En la vida de José Grau Brito (La Habana, 1951)[1] emergen algunos de los grandes relatos de la historia sociopolítica de nuestro país: emigración, Operación Peter Pan, UMAP, exclusión social, etc.
De cómo los vivió, va contando partes. Algunas todavía muy bajito, para no atraer a “los demonios” que andan todavía sueltos y poder quitarse de encima, de una vez por todas, los ojos que han estado vigilándolo durante toda su existencia.
Hoy devuelve los traumas de aquellos años a modo de canto, transfigurados en dibujos, con una fuerza tremenda. Y en ellos, a veces, va ganando la fe, pero en otras la oscuridad.
Marcada por dos estilos convivientes, lleva a cabo una extensa producción en la que recrea, por una parte, escenas anecdóticas de acentuado expresionismo, donde aborda la vida nocturna de La Habana y la prostitución; por otra, imágenes oníricas que asocia metafóricamente a los episodios más íntimos y controvertidos de su vida.
Es un artista outsider, cuya obra pasó a integrar la colección de Art Brut Project Cuba y se exhibió hace muy poco en la Tercera Trienal “Raw Intuitive”, realizada por el Museo de Arte Naive y Marginal (Jagodina, Serbia).
Con este hombre tuve la oportunidad de conversar en Riera Studio. Resultó ser de esos encuentros en los que temes interrumpir con alguna pregunta sosa. Así que lo mejor fue dejarlo hablar, a su propio ritmo, y que sacara todo el torrente de emociones y recuerdos que ha venido guardando por años.
¿Cómo fue que convertiste el arte en tu tabla de salvación?
Lo único que yo recuerdo en mi niñez, en cuanto al dibujo, es que a los 6 años mi padre me llevó a una escuela de curas que había en el Cotorro, por donde yo vivía, una sucursal de La Salle principal de La Habana.
Yo estaba dando clases y el sacerdote, que era muy buena persona, nos mandó a hacer un dibujo libre de algo que hubiéramos visto en la casa, que lo reflejáramos y lo trajéramos al otro día.
Entonces, como a mí me gustan las gallinas (en mi casa siempre hubo), me puse a dibujar y pinté un gallo y dos gallinas, y se lo llevé al sacerdote. Cuando lo entregué, me dijo: “Los niños no dicen mentiras, ni engañan a los mayores. Mañana me traes a tu papá, porque ese dibujo no lo pudiste hacer tú. Esto lo hizo un adulto”.
Mi papá no pintaba nada, mi mamá tampoco. Llegué a la casa muy triste y le dije a mi papá: “Dice el cura que vayas a verlo porque yo no pinté este dibujo”. Mi papá se puso muy bravo, fue a la escuela conmigo y me dijo delante del cura:
—Pinta al cura.
—¿El niño pinta así?
—Sí, el niño pinta así —le respondió mi papá.
—Pues ese niño va a ser pintor, va a estudiar en el Instituto de Arte en un futuro —terminó diciendo el cura.
Esa es mi primera anécdota de mi choque con la pintura. Empecé, como ya digo, con un traspié. Pasó el tiempo y no me acuerdo qué otras cosas yo pintaba. Pero yo siempre estaba pintando.
Mi papá vivió bien, era una gente acomodada. Fue una persona que ayudó al Movimiento 26 de julio, en las montañas, en la Sierra Maestra. Era responsable del Movimiento en el pueblo del Cotorro, pero detestaba el comunismo y el socialismo porque había estado en la Unión Soviética cuando Stalin.
En la Unión Soviética vio barbaridades. Cuando Fidel Castro dijo: “Socialismo y al que no le guste…”, o algo así, no me acuerdo bien, yo era muy chiquito. Mi papá dijo: “Visa y pasaporte para el niño”, porque ellos estaban trabajando y no podían renunciar al trabajo.
Entonces comenzaron los trámites para mandarme para los Estados Unidos a mí solo. Yo tenía 10 años. Pero a mi papá le llegó el comentario que corría por esa época de que a los niños que iban a la escuela (esto es interesante) no los dejaban salir del país.
Eso nunca fue así, eso fue una gran bola. Mi papá no me matriculó en la escuela y me dejó encerrado en la casa. Para que no me vieran los del CDR, que vivían al lado de mi casa, yo tenía que estar encerrado a cal y canto, sin televisor (ya lo habían vendido para irse del país), sin radio, sin nada. El tocadisco lo habían vendido también. Dos años encerrado, sin hacer bulla, y me dediqué a pintar, a dibujar.
Yo me iba solo del país. Todo ese tiempo que estuve esperando por los trámites del viaje, me la pasé dibujando. A todo el mundo le gustaba.
Me acuerdo que había una modelo que salía por televisión y yo la dibujaba de memoria. Adelfa se llamaba. Nunca se me olvida. Ya está muerta. Yo la pinté y todo el mundo decía: “Ay, como se parece”. Y yo sin fijarme por nada, ni por una revista ni por nada, la saqué de mi mente. Pinté mucho. Dibujé mucho.
De esa época hay un dibujo que recuerdo que yo le mandé a mi familia que vivía en los Estados Unidos. Un dibujo muy bueno de una ciudad con unas gentes que estaban en las calles con unos paraguas. Parecía que alguien de 30 años lo había hecho.
Lo mandé para Miami porque había un concurso para niños latinoamericanos y gané el primer lugar. Como yo supuestamente me iba ya, me iba solito, esperaban que yo llegara para darme el premio. Nunca llegué, así que el premio se lo dieron al segundo lugar.
Vino el problema de la Crisis de Octubre y Pan American suspendió los vuelos. No pude irme. Esperando los tres aquí, mi mamá, mi papá y yo (ya le habían dado la renuncia a ellos) me pusieron en la escuela.
Ya yo debía estar en 6º grado, tenía 12 años, a punto de entrar en la secundaria. Pero me pusieron en 4º grado, con unos niños bajitos, y yo grandísimo. Empecé a sentirme un poco mal, nervioso.
Yo no había tenido ningún problema de nervios anteriormente. Era un niño normal, de 100 puntos en todas las asignaturas, muy inteligente y muy adaptado a todo. Pero estuve dos años encerrado sin poder jugar con ningún otro niño, viendo por las rendijas cómo jugaban en la calle. Mis padres me dejaban la comida en el refrigerador. No podía oirme nadie, verme nadie. La bicicleta, amarrada con un candado, que al final vendieron. Fue lo último que se vendió.
Terminé la primaria y pasé a la secundaria. En la secundaria, el profesor de artes plásticas me dio otro premio porque pinté la escuela con conserje y todo, y quedó idéntica. Me dio un premio y me regaló unos libros, unos pinceles y una acuarela. Por primera vez vi libros de pinturas hechas con plumilla.
Ya cuando tenía 15 años, mis padres presentaron la solicitud por reunificación familiar y caímos en el grupo C, por el hemano de mi papá y el de mi mamá, que estaban en los Estados Unidos, y yo como hijo de ellos.
A mi papá se le quitó la idea de que si yo iba a la escuela no podía salir del país, ya todo eso había pasado. Nunca se me olvidará que el pasaje mío solo costó 12.50 dólares. Pero a punto de irme, comienza el Servicio Militar y los jovencitos que tuvieran 15 años no podían abandonar el país.
No nos pudimos ir. Ya mi padre sin trabajo. Mi papá trabajaba en la Aduana, era jefe de departamento, y mi madre era telefonista. Ellos estaban viviendo gracias a que mi papá alquilaba el carro y mi madre, la pobre, atendiendo la casa. Ahí vino el trauma fuerte de mi vida. Si bien a los 10 o 12 años me traumaticé, a partir de los 15 vino lo peor.
Mi papá era una persona que te quería mucho, pero a lo militar, y se explotaba en el barrio y en los CDR, que en aquella época no eran como ahora. El CDR determinaba tu vida, una mala recomendación de los CDR y no podías hacer nada. Ni coger carrera, ni trabajo, ni nada.
Mi papá se le explotaba a toda esa gente y por eso era mal visto. Cuando yo cumplí los 15 años, se aparecieron cuatro militares en mi casa: una mujer y tres hombres. Venían a buscarme porque mis padres querían abandonar el país. Había un militar enamorado de mi casa. Una casa muy linda del año 1959. Yo pasaría a ser Hijo de la Patria.
Mi mamá, que era una persona muy educada, y que nunca la oí gritar ni decir malas palabras ni nada, se transformó, salió hecha una fiera. Ellos decían que me iban a becar, que esa casa la cogían ellos y después, cuando yo terminara los estudios (me iban a reeducar revolucionariamente porque era hijo de desafectos), entonces me darían mi casa de nuevo, o me daban otra donde vivir.
Mi madre los insultó y los botó de la casa. La mujer militar le decía: “Señora, esto que usted está haciendo, a usted le va a pesar”.
Eso fue un viernes. El lunes había una citación para llevarme para la UMAP. Un niño de 15 años. Por ser hijo de desafectos. Yo no decía eso, pero fue lo que explicaban ellos allí. Entonces mi papá me montó en su carro y me escondió. De nuevo esconderme, en la casa de unas amistades, en la casa de parientes lejanos. Me dio por desaparecido a las autoridades.
Estuve escondido alrededor de 8 o 9 meses. Ahí me puse a pintar. En esas casas donde viví, lo que hice fue dibujar, leer, yo leía mucho. Ahí yo sí me puse muy mal de los nervios, me empezaron temblores, problemas gástricos, fobias, miedos.
La directora de una escuela que nos conocía, que debe estar muerta ya, le dijo a mi papá: “Traiga a su hijo de donde esté, que yo sé que no está desaparecido. Lo que están cometiendo con ustedes es una injusticia. Yo soy del Partido Comunista de aquí de San Miguel del Padrón. Traigálo, que a él no le va a pasar nada. Le voy a hacer un papel que le va a llevar a un personaje a nombre mío”.
Mi papá confió. Buscó el papel, lo entregó, me llevó para la escuela. Le dijeron que me iba para la escuela al campo, a incorporarme a la Revolución. Fui a las escuelas al campo. Después me gustó, porque empecé a cantar, a tener amistades. Me vino bien porque yo estaba en un trauma.
Ahí, en la escuela al campo, me declararon hipertenso. El sanitario me tomó la presión y tenía 150 con 100. Entre mis padres con su locura y el gobierno…, todo lo que pasó…
Me mandaron para mi casa con la presión muy alta para chequearme eso. Evidentemente, era un problema emotivo. Así fue pasando el tiempo y yo quería estudiar pintura o algo de arte.
Cuando intenté ir a San Alejandro, me dijo un amigo mío: “Mira, ni vayas, porque yo fui y me cogió el Servicio Militar”. Me quedé así…, y dije: “Bueno, es mejor no estudiar en San Alejandro porque ni voy a ser pintor ni voy a poder entonces coger otra carrera”.
Entonces quise coger Historia del Arte, pero no me la dieron. Me quedé sin carrera. Fui a la Facultad de Biología con mi papá y él le planteó a la directora mi situación, que no había cogido carerra, que me gustaba el arte, la pintura, la literatura. Entonces entré en la escuela de Biología. Muchos de estos dibujos que yo hago ahora creo que son como los tejidos que yo veía en los laboratorios de la escuela.
Hice como tres años, pero no me gustaban la Física, la Química y la Matemática que se daban en esa carrera. Me interesaban más las letras. Investigar no me gustaba. Pedí mi traslado para el Instituto Superior Enrique José Varona y me hice licenciado en Ciencias Pedagógicas, en la especialidad de Biología. Con ese título trabajé en el Preuniversitario que había en San Miguel. Me olvidé de la pintura.
Luego me fui para Salud Pública. Una amiga mía me consiguió una plaza, porque si yo iba por las vías gubernamentales no me la iban a dar, por todo el historial que yo traía. Cogí una plaza que era de Promoción y Educación para la Salud.
Ahí trabajé dieciséis años, hasta que tuve problemas con una señora, alta dirigente del país, y empecé a ver una serie de cambios. “Bueno, de aquí me tengo que ir antes de que yo me vea en una situación más difícil”. Ya mis padres habían muerto.
Ellos no llegaron a irse del país, nunca pudieron. Yo los enterré aquí, murieron al lado mío. Yo me podía haber ido por el Mariel. Mi familia mandó un barco y no me pude ir porque yo no era un escoria y a los que estaban dejando ir eran a los escorias. Hice tres intentos de salida del país.
Dejé de trabajar en el año 2001. Vendí mi casa, una casa muy bella. No, lo que hago es que permuto esa casa con un dinero por arriba y voy para un apartamento en un 6º piso en Centro Habana. Ahí monté un negocio de alquileres, fui viviendo de eso. Una prima mía por parte de madre, que vive en los Estados Unidos y que le mandaba dinero a mi mamá para ayudarla, después de que mi mamá falleció, se quedó ayudándome a mí. Entre lo que ella mandaba y lo que ganaba de los alquileres, no pasé ningún trabajo económico.
Pasan los años y me mudo para Guanabo (yo me mudé muchas veces), y empieza una inestablidad emocional. Lo del alquiler me venía bien, pero también pasaba malos momentos porque a veces venían a alquilarse personas de baja clase. Ganaba mucho dinero, pero no cambio salud por dinero.
Entonces terminé ese negocio y me quedé con la ayuda que me daba la prima de mi mamá. Pero hace unos pocos años ella se cayó, comenzó con Alzheimer adelantado y el esposo (que es árabe y no está de acuerdo con mi vida privada) me retiró la ayuda.
Llevo un año vendiendo cosas en mi casa. Vendiendo aquello, vendiendo lo otro. Entonces me encuentro con Facebook y me empiezo a dar cuenta que lo que yo escribía gustaba, lo que dibujaba. Y empiezo a dibujar, dibujar digitalmente en el móvil porque ya no tenía materiales para dibujar en papel.
Todo eso gustaba mucho. Ya yo había publicado lo que había hecho muchos años atrás, cuando no había móviles ni Facebook en Cuba. En aquellos años yo dibujaba con café, con tierra. Hacía una pasta machacando pastillas de los medicamentos que son de colores. También usaba medicamentos como el timerosal, el yodo, el alusil para la acidez.
Hay una parte muy interesante que no he contado. A lo mejor vas a pensar que yo estoy loco con lo que voy a decir. Yo creo en un mundo paranormal y en sensaciones extrasensoriales.
Los dibujos que tienen rostros son porque mi vida ha estado llena de intrusos. A los 10 años. A los 15 años. En estos dibujos yo reflejo un poco toda una serie de situaciones mías. Yo soy bipolar. A partir de los 15 años me diagnostican como maniaco-obsesivo-compulsivo-ansioso-depresivo, y me cayeron muchas crisis. Me vi perdido.
Nada más que me pongo a pensar que no tengo comida o que puedo perder a la persona que vive conmigo, me entran temblores, me dan vómitos. Ahora estoy sin pastillas. Pero dormir es el momento más malo. Por eso dibujo de madrugada.
En la mente no tengo un dibujo programado. Nunca he hecho boceto. Dibujo directo y que salga lo que salga. Sencillamente empiezo a hacer unas imágenes y de pronto, cuando voy a mitad del dibujo, digo: “Esto es ‘La Matrona y sus niñas trabajadoras’. Este otro se llama ‘Hundimiento inevitable de un reinado corrupto’. Este otro: ‘Cleopatra rodeada de sus amantes soldados’. Este, ‘Sacerdocio’, y este se lo dediqué a Yemayá, a Olukun…”.
Yo era ateo, pero me han pasado muchas cosas en la vida, muchas pruebas de que hay algo extraño, sobrenatural, algo espiritual. A mí me han dicho que yo tengo dentro de mi campo espiritual un soldado alemán que dirigía un campo de concentración. Cada vez que veo una pelíula de ese tema, me erizo. Dice la gente que estoy pasando un karma, limpiando un karma.
A veces sí pienso los dibujos como series. Yo quise hacer una serie sobre la prostitución. Luego están esos dibujos de los rostros rodeados de cosas. También pinté sobre camisas con óleo y luego las usaba y se las hacía a amigos que me lo pedían. Todavía tengo una de esas. Yo me ponía a pintarlas por la noche, cuando llegaba a mi casa. Pintaba también sobre unos shorts de playa y los vendía. Me ganaba en cada short 20 pesos. Tiraba las cartas por una caja de cigarro, que era lo que pagaban en aquella época, que valía 40 pesos. Y vendía ron aquí en la casa.
¿No te das cuenta, mirando mis dibujos, que hay como un aislamiento? Ese es el encierro mío. Mi encierro a los 12 años y luego esconderme de nuevo a los 15. Todo eso está aquí.
Mira este, como si lo rodearan peces peligrosos. Eso es el miedo que yo siento. Cuando tengo crisis de pánico, me pongo a pintar y se me quita. Me pongo a analizar todo lo que me ha salido mal de madrugada. Y me pongo a pintar de nuevo.
Galería
[1] Agradezco a Samuel Riera y a Derbis Campos, directores de RIERA STUDIO y Art Brut Project Cuba, por facilitar el encuentro con José Grau Barrios y por ceder las imágenes de sus obras utilizadas en este artículo.
Noel Morera: “Los artistas cubanos tienen miedo”
“Me botaron de San Alejandro por gusano, por falta de respeto, por contrarrevolucionario, me botaron por mi propia personalidad. Creo que en lo único en que he estado de acuerdo es por la razón por la que me botaron. Es verdad, soy un falta de respeto y un inadaptado formacional”.