El obituario de Fidel Castro en ‘Corazón azul’

El nombre original de Corazón azul es Blue Road. El guion se empezó a escribir en 2004. Miguel aún vivía en Nueva York. Era una historia pensada para rodarse en los Estados Unidos. Su protagonista era un policía, un tipo duro que investigaba los laboratorios secretos de la compañía DNA 21.

Memorias del desarrollo (2010) se antepuso a este proyecto. No fue hasta 2011 que Miguel comenzó a rodar la introducción de Blue Road durante las protestas de Occupy Wall Street, con un nuevo guion recontextualizado en Cuba. En el final de esa secuencia introductoria, aparece Fidel Castro hablando de la necesidad de reconfigurar a la especie humana para crear un hombre nuevo (este sería el tema de Corazón azul). Para lograrlo, Miguel editó varias frases de un discurso apocalíptico pronunciado por Fidel Castro en 2010, cuando reapareció en la vida política vestido nuevamente de verde olivo.

Lo que quedó fue esto:

“El orden actual establecido en el planeta no podrá perdurar. La especie humana puede ser regulada. Se están creando en estos momentos las condiciones para una situación ni siquiera soñada. Nuevas formas de procesos sociales surgirán pacíficamente”.  

Ya desde entonces, Miguel esperaba poder filmar en tiempo real el entierro de Fidel Castro. Para nuestra generación, la muerte del máximo líder era una suerte de obsesión. Se pensaba que su muerte sería desastrosa para Cuba, de modo que esa idea siempre nos rondaba.

En 2013, durante uno de sus viajes académicos a Estados Unidos para mostrar Memorias del desarrollo, Miguel grabó con Adam Plotch —el actor principal de El tenedor plástico (2001) y de Cucarachas rojas (2003)— la narración del obituario en inglés, para un canal de noticias ficticio. Fidel aún estaba vivo.

En noviembre de 2016, llegó el momento. No solo para la escena de Corazón azul, sino también para el documental Nadie.

En una entrevista a Miguel, el escritor Jorge Enrique Lage le preguntaba: “La muerte de Citizen Castro, ¿qué significó para ti? ¿Y para el documental? Los espectadores verán ahora al escritor dialogando con un muerto, o con un zombi. ¿Cómo lo ves tú?”

Miguel respondió:

“Cuando murió dije que había muerto uno de mis actores, pues Fidel aparece en Memorias del desarrollo, Nadie y Corazón azul. En las tres películas tuve que escuchar muchas horas de sus discursos y conversaciones para poder editar y construir los diálogos que aparecen en ellas. Te puedo decir que fue bastante agotador trabajar con él, que lograra decirme los textos que yo necesitaba. Pero definitivamente se fue uno de los grandes actores del siglo XX, e incluso, de comienzos del XXI”.

Hay escenas de Corazón azul que se entrecruzan con Nadie. Fue premeditado. Miguel lo hizo para señalar que ambas películas se realizaron al mismo tiempo.

Sin embargo, en Corazón azul el obituario está al servicio de la ficción. Ahí Fidel Castro no es solo el hombre que signó la vida de cinco generaciones de cubanos, sino también un mad scientist. Un artista del poder. Cuba es su laboratorio, su lienzo, su experimento.


A las 5 p.m. llegamos a Zapata y Paseo. Tuvimos que estacionar a cuatro cuadras de allí, debido a los desvíos del tránsito. No estábamos seguros de poder filmar con el trípode, lo cual era imprescindible en términos del lenguaje y el estilo de Nadie.

Empecé a mirar los alrededores. Por todas partes había fotógrafos, cámaras y trípodes. Me aproximé a un grupo que estaba reportando. Me aseguraron que no tenían ningún permiso especial.

Había que llegar hasta la Plaza de la Revolución, que se encontraba a poco menos de un kilómetro. La cola enfilaba hacia allí. Miguel comenzó a filmar.

De pronto, vimos que se abalanzaba una turba de militares. Varios agentes del cuerpo de seguridad que custodiaba la fila le hicieron una señal a Miguel para que guardara la cámara. Argumentaron que la muchedumbre de verde olivo se la podía tumbar.

Después nos dimos cuenta de que, en realidad, los militares lo que no querían era hacer la cola. Las personas que habían ido allí por su propia voluntad se sintieron ofendidas. Entre los que estaban más próximos a nosotros, resaltó la voz de una mujer. Fue secundada por un anciano.

—Esto no es obligado —dijo la mujer—. Aquí el que viene es porque de verdad le duele.

—Qué falta de respeto —dijo el anciano—. ¡Y que sean militares los que provoquen el desorden!

Entonces yo dije, a toda voz:

—¡Señores, disciplina, que ha muerto Fidel Castro!

Después de pronunciar aquella frase no volví a hablar. La mujer comenzó a llorar. En ese instante comprendí que si Fidel era, para Miguel, el personaje de sus películas, para mí era el amor trunco de una pionera que le escribió cartas. Una pionera en la que luego despertaron emociones magnicidas.

Al anochecer, después de cuatro horas de cola, doblamos por una arboleda próxima al Teatro Nacional. Parecíamos judíos camino a Auschwitz. Los militares nos pedían que avanzáramos a ritmo marcial, sin dejar espacio entre los cuerpos.

Todo estaba oscuro. Mi atención se dirigía hacia las piernas de las personas que teníamos delante. Por alguna razón, era la única parte de los cuerpos que estaba iluminada. Era como si la luz de las escasas farolas cayera de manera oblicua.

A esas alturas, ya habíamos dejado de filmar. La ele fue sustituida por la erre: ahora había que firmar.

Firmar el compromiso con Fidel y la Revolución.

Firmar su tratado revolucionario. 

“Revolución es sentido del momento histórico…”.

En cada extremo del lobby del Teatro Nacional había un libro de firmas. Miguel firmó como Tony Montana. Yo, como Marilyn Monroe.

Encima del teatro había un cartel: “Y esto, esto que la sombra se volviera luz, esto tiene un nombre, solo tiene un nombre: Fidel Castro Ruz”.

Salimos de la oscuridad. Miguel retomó sus armas. Filmaba a intervalos, durante las pausas de la cola. La voz de otro anciano me sacó del letargo:

—¡Siento un vacío!

Yo pensaba en que habían prohibido la música. Los bares, los centros nocturnos, las discotecas: todo estaba cerrado. Prohibida la venta de alcohol. El funeral se planeó para que durara nueve días.

Algunas personas estaban en el suelo jugando con sus teléfonos. Algunos jóvenes se había escrito en los rostros “Yo soy Fidel”.

Nos acercamos a la rampa del Memorial José Martí, ya justo para entrar. Allí había más control sobre las cámaras. Un hombre me preguntó: “¿De dónde son?”. Le respondí que de la UNEAC. En su rostro había cierta desconfianza, probablemente porque nuestros equipos eran semiprofesionales. Una vez adentro, nos fijamos que eran los mismos equipos que usaban los periodistas de la televisión. En medio de todo el caos, Miguel pudo filmar y yo pude interpretar mi papel: la musa de Nadie.

Lo más chocante para mí, dentro del Memorial, fue entender que aquel mar de pueblo solo vería una foto rodeada de flores. Las cenizas, los restos, fueron velados por un grupo selecto de generales en el Comité Central. Allí no había cuerpo, no había body.

Nobody.

Todo ese tiempo, estuve avanzando tan lento como permitieron los militares. Miguel resistió aquellas cinco horas con sus muletas, a causa de la fractura en el tobillo.

Para cerrar el duelo, intervinieron varios presidentes. Cuando habló Daniel Ortega, en un tono bajo y pausado, la voz de una mujer clamó en medio de la multitud:

—¡Habla alto, que a este pueblo hay que hablarle alto!

Un hombre masculló con sorna:

—No han salido de un dictador y ya están pidiendo otro.

En los altavoces comenzó a escucharse a Sara Gonzalez cantando «Su nombre es pueblo». Los ancianos se tomaron de las manos y rompieron en llanto. Probablemente lloraban por sí mismos. Por sus soledades. Por sus juventudes extraviadas en el año 1959.


* Fragmento del libro en proceso Corazón azul: ocho años de rodaje crónico.




Plantados

‘Plantados’: Más allá de lo bueno y lo malo

Néstor Díaz de Villegas

Lilo Vilaplana domina el lenguaje del culebrón latino y las técnicas expresivas del narcorromance. En sus manos, los medios de producción de propaganda consiguen la catarsis colectiva que ha puesto a los cubanos a reflexionar sobre el trauma del presidio histórico. ‘Plantados’ irrumpe en pantalla con una saludable dosis de sensacionalismo.