Armas de fuego

Necesitábamos filmar la fachada de la casa de David para una escena de acción. 

Miguel quería una casa en la ciudad que estuviera aislada o que él pudiera hacer parecer aislada en posproducción. 

Entonces recordé la casa de los padres de Ailyn Fong en Víbora Park. Es una casa de principios del siglo xix. De puntal tan alto como el interior rodado en casa de Carlos Gronlier. Tiene dos pisos. El techo es de hormigón y tejas francesas. 



Fotograma de la fachada de la casa.


Ailyn trabajó durante un tiempo en la Cinemateca de Cuba. Siempre me daba invitaciones para asistir a los estrenos de las películas. Se enamoró y se fue a vivir a Madrid. Le escribí que estábamos pensando filmar en la casa de sus padres. 

Sus padres son médicos. Miguel Ángel, su papá, es médico integral, un médico chino. Minerva Maseira, su mamá, es pediatra. Ambos están jubilados.  

Quedamos en que iríamos a Víbora Park para explicarles personalmente lo que necesitábamos. Yo tenía un poco de temor porque Miguel pedía locaciones por un día, que luego se convertían en meses, y a veces en años.

Como era de esperar, pasamos varios meses filmando allí. Minerva terminó de actriz y Miguel Ángel de figurante. 

Conozco muy bien esa parte de la ciudad porque estuve durante un año ensayando la obra de danza-teatro, Los Sordos, justo al lado, en la Casa de Cultura de Arroyo Naranjo, con EmanXor Oña —también parte del elenco—, Caridad Valero y Ernesto Alfonso. 

Fue como regresar el tiempo atrás. Aunque Caridad y Ernesto tampoco están en Cuba. 

La estancia en la locación se alargó porque el papel de Minerva fue creciendo. Comparto con ella una de las escenas favoritas de mi personaje: la de la mermelada, así le decimos. 



Fotograma de Minerva Maseira en Corazón azul.


Minerva es hermana de la madre de Thais Valdés. ¿Qué pensará ella del trabajo de su tía en la película? 

El actor Ángel Sojo no solo era el jefe de la escuadra, sino que fue el asesor militar de la escena. Había estado en el ejército. Lo descubrí en la EICTV durante un rodaje en el taller de Charles McDougall (Desperate Housewives, Sex on the City, The Office).

Recuerdo que le mostré a Ángel el video de la censura de nuestra obra de teatro Los enemigos del pueblo. Al verlo, quedó muy afectado. 

Los policías eran Yoelbis Lobaina y René Suárez, pero faltaba un actor. 

Lo encontramos en la calle, mientras filmábamos detalles de otra escena en Víbora Park. Cuando fuimos a almorzar lo abordé; como era menor de edad, su madre debía autorizarlo. 

Abraham Machado vive en el Reparto Eléctrico, casi al final de la ciudad. Teníamos que manejar más de una hora para devolverlos a todos a sus casas porque las direcciones eran muy distantes entre sí. 

Ahora teníamos que buscar armas de fuego, walkietalkies, uniformes. Esta escena demandaba una superproducción. Me atrevería a decir que fue la escena más compleja también desde el punto de vista del vestuario. Solo es comparable con la búsqueda de la apariencia de Elena, mi personaje, por tratarse de una realidad alternativa dentro de una película con muy bajo presupuesto.  Además, nunca me había enfrentado a una experiencia como esa. 

Cuando dirigí mi primera obra de teatro, El regreso (2011), basada en La indiana de Angels Aymar, trabajé con Celia Ledón. Acudí varias veces a ella para pedirle consejos. 

Celia me sugirió que cualquier vestuario repetido era un uniforme, “que no me preocupara”. Es habitual ver a los actores en las escenas de acción, especialmente a los policías, con chalecos antibalas, armas sofisticadas y potentes, cintos con municiones… Entonces empecé a preocuparme. 

Teníamos el tiempo en contra, esta vez debido a la locación. En Víbora Park estaban levantando un muro. Ya habíamos filmado el frente de la casa y añadiríamos además el patio. Dada la distancia de uno de los planos, el nuevo muro de la entrada entorpecería la continuidad de la puesta en escena. 

Tuvimos que correr. Carlos Urdanivia es un director de arte que renta objetos para las películas. Claudia Calviño lo recomendó. Le escribí por email y quedamos en que esa misma tarde yo le mostraría las fotos de sus armas a Miguel. 

Hablé con Urdanivia por teléfono muy temprano, a la mañana siguiente. Le dije que sí, que estábamos interesados en la renta de sus armas. Acordamos vernos a las 11:00 a.m., pero no supimos más ni de él, ni de sus armas. No volvió a responder a nuestras llamadas.  

Ese mismo día conseguimos su dirección y nos aparecimos en su casa. Vivía en un apartamento, en un edificio moderno de Centro Habana. La puerta principal estaba cerrada. Nos apostamos en la entrada. Comenzó a llover torrencialmente.  

Estuvimos cerca de una hora esperando. Llamábamos una y otra vez al teléfono de Urdanivia pero no respondía. Vigilábamos por si aparecía algún vecino que entrara o saliera del edificio. 

Ese día comprendí lo que significa vivir una vida paralela al establishment del PCC. Lo que significa ser un marginado. Quienes habitan esas fronteras por otra razón que no sea la pobreza, son justamente el cuerpo de seguridad y los delincuentes. ¿Quiénes éramos nosotros entonces? 

La desaparición de Urdanivia me provocó reacciones muy extrañas. Tal vez él huía de nosotros por ser emprendedor y tener un negocio privado. 

Al vernos allí no parecíamos cineastas. Miguel y yo éramos los personajes de otra historia, de una nueva película, de un thriller. Imaginamos un interrogatorio donde le arrancábamos la confesión a Urdanivia. Lo considerábamos culpable. 

Finalmente logramos subir. Los pasillos del edificio eran lúgubres. Las nubes de un cielo oscuro inhibían la entrada de la luz. No sé si se veía así o si la oscuridad se había apoderado de nosotros.

Un hombre mayor se asomó por la ventana primero y después abrió la puerta. Muy poco sacamos de aquella visita, pero le hicimos una nota a Urdanivia, para que todo quedara claro. 



Post de Facebook.


Empecé a preocuparme. Puse un post en mi muro de Facebook. “¿Alguien sabe si le ha pasado algo a Carlos Urdanivia? Íbamos a rentarle unas armas para Corazón azul, pero no supimos más de él”. 

Fue un momento difícil, seguíamos sin armas. Miguel recordó que durante el rodaje de Memorias del desarrollo, gracias al productor Santiago Llapur, pudo encontrar algunos vestuarios y objetos de utilería en los almacenes de Cubanacán. 

Almacenes de la Industria. Hacia allá nos dirigimos. Teníamos un nuevo nombre que nos dio una amiga.

En la parte de las armas había un arsenal que data de la Segunda Guerra Mundial. Miguel tenía una makárov de aluminio en la casa. Las que conseguimos en Cubanacán no eran modernas como las de Urdanivia, pero Miguel ubicó a los actores de forma tal que las armas no estuvieran en primer plano y se centró solamente en la makárov que llevaba Ángel en la mano. Al final crea la ilusión y eso es lo que cuenta. 

Tampoco volvimos a saber de la persona de Cubanacán. Tal vez porque el último día me envió un SMS. Según me han explicado, la telefonía fija y los SMS son lo más fácil de espiar. ¿Qué habrá sucedido con él? 

El hombre de las armas de Cubanacán puso énfasis en el hecho de que no podíamos ser vistos por la policía. Íbamos a filmar, además, en exteriores: en la Loma del Burro y en las afueras de la casa de Víbora Park. Teníamos fusiles y pistolas en el maletero del carro. 

Ese día coincidió que INSTAR preparaba una reunión con un curador de la Tate. A algunos amigos artistas les habían puesto patrullas en las puertas de sus casas. Luis Trápaga, ignorando que en nuestro auto llevábamos armamento, dijo por teléfono:

—Ni se les ocurra pasar por mi casa. 

Luis era el último policía de Corazón azul que recogeríamos ese día. 

La conversación telefónica con él aumentó nuestro estrés. Debíamos conducir sin ser descubiertos desde El Vedado hasta Víbora Park. Entonces Miguel me dijo:

 —¡Rápido! ¡Vamos a buscar a Castillo! ¡No lo llames por teléfono, no vaya a ser que nos jodan!

Parqueamos el auto lleno de policías. Fue prácticamente un secuestro. 



Foto de still: Ángel Sojo, Yoelbis Lobaina, Miguel Castillo y Miguel Coyula.


Miguel Castillo, amigo de la infancia de Miguel, actor de sus primeros cortometrajes y protagonista de Clase Z Tropical (2000), se convirtió a regañadientes en el quinto policía de la escena. 

Dentro del carro, Castillo rezongaba:

—Esto na’ má’ que me pasa a mí. 

En total usamos cuatro locaciones. Los policías entraron y salieron por Víbora Park, corrieron dentro de la casa de Carlos Gronlier en El Vedado y salieron del patio de Víbora Park a la Loma del Burro en Lawton.

Fueron tantos días corriendo que René, que es además cineasta, tuvo pesadillas donde seguía corriendo. 

El momento más tenso durante el rodaje fue cuando los policías corren en las afueras de la casa y entran con violencia. Era la hora del recreo. Empezamos a sentir una bulla. Los gritos provenían del preuniversitario de enfrente. Eran los compañeros de clase de Abraham, que lo habían identificado. Uno se aproximó y dijo:

—¿Qué es eso, Tras la huella?

Empezamos a reír y continuamos rodando.




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