“Brother, esta cuarentena me tiene fundío”, me dijo hace unos días un amigo, excelente artista y ducho en eso de saber cuanto acontece en el mundo del arte cubano, “fíjate que hasta estoy leyendo Art Crónica” (sic).
Mientras charlábamos, me envió el link del artículo “Apuntes para una cartografía de los espacios de exhibición de la capital: elefantes en la tela de una araña”.
Firmado por (Isabel) Pérez & (Rubén) del Valle, dichos apuntes comienzan enumerando los espacios expositivos estatales, cuya actividad promocional y comercial —de frecuencia regular o puntual— está subordinada al Ministerio de Cultura y a la Oficina del Historiador de la Ciudad; continúan con espacios mixtos conducidos en convenio con dicho ministerio, como Centro de Arte Continua y Fábrica de Arte Cubano; luego con espacios privados llevados en alianza con el CNAP (Consejo Nacional de Artes Plásticas) o el FCBC (Fondo Cubano de Bienes Culturales), como Taller Chullima y Espacio Arte Revolución; y cierran con otros igualmente privados, pero cuya independencia marcha sobre limitantes legales, como Riera Estudio, Galería Taller Gorría, Seis Seis Espacio o Estudio Figueroa-Vives.
Trazado el mapa —más físico que político— de los espacios y los modelos que proyectan en el mundo artístico local, Pérez & Del Valle concluyen con una tanda de preguntas dirigidas a los lectores, agradeciéndoles de antemano “cualquier opinión o sugerencia”.
No cito las preguntas porque sus pretensiones pedagógicas se me escapan. Sin embargo, como lector avisado, no quiero dejar escapar la exclusión que hacen Pérez & Del Valle de tres espacios importantes en esta movida privada que, según ellos, consiguen programar exhibiciones, desarrollar “iniciativas transdisciplinares” y “foros de debate”: me refiero a INSTAR (Instituto de Artivismo Hannah Arendt), al Taller/Galería Yo Soy El Que Soy y al Museo de Arte Políticamente Incómodo, creados respectivamente por la artista Tania Bruguera y los artistas Ítalo Expósito y Luis Manuel Otero Alcántara.
Menciono a Bruguera, Expósito y Otero Alcántara, siguiendo el propósito de Pérez & Del Valle, quienes nombran a los especialistas o artistas fundadores de los espacios privados, para afirmar que la operatividad de estos acontece de “acuerdo a las peculiaridades del trabajo y el alcance” de quienes lo encabezan. Variable esta que no puede tomarse en cuenta sin atender a otra: el estigma, puesto que resulta esencial para dicha operatividad; quiero decir, para la eficacia, calidad, socialización e impacto que puedan lograr tales espacios con sus actividades.
Evidentemente, Pérez & Del Valle excluyen a INSTAR, al Taller/Galería Yo Soy El Que Soy y al Museo de Arte Políticamente Incómodo, porque creen en el estigma institucional sobre sus gestores.
El estigma nunca es natural: es una marca meramente ideológica y política con la que la burocracia cultural naturaliza la inferioridad de lo que censura; quien estigmatiza lo censurado se adjudica sus derechos y deberes: decide su futuro.
Pensemos en los cuadros políticos del mundo del arte: en 2015, Rubén del Valle, Fernando Rojas y Jorge Fernández —presidente del CNAP, viceministro del Ministerio de Cultura y director del Centro de Arte Contemporáneo Wilfredo Lam, respectivamente— resuelven el Caso Tania Bruguera estigmatizando a la artista; a partir de 2018, Fernando Rojas, Jorge Fernández —ahora como director del Museo Nacional de Bellas Artes— y Norma Rodríguez Derivet —nueva presidenta del CNAP—, comienzan a estigmatizar a Luis Manuel Otero Alcántara.
Para la burocracia cultural, nadie puede solidarizarse con lo estigmatizado ni pedir explicaciones o procurar debatir al respecto, pues hacerlo es signo de duda y dudar equivale a desertar del apoyo a quienes estigmatizan para pasar a ser un estigmatizado.
Por tal razón, meses después de ser violentado Ítalo Expósito, o sea, de ser censurado, multado y desacreditado como artista por resolución del CNAP, Fernando Rojas, durante la reunión para revisar las sinrazones del Decreto 349, en septiembre de 2018, decide estigmatizarlo al no querer discutir su caso con los presentes porque, según él, sería “algo interminable”.
Con solo nombrar a los artistas y gestores Bruguera, Expósito y Otero Alcántara, el estigma se materializa en censuras de obras y exposiciones, amenazas de incautación de bienes, hostigamiento de colaboradores cubanos y extranjeros, intimidación de familiares, colegas y público, difamación, descrédito profesional y legal, así como multas, encarcelamientos y enjuiciamientos: una gradación de violencia política que efectúan en conjunto la burocracia cultural y la Seguridad del Estado.
El estigma está ligado al miedo gubernamental a la autonomía en cualquier dirección. En tono piñeriano: al miedo de la Revolución al libre pensamiento. Por eso el estigma es una de las condiciones sine qua non para la política cultural cubana.
Todavía más: el estigma debe constituir una categoría de análisis a tener en cuenta cuando se hable de arte cubano, pues de la misma manera que ha dañado un número significativo de artistas y, por supuesto, de obras, no dejará de afectar la actividad, impacto, aceptación y legalización de los espacios privados, sobre todo de aquellos cuyos gestores, como Bruguera, Expósito y Otero Alcántara, asientan su labor de producción y visibilización del arte en un proceso más cívico. Parafraseando al escritor Rafael Almanza: en el derecho y la obligación que tiene el ciudadano de velar por la buena marcha de los asuntos públicos; lo que en Cuba significa: asuntos políticos.
Creada también sobre bases de independencia económica y autonomía de pensamiento, parecía que Art Crónica iba establecer un entorno plural para repensar la historia del arte cubano. Varios colegas pensamos que Art Crónica sustituiría el controlado ámbito discursivo de la revista Arte Cubano por uno más inclusivo, o al menos, no tan reprobatorio.
De hecho, en 2016 Art Crónica publica una entrevista que me hiciera la crítica de arte Suset Sánchez por petición de Arte Cubano, después de ser censurada por la directora de dicha revista, Isabel Pérez Pérez, quien firma hoy el artículo que me ocupa. Sin embargo, a inicios de 2018, el editor jefe de Art Crónica, David Mateo, censura dos líneas —en las que yo denunciaba mi expulsión del Instituto Superior de Arte— en una de mis respuestas a otra entrevista que él mismo me hiciera para un número dedicado a la pedagogía en las artes visuales. La idea todoroviana que delinea la exclusión mutua entre imaginario totalitario y autonomía de pensamiento, puede explicar el por qué de tal juicio editorial.
Con la exclusión de INSTAR, el Taller/Galería Yo Soy El Que Soy y el Museo de Arte Políticamente Incómodo de la lista de espacios privados que conforman el circuito del arte cubano, la autonomía de pensamiento de Art Crónica se tuerce en epígono de la arenga institucional; los criterios especializados de Pérez & Del Valle no reparan a las víctimas de la política cultural y las decisiones editoriales de David Mateo participan del mecanismo de estigmatización.
Similar a los autores —cubanos y cubanistas— del correlato crítico de la década de los noventa en torno a la irreverencia y las censuras acontecidas durante los ochenta, quienes reproducen el imaginario del estigma institucional contra el Grupo Ritual ART-DE al no hablar del colectivo más transgresor y reprimido de aquellos años, son hoy los cuadros políticos devenidos especialistas, quienes, conservando el mismo imaginario, pretenden hacer sociología del arte suprimiendo objetos de estudio fundamentales.
Por todo esto, el capítulo del arte cubano que presentan Pérez & Del Valle nace tullido, tanto como el ejercicio crítico que Art Crónica propone a sus lectores resulta una estafa.
Son las élites quienes se equivocan
Lo relevante a día de hoy no es que el gobierno cubano se equivoque; el autoritarismo nunca se equivoca, porque su existencia se debe a desaciertos humanitarios y a pifias democráticas.