Dos audiovisuales sobre la Cuba exótica, amnésica y turística



La videoinstalación Amnesia colonial (avenencia) de la artista audiovisual española Claudia Claremi (2020) y el documental 35 permutaciones en tres actos y un epílogo (2020) de los realizadores cubanos Josué García y Marcos Alejandro Yglesias Ravelo, se articulan en un díptico inconsciente pero ineludible, acerca de la influencia de las perspectivas coloniales en la construcción de lo cubano; tanto desde las miradas foráneas occidentales, marcadas por la conmiseración costumbrista y exótica, hasta las propias miradas de los nacionales emigrados/exiliados que reformulan sus relaciones culturales y afectivas con la realidad de la que se alejaron/huyeron.

Ambas obras se apropian de numerosos registros audiovisuales “amateurs”, generados desde las claras intenciones no fílmicas de sujetos que compilan recuerdos y vivencias con el entusiasmo desesperado e instintivo por dejar huellas, por dejar constancias de las miradas personales como expresiones del yo, y expandir ese yo a todo lo que dominan sus ojos y los lentes.


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Amnesia… se nutre de videos filmados por turistas extranjeros que visitaron Cuba entre los años 2012 y 2020, alojados luego en la plataforma YouTube, en los que manifiestan sus primeras impresiones e intentos torpes de dialogar con una realidad a la que se asoman casi con curiosidad zoológica.

35 permutaciones… articula su discurso a partir de películas “caseras” filmadas por cubanos emigrados principalmente en países norteamericanos como Canadá, Estados Unidos y México, desde principios de los años noventa del siglo XX hasta inicios del XXI.

Era entonces una de las principales vías de comunicación con sus familiares residentes en el país, previa al imposible acceso a internet como canal de interacción más inmediato y estable, que hizo caducar en gran medida el intercambio de casetes en formato VHS.

Ambas visiones, tanto la de quienes nos miran como la de quienes nos miramos, guardan una relación más lejos de lo antagónico de lo que pareciera a primera vista. Las dos percepciones de Cuba y lo cubano coinciden en un optimismo virulento y una alegría irritante que desembocan ineluctablemente en el estereotipo extrovertido, en la alucinación con trazas psicodélicas, en la horrorosa simpleza de la vida.

Un optimismo virulento y una alegría irritante.

El torrente de imágenes que Claremi expone en multitud simultánea, y el dueto García-Yglesias somete a un montaje aleatorio sujeto a lógicas matemáticas —bien distanciadas de cualquier intención empática—, se abocan a una misma redoma.

En su seno se cuece un lugar común insondable, tan profundo y potente como un agujero negro, que devora cualquier atisbo de autocuestionamiento que los protagonistas anónimos puedan revelar tras sus sonrisas tensas.

Todo se reduce a filmar sin analizar, a registrar sin deconstruir, a no preguntarse por qué y para qué se graba, a evitar seguir el extremo del hilo de Ariadna que invita a un laberinto depresivo y lúcido. Hay que filmar para dejar constancia del hallazgo de la felicidad, y así contar con pruebas fehacientes de que los espejismos y los fantasmas son reales, e indican (son) el camino correcto.

El ojo alerta no demora en apreciar patéticas permutaciones entre ambas películas: la mirada colonizada del turista/explorador occidental es heredada orgánicamente por el sujeto otrora explorado quien, una vez transmutado en turista/explorador, se empodera como aspirante al privilegio primermundista, visita otros rincones del Tercer Mundo y mimetiza a su raw model.

La mayoría de los observados solo aspiran a emular a sus observadores, a ser como ellos, e idealmente, a ser ellos.

Algunos de los videos recopilados en 35 permutaciones… muestran, con grotescos y precisos detalles, este proceso transmutatorio. Se desconoce —por ende, queda descartada desde el principio— la posibilidad de desmarcarse de los ideales de triunfo y legitimación social canonizados por los paradigmas occidentales.



De los colonialismos cotidianos


Claremi esparce sobre la pantalla un sinnúmero simultáneo de episodios y pasajes recogidos por los lentes de turistas extranjeros durante casi un decenio. Y los más recientes frisan la pandemia y la debacle paralela del régimen sociopolítico y económico cubano, agudizada a partir de 2020.

La corta duración de la obra, de apenas unos 11 minutos, contrasta con la abigarrada información que ofrece. Su coralidad sincrónica desafía las habilidades perceptivas de los espectadores potenciales.

Como videoinstalación, está principalmente concebida para ser pasada en bucle, invitando a una lectura reiterada que permita atender cada secuencia en particular dentro del maremágnum multipantalla con solo variar el punto de atención cada vez.

Pero amén de las singularidades anecdóticas, algunas grotescas, otras tristes, otras sardónicas, otras fútiles, otras sencillamente aburridas, Amnesia… consigue revelar la apabullante esencia homogénea compartida por todos los archivos reunidos.

No son sucesos diferentes, solo versiones ligeramente distintas de un estado de cosas, actitudes compartidas, una postura común para gran parte de los vacacionistas foráneos que arriban a Cuba —y sin dudas a tantos otros “paraísos tropicales”— y a las inmensas mayorías humanas.

El de Claremi es un audiovisual-hidra, un discurso sobre la monotonía y el estereotipo, sobre la cansona y cómoda replicación de lógicas coloniales en las personas.

Todos los visitantes filman una Cuba cubierta de harapos pintorescos, poblada por sujetos serviles, desesperadamente xenófilos, humildes al borde de la miseria y siempre listos a gritar “¡Bienvenido, Míster Marshall!”

Más mudos que los perros que corrían por la Isla antes de la llegada de los colonizadores españoles.

Todos estos visitantes hablan igual, proceden igual, se asombran igual, bailan igual de ridículos y torpes, al son de maracas y güiros más mudos que los perros que corrían por la Isla antes de la llegada de los colonizadores españoles.

Todo se reduce a clones que filman clones, en un juego infinito —con ganadores y perdedores que nunca alteran sus estados.

Todas las imágenes terminan uniéndose en coro monocorde, aburrido más allá de los momentáneos chistes de mal gusto que puedan disfrutarse, con la amarga voluntad irónica de cineastas como Tod Solondz o Ulrich Seidl. La condición humana se deshilacha, se disuelve como una servilleta sucia flotando en un mar encrespado.

La máxima potencia simbólica se concentra en la puntual secuencia que reúne de manera autónoma un verdadero aquelarre de estereotipos: un turista español filma a un joven cubano empleado en la atracción turística de Río Canímar, en Matanzas.

Según explica el visitante, el muchacho “trabaja de indio”. Está disfrazado de la idea grotesca de aborigen taíno que la institución cubana ofrece a sus públicos. El español lo revende como objeto sexual al destinatario de la filmación (Rosa), que mirará el video y podrá escribirle al correo electrónico —también sucede todo en la era pre-WhatsApp— para iniciar un posible escarceo amoroso y establecer pactos carnales en beneficio mutuo.

Claremi permite que este archivo reine en solitario, antes de atiborrar la pantalla con otros audiovisuales, que luego aparecerán como sus meras derivaciones. Como la obra puede comenzar a ser recepcionada en cualquiera de sus momentos cuando se pase en bucle, este momento es un punto de tensión que bien resumirá la multitud de imágenes simultáneas, como un potente solista que se diferencia por un instante del coro; o bien sirve de obertura para el engañoso concierto barroco que estallará a continuación.



Los exploradores de la felicidad perdida


El manojo de videos domésticos rescatados y antologados por Josué García y Marcos Alejandro Yglesias en su película, articulan otro coro, otro retrato de grupo, otro rostro colectivo, otra hidra.

Pero también testimonian un trascendente paso en el acercamiento de los cubanos exiliados e insiliados, que en las décadas previas a los noventa, prácticamente veían suspendidas las relaciones por la migración. En este caso, el Mar Rojo sajado era infranqueable.


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Con el éxodo masivo de cubanos que comenzó desde inicios de los sesenta, el país se vio poblado por cuerpos colectivos mutilados. Las familias fueron fragmentándose, disgregándose ante las muchas veces insalvables bardas políticas, geográficas y tecnológicas que se alzaban entre sus afectos interrumpidos.

Las cartas esporádicas, las llamadas azarosas de larga distancia, las más extrañas visitas —suerte de espinosos y casi clandestinos semi-retornos— eran canales insuficientes para recuperar el tiempo y el cariño perdidos. Los recuerdos se agotaban, los parientes emigrados se convertían en mitos difusos y leyendas poco veraces, en posibilidades remotas.

El acceso a la tecnología de filmación y reproducción de video desató un proceso de reacercamiento, que en la actualidad se ha consumado bastante, gracias a la comunicación casi inmediata por las mensajerías de internet, por la más relativa facilidad de viajar, y el consabido debilitamiento de convicciones y fidelidades políticas.

Ante el ostensible desmoronamiento del credo del poder cubano, la lealtad familiar ha recuperado gran parte del terreno socavado antes a favor de la adhesión ciega al régimen y sus líderes.

En los noventa, las familias pudieron divisar con mayor nitidez a sus parientes de ultramar, Las presencias ganaron en concreción, en realidad. Volvían a ser personas de carne y hueso que habitaban espacios detallados en las cintas que hacían llegar a las videocaseteras de la Isla.

Manejaban autos que podían lucir y precisar, consumían alimentos que detallaban ante las cámaras, iban de viaje a otros países diferentes de Cuba y Estados Unidos, grababan testimonios fidedignos de sus aventuras.

Estos videos son testimonios de una discreta pero definitoria reconstrucción nacional, anclada en las referidas rejerarquización de los afectos y reformulación de las lealtades.

La Patria como nicho familiar. Más breve, pero mucho más precisa. Más palpable y menos abstracta. Más equitativa. A la vez, permiten divisar compartidos modelos de éxito y felicidad, y lógicas de autorrepresentación.


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Las películas sometidas a las permutaciones matemáticas, a partir de la fórmula ideada por Alejandro Martínez León, denotan también la recurrencia monótona de estas aspiraciones y las maneras de cumplirlas. Sobre todo, exponen la reiteración de los modos de representarlas.

Se acentúa lo monocorde subyacente tras esta otra coralidad que urden García e Yglesias, trenzando tantas miradas cubanas a los cubanos y lo cubano, que son adopciones, préstamos, legados, de percepciones hegemónicas dictadas por imperativos civilizatorios.

Inconscientemente, se siguen fórmulas prestablecidas de felicidad y prosperidad, se siguen rituales prefabricados con voluntad de autómata, aunque el retorno sea una opción menos viable aun.

Casi un imposible.





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En paz descanses, Yesapín García

Antonio Enrique González Rojas

Cuando haces animación es como si como si fueras Dios moldeando cuerpos de arcilla, pero sin otorgarles almas. La voz es el alumbramiento. Es cuando te dices: “¡Está vivo, está vivo!”.






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