¿La Muestra ha muerto? ¿Viva la Muestra?

En abril de 2020, la Muestra Joven ICAIC fue crucificada, muerta y sepultada. No resucitó al tercer día, ni al tercer año. No pudo organizar una última cena para despedirse de sus amigos y enemigos. Su muerte, aunque presentida, no fue anunciada. Se diluyó en el silencio y la pandemia. Sus huesos permanecen en una tumba no marcada, o en la misma insondable fosa común donde el stablishment ha lanzado gran parte de la memoria nacional. 

En las abultadas estadísticas del desastre cubano, la Muestra contaría como una desaparecida y no como una fallecida, estatus ambiguo que mantiene viva una muy ligera llama de esperanza en sus viudos, viudas, amigos y familiares, de que pudiera retornar a la palestra artística de la isla de donde todos escapan. 

Hay esperanza, expectación y curiosidad por su cada vez más imposible reanudación, luego que a inicios de 2020 quedara la mesa servida, la identidad visual diseñada con motivos que remitían a la naufragada zafra de 1970, el eslogan “Descentralizando” a punto de esparcirse por las redes sociales, los pulóveres impresos, el periódico Bisiesto planificado, la selección oficial casi confirmada. También había sido destituida una presidenta-artista que nunca presidió una edición y sustituida por una presidenta-funcionaria. Igualmente, su selección en concurso había sido diezmada por las significativas retiradas de obras por los artistas en solidaridad con los tensos momentos por los que atravesó la abortada edición 19 del evento.

Quizás la referencia al calamitoso y azucarado punto de giro del relato revolucionario trajera cierta mala suerte al evento, que sin dudas representó otro importante hito en el transcurrir audiovisual de la nación; aunque siempre mantuviera un perfil bien lejos de lo masivo. Pero la historia la hacen unos pocos, mientras los demás millones están solo ahí, normalmente ignorantes de lo que pasa un poco más allá de sus narices y sus necesidades fisiológicas. Como la zafra del 70, la Muestra se fue a bolina y su desaparición marcó el inicio de un período sombrío para la nación. 




La segunda muerte del hombre útil. Capítulo 4 (Adrián Replanski, 2010).


Tras el decamillonario fracaso, donde el esfuerzo decisivo no fue suficiente, vino el Quinquenio Gris. Tras el fenecimiento de la Muestra, vinieron las huelgas de hambre, los acosos, sitios y apresamientos de artistas infidentes, los despertares del 27N, el 27ENE, el 11J, el 15N, los manotazos de ministros represores, la ola migratoria suicida, la desesperación, el desordenamiento, el apartheid monetario, las excesivas penas de cárcel, los tuits de Lis Cuesta. La Muestra no provocó nada de esto directamente, pero fue sin dudas una de las tantas trompetas apocalípticas que sonaron demasiado bajo para que fuera percibida por muchos.

Abril se vació de cine, quizás para siempre. En este tercer año de la desaparición física de la Muestra, sus dolientes lanzaron una nostálgica y evocadora campaña en redes bajo el hashtag #LaMuestraEmpiezaHoy, que devino suerte de challenge o reto donde muchos fantasearon con una ideal edición 21 o quizás un resumen de las irrealizadas 19, 20 y 21, donde los realizadores y entusiastas del cine independiente acudirían a las presentaciones de las cintas en concurso y las muestras colaterales, a los debates de Moviendo Ideas, a los pitchings de Haciendo Cine, las fiestas nocturnas. Jornadas interminables inundadas de adrenalina.

Imaginaron, desde su legítimo derecho a la alucinación y el delirio, con una Muestra donde todas las películas se estrenarían, incluido Sueños al pairo (Fernando Fraguela y José Luis Aparicio, 2020); última gota que colmó el vaso del desgaste, la intolerancia y la incomunicación, luego de los previos aldabonazos premonitorios dados por los affairs de Revolution (Mayckell Pedrero, 2010), Despertar (Ricardo Figueredo, 2011) y Quiero hacer una película (Yimit Ramírez, 2020).




Gloria Eterna (Yimit Ramírez, 2017).


El silencio oficial resuena como un elocuente réquiem a la Muestra. La aprobación e implementación del Decreto-Ley 373 (“Del creador audiovisual y cinematográfico independiente”) y su optimista Fondo de Fomento del Cine Cubano establecido por la Resolución 49 del Ministro de Cultura —que durante varias convocatorias ya ha provisto de fondos a numerosos proyectos, cuyos resultados creativos están aún por apreciarse a cabalidad— no ha obliterado el fantasma de la Muestra, que parece desandar los pasillos del ICAIC, los cines y la última sede del evento. 

Es un alma en pena y enmudecida (¿amordazada?), cuyos desconsolados intentos de gritar no alcanzan para atormentar a sus inhumadores y quizás posibles exhumadores. Pero sin duda mantiene en vilo a quienes la gestaron; a quienes fundaron afectos y alianzas en su regazo; a quienes vieron cumplidos sus sueños de crear y exhibir en la pantalla grande sus obras; a quienes le regalaron sus insomnios, cefaleas y gastritis.

Los vagos rumores de que el ICAIC organice un festival del cine cubano que expanda los potenciales largamente atrofiados de la Muestra a dimensiones competitivas, inclusivas, abarcadoras de todos los estratos etarios, discursivos y estéticos de la creación audiovisual nacional, no pasan de meros susurros, suposiciones, posibilidades muy pero muy remotas aún.  

Tal certamen hubiera sido el estadio evolutivo superior natural de un espacio que inició como un intento de la institución cine oficial por sincronizarse, atajar y dialogar con una fenoménica y dinámicas que se les iban de las manos, que delataban el fracaso de una entidad tendiente a la exclusión, al favoritismo cenacular de un reducido grupo de realizadores cuyos proyectos se aprobaban casi en secreto, por puro voluntarismo y favores casi cortesanos; y a la que los cineastas desoídos, postergados, ninguneados y anulados decidieron dar las espaldas y filmar a como diera lugar. Otros, sencillamente, ni la tomaron en cuenta, dándola como causa perdida. Algunos se empeñaron en ser queridos y vendieron más de un alma al diablo.




Camionero (Sebastián Miló, 2012).


Las imágenes y los discursos independientes eclosionaron a espaldas del ICAIC, que tuvo que mirar hacia esa zona que se consolidaba fuera de sus rediles tan angostos como sus propios pasillos. Surgió la Muestra como inevitabilidad histórica, destinada a ser solo el principio de una reformulación posible de la mirada oficialista sobre el cine cubano. Estaba destinada a ser, idealmente, el germen de una corrección saludable y orgánica de los rumbos del Instituto, que lo harían abrirse a un diálogo cada vez más amplio con esos entonces jóvenes que deseaban decir a su modo y no a la manera que les dijeran. 

Como iniciativa seminal, la Muestra necesitaba evolucionar, romper el cascarón, salir del estado larvario en que siempre se le mantuvo, convertirse en pupa y luego alcanzar una adultez en continua dialéctica que la convirtiera en un festival. Que incorporara todas las producciones en las estrategias de fomento y de distribución nacional e internacional del ICAIC. Que naturalizara el cine no institucional, que democratizara la institución y la reubicara en la cartografía fílmica insular. Que transversalizara su rol y eliminara toda axialidad hegemónica y voluntarista, haciéndolo consciente de que debía ser “solo uno más” entre todos los actores involucrados en los procesos de la creación cinematográfica. Puro delirio, ilusión, alucinación y utopía. Derecho a soñar. 

La Muestra sería la punta de lanza de una liberalización del cine en Cuba y esto era inaceptable e imperdonable. Se le colocó un exoesqueleto no mudable que la hizo permanecer como zona de tolerancia y contención, como gueto de permisividad supervisada y debidamente limitada a escasas pantallas. Bien lejos de exhibiciones programadas para todo el circuito nacional de salas durante semanas y mucho más lejos de la parrilla de la televisión, adonde no obstante llegaron no pocas películas cubanas de espíritu independiente gracias a espacios “especializados” que servían de vitrina y observatorio; pero siempre bajo la supervisión estricta de los asesores —eufemismo que apenas disimula su real calidad de censores guardianes de la agenda mediática conservadora del Estado cubano—. Eran otros tantos guetos y segregaciones.   




Off Line (Yaima Pardo, 2013).


La relativa libertad que se les permitió con la Muestra fomentó quizás demasiadas ilusiones en los cineastas independientes, hizo creer a sus laboriosos y comprometidos organizadores —hoy en la primera fila luctuosa de los que lloran y añoran al evento, y a quienes acompaño de corazón— que les pertenecía, que era una zona franca, un estado libre asociado, una región autónoma, una colonia, una reserva regida por leyes especiales a cubierto de la realidad totalitaria. 

Esta consciencia gremial y emancipatoria quizás provocó por momentos que se olvidara por completo quién decía la última palabra, quién pagaba y mandaba al final del día, quién era el dueño de la casa donde muchos soñaron sus mejores sueños e hicieron realidad algunos. Hasta que todo acabó. 

El tránsito del sueño a la vigilia sucedió con tal violencia que algunos quizás no sepan si aún siguen soñando o están despiertos por completo. El duermevela de la negación parece extenderse hasta hoy y quizás persista mucho más tiempo si no se decreta oficialmente el deceso de la Muestra, si no se le levanta una tumba con su lápida debidamente identificada: “E.P.D. Muestra Joven ICAIC. 2001-2019. Hija de la esperanza. Madre y padre de muchos”, a donde ir a presentarle respetos. Si no se le decreta parte oficial del pasado.

Suceda lo que suceda, la existencia de la Muestra en eterno estado larvario, en perenne estado emergente, era una aberración. Necesitaba ser otra cosa o perecería sin remedio. Sus jóvenes —y no tan jóvenes— gestores, con sus actitudes dialogantes pero libertarias, estaban destinados a entenderse menos con una institución que es parte de la oficialidad cubana, la cual no deja de correrse hacia la reacción, el enquistamiento, el agotamiento y la atrofia, como es demasiado y dolorosamente evidente. A pesar de que, ahora mismo, el ICAIC resulte un leve remanso de concordia, en apariencia libre de manotazos y violencias represivas. Un ejemplo que quizás debería seguir el gabinete ministerial de la cultura, empeñado en no seguirlo.

La Muestra iba a morir, de cansancio, agotamiento e imposibilidad. Tarde o temprano. Y todos sienten —sentimos— que sucedió temprano, súbitamente. Pero no parece que su destino fuera otro. No dejarían que fuera otro. No podía seguir en las mismas condiciones hacia el infinito, hacia la inercia tautológica. Debía cambiar o fenecer. Y para cambiar tenía que cambiar el ICAIC. Y para cambiar el ICAIC tiene que cambiar todo el país. Y eso no sucede aún, en medio de esta larga agonía del poder, que no acaba de morir para que el futuro llegue y salve a la nación.




Yunaisy (Juan Pablo Daranas Molina, 2014).


Su muerte no fue en vano. No es mera leche derramada sobre la que no valga la pena llorar. Como su nacimiento, fue una necesidad histórica que, aunque dejó una inevitable sensación de orfandad y vértigo en quienes vieron desaparecer un asidero casi único, sirve para alertar sobre la necesidad de generar nuevos asideros, alternativas. Para idear y construir otras iniciativas de producción y promoción del audiovisual cubano independiente, bien a salvo de las lógicas y las influencias institucionales, en pos de la verdadera autonomía. 

El Festival de Cine INSTAR es una de estas voces de futuro. Es una posibilidad concreta. La iniciativa “Cine cubano en cuarentena” acogida por Rialta Magazine a manera de imprescindible repositorio del cine cubano independiente y del “dependiente” obliterado a conveniencia, delata otro sendero posible. La recién estrenada plataforma de streaming Iroko, que se especializa asimismo en estas zonas fílmicas cubanas, es un tercer y promisorio derrotero. Los jams audiovisuales que está organizando el grupo teatral El Ciervo Encantado en su sede frente al simbólico taller de Línea y 18 huelen a provenir también.

No son la Muestra Joven ICAIC, pero son sus legatarios legítimos. Son tan emergentes como lo fue siempre esta; esperanzas concretadas, emprendimientos saludables que bocetan el futuro inmediato de la fílmica que no responde a la agenda institucional oficial. No son suficientes aún. La Muestra nunca fue suficiente tampoco. Quizás nunca nada sea suficiente. Siempre se querrá más, siempre se necesitará más para que el cine cubano, en toda su magnitud, dimensiones y heterogeneidad, sea adecuadamente promocionado, sistematizado, legitimado.

La Muestra ha muerto. Viva la Muestra… y bienvenido el futuro con su carga de imprevistos. 




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