Hoy hago un alto en la narrativa de ficción, este espacio donde escribo sobre cierta distopía que aún no concluye. En Cuba, a veces, tengo la sensación de estar despierta mientras sueño y de estar soñando mientras se supone, deba estar despierta. De no ser porque existen las imágenes, diría que todo esto que he escrito en forma de crónica no ha sido más que una invención.
Digamos que Miguel Coyula y yo somos los personajes de otro cuento con una línea dramatúrgica común: la de todos los demás. ¿Ven cómo comienzo a parecer absurda?
Pero la vida, como el agua, se cuela por todas partes.
A raíz de las demandas del gremio de cine a causa de las violaciones cometidas contra el documental La Habana de Fito, de Juan Pin Vilar, el pasado 23 de junio asistimos a una reunión convocada por funcionarios del ICAIC, el Ministerio de Cultura, el Gobierno y el PCC. Era una causa justa. ¿Cómo ser indiferentes?
No voy a mencionar nuestros propios casos de censura, represión policial u omisiones en los últimos seis años, justamente porque esta es la parte fuera de la Institución cine, que nos hace estar en los márgenes. (Margen, por otro lado, es también el lugar donde se unen las páginas.) Me voy a centrar entonces en ese lugar de convergencia que, como consecuencia, nos reunió allí.
Las presiones de un gremio cansado de que año tras año se repitan las mismas acciones condujeron a que los funcionarios nos abrieran la Sala del Cine Charles Chaplin, incluso a nosotros. Y, al menos, con apariencia de “diálogo”.
Confieso que no quería asistir. Aquello me daba mala espina. Me sentía entre arenas movedizas. Tenía la sensación de caer en una trampa. Muchos se sentían así. Por interno, desde las instituciones, habían enviado invitaciones selectivas y eso generó más incertidumbre.
Para quienes lo han intentado, las posibilidades de “diálogo” con las instituciones han estado ensombrecidas por episodios represivos, y por los mismos funcionarios que encabezaban la reunión. Esos que llevan años en el poder y han acumulado listas de personas tachadas, anuladas de la vida cultural en Cuba por razones políticas.
Al amanecer entré a Facebook y leí una publicación de Pin Vilar donde declaraba “que no asistiría a la reunión”. El protagonista se retiraba de la escena. Obviamente, desde mi muro me declaré a favor de su atrincheramiento político.
Unos minutos después recibí la llamada de dos colegas insistiendo en que “Coyula y yo debíamos asistir”. Aseguraron “haber peleado con los funcionarios a causa de nosotros”. Esa llamada nos determinó.
El exterior del Chaplin estaba bastante concurrido. Aun cuando en los últimos dos años se ha marchado el grueso del talento joven y no tan joven, sigue quedando gente. Muchas de ellas sin empleo.
Lo pude constatar conversando con colegas allí que probablemente no veía desde 2018, como si “estuviera de viaje”; que es lo que consta en mi expediente laboral de la Agencia Actuar. Vuelvo a parecer absurda, pero es real que los burócratas me mandaron para el extranjero, al moverme a la categoría “pasiva”. Me congelaron y engavetaron allí.
Para justificar la prohibición de que usáramos cámaras, Ramón Samada, actual presidente del ICAIC, definió aquello como una reunión “de trabajo”.
No estaba segura de si se trataba de una sala de cine o de una representación teatral. Para los funcionarios estaba disponible el escenario, donde colocaron una mesa larga. Sillas y manteles blancos sobre un fondo rojo. Como si en vez de una asamblea se tratase de “la última cena” y los Cristos estuviesen en el suelo, con un micrófono instalado para el desahogo, a ambos lados de la platea.
Ya no distinguía entre Cristo y Pinocho. Ambos querían ser humanos.
Nos hicimos los tontos y seguimos filmando. Poco a poco, Samada, a pesar de las oposiciones de los demás, con tono autoritario, fue apagando tanto las intenciones como cada uno de los lentes.
Él también se había atrincherado. Pareciera que este fuera su estado natural, que hubiese nacido así. No tuvo en cuenta ningún reclamo al cumplir “una orden de sus superiores”, del “más allá”, como elemento místico y épico: en el nombre de la Revolución “omnipresente, invisible y eterna”.
La cámara debía registrar las respuestas que dieron los funcionarios, por ejemplo, a las violaciones legales cometidas contra La Habana… (esa parte le correspondió a Fernando Rojas, viceministro de Cultura). No sé si eso lo han dado o lo darán por escrito. O si mandarán “de viaje” también a Pin Vilar. Lo cierto es que la intervención de Rojas provocó disgusto.
No estuvimos en la sesión de la tarde, de modo que no supimos cómo terminó la jornada.
Hubo un momento en el que se mencionó la Muestra de Cine Cubano que acontecía por esas mismas fechas en Casa de América en Madrid y la cineasta Gloria María Cossío leyó cada uno de los nombres y las películasen el programa. Ese instante me interesó registrarlo visualmente.
Volví a encender la cámara. En cuanto María Cossío mencionó a Corazón azul, Samada volvió a interrumpir. Más adelante, hizo una parada en el nombre de Miguel Coyula y Samada, una vez más, nos emplazó. Le respondimos airados. Puede que nuestra cámara fuera la última. Rebelarnos, era una declaración de principios.
Me puse a pensar en el sentido de esa prohibición, por tratarse de una reunión, no precisamente “de trabajo”. Siempre que se rompe una regla, hay una lucha entre liberación y conservación.
Hace exactamente un mes, participé en el Stockolm Internet Forum. Allí nos decían “que no debíamos filmarnos entre nosotros”, a menos que la otra persona “lo consintiera”. Había figuras relevantes del mundo del arte, el periodismo y la política. Muchos activamos nuestras cámaras en varias ocasiones, pero nadie nos requirió. Éramos todos adultos. De hecho, fue muy interesante que se hablara de planes educativos que insistieran en la concordancia entre el “yo virtual” y el “yo real”. Esa frase llamó mucho mi atención porque está claro que el mundo de hoy es el de la Internet. Nadie va a ir hacia atrás. No es posible.
Tal vez no debimos pasar por alto a Rojas desde el inicio mismo de la reunión, satanizando a los medios y a las cámaras. Iba en serio. Como es en serio que a los cubanos les apagan los datos móviles durante una protesta. Que los persiguen por mostrar la realidad a través de sus perfiles en redes sociales públicas. O les clonan sus cuentas de WhatsApp, como algunos cineastas denunciaron allí.
Si criticamos, las instituciones nos echan a un lado para pretender que no existimos. O peor, se lavan las manos en caso de represión gubernamental: “ese ya no es un artista”. O se va a la cárcel por levantar un cartel en un espacio público.
Esas son nuestras realidades.
Me gustó mucho ver a personas que llevan en sí mismas la historia del cine cubano, con fuerzas y ánimos para luchar. Con sentido de pertenencia. Son la prueba viviente de que existió una industria de cine. Con sus conflictos y contradicciones, pero existió. Esos cineastas nos dejan un legado.
Entre los filmes restaurados de la década del 60 del ICAIC, es importante decir que Desarraigo, por ejemplo, de Fausto Canel, la primera película cubana que obtuvo un premio fuera del antiguo campo socialista, en el Festival Internacional de Cine en San Sebastián, no ha sido tenida en cuenta. Se siguen omitiendo los filmes de cineastas que salieron de Cuba en 1968. No hay disculpas oficiales por desaparecerlos más de cincuenta años de los archivos, muestras, homenajes, o resurrecciones.
¿Si no hay reconciliación con el pasado, qué se puede esperar del presente? Muchos de aquellos cineastas están vivos y son parte importante en la historia del cine hecho dentro de la Revolución. Ellos sí están en el extranjero y bien podrían ser invitados. Borrarnos la memoria ha significado también desapego con los espacios y las obras. Despierta un apetito por la destrucción, el día a día de los cubanos.
Pero todos los que demandaban sus derechos, fueron los que le dieron razón a mi presencia en el Chaplin.
Hay incertidumbre en si será posible o no volver a filmar bajo los diseños tradicionales del ICAIC.
Debido a la inflación y a la privatización, parece un hecho el que ser “independientes” sea la nueva “institucionalidad del cine cubano”.
Los productores pusieron sobre la mesa el tema del derecho de autor. Al parecer, el Decreto-Ley 373, como apéndice al cuerpo legal del ICAIC, le otorga la decisión final. Siendo este, aún sin tener el peso financiero en la producción, el dueño legítimo de las películas. O tal vez la formulación ha quedado ambigua.
Según explicó Rojas, “se puede seguir discutiendo”. Obviamente, hablar de leyes no es como hablar de arte. Una ley no puede ser ambigua y esto es, de hecho, el centro del debate, la tragedia tanto de los cineastas como de los burócratas que demandan obediencia, pero, sin respetar la autonomía. El Decreto-Ley 373 ha dejado al cine en un campo de batalla.
A mediodía, para cerrar la primera jornada, Samada anunció un “modesto refrigerio”. No era nada modesto para los tiempos que corren, y sabiendo que esas invitaciones casi nunca se rechazan.
Sin duda, los funcionarios estaban muy bien preparados. Nosotros, como gremio, no pudimos reunirnos antes para acordar, por ejemplo, el registro audiovisual de la reunión, pues este tipo de acción espontánea suele considerarse “contrarrevolucionaria”.
A continuación, las imágenes, como prueba irrefutable de que estuvimos allí. De que la reunión fue real y de que “no estoy en el extranjero”.
La culpa blanca
Saupier ha mostrado el horror sin enjuiciarlo. Ha quitado la grasa para dejar el problema a los espectadores.