La suspensión de la Muestra Joven ICAIC ha motivado un considerable malestar cultural en el gremio cinematográfico e intelectual cubanos. Empleo el término “suspensión” porque, hasta este minuto, todavía ninguna de las entidades gubernamentales responsables del evento —el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos y el Ministerio de Cultura— ha reportado oficialmente su cancelación.
Tras el impasse que supuso la cuarentena forzada por la pandemia del coronavirus, el certamen permanece en una suerte de limbo, sin que podamos saber a ciencia cierta cuál será su futuro. Aunque, en buena lid, después de varias décadas contemplando el operar de la Revolución —del cuerpo institucional en que se ha concretado como forma de gobierno—, es posible especular que la Muestra Joven llegó a su fin, tocó fondo, it´s over…
Este es, sin embargo, un momento idóneo para pensar su trascendencia; en otras palabras, para reflexionar acerca de su posición en el devenir y de su participación —de ser significativa, desde luego— en la configuración de la fisonomía actual del cine cubano. Y no se debe entender la expresión “cine cubano” solo como una marca de nacionalidad o como un cuerpo de películas y realizadores. La idea de “nación” resulta cada vez más problemática, supone un juego de inclusiones y exclusiones tendente a dejar fuera expresiones que emergen continuamente en el siempre cambiante panorama cultural; si bien como mecanismo de resistencia al poder resulta imprescindible, sobre todo frente a la falsa conciencia conciliadora de la globalización que, en el hegemónico mercado cinematográfico de la contemporaneidad, desestabiliza, de modo irracional, las voces locales y sus estéticas distintivas.
Al hablar de “cine cubano” —y es ahí donde impactó más decisivamente la Muestra Joven—, se debe evocar la multiplicidad de producciones, textos, actores, ideas, archivos históricos, subjetividades, memorias, imaginarios…, y las disimiles formas en que cada uno de estos factores se institucionaliza, convergentes en torno al cine en el paisaje cultural cubano, por sobre las delimitaciones geopolíticas. O sea, el intrincado tejido de fuerzas que dialogan, se enfrentan, generan dinámicas de agrupamiento, antagonismos simbólicos y discusiones públicas que circulan a manera de obras, ensayos o polémicas… Ese campo multifactorial es el “cine cubano”.
¿Bajo qué circunstancias surgió la Muestra Joven? En relación con el audiovisual, Cuba recibe el siglo XXI impactada por la introducción de la tecnología digital y con dos escuelas de cine (la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, EICTV, y la Facultad de las Artes y los Medios de Comunicación Audiovisual, FAMCA, de la Universidad de las Artes), las cuales, para entonces, había comenzado ya a liberar al ámbito social del país nuevos individuos capacitados para el trabajo en los medios. Ambos factores supusieron una trasgresión inevitable a la estructura que, hasta entonces, regía la producción y circulación de materiales audiovisuales.
Durante cuatro décadas, el ICAIC había centralizado —existieron otros focos, como los Estudios de la FAR y los “espacios de aficionados” de la AHS, pero de mucho menor alcance— la creación cinematográfica insular, su distribución y exhibición en Cuba y en el extranjero, así como administrado/controlado los mecanismos de formación de nuevos creadores.
Una vez que la tecnología digital puso cámaras y dispositivos de edición y sonido en las manos de las personas, se democratizó de golpe la producción; en el caso de cubano, para quienes aspiraban a hacer cine dejó de ser imprescindible esperar a que el Instituto nacional ofreciera su equipamiento técnico o brindara la oportunidad de ingresar en él. ¡Comenzaron a aparecer películas y, con ellas, inéditas prácticas de consumo!
Por otra parte, un número considerable de los egresados de las escuelas de cine quedaron varados en un “no lugar”, en tanto la institucionalidad cubana vinculada a su formación no estaba preparada, ni económica ni estructuralmente, para soportar la emergencia de tantos actores (directores, sonidistas, editores, fotógrafos, productores, y un largo etcétera).
Los primeros años de 2000 se presentaron como un momento de tránsito en la reconfiguración del paisaje cinematográfico cubano, que afectaría además del engranaje civil e institucional, la relación de los actores con la traición. La avalancha de jóvenes cineastas con nuevas películas constituía la cara visible del problema; detrás de las películas, y en las películas, latía la sensibilidad de una nueva generación histórica y el arribo de una nueva época cultural para la Revolución, ahora sí entendido como período histórico regido por un bloque de ideologías delimitables todavía rectoras de los rumbos del país.
La Muestra Joven apareció, bajo tales circunstancias, como respuesta —más allá de los detalles que motivaron/propiciaron su fundación— a esa sintomatología social y, en consecuencia, diseñó un conjunto de estrategias para articular —entre ellas mismas y con la institución— esas fuerzas que estaban socavando/ transformando el régimen “cine cubano”.
¿Qué hizo evidente el certamen al aglutinar a aquellos creadores, ya no en sus primeros años, sino en sus sucesivas ediciones? Que el ICAIC no regía ya la producción del país y que los cineastas no necesitaban de una relación directa y unidireccional con él para producir y poner a circular sus obras. Que los creadores de las más diversas áreas (editores, directores, productores…) eran capaces de crear colectivos y redes de colaboración, definitorios en la eventual aparición de métodos de producción inéditos. Que el programa estético defendido y pautado por el ICAIC cedía ante el flujo de nuevas influencias estilísticas y coordenadas formales enriquecedoras de la práctica lingüística de nuestro cine. Que se configuraba una cosmovisión otra, a partir de nuevos vínculos con la memoria revolucionaria, el archivo histórico y el patrimonio audiovisual del país, divergentes —en ocasiones de forma radical—, con las establecidos por las instancias de poder rectoras.
La Muestra Joven fue —ha sido— un oasis para los jóvenes realizadores y para todos aquellos no vinculados directamente a los organismos oficiales: por primera vez tendrían una plataforma de visibilización y discusión que les permitiría pensar e impulsar, en términos productivos e intelectuales, su sed de creación. Localizo ahí una de las ganancias fundamentales del evento. Dadas las condiciones estructurales, legales y tecnológicas de entonces, muchas de las cuales sobreviven ahora bajo otras presentaciones (leyes restrictivas que limitan considerablemente la actuación autónoma de la sociedad civil, una economía centralizada y un diseño institucional que exige a la ciudadanía establecer vínculos directos con él para el más mínimo proceder, y una tecnología informacional precaria), la más meritoria conquista de las primeras ediciones fue propiciar la configuración de un potencial “movimiento del nuevo cine cubano”.
Alrededor de la Muestra Joven, que servía de adhesivo, se comenzaron a agrupar voces que, si bien tenían —y tienen hoy— diferencias estéticas, criterios creativos divergentes, pensamientos artísticos y políticos enfrentados, confluían en la voluntad de hacer cine y de propiciar un campo audiovisual favorable para ello. Gracias a la Muestra Joven, en una medida considerable, los realizadores empezaron —quizás involuntariamente— a edificar un bien común y a sentirse anudados a un proyecto único.
Más o menos eficiente en la manera en que se presentaron durante las sucesivas ediciones, los espacios de debate y pensamiento, de proyección y de fomento para la producción, patrocinados por la Muestra Joven —“Moviendo Ideas” y “Haciendo Cine” son un par de ejemplos—, contribuyeron a pensar las imágenes, los argumentos y los estilos, a reflexionar sobre las diversas ideas impresas en los mundos representados en las películas. Las circunstancias ideológicas que respaldaron su creación, la salida política que daba a una serie de problemáticas que rebasan lo estrictamente artístico, la propia identidad (estética/histórica/cultural) de los sujetos atendidos por ella, hacían de la Muestra Joven mucho más que un festival de cine a escala nacional.
Si atendemos a su concepción, en materia de públicos, estuvo siempre restringida al entorno capitalino —se intentó, con escaso éxito, extenderla a otras provincias—; y en materia estética, la calidad cinematográfica de las obras no era determinante del todo en la selección y diseño del programa. La Muestra Joven era un evento marginal, de carácter político en esencia, pues encuadró, durante un vasto tiempo, las conflictividades sociales asociadas a la creación cinematográfica, las dicotomías latentes entre el poder político y la civilidad fílmica. Ahí fue tomando forma una sensibilidad epocal, que incidiría profundamente —me atrevo a especular— en la estructuración más reciente del campo audiovisual cubano.
Enfrascada en disimiles polémicas con el poder político, la Muestra Joven llamó la atención sobre la apertura que se estaba produciendo en el país y la necesidad de favorecer, impulsar y contribuir a su continua amplificación, dado que no se encontraba en otro sitio el futuro del audiovisual cubano.
El certamen, que permitió a esas voces coincidir en un espacio de intercambio intelectual, consolidó una zona enfocada en diversificar las temáticas, variar y enriquecer las construcciones visuales y ensanchar las estructuras narrativas. En los años reciente han surgido productoras de cine (independiente) que han sistematizado un relevante trabajo al conseguir dinamitar las estrategias y formatos de financiación de las películas. En este punto ha desempeñado un papel determinante la flexibilización del control estatal de la economía, el amplio marco de posibilidades introducido por el continuo desarrollo de la tecnología digital y la aparición del Internet en la Isla, que vino a enriquecer los canales y el repertorio de consumo, así como las condiciones y las contingencias de negociación y gestión para la creación sin apoyo directo del Estado.
Ya antes he comentado cómo “la Muestra Joven ocupó una posición de resistencia al interior del universo de fuerzas que estructuran el escenario fílmico cubano. Posición que se desplazaba hacia actores particulares, individuos, productoras, grupos de creadores… Múltiples han sido las veces en que la sociedad política ha intervenido forzosamente en los predios de la sociedad civil, un hecho que ha incidido determinantemente en que la cinematografía cubana no despliegue un registro estético más arriesgado. Pero no por esto han dejado de forjarse corrientes de resistencia que, en la superficie misma de la expresión fílmica, colocan códigos y discursos de transgresión que enfrentan el dominio estético e ideológico hegemónico. Si algo resulta ostensible en la contemporaneidad es la irrupción de una actividad audiovisual que complejiza la agenda estética y diversifica los estilos palpables en el país al apostar por una sintaxis que busca, ante todo, penetrar gnoseológicamente en la realidad. Y cuando hablo de “resistencia” acudo a aquella idea de Michael Foucault, de que estas no pueden existir sino “en el campo estratégico de las relaciones de poder”, lo cual “‘no significa que solo sean su contrapartida”, sino que “constituyen el otro término en las relaciones de poder; en ellas se inscriben como el irreductible elemento enfrentador”.
La Muestra favoreció precisamente la cohesión de ese ánimo de resistencia, incluso con sus forcejeos continuos con el poder político. La escena modulada por el certamen alcanzó a explorar y sacar a la superficie —poco importan las diferencias o antagonismos internos de su organización— los pliegues de una trama cinematográfica conformada por discursos fragmentados, identidades desplazadas, ideologías flotantes. Se desplazó todo el tiempo en la superficie misma del poder y ensayó movimientos auténticamente libres, esenciales para la cristalización de “un sentimiento estructural” entre los realizadores. Pero todavía más, por ejemplo, en las páginas del Bisiesto, que fungió como su órgano de prensa oficial, se aglutinó una generación de críticos —e ideólogos— que acompañaron la creación y tuvieron la oportunidad de desplegar sus saberes indisciplinados para pensar el cine nuevo emergente en Cuba.
Por supuesto, con el devenir del tiempo la Muestra Joven se fue petrificando. Su capacidad de tejer redes exteriores al poder, su naturaleza de intermediara para la organización de las experiencias audiovisuales paralelas a la Institución, su aforo para instalarse en el filo de las convenciones oficiales para dar luz a los gestos estéticos y de pensamiento reprimidos, sus posibilidades para improvisar gestos transversales al poder, fue disminuyendo… ¡Eso también era inevitable! Según auxiliaba la corporeización de una “nueva escena” cinematográfica, se acumulaban las confrontaciones políticas. En las reyertas finales entre la otredad directiva de la Muestra Joven y el ICAIC —órgano estatal que acogía y auspiciaba el evento—, se evidenció, una vez más, el alto grado de obscenidad del poder y la imposibilidad de la Muestra Joven de existir tal como lo había hecho hasta ese momento.
El campo cinematográfico cubano ha cambiado esencialmente. Sobre todo, a partir de la segunda década del milenio, se sistematizó el asentamiento de productoras independientes, con el equipamiento y la mano de obra necesarios para operar a los más altos niveles. Gracias a Internet y a la inevitable apertura al mundo vivida por el país, muchos productores autónomos consiguen mover sus obras por prestigiosos festivales y eventos cinematográficos internacionales. Las propias productoras, en sus sedes, han generado espacios de debate y de proyección; las revistas y publicaciones periódicas independientes que han irrumpido aceleradamente en la geografía cultural cubana apoyan la circulación de un pensamiento contemporáneo y crítico sobre el nuevo cine y organizan encuentros online para poner a dialogar a realizadores y demás actores del paisaje cinematográfico.
Han surgido iniciativas como el Festival de Cine Instar y el repositorio Cine Cubano en Cuarentena, entre otras tantas. Más o menos propiciado por el empuje del gremio cinematográfico, más o menos forzado por la inevitable caducidad del diseño productivo e institucional de su industria, el Estado emitió el Decreto-Ley 373 “Del creador audiovisual y cinematográfico independiente”, y creó el Fondo de Fomento del Cine Cubano. Las reglas del juego han cambiado.
Ya la “imagen”, la identidad del cine cubano, no es dominio exclusivo del Instituto de Cine. La Muestra Joven también se ocupó de mostrar y dar forma a esa imagen “en proceso”…, la cual en ocasiones importa más a los actores del “cine independiente” que la propia conquista de una autonomía económica; punto que también encontró en el evento un espacio de discusión. Las obras archivadas por este, una vez reunidas, dejaron ver la voluntad epocal de enfrentar, desde los discursos orquestados por los filmes, el tejido ideológico favorecido por la oficialidad, en su condición de representante institucional de la Revolución. Así como el cine al que respondía, la Muestra Joven fue una plataforma de transgresiones continuas, en el que se expresaban, con diversas gradaciones, las luchas de resistencias a las manifestaciones hegemónicas del poder; luchas que, en un principio, no tenían otro medio desde el cual operar, ser. En su condición oficial, el evento dio voz a los intereses que cohesionaban a los cineastas en tanto grupo cívico.
Siempre existió el riesgo de la asimilación ideológica, pero como todo acto político, la Muestra Joven, y el cine presente en ella, eran una suma de actos de negociación. El escenario que se abre ahora sin la Muestra continúa convidando a los creadores a incidir en la trama pública y a batallar con las autoridades —cualquieras que estas sean— para imponer su autonomía. No podemos afirmar que la Muestra Joven ha muerto; no podemos certificar que debería morir. Podemos pensar su devenir y, lo que es más importante, estudiar, con el rigor que su acción intelectual merece, la impronta que dejó en la historia del cine cubano y del audiovisual denominado “independiente”. Pensar la Muestra Joven será, además, un medio para crear estrategias de resistencia al poder que restringe la libertad de los creadores.
Juan Carlos Sáenz de Calahorra: sobreviviendo en una Cuba sin Muestra
Antonio Enrique González Rojas
“No creo que la Muestra haya sido nunca una oficina autónoma ni un proyecto autónomo. Claro, aspiraba a esa autonomía. Estaba justamente a medio camino entre la independencia y el compromiso con la institución, con lo mejor de ella”.