La maldita circunstancia de la desconexión por todas partes

La marginalización de Cuba en ciberespacio y los esfuerzos alternativos de su sociedad civil (la verdadera) por trascender la amplia barda que impide su inmersión plena en las dinámicas comunicacionales de la Red de redes, han encontrado resonancias exploratorias, problematizadoras y críticas en el audiovisual independiente nacional.      

Los documentales Off_Line (Yaima Pardo, 2013) y Blog Bang Cuba (Claudio Peláez, 2014) estructuran una suerte de díptico genésico que plantea las principales implicaciones sociopolíticas y culturales de no sumar los potenciales de la web a la nación, a la vez que cartografía los primeros abordajes cubanos de las posibilidades que ofrece Internet —con énfasis en los blogs— para el desarrollo y consecuente maduración de la participación colectiva en los destinos de la nación. Proceso que quiebra la presunta efectividad de la administración verticalista de la información por parte de los centros oficiales de poder; apegados a paradigmas comunicativos tan arcaicos como puede ser la fundacional Teoría Hipodérmica (Bullet Theory) de inicios del siglo XX, que presuponía la asimilación acrítica de los mensajes por parte de un receptor pasivo e idealmente obediente.    

La radialización de los flujos de conocimientos y, sobre todo, su vadeo de los mecanismos de criba de los saberes —basados en el control exclusivo y excluyente de los medios de comunicación— para una eclosión de la capacidad participativa real de los cubanos, marca un punto de inflexión en la dialéctica de la sociedad. Y delata en gran medida los dilemas de la institución para reformularse en tiempos del diálogo y la convivencia con el otro, cuya voz no está precisamente alineada con el discurso oficial, cuya piedra de toque siempre ha sido el apoyo incondicional y homogéneo de un pueblo del cual es legítima expresión. Never more. 

El diálogo posible y equilibrado entre poder y nación —que no son lo mismo, aunque siempre se haya intentado demostrar lo contrario— es reemplazado por los intentos oficiales cubanos de aplicar a Internet los mismos métodos de control que desplegó sobre los medios analógicos del siglo XX. Complementados por una satanización de la web como terreno favorable para la proliferación de los ataques al proyecto sociopolítico, y la corrupción general de todo el sistema de valores y principios. Alarma que delata la extrema fragilidad de este propio entramado ideológico, pues un simple cotejo de opiniones divergentes de los estamentos oficiales parece tener el poder para desmoronarlo. No obstante, el ágora diversa, heterogénea y compleja sería la mejor prueba de calidad e integridad posible para unos principios marmóreos clamados y aclamados todo el tiempo por la propaganda institucional. Eso sí, el poder está obligado a repensarse como entidad dialogante y no mandante, conviviente y no excluyente, organizadora y no censora.

Aunque en cuestiones de escritura fílmica las propuestas de Pardo y Peláez poco aporten al corpus audiovisual cubano, en tanto recurren a fórmulas narrativas reporteriles y hasta hieráticas, su madurez analítica y responsabilidad intelectual los revela como ejercicios de simultánea capacidad de exploración, sistematización y deconstrucción fenomenológica que les permite esbozar estos (y muchos más) prolegómenos de peso para la comprensión del presente panorama.

La cautelosa relajación de la hegemonía oficial sobre el acceso a Internet de la población ha tenido una incidencia considerable sobre los propios conceptos de lo público y lo privado de los cubanos.

Off_Line y Blog Bang Cuba resultan promisorios prólogos para una subsiguiente, inmediata y posible oleada de obras audiovisuales que pudieran complejizar y expandir las discusiones propuestas. Pero mientras que tales películas están aún por arribar a la palestra, el tema de Cuba y la Sociedad de la Información se ha visto desplazado a terrenos más llanamente episódicos, casuísticos, costumbristas, pintorescos y humorísticos, incluso con nuevas participaciones de los propios Pardo y Peláez. Aunque, eso sí, no dejan de echar luces sobre las numerosas dinámicas de adaptación, supervivencia e innovación de la sociedad insular.

El interrumpido proyecto La hora de los desconectados (2015) buscó llevar orgánicamente a las plataformas del ciberespacio la problemática de marras, con la ejecución de un producto transmedia que incluyó una serie web de nueve obras con preeminente tono exploratorio como ADEC (Cynthia de la Cantera), Buen provecho (Nelson González), En la guardarraya (José Jasán Nieves), El código desconocido (Claudio Peláez), Redes al margen. SNET (Fidel A. Rodríguez) y Social Tree (Yaima Pardo). Los menos optaron por la ficción para desarrollar sus ideas sobre los usos sociales de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), como Hobbie (Lázaro González), Con el pie en el bache (Rachel Rojas) y Por cuenta propia (Juan Carlos Travieso), con menos que más  aciertos creativos. 

El ejercicio colectivo, atemperado en duración y tono a las tendencias receptivas mayoritarias de Internet, devino más bien epílogo “curioso” a los más sólidos análisis desplegados por Off_Line y Blog Bang… A su vez, concluyó toda una primera etapa de la mirada audiovisual cubana a esta zona conflictual (y conflictiva, ante la implicación de un nuevo elemento como la decisión estatal de socializar la conectividad por Wi-Fi en áreas públicas de las ciudades cubanas desde 2016. Tal giro significativo en el dramático romance cubano-ciberespacial se ha apropiado hasta ahora de toda la atención de los realizadores independientes, con obras como el documental observacional Conectifai (Zoe García, 2016) y la serie web animada Willy x Filly (Vito Alfonso, 2018), de cinco capítulos, encargada y producida por la plataforma virtual El Toque.

Más allá de los consabidos y mayoritarios usos comunicativos interfamiliares, la cautelosa relajación de la hegemonía oficial sobre el acceso a Internet de la población ha tenido una incidencia considerable sobre los propios conceptos de lo público y lo privado de los cubanos. Se ha generado todo un nuevo sistema de prácticas socioculturales, económicas, y hasta abiertamente delictivas: no pocos son los casos de asaltos y robos de teléfonos móviles, tablets y laptops a personas durante el ritual de la conectividad en espacios desprotegidos y vulnerables como pueden ser los parques, de noche o madrugada, sin suficiente o ninguna presencia policial.

La renuencia institucional a facilitar el acceso a Internet en los hogares —algo viable en tanto el cada vez más numeroso empleo de los captores de señales, los “nanos”, delata la posibilidad de implementarlos legalmente como método viable— no parece ser más que la más contemporánea resonancia de sempiternos esfuerzos oficiales por dinamitar la individualidad como “rezago burgués”, a favor de su disolución en la totalidad de una masa social(ista) monocorde, homogénea y unánime, bajo pretextos anticlasistas y antindividualistas. 

Una masa localizada en un espacio abierto, público, donde ejecutar la vigilancia colectiva, o más bien fomentar la ilusión de esta desde la supresión casi humillante del derecho a la expansión privada. Las zonas Wi-Fi devienen entonces escarmiento sin merecimiento previo más que el deseo legítimo de navegar desde la comodidad física y espiritual de las casas. Claro, los precios prohibitivos para las mayorías cubanas de la más reciente oferta del Nauta Hogar, no logran compensar las aglomeraciones inducidas y más asequibles de los parques.  

La multitud inducida termina fragmentándose en un terreno parcelado con bardas de silencio, o de casi impúdico despliegue de asuntos privados, que terminan desdibujando el contexto y a los otros.

Conectifai, entonces, va hacia el registro primario, exploratorio, curioso, de algunas de las diferentes rutinas —aún precarias y elementales— de apropiación de la conectividad de los cubanos. La comunicación, lo más estable posible entre familiares residentes allende y aquende los mares, es la necesidad básica por excelencia, cuyo apremio trasciende cualquier escrúpulo de exponer toda o casi toda la vida privada en una plaza pública. La expansión de las rutinas conductuales de la ciudadela/cuartería o albergue, a todos y para el mal de todos.   

Las ansias por regularizar el contacto bajo el asedio de una conectividad casi siempre deficiente y fragosa, provocan un ejercicio inconsciente de aislamiento respecto al prójimo, muchas veces arracimado hombro con hombro. La multitud inducida termina fragmentándose en un terreno parcelado con bardas de silencio, o de casi impúdico despliegue de asuntos privados, que terminan desdibujando el contexto y a los otros. 

Esta misma circunstancia es ficcionada y satirizada desde la humorada vernácula por la serie web Willy x Filly, dos nuevos integrantes del que pudiera irse catalogando como “Vitoverso”, junto a Dany y el Club de los Berracos y Yesapín García, protagonista de su propia serie web. Vito recoge el batón largado por La hora de los desconectados, anclándose a la más pura tradición del teatro bufo cubano en tanto dispositivo de crítica sociopolítica. 

Los icónicos gallego y negrito son sustituidos por nuevas figuras sumadas al siempre dialéctico panorama costumbrista: dos “luchadores” callejeros que asumen los consabidos roles de figura y contrafigura para desplegar un contrapunteo coloquial, graciosamente minimalista. 

En su brevedad de sainete, el constructo dramatúrgico diseñado por Vito apuesta por vadear el golpe de efecto demasiado aparatoso, ya conseguido de manera extrema —y tan rotunda, que toda emulación o mímesis es demasiado riesgosa, además de epatante— con su Yesapín. Los capítulos están concebidos desde una perspectiva fragmentaria, como retazos captados al vuelo por un paseante o “conectado” circunstancial. El completamiento del relato corre por el receptor. 

Willy y Filly encarnan las necesidades y conflictos más básicos de la cotidianidad superviviente del cubano. Como ya expone el “precursor” documental dirigido por Zoe García, la conectividad criolla se revela como ritual social, como práctica catalizadora de la comunicación en dos niveles: el virtual y el físico, en constante interacción, pues las interacciones privadas no dejan de ser compartidas o comentadas con el prójimo inmediato. En cierta forma, triunfan los propósitos (conscientes o instintivos) institucionales, conscientes o inconscientes, de quebrar el espacio personal, de resquebrajar la esfera privada. A la larga, es lo mismo que termina sucediendo con las redes sociales, donde lo privado busca resonancias en la palestra pública como ejercicio político y/o exhibicionista.

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