Ningún lugar está lejos



Falta menos de una semana para mi exposición personal y quiero compartir este texto, que fue el primer intento de statement que escribí cuando estaba estudiando en el International Center of Photography.

El profesor de escritura me había dicho que me iba a desaprobar porque yo no lograba entregarle ningún escrito sobre mi proyecto. Yo sabía lo que estaba haciendo y por qué, pero no encontraba la manera de ponerlo en palabras y lo que hice fue ser honesta.

Jacques no me desaprobó.

Luego de leer el texto, me dijo que le había hecho el día. Recordé este escrito de casualidad, al abrir un libro que me había llegado al correo. Conocía el texto que iba a leer, porque había sido previamente publicado por su autora en una revista digital: “La traición en primavera, la primavera increíble”.

Para mi sorpresa, el primer párrafo había sido cambiado completamente. ¡En el párrafo nuevo estaban mi nombre y mi apellido![1]

El nuevo párrafo dice:

En una de sus declaraciones de clase para el Centro Internacional de Fotografía, Evelyn Sosa habla de la traición. Dice que traicionó a alguien y que ahora anda buscando otra cosa. Leí el documento como si fuera algo que ya hubiera leído. De alguna manera, yo sabía de antemano que leería esas oraciones y, como lectora superficial que soy, me vi reflejada más de una vez.

—En el texto dices claramente que me traicionaste.

—No leas literal. Estoy hablando de Cuba, estoy hablando del proyecto, quería poner algo fuerte, pero no es literal. Comencé hablando de un sueño contigo.

—Dime, ¿quién es? ¿A quién le haces todas esas preguntas?

—Es Cuba. A nadie en específico, a todo el mundo. Es un soliloquio. María Antonia, Rony es quien extraña la luz, todos los de mi proyecto, nadie. Nadie, las únicas personas somos tú y yo. Hay metáforas, no leas literal.

20 de febrero de 2023, 10:32 am


Ningún lugar está lejos”, de Evelyn Sosa (galería I)




Ella me abrazaba por la espalda. Sentía su aliento en mi cuello y sus labios a cada rato. Me apretaba demasiado, pero yo quería que me apretara más. Yo quería más que sentirla sobre mi piel, sentirla por debajo de mi piel. Yo quería que mi piel se abriera y que ella entrara y sentirla dentro de mí.

Mi posibilidad humana de sentir se había agotado, no me bastaba. Sentí su aliento y sus labios una vez más antes de despertar.

El gato es lo importante, el gato siempre va a aparecer en mi obra, me dijo Rony el día que fui a visitarlo. Ellos le prendían candela a la cola del gato y el animal corría desesperado hacia el cañaveral, que se incendiaba a los pocos minutos. Esa era la manera en que la familia hacía sabotajes después de la Revolución.

El gato que va hacia la luz. Sentí un odio profundo hacia el ser humano, mientras Rony me contaba aquello y yo lo recreaba en mi mente. Odié a Rony y a toda su familia desde lo más profundo de mi ser.

Tenía unos minutos para reconciliarme con él. Iba a retratarlo en breve y yo no puedo retratar odiando, creo.

Hice un ejercicio mental. Traté de imaginar a un niño disfrutando el espectáculo del gato incendiado, riendo, sin dientes. Al fin y al cabo, qué sabe un niño de la maldad o de la muerte. Muy poco, creo.

Comí cerdo, retraté el cerdo. El pellejo tostado que cruje, grasiento y delicioso. La vida misma, como decimos en Cuba.

Yo como cerdo a pesar de aquel día. Cuando tenía nueve años. Eran pasadas las cuatro de la madrugada, un 31 de diciembre. Había ido con mi papá a casa de un amigo que criaba puercos, a buscar un pernil para asar ese día.

A los puercos los matan dándoles puñaladas directas al corazón. Ven, mete la mano en la herida y agárrale el corazón para que veas cómo aún late.

El puerco aún respiraba, aún chillaba a ratos cuando metí la mano por la herida para adentro y la seguí metiendo hasta que choqué con el corazón y agarré el corazón y lo sentí latir.

Y disfruté ser parte del espectáculo. Al fin y al cabo, qué sabe una niña de la maldad y de la muerte. Yo no sabía nada.

Vine a este país a buscar a la mujer que amo. Han pasado solo seis meses y ya la traicioné. Ahora estoy buscando otra cosa. A ella, ya la tengo.

Ahora lo que me falta es un país. Me falta un país con cuatro gatos, una madre y un mar. Eso es lo que estoy buscando.

Me dicen que tengo que cuestionarme algo. Que debo que tener una pregunta. Estuve varias semanas lanzando tentáculos, como diría una buena amiga. Tentáculos hacia todas partes, buscando la pregunta, registrándolo todo.

Los tentáculos cada vez más lejos de mí, cada vez rebuscando más, cientos de tentáculos. Hasta que desperté de aquel sueño y me di cuenta de que la pregunta está dentro de mí. Debajo de mi piel.

Todo se trata de lo interior. Mi cuestionamiento es mi búsqueda. Mi obsesión que crece a diario a la misma velocidad que lo estoy olvidando todo.

Quiero encontrar aquí todo lo que dejé. Quiero reconocer. Quiero asociar. Quiero revivir. Quiero hacer la foto que hice una vez. Quiero saber cómo hiciste tú para estar en paz. Quiero entender cómo pudiste dormir. Cómo lograste no regresar.

Quiero saber por qué regresaste. Quiero saber si regresaré. Quiero saber lo que encontraste. Quiero saber si te perdí. Quiero mirarte a los ojos y enamorarme de ti un segundo, como hice aquella noche. Quiero mirar el lugar donde pusiste aquel recuerdo. Quiero mirarte a los labios cuando hablas de ella. Quiero leer el mensaje.

Quiero escuchar que no te importa. Quiero que me digas si extrañas su luz. Quiero saber la música que sonaba aquel día. Saber por qué te fuiste. Reinventar, quizás.

Un día descubrí que, si fotografiaba un objeto y conservaba la foto, sentía que ese objeto podía desaparecer sin que me diera miedo perderlo, porque ya lo tenía en una imagen. Luego, comencé a deshacerme de muchos objetos que fotografiaba y ya los podía poner en la basura o regalarlos, sin sentir que los estaba perdiendo.

La fotografía tenía un poder.

Antes de salir de Cuba, comencé a retratar los objetos que tenían valor para mí. Objetos que me da pánico no volver a ver.

Recuerdos de la infancia. Objetos que fueron de mi padre. Objetos que por lo general no sirven para nada más que para guardar memoria. Objetos que son un banco de memorias. Que tú lo miras y te viene a la mente aquel día que le pusiste una inyección en el brazo, que sabes que le dolió porque no sabes inyectar, pero que ambos querían que así fuera. Porque eso los unía, a última hora, cuando ya quedaba poco tiempo.

Retraté todos los objetos que pude, apresurada. Sentía que iba a dejar atrás todo lo que había vivido. Temía olvidar. El temor a desconocer, al punto dejar de reconocerse a uno mismo.

Traje lo imprescindible. Lo que nunca voy a dejar atrás. Mentira. Lo que nunca iba a dejar a atrás, ya lo dejé.

Me llevé algunas cosas en las que me voy a apoyar como muletas para caminar. Una foto de mi padre. Una foto de mi madre. Una foto de mi gato. Una piedra que me regaló mi hermano. Una estampa de la Virgen de la Caridad del Cobre, ilustrada por Rocía García, que lleva una oración que escribió mi mujer.

La oración tiene una parte que dice:

mátanos madre
en cuanto tengas la más mínima oportunidad
la necesidad de un corazón
nos puede dar
por cualquier cosa

Cuando yo fotografíe lo que necesito fotografiar, cuando la bola de ardor que siento en el pecho se quite y esté aliviada y segura de que todo es mío, de que lo poseo, podré ponerlo en la basura todo, o regalarlo.

Y yo sé que haré esto solo para desprenderme de todo.



Ningún lugar está lejos”, de Evelyn Sosa (galería II)






Nota:
[1] Legna Rodríguez Iglesias. “La traición en primavera, la primavera increíble”. Territorios Imaginarios. Editorial Excursiones. Buenos Aires, Argentina, 2024, pp.57-61.





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Todos los hombres del presidente

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