Cuando en 1973 Jorge Fraga filmó La nueva escuela, estaba lejos de imaginar que el “hombre nuevo” cubano: guevarista, marxista, estajanovista y pseudoromántico, no nacería gracias a ese sistema de educación que su documental sublimaba ―sublimaba y según queda en claro en la misma película: militarizaba. Y por supuesto, estaba aún lejos de observar cómo la mayoría de estas escuelas financiadas por la “bondad” soviética se arruinarían tras la caída del Big Brother del Este, ese ojo inmenso y telescópico que las malas traducciones de la editorial Progreso, una de las pocas que vendía literatura de la URSS en la isla, definía como “impestañable”.
Destrucción que los más atentos ya habían comprendido como parte intrínseca al sistema mismo (una ideología despótica está obligada a destruirlo todo en la misma medida que su despotismo crece), y que solo se aliviaría individualmente a través de explosiones traumáticas como Camarioca o Mariel; o a través de otras líneas de escape, la mayoría de ellas radicales.
¿Llegarían a levantar alguna vez estas escuelas, que Jorge Fraga focalizó en su documental ―muy cercano en concepto al cinegiornale Luce de Mussolini―, el gran relato que el mismo epos de la filmación promete una y otra vez como verdadero maná y que el castrismo intentaría vender al mundo como un ejemplo de moral superior?
Hasta donde he podido investigar, y a pesar de que la educación “especial” era uno de los grandes temas del socialismo cubano y el grado cero de donde saldría el “revolucionario del futuro” según palabras del mismísimo Fidel Castro, en la Cuba de los setenta y ochenta, a excepción de algún Noticiero ICAIC dirigido por Santiago Álvarez ―relacionado con alguna visita del Máximo Uno a la vocacional Lenin, por ejemplo― o de aquella película de Orlando Rojas, Una novia para David (1984), que si mal no recuerdo transcurre en una de estas escuelas, no se volvió a hablar del tema.
La pregunta es por qué.
Una de las razones, creo, es porque salvo el director de La nueva escuela y dos o tres comuñangas de la época nadie se creyó el cuento del hombre nuevo. Al revés, el tema más bien produjo sornas y chistes.
Otra de las razones es que ninguna escuela del sistema educativo revolucionario (para no hablar solo de las que poseían un régimen “científico” en algunas ciudades) produjo nunca ningún superdotado; nunca una especie de Ubre Blanca pionero o pionera que el comandante pudiera mostrar en eventos o simposios para que se constatara, análisis mediante, su brillito inusual, su espectacular ranking.
Y la razón última y, a la postre la más poderosa, es que estas escuelas a los pocos años de haber sido construidas, bajo el sistema de prefabricado Girón importado de los países del CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica), estaban en tan mal estado y alrededor de su educación, su personal, su sistema, sus resultados había tantas quejas, que mejor no hurgar demasiado. Su no importancia caía por su propio peso.
Además, muchas se habían convertido en refugio militar de estudiantes internacionales, quienes recibían en Cuba entrenamiento exhaustivo para que después fueran a hacer la revolución (el Destrozo) a sus propios países. Estoy pensando en nicaragüenses, saharauis, salvadoreños, chilenos, angolanos, y un largo etcétera.
Cosa que dejaba muy en claro los cuatro grandes componentes de ese gran relato que el castrismo por una parte y la escatología guevarista por otra pretendían para su propio übermensch del Caribe:
1) El militar: de paranoia extrema, de pueblo en guerra permanente, con deseos de muerte…
2) El nacionalista: de identidad cerrada, mínima, donde la representación sin mácula de los héroes de la guerra de independencia o de Castro, Camilo u otro, debía interiorizarse por mímesis, por ADN teleológico o auto-anulación.
3) El marxista: donde ninguna materia religiosa u otra filosofía tuviera cabida, y por ignorancia nuestro hombre nuevo ―convertido casi en un Jean Ziegler de nuevo tipo― hiciera tábula rasa con todo, creciera libre de cualquier elección.
4) El mesiánico: el cual de alguna forma era un resumen de todas las anteriores con la variante de que su “inmortalidad” no se daría per theologicam, sino a partir de la solidaridad, el sacrificio y los dictados (o los discursos) del Máximo Uno, los cuales garantizaban una especie de autoridad suprema para todo aquel que encarnara en ellos, de imposibilidad de error.
(El Estado cubano parece haber “olvidado” que el cubano Paul Lafargue, fundador del Movimiento obrero francés en 1879 y yerno del mismísimo Marx, fue quien precisamente escribió El derecho a la pereza. Un pamphlet que era una reflexión sobre el exceso de trabajo y el neoesclavismo que a través de él se lograba. (Castro después inventaría el neoesclavismo por simulacro de trabajo). Texto que era, no olvidemos, una refutación al socialista Louis Blanc, a su hoy olvidado libro contra el individualismo y la libre competencia).
Por qué no imaginar el totalitarismo
Ensayo que forma parte del proyecto editorial El fin del Gran Relato, que recoge y amplía dos ediciones de la exposición homónima.
Y si digo todo esto es porque a pesar de que, como escribía antes, apenas existen documentos fílmicos del gran relato ideológico-mesiánico que se intentó levantar en el sistema de enseñanza cubano (en las vocacionales y centros especiales, aunque no solo en ellos), existe uno que por su poca importancia, su despiste, llama mucho la atención.
Hablo de Ovnis, ¿en Cuba? (1997), documental que Octavio Cortázar, autor de dos de las películas más aborrecibles de todo el siglo XX cubano, El brigadista y Guardafronteras, filmara ya bien entrado el Período Especial en la isla.
Ovnis…, como bien reza su título, es un documental costumbrista de aproximadamente 56 minutos sobre el tema UFO en Matanzas y La Habana. Entrevistas a profesores, meteorólogos, vecinos, camioneros, hijos de camioneros, nietos de camioneros, etc., que han visto platillos voladores o marcianos en la isla o, incluso, han sido abducidos por ellos.
Tema menor, por lo menos en cuanto a cantidad de avistamientos en el país, y que no sería importante para nosotros si no fuera por ser uno de los pocos que entrevista a estudiantes de uno de estos centros “especiales”, hablando de un tema no-programado, no-controlado, fuera de lo usual, desde el que sin darse cuenta, estudiantes y censores, podían mostrar su Sí Mismo.
Y para ser sincero, lo que observaron o no observaron los estudiantes no fuera tampoco importante si no representara, de manera milimétrica casi, lo opuesto a lo que se supone le han embutido a cualquier niño de la isla desde que comienza su vida escolar hasta esos días horribles de preparación militar.
Es decir, lo opuesto a todo lo que el discurso castrista-materialista-leninista y ateo plantea.
Lo opuesto a la retórica anti-ufo de la Revolución.
Imagínense la cara que hubiera puesto alguien como el Che Guevara, quien era uno de los muertos-vivientes de George A. Romero aunque no lo sabía, si hubiera hablado con estos “hombres nuevos nuevos” (para finales de los noventa, el hombre nuevo debía ser ya, según los cálculos del argentino, recontranuevo) y los mismos le contaran, casi tartamudeando y con asombro, cómo no podían dormir ya que un platillo volador de grandes dimensiones y luces de colores y robots semihumanos había parqueado en el patio de la escuela y había permanecido allí unos cuantos minutos.
¿Qué cara hubiera puesto el jefe del Departamento Militar de La Cabaña donde se fusilaron a tantos y tantos a inicios de la Revolución?
¿Qué cara se le hubiera quedado si para más inri esos mismos übermenschen, esos que estudiaban en internados “verdaderamente revolucionarios”, dentro de proyectos “verdaderamente revolucionarios”, y que llegarían a ser los dirigentes futuros “de una sociedad verdaderamente revolucionaria” le entregaran además un dibujo con el platillo que según ellos habían visto?
El dibujo del platillo volador, tomado del minuto 54.20 del documental Ovnis, ¿en Cuba? (1997), de Octavio Cortázar, ha sido trabajado gráficamente por Maldito Menéndez.
Mejor ni imaginar qué podía haber hecho con ellos alguien que llegó a declarar en un “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”, en el año 1967, su amor por el odio “como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. Para concluir: “Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal” (Guevara, 1967).
En fin, mejor ni considerarlo.
Lo que sí es seguro es que los platillos voladores del supuesto hombre nuevo no hubieran pasado inadvertidos.
De la misma manera que tampoco hubiera pasado desapercibido Prendas corpus (2008), el corto de Jeosviel Abstengo Chaviano. Un filme que muestra de manera hiperrealista, bressoniana, las diferentes maneras en que un grupo de trabajadores de un matadero o un comedor o un restaurante logran sacar la carne del lugar y llevársela a casa: en los ajustadores, alrededor de las piernas, dentro del blúmer, en el abdomen, bajo el escroto, pegado a la espalda, en el culo.
El banquete de Plutón
Texto que forma parte del proyecto editorial El fin del Gran Relato, que recoge y amplía dos ediciones de la exposición homónima.
¿No fue (es) precisamente el robo ―el robo, el hurto, la ineficiencia― uno de los grandes tics de las sociedades arrasadas por el comunismo, tal y cómo han mostrado en los últimos años algunas películas del antiguo campo dominado por la URSS?
Lo atractivo del corto de Jeosviel es que muestra todo esto sin dar casi detalles, sin colocarse en contexto, como si fuera un curso acelerado de robo para trabajadores en comedores estudiantiles, a diferencia del cine de ficción (por ejemplo, la rumana Historias de la edad de oro (2009), de Höfer, Marculescu, Mungiu, Popescu y Uricaru) obligado a construir una historia, a rasurarla con lo erótico.
Gran relato, para no alejarnos demasiado de nuestro tema, que a pesar de su forzada utopía nunca llegó a tener vida propia en el caso cubano, y no solo por responder al despotismo del Estado o representar los años más negros de una sociedad golpeada por la anulación de la sociedad civil, la prostitución intelectual y las carencias materiales, sino por una razón más vulgar si se quiere: la de la imposibilidad de mantener durante un tiempo prolongado el entusiasmo ciego de las masas (eso que con ironía Canetti llamaba Blendung aunque en verdad era una enorme Blindheit) y exigirles un sacrificio que no solo agotaría sus vidas, sino la de todas las personas que lo rodeaban, la de esos que, musiquita mediante, “venían atrás”.
Agotamiento, al final, que es lo único que uno le supone a ese hombre nuevo guevarista obligado a terminar desarrollando las “manualidades” que muestra Prendas Corpus para poder sobrevivir, pero que ha tenido que pasar gran parte de su vida activa con un uniforme (una camisa de fuerza, una coraza, una armadura) tan pesada como la que muestran Los carpinteros en Pionera (2017): un traje escolar hecho con chapas, madera y cristal.
Uniforme que no solo tiene encima todo el peso de la ideología —la que están obligados a soportar estudiantes cubanos en todos los estamentos por donde pasan: las chapas rojas dicen precisamente PCC (Partido Comunista de Cuba)—, sino el de la muerte del Uno, para decirlo con palabras de Max Stirner. La muerte de toda diferencia, toda individualidad, toda auto-opinión, todo self.
A pesar de que en la obra de Los carpinteros no se ve la pañoleta: artefacto de obligado rigor en todo atuendo escolar y del que solo estaban dispensados los Testigos de Jehová; soy de la opinión de que el totalitarismo cubano fue aún más perverso que el de los países del Este por obligar a los niños de la isla a llevar este aditamento confeccionado en nailon, en tela derivada del plástico, en un país donde la media de temperatura es de 30 grados y la humedad relativa es superior al 70 %, incluso, al 80 % en verano.
Artefacto que evidentemente había sido diseñado para recordar a las “nuevas generaciones” que el castrismo es lo más parecido a un campeonato de sudores, mal olor y hambre.
Un campeonato del espanto.
Horror que se hace muy visible en toda la obra que ha venido desarrollando en el último decenio Hamlet Lavastida, uno de los artistas cubanos que mejor ha comprendido las leyes de ese campeonato del que hablábamos antes, pero desde el discurso oficial, desde la anulación de toda metáfora.
A simple vista su obra ―parte de ella, ya que Lavastida también hace videos, performances, collages― parece muy sencilla: un fragmento de discurso, una plantilla, una pared y mucho spray…
Taaaaanto, que habría que llamar casi a tropas especiales para que lo borren.
Pero ¿qué dicen?, ¿qué hablan estas plantillas de Hamlet?
“Yo no hablo en mi obra sobre los presos que había en la Isla de Pinos”, dice el artista en una entrevista que publicara hace un tiempo Diario de Cuba, “yo reconozco todo eso, pero yo trabajo con lo que fueron las cuestiones represivas dentro del sector intelectual”.
Es decir, con los discursos de Castro I y Castro II, con las leyes promulgadas en los tiempos de la parametrización, con los recortes de prensa de Bohemia y Granma, con las pocas noticias que salieron en su momento sobre la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), con la censura del documental P.M., etc.
Todo un archivo del Gran Relato del que ahora mismo sus ejecutores (sus verdugos) no quieren ni saber. Cosa que hace que muchas veces su obra sea censurada en Cuba o solo pueda exponerse en circuitos pequeños, galerías privadas o en el extranjero.
Una plantilla de zapatos y el Vuelo Espacial Conjunto Soviético-Cubano
Ensayo que forma parte del proyecto editorial El fin del Gran Relato, que recoge y amplía dos ediciones de la exposición homónima.
Y cosa que, bien vista, viene a representar algo así como el colmo del totalitarismo, su NoVaMás, ya que termina por clausurar, negar, tachar, violentar, asfixiar todo eso que en esencia le pertenece, todo lo que durante siglos ha levantado contra lo que demagógicamente llama Masa o Pueblo (una Masa y un Pueblo diferente al que se puede encontrar, por ejemplo, en sociedades liberales; muy bien estudiado, como sabemos, por Popper) y con la que lo ha anulado física, política y creativamente.
Buen ejemplo sería Congreso Nacional, la obra que Hamlet realiza en 2012. Obra que repite palabra por palabra, punto por punto, el discurso con el cual el Reprimero, como le decía Reinaldo Arenas, clausura el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura efectuado en 1971.
Discurso donde no solo Fidel Castro vuelve a señalar la importancia de esa educación especial donde la extrema política se combinaba con el trabajo, el aprendizaje técnico y la paranoia bélica ―dos años después es que se difunde el panfleto fílmico de Fraga, no lo olvidemos―, sino que es donde traza una línea de violencia sobre la creación y abre un periodo de comunismo estético en Cuba, de estalinismo puro y duro:
Nuestra valoración es política. No puede haber valor estético sin contenido humano. No puede haber valor estético contra el hombre. No puede haber valor estético contra la justicia, contra el bienestar, contra la liberación, contra la felicidad del hombre.
Valoramos las creaciones culturales y artísticas en función de la utilidad para el pueblo, en función de lo que aporten al hombre, en función de lo que aporten a la reivindicación del hombre, a la liberación del hombre, a la felicidad del hombre.
Período que, como sabemos, estuvo inmerso en el performance políticochivato de Padilla y legalizaría la persecución a escritores como Lezama Lima, Virgilio Piñera, José Triana y otros (para no hablar de los muchos que sin ser conocidos se vieron vejados o encarcelados, tal y como han contado Carlos Victoria o Néstor Díaz de Villegas en diferentes textos), y dejaría sin pintar a dos de los grandes monstruos de la época: Antonia Eiriz y Umberto Peña, ambos aplastados por la concretera triunfalista, por el sectarismo y el miedo.
¿No fueron estos dos ingredientes, en verdad, los dos grandes muñones con los que el totalitarismo cubano arrasó con el país y ejecutó su política militar y coprofílica?
81.169
44.790
12.000
12
2.320
Decenas de miles
Decenas
2.002
11 coma 4
423.277
Estas y otras son las cifras que “canta” Fidel Castro en el excelente Opus (2005), de José A. Toirac; video donde la voz, la tristísima voz del Estado (FC no era solo el Primer Secretario, el Primer Ministro, el Primer Diputado, el Primer Comandante, el Primer Jefe de un país donde el Segundo llevaba el apellido del Primero, sino que era en sí el Estado, todo el Estado), recita hasta el cansancio las cifras que constantemente este tiraba en sus discursos como un ejemplo de fiabilidad y gestión máxima.
Cifras, no olvidemos, que nadie en Cuba podía verificar ni contrastar ni cuestionar, ya que los reportes, dependiendo del sector: economía, derechos humanos, transporte…, eran secretos o no existían. Y por eso decía era triste. Ya que además de no poder ser examinados, estos números podrían ser también las cifras de los cubanos ahogados en el mar o en exilio o desaparecidos en Angola o fusilados…
La cifra de los cubanos siquitrillados en los manicomios.
Manicomios que no son difíciles de imaginar como el verdadero hábitat del hombre nuevo, de esos que caminan tirando órdenes y creyéndose la encarnación del Estado completo, tal y como los psiquiatras del XIX describían a los pacientes que devenían Luis XVI o Robespierre en sus centros hospitalarios.
El phantasma de Napoleón.
Algo de esta locura, de esta ironía, es lo que uno puede encontrarse en Alma Pater (2015), la serie de Toirac donde Martí, Che Guevara, Machado, Batista, Raúl y Fidel posan junto a un niño en medio de un nimbo de oro, un sky áureo y teológico como santos posmodernos del panteón Cuba.
Panteón que creen encarnar todos los políticos y que Toirac (el fotógrafo Toirac, el dibujante Toirac, el ojo Toirac) capta en su pose más construida, esa que destapa la economía narcisista y prostituta del Estado, esa que a la vez que santifica remite al kitsch y al ícono para legitimarse.
¿No es precisamente el uso ideológico de Martí (y el uso que el mismo autor de las Crónicas norteamericanas hacía de su propia imagen, el cual es un asunto aún por profundizar) en la República, en la Revolución, en el exilio, un ejemplo de esto que vengo diciendo?
Hypermedia TV (V)
Las mejores series de TV según Carlos A. Aguilera y Miguel Coyula.
Escribe Antonio José Ponte en un ensayo a propósito de la manipulación castrista:
Los de Martí son, evidentemente, los libros de una secta. Ninguno de ellos prescinde de un estudio preliminar y de notas, han sido organizados por una filología política. Conozco bien la secta que los ha ordenado y no termino de aceptar el hecho de que la más inesperada frase necesite de explicaciones tan groseras, empeñadas en abotargarla, en despojarla de cualquier felicidad que no sea utilitaria.
Son libros de una secta criminal, hechos para justificar crímenes de Estado. Se imprimieron para justificar la complicidad de José Martí con Fidel Castro, para propiciarle una coartada a este último.
Filología negativa muy propia de los países totalitarios: la Rumanía de Ceaușescu editaba los libros de Marx y Engels con largos comentarios de su dictador como si estos solo pudieran hacerse lisibles a partir de la aprobación de este, de la geografía intestinal del momento… Lo cual, en el caso cubano, al identificarse a la Revolución con los reclamos independentistas del siglo XIX,1 no solo afectó a la literatura, sino a todo eso por donde pasaba la identidad, lo político, el canon, los planes quinquenales o la soberanía.
Tal y como irónicamente muestra Henry Eric Hernández en Lapidaria (2017), especie de monumento funerario ―forrado en tafetán rojo de la misma manera que se cubre el ataúd de un soldado muerto en combate― al Concepto Desconocido: desconocido por su banalización y desconocido por la ortopedia a la que fue sometido durante sesenta años por la izquierda revolucionaria.
Obra que a la vez que puede leerse como una crítica a esa cacareada soberanía que la Revolución por momentos magnificó para ser la TodoVíctima dentro de un mundo donde Estados Unidos tenía muy mala prensa, puede entenderse como la venta de ese mismo concepto; venta que la Revolución ha hecho desde sus primeros años para rentabilizar sus arcas y permanecer en el poder.
Y lo mismo con el cerdito, el cual parece escapado de una fiesta de cumpleaños.
Cumpleaños que puede ser el del muerto, el tachado, el que solo era cómic ideológico ―hasta la caída del muro de Berlín, por ejemplo; o puede ser el del vivo, el que trae de regalo una soberanía de último modelo y portátil.
¿No ha sido caricaturescamente la Revolución Cubana la gran prostituta, la gran comadrona, la chupasable que siempre se ha vendido o negociado con el mejor postor (la URSS, China, Venezuela, la Junta Militar de Videla, el yes we can de Obama) para mantenerse atornillada a su propia jerarquía y convertir a la isla en un negocio privado, en el Birán de los hermanos Castro?
El hombre nuevo, la Revolución, los discursos utópicos y de sacrificio, la soberanía…, todo “un uno y un otro y un no otro”, como decía Cantinflas en una de esas películas trabalenguas donde por muchos golpes que le daban siempre salía ganando.
Todo, una gigante estafa.
Notas:
1Dice la oficialista EcuRed: “Revolución Cubana. Es un proceso revolucionario que comienza a gestarse desde fines del siglo XIX, cuando se produce el intento frustrado por parte de los mambises, frente al régimen español, por lograr la Independencia de Cuba, en el cual tuvo una importante participación el Ejército Libertador. Dejando éste su ejemplo de patriotismo y valentía, que fueron heredados por la joven generación de mediados del siglo XX, que encabezada por Fidel Castro, al mando del Ejército Rebelde…”.
Los diez libros cubanos (IX)
Según Atilio Caballero, Carlos A. Aguilera y Legna Rodríguez Iglesias.