sin embargo prefiero su rostro de ahora, devastado”. 

El libro verde lo perdí. Me lo robó alguien entre los ocho y los nueve años. Todavía recuerdo aquel olor entre sus páginas. Las ilustraciones doradas y azul de Prusia. La carátula verde, de tapa dura. Rusa.

He buscado ese libro durante quince años, sin resultado. Al extremo de creer que mi vida va sobre encontrarlo. Lo primero que hago al entrar a las bibliotecas es buscar literatura rusa, cuentos rusos, pero nunca está. Quizá nunca estuvo. 

¿Nunca estuvo? ¿Y mi padre? ¿Alguna vez estuvo mi padre?

Otra vez, hace cincuenta años, estoy yendo hasta Barcelona. Voy desde mi inexistencia hasta un hotel donde se renta esa mujer solitaria. Tan sola como yo, o más. La mujer es muy joven y está sentada en la cama, trabaja con las fibras de vidrio. Me acerco a ella. Interrumpe el trabajo. Nos quedamos mirándonos. Yo le paso el pelo rubio por detrás de sus orejas y le pongo una mascarilla. Esta mascarilla protegerá tus pulmones, le susurro. Los protegerá del toro rojo.


Tú no eres unicornio, Martica Minipunto. Yo tampoco. Tú tienes una colección de unicornios. Rebeca Horn tiene un gran cuerno blanco. El cuerno-sombrero. Y yo tengo esta cara de gripe permanente. La soledad es una gripe permanente. Qué le vamos a hacer.

Desde mi casa se ve el mar. Las olas. Olas que no me traen unicornios, Lady Minipunto. Olas que se rompen contra el castillo. Olas sin relinches. Solo olas vacías. Las desalmadas crines del océano.

Me gustaría invitarlas, a Rebecca Horn y a ti, a la loma donde mi padre me llevó de niña. Me gustaría tendernos las tres sobre las  hierbas de la mañana y ver el sol hasta arrugar los ojos. Y entonces las tres escuchamos un relinche. Allá abajo en los trigales.

Desde aquí lo vemos todo. Allá abajo en los trigales corre una muchacha rubia. Lleva un vestido blanco con escote de reina y un cuerno enorme en la cabeza. 

Como estamos en la cima del mundo, lo vemos todo, Martica Minipunto. Y vemos que la muchacha lleva en una mano un globo rosa de unicornio. Y en la otra mano, esa muchacha que ahora le canta a los trigales de nadie una balada en inglés, tiene un libro verde.

Un globo de unicornio y un libro. La muchacha nos guiña un ojo, Martica. La muchacha que de pronto es Rebecca Horn. A las dos, en el pimpollo de la loma, nos entra un ataque de risa y mi cara de ansiedad se va borrando. Vuelvo a tener la cara de los seis años. Hasta que vemos por entre las espigas el avance de la bestia roja, que vuelve rojo el trigal en su corrida. 

Un campo de espigas de sangre. Un bosque de antorchas. Pero la muchacha rubia no ve venir al fuego rojo, y tú y yo con un miedo torero que nos morimos, que nos comemos las uñas, porque desde aquí se ve todo, y todo juguetea con la muerte y le gritamos, pero no escucha, ¡corre!, pero no escucha, ¡corre!, el toro rojo que ya está tan cerca y apenas quedan espigas doradas. 

Tan cerca. El toro. El fuego. Ay, la muchacha…

Rebecca Horn monta al toro en un salto de garrocha. Nos quedamos con la boca abierta. El toro brinca, brinca y tira, se zarandea, pero la muchacha no cae. Ni siquiera se mueve. Parece un sueño: ¿cómo no se va caer si lleva en una mano un libro y en la otra un globo, un globo para su hermana? Además luce tan serena, ya casi domina el toro. El toro se ha vuelto un perro entre los muslos de la muchacha. 

Entre tus muslos. Entre mis muslos. 

El trigal vuelve a ser de oro 

El toro se desvanece en plumas 

Nos quedamos viendo el cielo a través del ojo de unicornio. Pasan nubes con formas de nada. Una radio se enciende en la madrugada del pasado, a las 4:00 a.m. de un baño de hospital, tú usas pantuflas de felpa con cuernos de unicornio. Entras al baño. Hueles el frío en el crujir áspero de las bisagras, en las torundas y gasas amontonadas en el suelo, escuchas la voz que te despertó. Distingues la radio. Bordeas con cuidado tanta agua y tanto pipi que hay en este piso, para no embarrar las pantuflas que te he regalado. 

Te agachas, Martica Minipunto —esa madrugada yo sé que voy a escribir esto— acercas tu cabecita a la bocina y la voz te canta…

“No hay toros que tiren los libros / No hay toros que tiren el amor”.  




Miami Art Week

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Janet Batet

Resumen para artistas, dealers, y otros bananeros entusiastas.