‘¿Dónde queda Dos Ríos?’, 2024, de Laura Sofía Thorrez.
Hay una línea invisible que enmarca la obra de Laura Sofía Thorrez: una línea que ondula, se desdibuja y flota entre cuadro y cuadro. Esa línea está en el horizonte donde el cielo y el mar se confunden, en el cabello de sus mujeres, en las nubes, hasta en las situaciones escolares de las que todos tenemos recuerdos, pero nadie podría describir exactamente.
Es la línea difusa e indefinida que separa lo que fue de lo que sigue siendo, la infancia de la adultez, el adentro del afuera, lo cubano de lo global. Es en esta incertidumbre entre fronteras donde se desarrolla la poética de esta artista, visible en todo su esplendor en su más reciente exposición personal Recuerdo cosas que me recuerdan a mí.
Laura Sofía Thorrez[1] presenta bajo este título su tesis de graduación del Instituto Superior de las Artes (ISA) en Ona Galería, bajo la curaduría de Enzzo Hernández y Patricia García. A pesar de su juventud, su obra posee ya algo que para muchos artistas es difícil de lograr (y que unos cuantos no consiguen nunca): un lenguaje plástico distintivo y reconocible, sustentado por una sensibilidad afilada y un discurso que logra ser íntimo y autorreferencial, pero a la vez remite a toda una generación, y, en ocasiones, a toda una era.
La muestra no parece una tesis. Parece un manifiesto visual. Un mapa afectivo de todo lo que se puede decir (y sentir) sobre crecer en Cuba desde el 2000 hasta hoy.
En Recuerdo cosas que me recuerdan a mí, Laura Sofía Thorrez nos entrega no solo una exposición, sino un gesto artístico que opera como umbral. Una bisagra entre tiempos, entre memorias, entre mundos. En ese espacio intermedio emerge su poética visual: una estética de la transición, la melancolía y la intersección.
Las obras de Laura Sofia son contradicción, paradoja y sinestesia, paisajes en los que todo convive con la naturalidad típica de las memorias difusas y los sueños que olvidamos al despertar, pero de los que nos quedan vividas impresiones.
‘Duelo’, 2024, de Laura Sofía Thorrez.
Ese espacio transicional en el que el recuerdo se vuelve ensoñación es el lugar desde el que se posiciona la artista para crear; un espacio liminal en el que las contradicciones de crecer en el nuevo milenio cubano adquieren un tinte nostálgico, melancólico y liminal.
Lo liminal, en términos teóricos, se refiere a lo que está en el umbral. Es la zona gris entre un estado y otro, entre el ser y el dejar de ser. Víctor Turner hablaba del “estado liminal” como una etapa ambigua y de transformación, donde se suspenden las normas y lo inestable da lugar a nuevas posibilidades. Pero Laura Sofía no se limita a esta definición.
Ella expande la noción de liminalidad y la aplica a dominios más difusos: la memoria, la feminidad, el espacio digital, la historia. En sus manos, lo liminal deja de ser solo transición para convertirse en territorio, un lugar concreto donde crecen los recuerdos, los afectos y los símbolos de toda una generación.
En la obra de Laura, la memoria no es un archivo ni una narrativa lineal: Es un territorio líquido. Algo que se siente más que se recuerda. En obras como XXXX las escuelas cubanas aparecen como espacios cargados de significado, pero vaciados de certezas. Aulas, secretarías, baños escolares que, como cápsulas del tiempo, concentran múltiples versiones de la experiencia infantil. Los baños en particular, para algunos, eran espacios oscuros y húmedos donde solo se entraba por necesidad; para otros, lugares de descubrimiento, conspiración o confesión.
Laura activa este recuerdo colectivo con imágenes que operan como detonantes emocionales. La memoria se convierte entonces en un espacio liminal porque no está ni en el pasado ni en el presente, ni en la experiencia individual ni en la colectiva. Es un filtro, una neblina, un glitch emocional.
La poética de la memoria en la obra de Laura Sofia no se remite únicamente a los espacios que recordamos sino también a los momentos vitales en que nos encontrábamos cuando transitábamos por estos lares. La adolescencia, y particularmente la adolescencia femenina, es una de las formas más reconocibles de liminalidad vital.
‘Flores para Camila’, 2025, de Laura Sofía Thorrez.
Ni niñas ni adultas, Laura Sofia captura esa ambigüedad transicional no como un conflicto interno, sino como un terreno fértil para la rememoración posterior. La girlhood que pinta no es una categoría idealizada ni una nostalgia edulcorada: es un campo de fuerzas contradictorias, donde conviven la ternura y el empoderamiento, la fragilidad y la afirmación.
En este sentido, podemos ver el papel que tiene la figura de la sirena en su obra. Es un código que aparece en varias de sus obras: criatura liminal por excelencia, mitad mujer y mitad pez, habitante del agua, pero siempre asomada a la orilla.
La sirena no está completamente descontextualizada en esta exposición, una de las primeras sensaciones que el visitante siente al entrar en esta muestra es el aura acuosa que la envuelve. El agua es casi omnipresente y actúa como fluido conector, empapando toda la muestra con melancólicos tonos azules. Es espacio en el que habitan las mencionadas sirenas, pero también ninfas guerreras y diosas-marinas-duelistas de Yu-Gi-Oh!
Este líquido vital, con sus transparencias, evoca la sustancia transparente del recuerdo y la fluidez de la imaginación desbordada.
Y es que, si bien las escuelas son el lugar nostálgico-mágico por excelencia en la obra de Laura, también notamos su interés por el mar, y también por el campo, lugares que, en su absoluta expansión, terminan volviéndose surreales.
El cielo, el mar y el campo aparecen en la obra de Thorrez como espacios evocativos de la identidad cubana, siguiendo una línea tradicional en la historia del arte nacional. Sin embargo, estos espacios naturales no aparecen como íconos nacionalistas, sino como escenarios oníricos desde los que discursar sobre la identidad y su relación con la historia personal y nacional.
En este sentido, uno de los gestos más inteligentes y subversivos de Laura Sofía es la apropiación de este lenguaje visual y hacer que las figuras heroicas masculinas cedan el paso a la fantasía referencial pop post-dosmilera: el héroe en el mural es una Hello Kitty moncadista, el mártir mambí se convierte en magical girl que machete en mano, se alza en el agua, rodeada de mariposas (las flores).
No se trata de negar la historia, sino de reescribirla desde un lugar sistemáticamente ausente en el discurso cubano: el de las adolescentes, las niñas raras que, como sirenas, no caben en ninguna épica nacionalista tradicional, pero tampoco en su oposición.
‘Me resbalé y no lloré’, 2025, de Laura Sofía Thorrez.
Así, donde antes había mártires, hay cuadros de Hello Kitty. Donde antes había discursos épicos, hay suspiros. Donde había flores para un héroe desaparecido, recogidas con apuro o compradas por padres patriotas, ahora hay flores plásticas, falsas flores de lego que se ofrecen en honor de una ficción femenina inexistente.
El gesto de recordar es profundamente político y en la obra de Laura Sofia la memoria de una cotidianidad femenina preadolescente se eleva al plano de lo histórico. Lo personal, como diría el feminismo de los 70s, es también nacional.
Pero a pesar de la abundancia de objetos con claro valor sentimental, podemos afirmar que Laura no pinta cosas: pinta intersecciones. Su discurso es profundamente autorreferencial, sí, pero no por ello inaccesible sino más bien al contrario: conecta precisamente porque parte de una experiencia vital que resulta común para toda una generación.
Su poética es esa pañoleta roja que nos molestaba pero que ahora recordamos con ternura (sobre todo, después de que fuese eliminada para las presentes y futuras generaciones en 2021). Es ese baño en el que todos tuvimos o escuchamos alguna historia que no sabríamos contar.
La obra de Laura Sofía Thorrez se niega a ser enmarcada sencillamente en lo surreal o lo identitario porque existe, precisamente, en aquello que se escapa de las categorías. Su estética es la de lo transicional, lo contradictorio, lo vagamente familiar. Es surreal sí, pero también inquietantemente cercana.
Nos habla de nuestras infancias sin nombrarlas, de nuestros traumas escolares sin dramatismo ni psicología. Laura no embellece el pasado: lo convierte en lenguaje. En una lengua visual que es de su generación, pero que resuena en cualquiera que haya crecido entre lo analógico y lo digital, entre lo que fuimos y lo que apenas estamos aprendiendo a ser.
Con Recuerdo cosas que me recuerdan a mí, Laura irrumpe con madurez en la escena artística cubana contemporánea. No solo por la solidez técnica de su obra, sino por la claridad de su visión. Su arte no teme ser cursi, no teme ser íntimo, no teme ser suyo. Y es precisamente por eso que se vuelve también nuestro.

‘Venus Mataperra o cultura nacional’, 2024, de Laura Sofía Thorrez.
Nota:
[1] Un curioso apellido que surge de la unión entre sus apellidos materno y paterno, Torres y Sánchez.

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