En serie (V)

En exclusiva para nuestro magazine: escritores, artistas y críticos cubanos recomiendan, destacan, comparten y comentan series televisivas contemporáneas. Porque ya se sabe: dentro de la TV todo; contra la TV, nada.

 

Carlos A. Aguilera:

Más que series, que nunca veo, me interesa lo serial, la serialidad, la repetición y deformación de un patrón previo, sobre todo en algunos directores o temas.

Aquí algunos:

Ulrich Seidl. Sus documentales sobre los fetiches y el despropósito austriaco (o centroeuropeo en general) son de lo mejor que he visto en los últimos años. Películas como Días de perro, Jesús, ya lo sabes, En el sótano y Safari. Películas sobre el nazismo a sotto voce, sobre la inversión afectiva hacia los animales, sobre el despotismo religioso o sexual, sobre las escopetas de caza, sobre el placer. Y todo desde un máximo de frialdad, de realismo exacto y maquinal.

Werner Herzog. A pesar de que sus filmes sobre romanticismo y delirio (Signos de vida, Fitzcarraldo, Aguirre, la cólera de dios, Cobra verde…) son todo un tópico dentro de su propio cine, hay una serie de ocho capítulos hecha en 2012 para televisión y resumida después en un largometraje, que me interesa especialmente por la relación que guarda con su zona clínica habitual, a la vez, con algo que pudiera interpretarse como la negación de esta zona. Es decir: la tecnología, la asimetría entre ley e interpretación de la ley, la arquitectura carcelaria. La serie se llama On Death Row [Netflix, 2012-2013], y es una mezcla de las obsesiones de Herzog (las de toda la vida) con una suerte de calma, como si el alemán hubiera sabido que para entrar en el mundo psicopasional y económico-moral de un asesino lo más importante fuera lo slow, lo que tarda mucho tiempo en desarrollarse y después no lo abandona nunca.

Murnau, Svankmajer, Sokurov. A las muchas versiones que se han hecho del mito del Dr. Fausto —por ejemplo, aquella de Dieterle, El hombre que vendió su alma (1941), tan surreal que por momentos parecía más bien una versión europea que norteamericana— siempre sobrevivirán las de estos tres monstruos. Tres películas que entre sí solo tendrán como punto en común el tema: el de un diablo convenciendo a un hombre de que podrá obtener lo que desea si le entrega su alma. En fin, tres reflexiones políticas que a la vez son tres ejemplos de self, reflexión sobre el poder y diferencia. Posdata: hay que agregar que el Faust de Svankmajer está hecho con marionetas, cosa que no solo sublima una gran tradición checa, sino que, a su vez, le agrega caricatura al asunto (aunque el Mefistófeles de Sokurov no se queda atrás, en cuanto a caricatura, digo).

Claude Lanzmann. A su monumental Shoah (1985): diez horas divididas en algunos capítulos sin música, imágenes de archivos, fotos o narrador omnisciente, Lanzmann, quien por cierto escribió unas fabulosas memorias sobre su judaísmo, su relación amorosa con Simone de Beauvoir, el gallinero intelectual francés o la guillotina (hablando de las diferencias entre sus varias cuchillas es precisamente que arranca su libro La liebre de la Patagonia), añadió, casi treinta años después, El último de los injustos (2013), una larga entrevista con Benjamin Murmelstein, el último presidente del Consejo Judío del campo de concentración de Theresienstadt, quien en primera persona narra cómo funcionaban los campos, cómo circulaba la no información y la no vida en estos “huecos”. A propósito, las imágenes de uno de estos sobrevivientes cantando lentamente sobre una barca —al final de Shoah si mal no recuerdo— son de una belleza narcótica.

Rainer Maria Fassbinder. Muy pocas veces he tenido paciencia para terminar una serie de televisión. Incluso, y esto supongo es una herejía, algunas como Twin Peaks se me diluyeron en su propio estereotipo. Sin embargo, si he visto alguna desde el primer minuto al último, esa es Berlin Alexanderplatz (1980), con Günter Lamprecht como Franz Biberkopf y Hanna Schygulla como Eva, especie de mujer-diabla con el mismo encanto que tenían las mujeres-diablas en el cine mudo. Hay que decir que la serie de Fassbinder es un homenaje a la estética de la República de Weimar, a la par que a su miseria y su falta de higiene. Por ella no solo pasan tullidos, enfermos, ladronzuelos, casposos y pesteaculos, sino toda esa sensualidad que atravesó la época, tal como narra Döblin en su a veces esquiza novela y, entre otros, pinta con mano fina George Grosz.

Miguel Coyula:

Twin Peaks: The Return [Showtime, 2017]: Con la tercera temporada de este clásico de los 90, David Lynch hace un resumen de su filmografía, reúne a muchos viejos colaboradores y dispara de nuevo las posibilidades expresivas de la televisión hacia una nueva cima donde conviven de manera magistral el horror, el policiaco, el aburrimiento y un humor muy negro. Muchos dirán que la serie no es perfecta, que está llena de altibajos narrativos, escenas que parecen innecesarias desde un punto de vista aristotélico, pero es precisamente esta imperfección lo que hace que este mundo de fantasmas y recuerdos respire sin necesidad de explicarse a sí mismo. En medio de este aparente caos sensorial, Lynch elabora su tesis en un final aterrador donde una vez más demuestra que somos incapaces de escapar de nuestra propia identidad.

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