Este texto fue compartido por su autora desde La Habana en WhatsApp en el grupo Asamblea de Cineastas Cubanos, el viernes 11 de agosto de 2023.
Como el filósofo Slavoj Žižek, al referirse a problemas acuciantes como la ecología, prefiero pensar que “cuando veo una luz hacia el final del túnel es simplemente la de otro tren que se nos viene encima”. Con esto no hago más que una declaración.
Si tuviera que calificar la reunión de ayer de la Asamblea de Cineastas Cubanos en la otrora Cinemateca de Cuba ―hoy una oficina semivacía reservada ¿para el futuro? por alguien que ni siquiera entiende el cine―, en pocas palabras diría que, salvo hacia el final, cuando Senel Paz (cineasta) dio por concluida la jornada, en vez de Roberto Smith (burócrata), como posiblemente estuviera en el plan ―el mismo plan que nos ha sido diseñado en un país donde temas fundamentales, como la libertad de pensamiento, llevan más de un siglo siendo postergados―, diría que fue inútil.
Lástima que el deseo de encontrar una solución se imponga por encima de toda lógica. Y digo lástima, porque esto puede hacernos parecer ingenuos o desnaturalizados.
El fracaso de la burocracia frente a los artistas está dado por la muerte de una ideología. Ahora me viene a la mente la frase: Dios ha muerto.
Y si Dios ha muerto, ha desaparecido también el cosmos de sus valores. La Revolución cubana como credo ha muerto. Y ha muerto simplemente porque Fidel Castro ha muerto, no sólo desde el punto de vista biológico, sino que ha muerto también el mundo de su creación.
¿Por qué se sigue dilatando el ocaso? Esa respuesta no la tiene Roberto Smith. Esa respuesta tampoco la tiene la Inés María Chapman. Esa respuesta tal vez está en los cajeros vacíos y en el último comunicado del Banco Nacional de Cuba.
Pero, de nuevo, lo que nos ocupa es el cine. Lo que nos ocupa es la integridad de un cineasta que, habiendo heredado una responsabilidad histórica, no tiene de otra que representarla.
Las películas, a diferencia de la Revolución Cubana, existen. Incluso para dar fe de ello. Verlas es entender que sí, que en efecto la Revolución Cubana ha muerto. Es ponerles imágenes a mis palabras. Por esa razón tal vez ya no las ponen.
No hay cine más subversivo hoy que el cine aquel, el del nacimiento de un planeta en la ficción de una naturaleza real expirada. Y ahora pienso en mí misma en el Festival Cinehorizontes, cine español en Marsella, mirando en el mismo programa, una detrás de la otra, Lucía y Corazón azul.
El pensamiento, a diferencia de la ideología fidelista, es dialéctico. Es urgente separar estos caminos, porque ya no convergen.
Se corre el riesgo de convertirse en objeto museable, en vez de un organismo que existe más allá del edificio ICAIC, inhabitado por artistas. El edificio fantasma.
Y esto los cineastas, los que estábamos allí y los que firman las cartas y se reúnen en los chats, lo saben. Y los que colapsan los cajeros automáticos lo saben. Y los pensionados también lo saben.
Nadie quiere quedarse atrapado en el mármol, porque ―al igual que para Nietzsche― “el secreto de vivir no radica en la miserable lucha por la existencia, sino en la voluntad de lucha, la voluntad de poder”.
A diferencia de la agenda de Smith, en vez de “producir”, prefiero hablar de valores. ¿Qué puede crear un cineasta en la Cuba de hoy que no sea distopía o pornomiseria?
Mientras los burócratas hablaban, una sola pregunta estaba en mi mente: ¿de qué material está hecha esta gente?
Sí, porque es una realidad que desde el cine no se puede hablar de diálogo, porque nuestros interlocutores simplemente no entienden la naturaleza del arte.
Supongamos que les creo, que van a permitir producir hasta “cien películas al año”. Esa es la misión de la política: lo posible. Ahora bien, la derrota está garantizada de antemano, ¿dónde van a colocar la cámara los cineastas? ¿En el Parlamento? ¿En el Noticiero Nacional? ¿En Radio Reloj?
Creo francamente que no es posible una nueva hermandad entre la burocracia y el cine, simplemente, porque sería una demostración burda de comunión entre el poder y el cineasta. Un poder arbitrario solo genera un cine semiconectado o desconectado del asunto. Por eso el cine joven, o recién realizado, no encuentra lugar en el espacio.
Producir en Cuba fuera de las instituciones, para mí, ha sido un acto de amor y compromiso con el cine. Y como el amor es irracional, expresa su propia forma de relacionarse. A fin de cuentas, no hay creación sin caos.
Se ha llegado a un punto de no retorno. Es como chocar contra un muro. En este momento, la prioridad pereciera ser el fortalecimiento de un único cuerpo empresarial. El país está siendo dirigido como una sola empresa, donde uno ya ni siquiera tiene claro su propio rol.
Más allá del autoconocimiento y del patrimonio intangible, la única certeza de una “institución cine” son las obras. Y casi escribo por error: “las sobras”.
Es un hecho que ahora mismo la Asamblea de Cineastas Cubanos es una artillería. Por eso se trata con pinzas el asunto, a pesar de la persecución subida de tono sobre algunos de sus miembros, como la reciente requisa a los cineastas Rosa María Rodríguez y Manuel Alejandro Rodríguez durante sus salidas por el aeropuerto.
Pero es una artillería simplemente por el aplazamiento de las demandas de un gremio que, a diferencia de otros sectores del arte, ha funcionado históricamente con más autonomía, tal vez por la dicha de haber sido liderado por intelectuales de peso.
El cine, por otra parte, desde su propia gestación, crea polis. Del mismo modo que el ICAIC fue una de las primeras creaciones del fidelismo, debería ser también una de las primeras en ceder paso a la independencia verdadera del cine, dado que el Estado en la forma fidelista, ha muerto.
Como muchos de los que estábamos allí, quedé perpleja de que se esté discutiendo una “Ley de la Cultura”, sin antes haber sido comunicada a los creadores. Si eso no es un divorcio, una declaración oficial de muerte, que alguien me demuestre lo contrario.
Hasta Smith resultó más obsoleto, con su positivismo fidelista de “vamos a trabajar juntos en esto”. Y “esto”, entiéndase que son “las violaciones legales, aún impunes, cometidas contra el documental La Habana de Fito, sus realizadores Juan Pin Vilar, Ricardo Figueredo y el propio protagonista del filme, por parte de los principales dirigentes de la cultura en este país: Alpidio Alonso, Fernando Rojas y Fernando León Jacomino.
En el país de las trincheras, donde el presidente Miguel Díaz-Canel es declarado en 2021 como Primer Secretario del Partido Comunista, a ninguno de ellos les debe extrañar que la Asamblea de Cineastas Cubanos esté atrincherada, que pida a gritos ser legitimada.
En Cuba, el peor rezago del fidelismo es ese: el callejón sin salida. Y detectado el problema, no queda más que persistir en un cine gestado en el lugar donde está la vida.
En Cuba, el peor rezago del fidelismo es ese: el callejón sin salida. Y detectado el problema, no queda más que persistir en un cine gestado en el lugar donde está la vida.
En Cuba, el peor rezago del fidelismo es ese: el callejón sin salida. Y detectado el problema, no queda más que persistir en un cine gestado en el lugar donde está la vida.
Asamblea de cineastas cubanos en YouTube
Para quienes lo han intentado, las posibilidades de “diálogo” con las instituciones han estado ensombrecidas por episodios represivos.