“El arte cubano es como la perra que amamanta a un gato”, escribió Néstor Díaz de Villegas en su libro De donde son los gusanos (Vintage Español, 2019).
La cita se me prendió en la cabeza como una lapa. Y no acaba ahí. Hacia el final se pone peor, es decir, mucho mejor:
“Pienso que, posiblemente, todo terminara con La jungla, de Wifredo Lam, o con La anunciación, de Antonia Eiriz. Lo demás es sobreproducción, las ubres negras de una nación que pare artistas por agotamiento”.
Mi gran problema es la memoria, yo casi no puedo olvidar. Es por eso que, de la cita, solo alcanzo a recordar la segunda parte. La parte de la sobreproducción.
Como consecuencia de la lectura del libro de Néstor Díaz de Villegas, tengo enquistado en mi cabeza el gusano de la locura. Cuando cruzo el umbral de cualquier galería de arte, la voz de ese gusano, o la voz de Néstor, no para de repetirme aquello de las ubres negras y el agotamiento.
El pasado mes de septiembre, José Ángel Toirac inauguró en La Acacia Esto no es un tributo: una “exposición antológica (…) inspirada en la figura de Fidel”, según se lee en la postal repartida en la galería.
Allá me fui, pero puse al gusano en mute tan pronto crucé el umbral. No puedes ir por la vida, o por las galerías, preguntándote constantemente si lo que ves está en el plan de producción anual del arte cubano contemporáneo, o si es puro sobrecumplimiento. La valoración la dejaría para el final, o para Néstor Díaz de Villegas.
Y no solo le quité el volumen: decidí poner al gusano en “modo avión”. Porque se trataba de una exposición antológica del Premio Nacional de Artes Plásticas de 2018, cuyo motivo era el expresidente, fallecido en 2016. Además, la selección de obras apelaba a Magritte: a la obra La trahison des images y al comentario incluido en ella: “Ceci nʼest pas une pipe”.
¿Desde el título mismo, la exposición se emplazaba como negación de lo que muchos podrían creer? La Galería Acacia sí es una pipa. Allí puede haber o no sobreproducción, pero ¿te pueden hacer pasar pollo por pescado?
Con Néstor Díaz de Villegas, el gusano en modo avión, comencé mi recorrido en la serie Avanzada. Se trata de pinturas al óleo de gran formato sobre cartulina y tela. La serie fue iniciada en 1991 y concluida en 1993. El tramo más duro de los noventa. Los años en que la coyuntura se llamaba Período Especial.
Para Avanzada, José Ángel Toirac tomó como referencia fotos publicadas en los medios oficiales cubanos. Era una performance donde clonaba fotos —y lo de clonar no debe tomarse a mal— para que sujetos vivos y rozagantes, o mártires insignes del panteón político-ideológico nacional y de la otrora Unión Soviética, compartieran la escena con Fidel.
Ahí me vi sacando cuentas, recordando fechas: el inicio de Período Especial y el desmerengamiento de la URSS y el cierre de la CEN de Juraguá, entre otras. Traje a mi memoria la imagen del súbito encanecimiento de un Comandante ya envejecido, de ojeras pronunciadas, en medio de un discurso en una pantalla de TV.
Galería UNO
Calculaba y a la vez recordaba todo el desmadre desatado en las cabezas de quienes, como pollos sin cabeza entre el hambre y los apagones, trataban de asirse a algo que ya no venía en forma de barriles de petróleo, latas de conservas, equipos ligeros y pesados, alianzas geopolíticas… Lo que ya no estaba en el horizonte, aquella suerte de cadena que ataba y arrastraba al terrón con forma de chipojo recalentado, se partía y fragmentaba en un montón de ex repúblicas soviéticas. Cuba estaba a la deriva.
La cara de un país rara vez es el rostro múltiple del pueblo. La cara de un país es, según el tiempo histórico, el rostro del Premier, el del cosmonauta, el del ideólogo en jefe y poco más. En pleno Período Especial, José Ángel Toirac ponía en óleo sobre tela o cartulina la cara del chipojo junto a la cara del oso. Cuba y su cara; la ex URSS y su rostro. Una isla sumida en una megacrisis, y un imperio que ya no existía.
Habíamos dicho que la cara de Cuba también se daba cita con la muerte. O mejor: el Líder va al encuentro con otra forma de vida, o una no-vida muy vívida, que no un zombi. Se visita, o se baja al muerto, cuando llega el momento preciso.
Una imagen tomada de un periódico Granma de 1995 sirvió de material de referencia para ser clonada luego en El mejor homenaje (Yo quiero cuando me muera…), que viene a continuación de Avanzada. En la foto y el lienzo, cuya paleta de colores no es otra que el blanco, el negro y las variaciones del gris, Fidel Castro está en Santa Ifigenia, en el mausoleo dedicado a Martí. Fidel le rinde tributo al contenido de la cajita rodeada de flores y cubierta por una bandera. Pero antes estuvo en Dos Ríos: lo dice la noticia impresa, colgada junto a la obra. Leemos que, en el acto de homenaje, “usó la palabra Carlos Lage donde cayera en combate…”.
Quien cayó fue Martí. El acto donde habló Lage celebraba el centenario de la fecha en cuestión. Visto desde hoy, el lead se nos antoja premonitorio. Lage Dávila, ex miembro del Buró Político y vicepresidente de Estado, cayó en combate por… Dejémoslo ahí. Con bata de médico, el caído camina casi de incógnito por los pasillos de un policlínico de Nuevo Vedado.
El mejor homenaje (Yo quiero cuando me muera…): el título parece decir más de lo que calla, pero dice toda la verdad. Es un título que resume las modificaciones que recibió Santa Ifigenia, que son elocuentes; también la música de fondo, la ceremonia militar del cambio de guardia a lo largo del recorrido por los panteones donde yacen Mariana Grajales, Martí, Céspedes y Fidel, más los custodios apostados en las inmediaciones cuya misión es velar y explicarle al visitante cómo debe ejecutar el recorrido entre héroes y tumbas. El camposanto no es precisamente un testigo mudo.
Pero el recuerdo de las crónicas de Néstor Díaz de Villegas es muy persistente. Como el insomnio o el hedor de la carne putrefacta donde se solaza un gusano. Frente a esta obra, recordé el pasaje en el que Néstor habla del itinerario de los restos de Fidel:
“Pero, ¡ay!, en la caja de hierro del monumento al Poeta Máximo no hay nada; está vacía la cajita del Primer Exiliado, según cuenta el académico Enrico Mario Santí en un lúgubre ensayo autobiográfico. Su padre fue el distinguido escultor e ingeniero Mario Santí, autor del mausoleo (…). La noche de la exhumación de los sagrados despojos, el ingeniero, acompañado por un negro sepulturero, descubrió que por el centro de la caja metálica pasaba un arroyuelo subterráneo. Espantados, el negro y el escultor juraron silencio; pero antes de morir el viejo le confesó a Enrico Mario el terrible secreto”.
La muerte, los héroes, la cara de Cuba: Toirac hace una síntesis brutal de todo eso en el óleo Sin Título (1991), que recrea un dramático fotograma del 15 de abril de 1961: el nombre de Fidel escrito por el joven Eduardo García Delgado con su propia sangre, antes de morir, durante el ataque a la base aérea de Ciudad Libertad. Un nombre con el que José Ángel Toirac dibuja, in absentia, a dos individuos: el artillero y el comandante.
Dos salones tiene la galería, y el homenaje no comenzó y acabó en el título de la retrospectiva. Mi cabeza, y el gusano, querían saber de lo expuesto en la sala contigua, pero todavía no había agotado la primera.
El primer salón, junto a Avanzada, El mejor homenaje…, y el cuadro con la pintada sangrienta, muestra la serie Gris (1996-2010), en la que Toirac conecta su obra con la del alemán Gerhard Richter. Los primeros cuadros de esta serie los realizó en Alemania durante una residencia artística en el Ludwig Forum de Aachen.
A José Ángel Toirac y a sus curadores les interesa la palabra. El verbo se hace “carne” aquí, es decir, es parte intrínseca del corpus de esta curaduría. “El proceso de trabajo comenzaba copiando una fotografía en blanco y negro, que había sido previamente publicada” ―se nos explica en otro impreso fijado en la pared. “Pintaba la imagen tan realista como me era posible y luego la borraba hasta convertirla en un plano de color gris. Llegado a este punto, invertía el proceso de trabajo copiando otra fotografía”.
Galería DOS
Para elaborar una de las piezas de esta serie ―Sin Título (2000)― eligió como imagen de partida una muy conocida foto de Fidel. Se le ve encanecido, ojeroso, apacible. Está sentado; solo vemos la cabeza, el busto y el brazo izquierdo. Cavila enfundado en su traje de campaña verde olivo. El índice está más cercano al ojo que a la sien. Parece mirarte a los ojos, como si estuviera a punto de decirte…
Dejémoslo ahí.
La otra conexión-cita-homenaje la establece Toirac con el Apóstol. Martí y su verbo encendido. Toda la gloria del mundo (2012) es una urna que cobija un grano de maíz dorado (bañado en oro, si mal no recuerdo): la gloria cubierta en oro de 22 quilates.
“Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”, según el mismo Martí que, tras el episodio de La Mejorana, también escribió: “Y así, como echados, y con ideas tristes, dormimos”.
Cifrado en la semilla dorada, también está el rostro y el cuerpo de Cuba vestido de completo uniforme verde olivo, pero también el del otro Fidel: el de la guerrera Adidas. Allí se ha comprimido y guardado su discurso, entreverado con el discurso de Martí. Porque la cara y el cuerpo del archipiélago no existen sin lenguaje, sin la lengua de Fidel.
Luego, frente a la obra Axis Mundi (1998) pensé otra vez en la cita del libro de Néstor. A pesar del mute y del modo avión, la frase del gusano vibró en mi cabeza cuando me detuve ante el lienzo, que tenía impreso este texto sobre una imagen difuminada del Pico Turquino:
“Las montañas siempre han mediado entre el cielo y la tierra como un eje vertical, que da coherencia al mundo. Moisés fue convocado a subir una montaña para recibir los mandamientos divinos y hacia la montaña peregrinan quienes intentan la búsqueda de sí mismo”.
La urna del grano de maíz está a pocos pasos. Toda la gloria… opera desde la contención, desde la síntesis; Axis Mundi se explaya. Demasiado texto:
“Pero cuando el mundo es absurdo y el sistema que lo rige carece de sentido, cuando el diálogo entre el arriba y el abajo es imposible, la imagen que nos queda es tan desolada como el Monte Olimpo sin Zeus, como aquel pico del Cáucaso donde fue encadenado Prometeo”.
Aunque Axis Mundi puede tener más de una interpretación, de cara al lienzo yo pensé en la pipa de Magritte, en el título de la exposición, en la condición de pipa que posee la galería Acacia y en el gesto poético del Estado cuando envía a las bodegas pollo congelado en sustitución de la cuota de jurel.
No, lo de José Ángel Toirac no era precisamente un tributo, me dije. Para confirmarlo estaba el segundo salón expositivo.
Cuando el visitante cruza ese segundo umbral, deja atrás Axis Mundi. Pareciera que todo el texto de esta pieza es nada más que un pop-up, o un post-it con un mensaje que no deberías olvidar. Una suerte de alerta antes de pasar a la “sección de instalaciones”.
Galería TRES
Noventa imágenes impresas con tecnología digital sobre PVC integran la obra Acto de última voluntad (2017-2018). Lo retratado es una avenida cualquiera de la ciudad, el trozo de barrio gris y medio sucio de los tantos que se suceden en la capital, y la oficina, el hospital, un campo sembrado, el parabrisas trasero de un auto soviético, un mural, la entrada de un inmueble en estática milagrosa, una enorme verja de hierro, la carreta, la zona wifi, la tienda, un quiosco, las columnas de un largo portal, fachadas de centros de trabajo, la carnicería…
Es el espacio público. Un espacio intervenido. El kitsch de la maquinaria ideológica.
Esa fealdad fea a más no poder es el campo de tiro de miles de turistas y reporteros armados con smartphones y cámaras digitales.
Frases, muchas, dibujadas o impresas en carteles, vallas y muros.
Frases que son, a la larga, una misma frase.
Una frase: letras con las que se dibuja un único rostro. El rostro de Cuba. La cara de Fidel. Un rostro que, en posiciones diversas, refleja una única postura.
En una de esas noventa fotos, vemos una columna en la que han escrito “Yo soy Fidel”. La caligrafía no es muy diferente a la del joven Eduardo García Delgado cuando a punto morir escribió El Nombre con su propia sangre. Pero el “Yo soy Fidel” de esta foto no está escrito en rojo sino en verde.
Con sangre, en 1961, un hombre casi muerto (herido de gravedad) le dedica una pintada a un hombre muy vivo. Medio siglo después, alguien, hombre o mujer, con pintura acrílica, le dedica otra pintada a un hombre casi muerto (porque ya se ha dicho que las ideas nunca mueren, ¿no?). La caligrafía como un estado de trance, o de tránsito.
No sé si la palabra correcta es “obsesión”, pero buena parte de la materia prima de esta exposición de José Ángel Toirac está en la prensa. El Granma, aquí, campea por su respeto. Ya se dijo que no hay cuerpo sin discurso, y la lengua de Fidel, desde los primeros días del Granma, tuvo pliegos a disposición, como también los tuvo su cuerpo. Para Él trabajó un ejército de periodistas y fotógrafos, y la imprenta.
En El coleccionista de cada día después (2016-2019), José Ángel Toirac recortó portadas del periódico e hizo origamis con ellas: 365 mariposas, que fueron clavadas y enmarcadas en negro. Sus alas contienen la icónica imagen de Fidel y compañía alzando fusiles, el nombre del diario y fragmentos de textos.
La mayoría de las mariposas lucen los típicos tintes del Granma: rojo, negro, variaciones del gris. Son los matices de las noticias publicadas en el Órgano Oficial del PCC. Otras mariposas exhiben en sus alas el negro y el gris de las ediciones que guardan luto. También hay, en esta colección, origamis completamente negros.
El coleccionista… se ejecutó —se nos informa— “con las páginas del periódico (…) correspondientes al período comprendido entre el 26 de noviembre de 2016 al 25 de noviembre de 2017”. Según las noticias oficiales, el 25 de noviembre de 2016 falleció Fidel Castro.
Galería CUATRO
En las alas de las mariposas hay mucho más que tinta. En los origamis se ha condensado, o cifrado, un contenido casi similar al que se resguarda bajo la urna de Memento Mori (2006-2016). Se trata, esta vez, de una colección de ejemplares del Granma recopilados entre 2006 y 2016. Una colección que resume diez años en el terrón en forma de chipojo recalentado al sol del Caribe, diez años del devenir del mundo visto bajo el prisma y el filtro del PCC. Memento Mori podría ser leída como precuela, o capítulo piloto, de El coleccionista…
2006-2016: la columna de diarios tiene en la parte superior la edición donde se hace pública la enfermedad que le impide al expresidente atender sus responsabilidades al frente del Estado y el Gobierno. En la “Proclama al pueblo de Cuba”, publicada en primera plana el 1ro. de agosto de 2006, Fidel ya no es aquel viejo de fierro, el monolito impenetrable por cualquier dolencia o virus; la crisis intestinal lo obligaba a delegar en Raúl Castro.
Decálogo (2007) es otra instalación que apuesta por la palabra. Son diez columnas de hojas de papel impresas. En cada columna hay una frase distinta, y todo ese peso —el de las ideas y el del papel— descansa sobre una tosca base de madera, de las que se utilizan en los almacenes.
No hay lujos en esa base: a fin de cuentas, no tiene otro fin que soportar una carga de transitoria. Cuando llegue la fecha de caducidad, o cuando se agote la estiba, será reutilizada para otro peso, otro tipo de material. O se le pondrá encima más de lo mismo.
Desde esa estiba, Fidel Castro nos habla. Las frases se alternan, se cruzan, se funden y generan una suerte de sonido y una imagen. Sí, la imagen de Fidel. Pero no es exactamente él. Es otro cuerpo. Es un cuerpo que paradójicamente nos resulta familiar, que “se parece” o nos recuerda a Fidel. Esa suerte de mantra, originado en la estiba, es todavía ley.
El mantra, mudo, cobra sonido en la obra Opus (2005), que trata de cifras. Sacadas de su contexto, aparentemente son solo cifras. Pero el sonido de cada cifra, emitido por un televisor, va acompañado de la transcripción del número en la pantalla de ese mismo televisor (porque a José Ángel Toirac le interesa la escritura). Fidel Castro es el que “canta” los números.
Es la puntillosa voz que, variando la tesitura, echaba mano de cifras para machihembrar en su alocución todo cuanto tenía en mente. Para ilusionar, para certificar, para convencer. En Opus, esas cifras ahora solo hablan en abstracto de un plan, de un delirio.
De una obsesión.
Entre los origamis y el televisor con las cifras hay una pieza ejecutada con pan de oro. Se titula Obsesión (2009). En ella se registra o contabiliza algo. Trazos breves del mismo tamaño, agrupados, que luego se tachan. Es la ilusión, la necesidad y la obsesión, también aquí, de llevar un registro. Rayar y tachar, como en el albergue, el campamento, la prisión…
¿Qué se registra?
Dejémoslo aquí.
Ya en la calle, bajo el duro sol, le quité el modo avión y el mute al gusano. Pero entonces me surgió la duda: si la exposición de José Ángel Toirac echaba mano de un cuestionamiento planteado por Magritte, ¿dónde debía situar la trahison des images, la “perfidia de las imágenes”, es decir, lo astuto, el ardid, el engaño?
Si la exposición no era precisamente un tributo, ¿lo pérfido estaba en la obra del artista o en la obra del político?
¿Acaso en ambas?
Y mientras encontraba no pocas similitudes entre los enunciados de un buen número de obras de artistas visuales cubanos, otra vez volví a escuchar la segunda mitad de aquella cita del libro de Néstor Díaz de Villegas.
Galería CINCO
La bestia y las radiaciones
Una escena de Chernobyl permanece en mi memoria. Parafraseando al niño de The Sixth Sense: lamentablemente solo veo gente muerta.