Miguel le pidió ayuda al cineasta Enrique Pineda Barnet, amigo y mentor de Héctor Noas, porque le daba pudor acercarse a él.
A Miguel le interesaba Héctor Noas para el personaje de Tomás. Pero Héctor se mueve más dentro de la industria. Nuestro presupuesto no solo era ínfimo, sino que cabía la posibilidad de no encontrar más. Miguel no estaba seguro de que a un actor como él le interesara trabajar en esas condiciones. Sin embargo, Héctor admiraba Memorias del desarrollo, y accedió a reunirse con Miguel.
En la sala Adolfo Llauradó, Miguel y yo vimos Gotas de agua sobre piedras calientes, de Rainer W. Fassbinder, con puesta en escena de Carlos Díaz. Al finalizar la función, fuimos a buscar a Héctor a los camerinos. Miguel le habló del proyecto y acordó enviarle el guion.
Una mañana de invierno, y gracias a un permiso a título personal que consiguió Estela María Martínez, cineasta y asistente de Corazón azul, rodamos nuestra primera escena con Héctor Noas en la Necrópolis de Colón. Estela presentó el proyecto como directora, y puso a Miguel como fotógrafo. De esta forma, el cementerio habanero fue la única locación autorizada de la cinta.
Era una escena dramática. Tomás está enterrando a su esposa. Se ha quedado solo con su hijo pequeño, David.
A Fabián Gómez (David niño) lo acompañaba su abuela, que hizo de extra. La escena no tenía diálogos, solo acciones físicas. David está junto a su padre, mirando la tumba de su mamá. Luego de unos segundos, Tomás dirige la vista hacia otra parte y se aleja de él.
Miguel le había pedido a Héctor que luciera más afectado después de que los familiares y allegados se marcharan del funeral. Era un momento de absoluta soledad, donde Tomás debe plantearse el rumbo que tomará su vida luego de la muerte de su esposa y la responsabilidad de criar solo a su hijo. Especialmente porque vive para su trabajo.
Cuando empieza la película, Tomás es un fotorreportero multipremiado por la oficialidad cubana, pero un descubrimiento que realiza de manera independiente resquebrajará su fe en las ideas que defiende.
Héctor luchaba con su personaje; no podía entender la frialdad de Tomás. Recuerdo que una de sus expresiones fue: “Pero este personaje es un monstruo”.
Para tratar de encontrar lo que necesitaba, Miguel le cambiaba las notas. Héctor le reprochaba que no sabía lo que quería. Yo intervine, y fue peor. Héctor me mandó a callar. Yo no estaba autorizada a darle notas.
Entretanto, Fabián, de siete años, continuaba absolutamente concentrado en el papel. Días antes, cuando hicimos la prueba de vestuario, la madre nos confesó que el sueño de Fabián era ser actor.
Para aquella escena, Miguel eligió uno de los pocos ángulos desde donde se podía ver, al fondo del cuadro, la Plaza de la Revolución junto al crematorio. En la posproducción, Miguel añadió la llama de la Refinería Ñico López a la chimenea.
El humo negro es como un leitmotiv en casi toda la película.
Tonos grises, nubes cargadas, tiñosas y cucarachas, refuerzan el ambiente posapocalíptico de Corazón azul.
Héctor también se quejaba cuando Miguel le pedía parar, en espera de que las nubes pasaran por el cielo.
Pero Miguel, como ya sabemos, es obstinado.
Cuando Carlos Quintela vio a Héctor Noas en la película, dijo que era como un Bruce Willis cubano. Miguel necesitaba a alguien con su fenotipo.
De esa generación de actores también está Fernando Hechavarría. No hay muchas más opciones.
Miguel le propuso a Fernando Hechavarría el personaje de El caso número uno. Primero se refirió al personaje como un mercenario, y Fernando le dijo que estaba ocupado con una producción francesa. Miguel insistió. Le explicó que era un terrorista que creía en lo que hacía, que no era un mercenario: su motivación no era el dinero. De todas formas Fernando rechazó el papel.
Miguel terminó interpretándolo.
Sanford Meisner decía: “Hazle casting al actor, no al personaje”.
Pasamos varias horas filmando la escena del cementerio. Allí Miguel hizo un hallazgo importante para el lenguaje de Corazón azul: puso un ramo de girasoles encima de la tumba de la madre; luego, esos girasoles reaparecerían marchitos en el espacio mental de Tomás, ilustrando el estado de ánimo del personaje.
Sin embargo, al llegar a casa, cuando revisamos el material, Miguel no estaba contento. Aunque la luz estaba perfecta (ese era uno de los aspectos que más dificultaba el trabajo con los exteriores en la película: necesitábamos cielos nublados), no había obtenido lo que necesitaba de Tomás.
Unos días después, Miguel se reunió a solas con Héctor. Quería repetir la escena. Cuando Héctor la vio, tampoco le gustó el resultado. Estuvo de acuerdo en hacer el retake, pero mostró su preocupación por las condiciones de trabajo y el bajísimo presupuesto. Por primera vez, aquel día, Héctor se planteó abandonar la película.
—Quizás yo sea el actor que tú quieres, pero no el que tú necesitas —le confesó a Miguel.
Miguel tenía la ilusión de que, luego de Memorias del desarrollo, aparecería alguien interesado en producir sus historias. No obstante, mientras tanto, su instinto lo conducía a seguir adelante.
—Voy a terminar esta película de cualquier forma, con o sin presupuesto, aunque me demore años —le dijo a Héctor.
Por un año y medio, con la ayuda de las productoras Claudia Calviño y luego Vanessa Lejardi, rellenamos formularios. Aplicamos a Huber Bals, Sundance e Ibermedia.
Aún con los primeros veinticinco minutos de película completados, no nos otorgaron ni el derecho a participar en los mercados de los festivales de Róterdam y de Trinidad y Tobago.
Durante el estreno de Nadie en el Festival de Cine Global de República Dominicana, Miguel hizo un pitching donde mostró diez minutos de película. Causó muy buena impresión, pero los productores salieron huyendo después de leer el guion.
El perfeccionismo de Miguel también amenazaba con prolongar el rodaje. La historia de Corazón azul saltaba diez años en el tiempo, y el personaje de Tomás entonces llevaba una barba. A Héctor, lógicamente, le inquietaba no poder mantener esa imagen…
Dos escenas después, nuestro Bruce Willis abandonaría definitivamente el proyecto.
En una película sobre mutaciones, el guion sufrió una mutación inesperada.
Los masturbadores de las playas desiertas
Miguel seguía encuadrando a unos cien metros de mí. Empecé a escuchar unos gemidos a mis espaldas. Me volteé. Tras las uvas caletas, había un hombre tirado en el suelo, con los pantalones bajados, masturbándose… Pero Miguel había decidido terminar la escena a toda costa. Su cine es más importante que la propia vida.