‘Corazón azul’, o el gen de Dios

Corazón azul, de Miguel Coyula, es una fantasía política situada en el plano distópico de los medios sociales. Da lo mismo si la más reciente obra del director de Cucarachas rojas es la variante punk del programa Razones de Cuba o si trata de la escaramuza de una “tercera generación” de terroristas filósofos al estilo del filme homónimo de R.W. Fassbinder. Poco importa si sus sinrazones se basan en la realidad o si solo son teorías conspirativas, juegos de videotas o proyecciones paranoicas.        

En Corazón azul todo da lo mismo, su lógica es de Alicia en el Pueblo de Maravillas con buitres que sobrevuelan la Raspadura y una antorcha perpetua en un horizonte Ñico López. Es probable que los seres de esa generación —e incluso de otras, incluida la mía y la suya—sean, seamos, retoños del mismísimo Fidel Castro. Tal es la descabellada, aunque no del todo insostenible, premisa del filme.

Un científico orate que quiso verse reproducido en todos los seres, un Menguele que copuló con cadáveres y engendró a nuestros padres, un astro cinemático que asaltó las pantallas, gran poltersgeist de la televisión de antena, habitante de encuadres y semitonos, vampiro en clave melodramática: eso y mucho más fue nuestro creador.

Los detectives salvajes de Corazón azul, unos locos que persiguen el gen de Dios, podrían ser jóvenes Frankensteins malogrados por la progeria. Sus madres son las soperas de alguna brujería nacional, receptáculos que recibieron la información genética de Belcebú. Corazón azul camina la cuerda floja que conecta la demonología y la ciencia ficción.

Tal vez todo sea culpa de un tal doctor Nicholas Fredersen, ejecutivo en jefe del laboratorio DNA21 dedicado a la ingeniería transgénica, o a lo mejor se trate de otro plan secreto para la creación del vetusto Hombre Nuevo. Fidel anuncia en pantalla la destrucción del universo y Raúl canta en YouTube una balada china de la época de la Revolución Cultural. En otra pantalla se fríe un huevo, y en otra se inserta un tubo en una molécula. El cine y la genética comparten técnicas de empalme y recombinación: los clones fidelistas están hechos de confeti virtual.

Coyula sigue todas las pistas, trabaja día y noche en el laboratorio del último piso de la antigua mansión solariega, a unos pasos del Palacio del Mincult. La ventana de su gabinete mira al Instituto de los Cinco Héroes —los bastardos de Castro— producidos por remezcla de matrices de Inteligencia DGI y moléculas enfermas de la mafia de Miami.

Corazón azul es una conspiración maoísta oculta en un manga japonés envuelto en pliegos de Granma. Coyula se sirve del método dójinshi para crear una concisa escena de sexo condicionada por la telepatía y el cunnilingus. Dos zombis (Lynn Cruz y Carlos Gronlier) hacen el amor en una casa de martillo donde los planos se confunden en una superposición de reminiscencias barrocas. En alguna parte, una cajita de música toca Porno Para Ricardo.

Los Hombres Nuevos pueden ser muertos vivos o mujeres antropófagas. Cambian de género, de brazos, de voces y de conciencia. Fernando Pérez es Pérez Hilton, y Gustavo Arcos, de la firma Bergnes & Bergnes, es el tenebroso obstetra de un parto poshistórico. Castrópolis está controlada por las viejas del Comité, los Boinas Negras, las cámaras de la seguridad, y por la misma estructura fractal de la realidad.

En ese ambiente hostil, Coyula crea un espacio seguro donde moverse a su antojo. Es el cabecilla de una cofradía de chicuelos cismáticos que recibieron en la cuna el gen del castrismo y que ahora continúan, casi automáticamente, la obra del Padre. Son una colmenita que libó las ubres de la doctora Hilda Molina.

Si el régimen estrena un hotel cinco estrellas en la Manzana de Gómez, Coyula lo hace volar de solo apuntarlo con el lente. El estreno y la voladura son aspectos conjugados del mismo principio de economía castrista: producción y posproducción, creación y cataclismo.

Lynn Cruz puede destrozar la mente de un seguroso con solo mirarlo a la cara. El actor que hace del “compañero-que-la-atiende” tal vez fuera obligado a retractarse y pedir disculpas por su participación en Corazón azul, o tal vez no. Entró engañado a la película, dando un traspié que lo llevó de lo real maravilloso a lo brutal policíaco. Lynnx es la engañadora: dominatrix y matrix.

Un esbirro vociferante, cruce de Hassan Pérez y Yosuam Palacios, es obligado a elegir entre violar a su hermana o perecer a manos de una ninja con polisemia recesiva. La ninja aparece como el trasunto de la hija de Fernando Pérez, pero sin brazos. Un guajiro guardaparques que derriba un almendro a machetazos se enfrenta a la furia ecologista de la Venus clonada: de un sablazo, la otaku abre la panza del hater que destruye el árbol.

Corazón azul está hecha con células muertas de basura digital, empatando recortes que caen de la mesa de disecciones. Corazón azul es la imitación de una autopsia: el cuerpo tendido en la mesa es el cine cubano. En sus vastos dominios, Coyula aplica los lineamientos de una poética PlayStation.

La obra de Miguel Coyula va más allá de lo independiente (los créditos anuncian “Sin el apoyo de Sundaze, ICIAC, Indienogo…”), y llega a crear una linterna mágica que se vale del exorcismo para dejar al descubierto la posesión satánica de la Isla de Cuba.

Lynn Cruz es la Linda Blair de Coyula; y el miembro de Gronlier, más que un órgano sexual, es un crucifijo. Coyula blasfema ante el altar del Partido Único, y Lynn, que ha sido llamada a canalizar la sensualidad de lo sacrílego, sirve de vehículo a la blasfemia.



Corazón azul. Cartel.


En un reciente ensayo aparecido en Hypermedia, la artista edulcora la escena triple equis, minimizando el impacto de lo pornográfico, aun cuando Corazón azul parece decirnos que el voyeurismo es el único modo de aproximarse a Cuba. La escena de cópula surte un efecto alterador. En tanto método de creación de zombis —no ya de hombres nuevos, sino del homagno martiano y el letzte Mensch nietzscheano— devuelve a las relaciones carnales su significación zoopolítica.

El monstruo genético resultante aparece en Cubanacán, en el ambiente embrujado de las Escuelas de Arte. Su título es “Héroe Nacional”, y su signo, el 349 multiplicado por 666. De inmediato, las autoridades culturales lo declaran impresentable y se niegan a darle carta de ciudadanía. Prefieren colocarlo bajo el rubro de “mercenario” y “excubano”.

Sin dudas, el “Héroe Nacional”, como apoteosis estética del zombi, es el verdadero protagonista de Corazón azul. Su peligrosidad predelictiva es el puro acto de terrorismo. “Héroe” es también el engendro del “artivismo” en tanto apropiación del programa artístico socialista por las lacras sociales.

Coyula lo ha visto claro. Ha mirado más allá de Tania Bruguera y Luis Manuel Otero Alcántara. Su imagen heroica suplanta la efigie hierática del Che con que abre la película —y acaso, la historia secreta del arte moderno:

“La vampiresa, el héroe nacional, el enfermito, el ama de casa neurótica, el gánster, la estrella de cine, el maceta carismático realizan una función muy diferente, y aun contraria, a la de sus predecesores. Ya no son las imágenes de un modo de vida alternativo, sino monstruos y tipos del mismo medio ambiente, y sirven de afirmación más que de negación del orden establecido” (Herbert Marcuse: One-Dimensional Man, Beacon Press, 1964. Traducción de NDDV).


© Imagen de portada: Lynn Cruz.




Antonio Enrique González Rojas

10 películas inspiradas en cómics

Antonio Enrique González Rojas

La lista que propongo no busca anatemizar las superproducciones, sino reubicar a The X MenThe Avengers y The Justice League en un campo artístico mucho más rico donde, junto a la radicalidad gore, el intimismo existencial y las búsquedas autorales, también los superhéroes han gozado de altos rigores creativos.





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