Las academias de música en Cuba



Haciendo la América hicieron las academias, educaron a músicos que alcanzaron altos estándares técnicos en la ejecución de sus instrumentos, y contribuyeron a divulgar y actualizar los repertorios tanto técnico-docentes como artísticos entre estudiantes de música, músicos profesionales y público. Ellos llegaban por muy diversas razones, pero después de la conquista y durante los años de colonización y después, durante la República, la principal razón por la que un músico hacía la América en Cuba era porque en La Habana, Matanzas y Santiago de Cuba, y eventualmente en cualquier otra ciudad de la isla, podía tocar y/o cantar y enseñar como se enseñaba la música en los más prestigiosos centros de enseñanza de los Estados Unidos y Europa. 

Durante la conquista se recogen los nombres de algunos músicos que llegaron a Cuba enrolados en la aventura; entre ellos, se tienen noticias de un tal «Porras, cantor y de Alonso Morón, vihuelista» (Carpentier 1961, 17); y ya en el siglo xvi, el mismo Carpentier recoge el nombre de Miguel Velázquez, hijo de india con un miembro de la familia del gobernador Diego Velázquez, quien, debido a «su privilegiada alcurnia», fue enviado a estudiar en Sevilla y Alcalá de Henares, donde aprendió a «tañer los órganos» y conocía las reglas del canto llano, siendo en 1544 canónigo de la catedral de Santiago de Cuba (Carpentier 1961, 19).

Zoila Lapique recoge una noticia de fecha 9 de julio de 1579, en la que se da a conocer que una madre, Catalina Ramírez, contrató los servicios de Gerónimo Martínez para que enseñara a su hijo, Christóbal Ramírez, «a ler [sic] y escruir [sic] o le dé escuela y si quisiere deprender [sic] a cantar le enseñe» (Lapique 2008, 23).

Gloria Antolitia nos dice que: «ciertas noticias de Trinidad indican que es posible que Ortiz el músico, el cual según Bernal Díaz del Castillo era gran tañedor de vihuela, estuviera allí al iniciarse la colonización de la isla y que allí impartiera clases». Así lo deduce «porque hacia fines del siglo xvi, entre los efectos comprados a un comerciante en La Habana por el trinitario Cristóbal Martel, aparecen veinticinco reales de cuerdas de vihuela» (Antolitia 1984, 41).

En su citado libro, La música en Cuba, Carpentier afirma que, en «1605, un Gonzalo de Silva se ofreció a dar clases de órgano y de canto, siendo probablemente el primer profesor de música que hubiera conocido la población» de La Habana (Carpentier 1961, 36), y que «en el colegio de San Ambrosio, se impartían debidamente clases de canto» (Ídem, 37). Pero las noticias que más abundan durante los siglos xvii y xviii, son las de bailes, fiestas paganas y religiosas, en las que obviamente participaban músicos, pero no menudean los datos de dónde esos músicos habían aprendido a tocar sus instrumentos ni si enseñaron a alguien. 

Esteban Salas (1725-1803), quien al decir de Alejo Carpentier «fue el primer compositor cubano cuya obra hemos conocido, y el verdadero punto de partida de la práctica de la música seria en Cuba», llegó a la catedral de Santiago de Cuba el 8 de febrero de 1764 y bajo su égida la catedral se transformaría en un verdadero conservatorio (Carpentier 1961, 45-46) hasta su muerte en 1803, fecha en la que de forma interina le sustituyó Francisco José Hierrezuelo. «Durante el período de maestría del cargo de Esteban Salas, se había sistematizado en la catedral de Santiago de Cuba una praxis de composición y rigor de interpretación sin precedentes en la historia de la música cubana»[1], que continuaría y mejoraría Juan Paris (ca. 1759-1845), quien después de concluir satisfactoriamente los exámenes de oposición ocupó el cargo el 20 de marzo de 1805, época en la que organizó la cuerda en la forma del cuarteto clásico y aumentó el número de voces para sus villancicos.


Este libro constituye una lectura apasionante e instructiva, a la vez que nos presenta un testimonio conmovedor, debido a la manera profunda y personal, en que el autor describe la maravilla que fue la isla de Cuba desde el inicio de su historia.

Armando Rodríguez Ruidíaz


No sería hasta el siglo xix que coincidirían en Cuba maestros capaces de producir instrumentistas y compositores de alto nivel académico. Es a partir de entonces que en una espiral cuantitativa y cualitativa ascendente se van documentado cientos de nombres de maestros y alumnos que hicieron carreras relevantes en la historia de la música cubana y que se instalaron en las salas de conciertos y en las aulas de los conservatorios, compitiendo en buena lid con los mejores del mundo, creando así las premisas para que en el siglo xx, los músicos y los productos de la música cubana gozaran del prestigio suficiente como para posicionarse en el mercado.

Federico Edelmann (1794-1848), el prestigioso pianista nacido en Estrasburgo, quien estudió en el Conservatorio de París, llegó a Cuba en 1832 y tuvo entre sus alumnos a Fernando Aristi (1828-1888) (Orovio 1992, 39), Manuel Saumell (1817-1870) (Ídem, 444, 445) y Pablo Desvernine (1823-1910) (Ídem, 194), quienes hicieron carreras brillantes como intérpretes y pedagogos. En 1836 fundó la imprenta Edelmann y Compañía, donde se imprimieron decenas de métodos para estudiar música y cientos de obras para muy diversas combinaciones; entre ellas, piano y canto, piano solo, guitarra y canto, y danzas cubanas para piano, siendo su imprenta la primera en dar a conocer las obras de muchos compositores cubanos; entre ellos, Manuel Saumell, quien vio salir de allí algunas de sus danzas, incluida La tedezco[2]. Su vida profesional se extendió hasta el año mismo de su muerte, y así lo confirma una nota de La Hoja Económica de Cienfuegos, reproducida por el DM (13 jul. 1848), en la que se confirma la presentación el día 7 de julio del concierto vocal e instrumental en el que tocó Edelmann y cantó por primera vez ante el público cienfueguero la «distinguida artista cubana Sra. Cirártegui». 

«Julián Fontana (1810-1869) y José Miró (1815-1878), quienes llegaron a Cuba en 1843 y 1844 respectivamente, le dieron clases, entre otros, a Nicolás Ruiz Espadero (1832-1890)» (Tieles 2007, 38, 39), quien sería un virtuoso pianista y maestro de otras relevantes figuras de la pianística cubana; entre ellas, «Ignacio Cervantes (1847-1905), Cecilia Aristi (1856-1930) y Angelina Sicouret (1880-1945)» (Orovio 1992, 425). 

Y no solamente en las academias los maestros impartían clases de música, sino que también en los colegios dedicados a la enseñanza general estuvo incluida en el currículo. En una nota que apareció en el DM (23 sep. 1844), se da a conocer «la incorporación del colegio de Santa Teresa de Jesús al Hispano-cubano» y que estaban abiertas las clases preparatorias para los jóvenes que deseaban entrar en la universidad, indicando en la «nómina de los profesores y ayudantes de los varios ramos de educación primaria y secundaria» a los profesores D. Narciso Telles en Piano y canto, y a Mr. Seidt en violín. 

Desde la primera mitad del siglo xix el tránsito de artistas por La Habana fue intenso, así lo confirman muchísimas notas publicadas en los periódicos habaneros; entre ellas, la crónica de una reunión familiar en la que tocaron el pianista Leopoldo Meyer y el violinista Joseph Burke (1817-1902):

(DM, 13 dic. 1846). […] La impresión que causó a todos el piano de M. Meyer no es fácil de describir, pues unía a una fuerza prodigiosa en su pulsación una dulzura encantadora, así expresaba el furor de una tempestad.
[…] Dos piezas tuvimos el gusto de oírle, y en ambas produjo un entusiasmo general, dándonos a conocer que, si se ha creado un género nuevo por sus formas y por la manera de ejecutarlo, no por eso desdeña el de Thalberg y Dohler, cantando y acompañando con ambas manos; pero con tanta riqueza, con tanta profusión, se puede decir, en los acompañamientos, que parecen otros nuevos cantos independientes en cada mano, para formar un lleno admirable.

Meyer había llegado a La Habana después de una gira por los Estados Unidos. De él había dicho la Revue et Gazette Musicale, citada por la Gazzeta musicale di milano y publicada el l9 de febrero de 1843, lo siguiente:

El señor Leopoldo Meyer, el célebre pianista […], forma actualmente el principal ornamento de todos nuestros grandes salones. Últimamente el gran artista ha tocado en las soirée del señor duque de Cases, en presencia del señor Lacave-Laplagne, ministro de finanzas y en presencia del señor Orfila. Es difícil hacerse una idea del inmenso efecto que ha producido en todos.


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Armando Rodríguez Ruidíaz


Y de las interpretaciones del violinista Burke dijo lo siguiente:

[…] También hemos tenido el placer de oír al violinista Sr. Burke dos piezas, en las cuales ha manifestado un gusto exquisito en el cantábile y una fuerza vigorosa en los allegros. Su ejecución es limpia y rápida; expresa muy bien y tiene buena afinación, […]

Después de completar sus estudios en Europa, el joven Pablo Desvernine regresó a Cuba, y de él diría el DM lo siguiente:

(DM, 2 may. 1847). El joven y aplicado pianista D. Pablo Desvernine, que tantas esperanzas daba cuando estaba entre nosotros, concluyó sus estudios en París al lado de los grandes maestros y recorriendo varias ciudades así de Francia como de España, tuvo la satisfacción de ver coronados sus deseos con el grande aprecio que de él hicieran todos los artistas y conocedores del verdadero mérito. 

Y días después, el mismo periódico dijo:

(DM, 17 jun. 1847). No (hace) muchos días hemos tenido el gusto de anunciar que este distinguido joven profesor de piano había salido de Madrid para París en donde debía dar un concierto después del cual se embarcaría para esta ciudad. Ahora sabemos que efectivamente así lo ha verificado, y que viene en la fragata Slaoueli que salió del Havre a principios de mayo. 

Muchos otros artistas de fama mundial también pasaron por La Habana durante ese año y así lo recogió el DM

(DM, 18 dic. 1847). Sivori, Hertz y Rubini están por llegar; (la señora) de Noronha ha vuelto con Desvernine; Miró, Bottesini y Arditi no se han movido de la capital, todos esos bellos talentos van a encontrarse en contacto, y la Habana espera de ellos un tributo que no será difícil conseguir de artistas-caballeros.

El mismo periódico comentó que la prima donna Amalia Passi, recién llegada de México, había cantado «en una casa particular un aria de Hernani, otra de la Sonámbula, un trozo de Norma y […] de los Puritanos acompañándose ella misma al piano», y un mes antes, según anunció el mismo diario en fecha 17 de noviembre, Francisco de Sá Noronha (1820-1881), violinista de S. M. el emperador de Brasil se presentó en el Liceo de la Habana en un concierto vocal e instrumental, en el que fue acompañado al piano por Edelmann. 

El pianista Eugenio Torres se presentó en un Gran Concierto en el Liceo Artístico y Literario el día 21 de diciembre, en el que interpretó, entre otras obras, la Gran fantasía sobre motivos de Semiramis, de Thalberg, a cuatro manos con Desvernine (DM, 23 dic. 1849), y Vicente María Riesgo hacía saber a los interesados que daba clases de canto (DM, 29 dic. 1849). 

Hubo también muchísimos músicos que no aparecen en la historiografía con grandes obras y grandes carreras, pero que sin embargo contribuyeron con su labor anónima a la conformación del gusto y de la instrucción musical de un extenso público. Son muchos los nombres que se mencionan en las publicaciones periódicas que no perduraron en la memoria:

Pianistas. (DM, 9 ene. 1853). Favorecidos nos hemos visto desde fines del año pasado […] por pianistas de reconocido mérito y nada prueba más la decidida atención que reina en la Habana por el piano que el hecho de que todos ellos se han establecido entre nosotros, hallando lo que naturalmente habían de desear: protección. Satisfactoria es la que han merecido el joven don Leoncio Navasal y Bello y su hermana doña Jacinta, profesores distinguidos y cuyo mérito filarmónico se ha hecho ya patente, bien en sociedades públicas, bien en reuniones particulares obteniendo siempre aplausos y la consideración de los inteligentes. 


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Armando Rodríguez Ruidíaz


Según nos dice el maestro Oscar Carreras (1944-1999): «La actividad artística de La Habana en los años comprendidos entre 1840 y 1870 era muy intensa; proliferaban sobre todo las musicales, en donde las casas de mayor renombre se disputaban a los grandes músicos que comenzaron a venir a Cuba» (Carreras 1985, 168) y se encontraban en la prensa anuncios como este:

(DM, 31 oct. 1847). La Habanera da esta noche un baile, el Liceo la hermosa comedia El arte de hacer fortuna, mañana en la noche el Hernani nuestra compañía de ópera, y sus bailes dominicales el Circo y el empresario de la casa número 68, calle Consulado.

También abundaban los anuncios de maestros de música que se dedicaban a impartir clases en La Habana, entre ellos el que publicó el DM y que transcribo a continuación:

Un excelente profesor de música. (DM, 21 ago. 1850). Uno de los profesores de canto y piano que más aceptación y aprecio han merecido en la Habana por espacio de muchos años es el antiguo profesor italiano señor Mesler, que vive en la calle del Prado cerca de la fuente de los Genios. Su respetable edad no le impide el seguir ocupándose de la instrucción de muchas señoritas de nuestra primera sociedad, ni el formar entre ellas, como antes de ahora, algunas distinguidas aficionadas. Recomendámoslo a las madres de familia por su habilidad y su trato cortés.

En este entorno nació Claudio José Domingo Brindis de Salas (1852-1911), quien hizo los primeros estudios de música con su padre, Claudio Brindis de Salas (1800-1872), el afamado director de orquestas de baile, y «los continuó con el profesor alemán Vander Gutch[3], radicado en La Habana por entonces, y a partir de 1869 los perfeccionó en el Conservatorio de París con el maestro Charles Dancla (1817-1907)» (Calcagno 1878, 126), convirtiéndose en un violinista excepcional, a quien le llamaron el Paganini Negro, el Rey de las Octavas y el Caballero de Brindis

En 1875 regresó a América y fue nombrado director del Conservatorio de Haití, un cargo que nunca desempeñó. El 1 de marzo de 1877, el DM mencionó que Brindis de Salas se encontraba por esos días en Caracas donde había sido «objeto de las mayores ovaciones» y citó lo que habían escrito acerca del artista dos periódicos italianos: 

Como concertista, merece la fama de que viene precedido. Arranca del violín sonidos dulcísimos, acentos apasionados, y aún en las más difíciles variaciones conserva una seguridad, un buen gusto y una pureza de entonación verdaderamente envidiables. La Gazette dei Teatri de Milán.  

Tocó anoche en el intermedio de la ópera, dos trozos en el violín. El joven negro maravilló y llenó de entusiasmo al auditorio, es un violín de una habilidad maravillosa, tiene un portamento de arco ligerísimo y al mismo tiempo de una energía que lleva impreso el ímpetu característico de su raza: siente y siente con una pasión que le chispea en las pupilas, que son de una expresión maravillosa, electrizante. Il Corriere Italiano de Florencia.

El 24 de noviembre se presentó en el teatro Payret[4] y el 28, según la nota publicada por el DM, Brindis se presentó en la velada musical que ofreció en los salones de su casa «el Excmo. Sr. D. José Antonio Fésser»:

(DM, 2 dic. 1877). Cuando Brindis de Salas, elegantemente vestido, se presentó en los salones, hubo en ellos gran movimiento de curiosidad y vivísimas demostraciones de simpatía hacia el eminente artista, que momentos después arrancó al auditorio entusiastas vítores, con una magnifica pieza de Alard sobre motivos de Fausto, consiguiendo también lisonjeros aplausos con la ejecución de una brillante fantasía de Un ballo in maschera, y más aún con las variaciones del Carnaval de Venecia en que interpretó admirablemente el Paganini de ébano al ebúrneo Paganini. Acompañóle al piano el joven profesor D. Miguel González. 

En 1878, ofreció un concierto en la Sociedad Filarmónica Cubana de Santiago de Cuba, regresó a La Habana y posteriormente viajó a Veracruz con el propósito de brindar conciertos y recitales. En 1880, viajó a Rusia; en 1881, actuó en San Petersburgo. En Francia fue condecorado con la Orden de la Cruz del Águila Negra y la Legión de Honor. En 1884, se trasladó para Alemania, el emperador lo nombró Barón de Salas, se casó y obtuvo la nacionalidad. En 1886, regresó a La Habana y tocó en el Gran Teatro de Tacón. 


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Armando Rodríguez Ruidíaz


Otros prestigiosos violinistas cubanos también habían estudiado en Europa antes que Brindis; entre ellos, Silvano Boudet (1828-1863), nacido en Santiago de Cuba, quien antes de partir a París para estudiar en el Conservatorio de aquella ciudad, debutó en el Liceo de La Habana el 21 de agosto de 1852 (DM, 25 ago. 1852), y el 28, se presentó nuevamente a interpretar; entre otras, su obra El canto del canario y El carnaval de Venecia, de Paganini, con las que consiguió el elogio de la crítica y el público: 

(DM, 28 ago. 1852). El Sr. Boudet interpretó de una manera sorprendente, venciendo sus muchas dificultades con un estilo que nos parece enteramente nuevo. […] Boudet no interpreta solo lo que está escrito en el papel, sino lo que está escrito en su alma de artista. 

Como por esos años la danza era la música que hacía furor en toda la isla, no faltó quien le dedicara una de ellas al joven violinista, y esta fue la que compuso la matancera Dolores Andas con el título de El canario, la que, según el DM (6 de abr. 1853), se vendía por esos días en los almacenes de Edelmann y de Maristany, y, en agradecimiento, Boudet compuso «una bonita polca titulada Mi gratitud, dedicada a las amables matanceras» (DM, 17 abr. 1853). Después de terminar sus estudios en Europa, Boudet se desempeñó como director de la orquesta de la catedral de Santiago de Cuba. 

José Domingo Bousquet y Puig (1823-1875), llegó a París en 1842-45? para continuar sus estudios con el belga André Robberechts (1797-1860) y después de una larga estancia en Europa, donde hizo varias giras de conciertos, regresó a Cuba para dedicarse a la interpretación y enseñanza del violín.

El compositor, director y pianista Louis Moreau Gottschalk (1829-1869) llegó a Cuba en 1854, pero antes de su llegada le precedió su música, la que era vendida en los almacenes de Edelmann y conocida por los músicos y el público. Así lo confirma la siguiente nota:

Música. (DM, 7 jun. 1853). Nuestras lectoras filarmónicas deben estar familiarizadas con el nombre del celebrado pianista Gottschalk, cuyas composiciones tanto se tocan en la Habana y deben apreciar como lo merecen esas composiciones tan llenas de originales pensamientos. Por lo tanto, les llamamos la atención acerca de una canción de negros titulada Le Bananier (El banano o plátano) puesto para piano por el citado Gottschalk y que acaba de salir de las prensas del establecimiento de Edelmann, cuyos propietarios tanto se afanan en ofrecer a los pianistas lo mejor que en música ve la luz en el extranjero. 

Durante su estancia en Cuba, según nos dice Armando Rodríguez, Gottschalk «realizó un relevante aporte a su música, componiendo piezas de sofisticada elaboración formal sobre temas cubanos, tales como la Fantasía sobre el cocoyé, la sinfonía Una noche en los trópicos y la ópera Escenas campestres» (Rodríguez 2019 e. 3).

Gottschalk utilizó en sus obras las células rítmicas procedentes de la música de transmisión oral, tanto las que escuchó al sur de los Estados Unidos, como las que estaban utilizando por entonces los compositores de danzas cubanas, siendo esta una vía más por la cual se colocaron en los hábitos de escucha del público los ritmos cubanos, mismos que en el siglo xx estarían en los contenidos de los productos de la MPPC.   

El violinista, profesor y compositor José White (1836-1918) nació en la ciudad de Matanzas, hijo de padre francés y madre negra liberta, realizó sus primeros estudios en su ciudad natal con los maestros R. M. Ramón y Pedro Lecerf. Con dieciocho años, el 21 de mayo de 1854, tocó acompañado al piano por Gottschalk en el concierto que el famoso pianista ofreció en Matanzas (DM, 26 may. 1854). En 1856, al superar en audición a competidores notables, obtuvo el derecho a ingresar en el Conservatorio de París, donde estudió con el maestro «Delphin Alard, jefe de la escuela violinística francesa de la segunda mitad del siglo xix» (Carreras 1985, 154). En su graduación obtuvo el Primer Gran Premio del Conservatorio y a partir de entonces comenzó una ardua y venturosa carrera como concertista que le llevó por los principales centros musicales del mundo. En 1864, White sustituyó a su profesor Alard en el puesto de profesor del Conservatorio y sus Seis estudios brillantes para violín fueron incluidos entre las obras que debían interpretar los estudiantes de la alta casa de estudios musicales. Compuso, entre otras obras, un concierto para violín y orquesta y la famosa habanera La bella cubana (Carreras 1985, 150-153).


Este libro constituye una lectura apasionante e instructiva, a la vez que nos presenta un testimonio conmovedor, debido a la manera profunda y personal, en que el autor describe la maravilla que fue la isla de Cuba desde el inicio de su historia.

Armando Rodríguez Ruidíaz


La Gazzete Musicale, en agosto de 1856, dijo de White lo siguiente: «En un año ha llegado a ser émulo de los más grandes violinistas que se conocen en Europa» (Calcagno 1878, 696), y Rossini, en carta fechada el 28 de noviembre de 1858, en París,[5]cuando White debió regresar a Cuba a causa de que su padre se debatía en el lecho de muerte, se despidió de él expresándole lo siguiente: 

Permitidme espresaros [sic] todo el placer que esperimenté [sic] el domingo último en casa de mi amigo Mr. David: vuestra calurosa ejecución, el sentimiento, la elegancia, la brillantez de la escuela a que pertenecéis, son cualidades en un artista como vos, de que puede enorgullecerse la escuela francesa. Pueda yo, Señor, con mis simpáticos votos, daros la dicha de encontrar con salud a aquel por quien tanto tembláis hoy. Al bendeciros os deseo un feliz viaje y un pronto regreso (Calcagno 1878, 696-697).

En febrero de 1861, a su regreso a París, la Ilustración Francesa dijo de él:

Mr. White, a quien la América nos ha devuelto hace un año, ha desarrollado con un trabajo constante el talento que poco antes le hizo obtener el primer premio del Conservatorio: en el Hotel-de-Ville, y luego ante el conde Newerkerker y en presencia de Rossini tocó con un estilo siempre igual el «Concierto» de Mendelssohn y la fantasía de Paganini. Esto quiere decir que se presta su genio a tocar todo lo que se quiera, porque todo puede presentarse entre estos dos términos estremos [sic], dio también de su propia música, e hizo escuchar en su concierto un bolero para violín y orquesta, muy bien instrumentado y lleno de melodías felicísimas, en cuya parte principal encerraba aires de un juego tan nuevo como chispeante: tiene una admirable agilidad para el manejo del arco y hace el «staccato» con tanta audacia como perfección: su estilo es elegante y la expresión es justa y nada afectada. Helo ya colocado en el primer rango en la gloriosa falange de violinistas que Europa nos regala (Calcagno 1878, 697). 

En 1875, White llegó a La Habana «donde brilló como debía esperarse y entre otros trabajos, compuso una melodía para la corona fúnebre que la juventud preparaba en honor del Pbro. Arburu» (Ídem). El 8 de junio del mismo año partió hacia México junto a Cervantes. White siguió a Venezuela en 1877, «donde dio en total cinco conciertos. De ellos cuatro fueron públicos y uno privado» (Milanca 1990, 35), y en 1879 fue director del Conservatorio Imperial de Río de Janeiro, en Brasil, donde se desempeñó como músico de la corte y profesor de los hijos del emperador Pedro ii (Calcagno 1878, 697). Terminó su vida en París, donde llegó a ser director interino del Conservatorio. 

Entre los alumnos que White formó y que hicieron carrera como profesores y violinistas estuvo la mexicana Asunción ChonitaSauri Zetina (1878-1939), quien fuera profesora del Conservatorio Nacional de México. Se presentó en Cuba en varias ocasiones (Bohemia, 23 ene. 1921) y en 1916, junto a sus compatriotas Agustín C. Beltrán, Manuel M. Ponce y Tomás Rubio, fundó en La Habana la academia Beethoven. 

El violinista Rafael Díaz Albertini (1857-1928), tomó clases con Anselmo López y después con Vandergutch. En 1866, viajó a New York donde tomó clases con el eminente profesor polaco Pozuansiki y de regreso a La Habana se presentó en el salón Edelmann «ante un público numeroso e inteligente». De él diría Gottschalk en carta a Albertini padre: «es el Rafael de la música… llegará a ser el primero entre los primeros de su época» (Calcagno 1868, 27).


Este libro constituye una lectura apasionante e instructiva, a la vez que nos presenta un testimonio conmovedor, debido a la manera profunda y personal, en que el autor describe la maravilla que fue la isla de Cuba desde el inicio de su historia.

Armando Rodríguez Ruidíaz


En 1871, ingresó Albertini en el Conservatorio de París donde tomó clases con el profesor francés Jean-Delphin Alard (1815-1888), quien a su vez había estudiado el violín con los maestros François-Antoine Habeneck (1781-1849) y François-Joseph Fétis (1784-1871), y era, a la llegada de Albertini, profesor del Conservatorio de París donde había sucedido a Pierre Marie François de Sales Baillot (1771-1842), en 1843. 

En 1872, Albertini ganó un accésit; en el 73, un premio segundo; y en julio del 75, el primer premio. De él dijo el Artistic Journalde París: 

Es un prodigio no tanto por su habilidad mecánica, que es maravillosa en un niño de 10 años, como por su genio creador, el cual le facilita poner alma y pasión en todo lo que toca, e interpreta las obras de los grandes compositores con la necesaria inteligencia, énfasis, dignidad y pasión (Calcagno 1878, 27-28). 

En enero de 1879, Albertini estaba de regreso a La Habana y se anunciaba su concierto en el teatro Payret. Y el día 4 de ese mes el DM publicó la siguiente nota:

(DM, 4 ene. 1879). Parece ser ya cosa decidida, según nuestros informes, que el primer concierto de Rafael Díaz Albertini se verificará en el teatro de la Paz (Payret) en la noche del 13 del corriente. Sabemos que el programa será brillante, que el distinguido pianista Cervantes secundará al joven concertista y que una aplaudida cantariz de la ópera tomará parte en esa notable fiesta musical.

Al leer las biografías de estos artistas, puedo interpretar la importancia que tuvieron en la expansión internacional de la música cubana. Ellos iban por delante, dando a conocer en todo el mundo una «denominación de origen», interpretando una música que fue acaparando la atención del público por los cuatro puntos cardinales, en un proceso que no tuvo compases de espera, sino que se mantuvo sonando durante al menos dos siglos. 

La familia Jiménez, natural de Trinidad, dio grandes profesionales a la historia de la música cubana; entre ellos, sobresalen José Julián Jiménez (1823-1880), quien demostró desde muy temprana edad tales dotes para tocar el violín que «un acaudalado hacendado decidió enviarlo a Alemania y costearle los estudios» (Calcagno 1878, 354). Tomó clases en Leipzig y «figuró entre los violinistas de la orquesta Gewandhaus de esa ciudad, y a su regreso a Cuba fundó, en 1849, una orquesta de baile en La Habana» (Orovio 1992, 254). Y en 1855, su participación en una serenata ante la casa de gobierno en Trinidad, en celebración del cumpleaños del capitán general de la isla, José de la Concha, le valió el elogio de la prensa:

Trinidad. (DM, 27 mar. 1855) Leemos en el «Correo»: Una banda de música militar y las demás orquestas del país amenizaban aquel magnífico acto con excelentes piezas que fueron ejecutadas deliciosamente, sobresaliente empero en cuanto desempeño el aplicado violinista trinitario Julián Jiménez, que con tan exquisito gusto, sentimiento, claridad y precisión maneja el instrumento a que consagra sus estudios. Las difíciles variaciones de Beriot que nos hizo oír agradaron sobremanera y fueron estrepitosamente aplaudidas.

Los hijos de Julián, que fueron Nicasio (1847- ¿?) y José Manuel (1851-1917), iban a seguir los pasos de su padre e incluso a superarlo. El primero, estudió violín con su padre, y en 1867 pasó a Leipzig donde estudio violonchelo quedándose a residir en Tours, donde fue profesor de música. El segundo, estudió con su padre y su tía Catalina Berroa (1849-1911) -considerada la primera mujer cubana compositora-, y también en Alemania, convirtiéndose en uno de los grandes pianistas de su época. Conocido también como Lico Jiménez, en 1876, siendo alumno de «Marmolet[6] [sic] ganó el Primer Premio del Conservatorio de París y con su padre y hermano llamó la atención, especialmente en los conciertos dados en el salón Felipe Herz» (Calcagno 1878, 354). 


Este libro constituye una lectura apasionante e instructiva, a la vez que nos presenta un testimonio conmovedor, debido a la manera profunda y personal, en que el autor describe la maravilla que fue la isla de Cuba desde el inicio de su historia.

Armando Rodríguez Ruidíaz


Entre 1879 y 1890, Lico Jiménez se estableció en Cuba, «fijando su residencia en la ciudad de Cienfuegos donde ejerció la enseñanza del piano» (Orovio 1994, 255). En 1890 regresó a Hamburgo, donde formó una familia de la que nació Manuela Jiménez (1900-1967), quien sería también una descatada pianista, organista y pedagoga. Durante la década del 40, Manuela fundó en Santo Domingo, República Dominicana, el estudio José Manuel Jiménez, donde formó a casi una docena de pianistas, algunos de los cuales se convirtieron en los intérpretes y profesores más destacados del país durante el siglo xx (Incháustegui 1998, 41-43, 53-55, 70-72).

En 1885, el profesor y compositor holandés Hubert de Blanck (1856-1932), quien había estudiado en el Conservatorio de Lieja, Bélgica, fundó en La Habana el Conservatorio Nacional, que se convertiría en «la primera institución de enseñanza musical que con rigor y alto nivel se dedicó a la formación de músicos cubanos, incorporando su sistema a numerosas escuelas y conservatorios por toda la isla» (Orovio 1992, 157).

El claustro de profesores del Conservatorio Nacional contaba con músicos de gran capacidad; entre ellos, Luis Casas Romero (1882-1950), flautista y compositor de larga y fructífera trayectoria en la historia de la música cubana, creador de piezas antológicas como las criollas OlvídameHortensia y Graciela (Díaz 2014, vol. 1., c. ix, p. 2), y Jorge Anckermann (1877-1941), pianista, director y compositor prolífico, quien creó 598 piezas para el teatro Alhambra, y compuso «la partitura de la revista Toros y Gallos, que se estrenó en 1899», y que incluía «la antológica guajira El arroyo que murmura» (Ídem vol. 1., c. v, pp. 3-4). 

Al cumplirse veinticinco años de la fundación del Conservatorio Nacional de Música, la revista Bohemia (3 dic. 1910) publicó una nota muy detallada de su labor, en la que se menciona que un buen número de sus alumnos se desempeñaban como maestros e intérpretes tanto en Cuba como en México, Estados Unidos, España y Francia. 

En 1911, en el concurso anual que realizó el Conservatorio, obtuvo la Medalla de Bronce un joven de dieciséis años que se convertiría en los años por venir en uno de los músicos más importantes para el repertorio de la música cubana y una de las más brillantes estrellas del espectáculo en el mundo, aquel joven era Ernesto Lecuona (Bohemia, 9 jul. 1911, 252). Por aquella misma sala Espadero del Conservatorio Nacional de Música, que durante las primeras décadas del siglo xx estuvo en la calle Galiano 47, altos, pasarían muchas otras figuras relevantes para la cultura musical cubana.

Alberto Falcón (1873-1961) fue un músico matancero que estudió en el Conservatorio Nacional con el profesor belga Hubert de Blanck y posteriormente viajó a Francia, donde ganó por oposición la plaza de profesor de piano en el Conservatorio de Burdeos. Estudió composición con Massenet e integró el Comité de Honor del Conservatorio Internacional de París. De regreso a Cuba fundó el Conservatorio Falcón (Orovio 1992, 162), que, en 1918, estaba en la calle San Lázaro 114 (Bohemia, 6 ene. 1918), el que se sumaría al conjunto de instituciones en las que se impartía y divulgaba la música en la capital cubana. Según la revista Bohemia (10 feb. 1918):

… resultó un triunfo artístico de alta trascendencia […] la primera serie de cuatro conciertos de música de cámara en el Conservatorio Falcón, la cuarta de las cuales, celebrada el pasado domingo (3), proporcionó un éxito personalísimo a Alberto Falcón, que fue ovacionado por la concurrencia, tan numerosa como inteligente, que llenaba la amplia sala de fiestas del Conservatorio. Difícilmente habrá estado nunca más inspirado que ese día el ilustre pianista cubano. Cuando se hace buena música y se ejecuta con «amore» y maestría, se subyuga al público.

Y una semana después la misma revista, publicó la siguiente nota:

La inauguración del «Instituto Musical». (Bohemia, 17 feb. 1918). Para el día primero del próximo mes de marzo ha sido fijada la inauguración del Instituto Musical, del que serán directores y propietarios los notables y reputados profesores los señores José Mauri y Ernesto Lecuona, que tantos lauros han conquistado en su brillante carrera artística.
Profesora del citado centro de educación musical será la señorita Natalia Torroella, alumna eminente del Conservatorio Nacional de la Habana, lo que representa una nueva y valiosa garantía para los educandos.
La nueva academia musical ha sido instalada en la calle de Delicias número 65, en la Víbora, y estará incorporada al Conservatorio de Hubert de Blanck.
Muchos éxitos auguramos al «Instituto Musical».

En 1929, la orquesta del Conservatorio Falcón estaba integrada por cuarenta profesores y era dirigida por Alberto Falcón. El día 14 de febrero, a las diez de la mañana, debutó en el nuevo teatro Auditorium, con un programa que estuvo integrado por la Sinfonía italiana, de Mendelssohn; el Concierto en La menor para piano y orquesta, de E. Grieg; Reverie, para piano solo de Schumann; y Los preludios, de F. Liszt. La solista fue Carmelina Delfín (DM, 5, 9, 10, 11 feb. 1929).


Este libro constituye una lectura apasionante e instructiva, a la vez que nos presenta un testimonio conmovedor, debido a la manera profunda y personal, en que el autor describe la maravilla que fue la isla de Cuba desde el inicio de su historia.

Armando Rodríguez Ruidíaz


Carlos Alfredo Peyrellade Zaldívar (1840-1908)[7] fue discípulo de Espadero en Cuba y de Camille-Marie Stamaty (1811-1870) y Pierre Prosper Maleden (1800-1871), en París[8]. Debutó en la sala Pleyel con el violinista Jean-Delphin Alard (1815-1888) y después continuó su carrera como concertista por Europa. De regreso a Cuba, fundó junto a su hermano Eduardo (1846-1930) el Conservatorio de Música y Declamación donde estudiaron, entre otros, Ernesto Lecuona (1895-1963), Jaime Prats (1883-1946) y Rita Montaner (1900-1958)[9], todos con relevantes carreras en la música.

Emilio Agramonte (1844-1918), un músico camagüeyano que había estudiado en España, Italia y Francia, fundó, en 1893, la Escuela de Ópera y Oratoria en New York (Orovio 2004, 20), donde tuvo como discípula a la soprano cubana Rosalía Chalía Díaz (1863-1948), quien fuera la primera artista cubana en grabar fuera de la isla. Chalía grabó entre 1900 y 1903 por lo menos cuarenta y tres selecciones (Díaz 2014, vol. 1., c. ii, p. 9), se presentó con éxito en la Scala de Milán, e hizo temporadas de ópera en Cuba, México, Venezuela y los Estados Unidos.

Gaspar Villate y Montes (1851-1891) fue discípulo de Nicolás Ruiz Espadero y, posteriormente, estudió en los Estados Unidos y en Francia. Fue uno de los compositores de óperas cubanos más exitosos de su tiempo en Europa, donde fueron estrenadas; entre otras, Zilia (París 1877), La czarina (La Haya) y Baltazar (Madrid 1885). En su testamento donó toda su fortuna para que la Sociedad Económica de Amigos del País se encargara de la «administración y desarrollo de la escuela Villate que debía fundarse» para facilitar «la enseñanza de artes liberales y oficios, gratuitamente, a la juventud cubana» (Bohemia, 11 ene. 1912, 18). Así se hizo y en el año 1906 quedó abierta la matrícula para la Escuela Elemental de Artes Liberales y Oficios, que estuvo bajo la dirección del pintor cubano Aurelio Melero Fernández de Castro (1870-1929).

Benjamín Orbón (1879-1944) nació en Avilés, España. Realizó sus primeros estudios de música en esa ciudad con Heliodoro González y los continuó con Víctor Sáenz Canel en la Academia de Bellas Artes de San Salvador de Oviedo y en el Real Conservatorio de Música y Declamación de Madrid, donde obtuvo el Premio Fin de Carrera. Se presentó en el Ateneo de Madrid iniciando su actividad como concertista. En 1901 visitó por primera vez La Habana y de regreso a Europa se presentó en París, donde fue elogiado por la crítica. En 1906, estrenó en Gijón su zarzuela La víspera de San Juan, un año más tarde regresó a La Habana, donde fijó su residencia y fundó el Conservatorio Orbón, una institución que llegó a contar con más de ciento sesenta filiales por toda la isla y que gozó de tal prestigio y rigor académico, que los títulos que emitía tenían valor oficial.[10] Sus viajes periódicos a Europa lo mantuvieron al tanto de lo que sucedía en el Viejo Mundo, mientras daba a conocer sus obras y su calidad como compositor e intérprete. Así lo confirman algunas de las notas que la prensa cubana publicaba para darle la bienvenida de aquellos viajes; entre otras, la siguiente:

(DM, 31 dic. 1928). Llegó ayer a esta ciudad de regreso de su viaje vernal por Europa el gran pianista astur Benjamín Orbón, artista de excepcionales aptitudes, sancionado por la crítica de París y director del Instituto Musical que lleva su nombre.
Orbón es un intérprete ilustre de Albéniz y de Falla y un admirable técnico que conoce perfectamente los clásicos, los románticos y los vanguardistas de la música. Su última obra, «Danza Asturiana», ha obtenido en España un éxito espléndido.
Bienvenido sea el triunfante compositor y pianista avileño.

Y, según la crónica, poco después de su regreso, el día 22 de febrero, se presentó en un recital en el instituto musical que llevaba su apellido. El concierto estuvo dedicado a sus discípulos, a los alumnos de su conservatorio, a las academias Orbón incorporadas y a la Asociación de Antiguos Alumnos del instituto musical, que extendía sus enseñanzas por toda la república.


Este libro constituye una lectura apasionante e instructiva, a la vez que nos presenta un testimonio conmovedor, debido a la manera profunda y personal, en que el autor describe la maravilla que fue la isla de Cuba desde el inicio de su historia.

Armando Rodríguez Ruidíaz


La primera obra que interpretó fue Carnaval Op. 9, de Schumann, y de su interpretación dijo el cronista lo siguiente:

(DM, 23 feb. 1929). En el Carnaval de Schumann, […] Orbón demostró que es un concertista de «primo ordine». En los pasajes vigorosos, así como en los que presiden la gracia y la delicadeza, estuvo afortunadísimo expresando todos los matices.

Orbón interpretó también su obra Danza asturiana, la que, según el cronista, «es una verdadera joya en su género, construida con sujeción a las reglas del arte, sin tendencias al esnobismo». La Danza asturiana, de Orbón, dice el cronista, «está extraída del alma popular -en la forma en que aconsejaba Pedrell-, y tiene la elegancia y la delicadeza de las obras de los grandes compositores».

Entre los alumnos más destacados de Benjamín puedo mencionar, sin temor a error, a su propio hijo, Julián Orbón (1926-1991), quien, al decir de Alejo Carpentier, era, en la década del 40 del siglo xx, «la figura más singular y prometedora de la joven escuela cubana» (Carpentier 1961, 188), quien sin haber cumplido los veinte años estaba «en posesión de una obra considerable, que no contiene una página carente de interés» (Ídem, 191). Por supuesto que Carpentier se refería a la obra académica de Julián, pero en 1961, en el Carnegie Hall de New York, gracias a rocambolescos sucesos, el folclorista Pete Seeger estrenó en los Estados Unidos la canción cubana que más se ha cantado desde entonces: La Guantanamera. Fue Julián Orbón quien creó una melodía y una estructura para cantar los Versos sencillos de José Martí, utilizando el estribillo que Joseíto Fernández había popularizado en la década del 40, en una tonada repentista de transmisión oral conocida por el título de Guajira guantanamera.[11]  

En 1903, recién inaugurada la República, abrió sus puertas la Escuela de Música O’Farril, bajo la dirección del músico cienfueguero Guillermo Tomás (1868-1933) (Orovio 1992, 156-157). La institución se convertiría, en 1910, en la Escuela Municipal de Música de La Habana y desde 1936 hasta la actualidad sería el Conservatorio Municipal de La Habana. Allí, los programas de música consolidarían el rigor académico de las escuelas europeas, y el claustro de profesores llegaría a estar integrado por prestigiosos maestros en todas las materias fundamentales para el estudio de la música. El Conservatorio Municipal produciría durante años profesionales capacitados, muchos de los cuales integraron las orquestas que competían en la industria de la música, tanto en Cuba como en el resto del mundo.

La condesa de Lewenhaups fundó en La Habana la Academia de Canto y Declamación Lírica. Bohemia del 7 de mayo de 1910, anunció una fiesta de arte en la academia, en la que cantarían sus alumnas, y el 12 de mayo de 1912, la misma publicación da cuenta de que en el «Ateneo» se celebró una velada en la que se representó el primer acto de la comedia La verdad de la vida, original del entonces muy joven Gustavo Galarraga y «Amalia Izquierdo, Condesa de Lewenhaups, cantó con su habitual gusto y maestría La nuit, de Rubinstein, y Manon, de Massenet, siendo acompañada al piano por la señorita América Rodríguez». 

La violinista camagüeyana Marta de la Torre Campuzano (1880-1988) estudió primero con sus padres, Lina Campuzano y Gabriel de la Torre, y posteriormente en el Conservatorio de Bruselas, donde obtuvo el Primer Premio de violín, en 1909 (Orovio 1992, 478). De regreso a la isla, se presentó varias veces ante el público habanero; entre ellas, el 29 de octubre de 1911, en el Politeama grande, junto a su hermana, la pianista Ángela de la Torre (Bohemia, 29 oct. 1911, 432).

El día 5 de noviembre, en la misma sala, Ángela presentó un recital en el que interpretó una «Sonata de Beethoven, el Nocturno, Op. 27 Nº. 2 de Chopin, St. François de Paule de Liszt, la gran Sonata Op. 11 de Schumann, Réve d’Amore No.3 de Liszt, Novelletes Op. 21 Nº. 2 de Schumann y Polonaise Op. 53 de Chopin» (Bohemia, 12 nov. 1911); y el 15 de diciembre de 1912, según se anunció en la revista Bohemia (8 dic. 1912), en los salones de la extinguida Sociedad del Vedado, Marta estrenaría en Cuba el concierto para violín y orquesta de Beethoven, con una cadencia escrita por su profesor César Thomson (1857-1931), y su hermana interpretaría la Gran polonesa, de Chopin. Ese mismo año, después de sus presentaciones en Cuba, Marta se trasladó a los Estados Unidos donde hizo su debut en el Eolian Hall, en octubre de 1920, año en el que también grabó para la Edison (Díaz 2014. vol. 1, cap. ix, p. 6).


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Armando Rodríguez Ruidíaz


En 1924, Marta de la Torre fue contratada por la sociedad internacional Conciertos Daniel para presentarse junto a Ernesto Lecuona en una gira de conciertos por España (Fajardo 2014, t. 1, 20) y, en 1926, estuvo en Francia, donde ofreció «cuarenta conciertos» (Díaz 2014. Ídem). La violinista camagüeyana estuvo radicada en los Estados Unidos, donde impartió clases de violín y piano hasta muy avanzada edad. 

Bohemia del 26 de noviembre de 1911, menciona el regreso a la isla de dos artistas cubanos; uno, «Joaquín Baralt, notable barítono que había permanecido durante seis años en los conservatorios de Francia e Italia pensionado por el Gobierno Provincial», quien partiría nuevamente a París donde había sido contratado por la Ópera Cómica; y el otro, el pianista Laureano Fuentes, quien había «realizado una notable tournée por las principales capitales de Europa y América».

En el mismo número, la revista publica la crónica de una «soirée artística» en la que participaron; entre otros, el pianista Joaquín Rodríguez Lanza, quien estudiaba con Gaspar Agüero y, años más tarde, sería inspector de música del Ministerio de Educación; el barítono Francisco Fernández Dominicis, el primer cantante cubano en presentarse en la Scala de Milán; el violinista Joaquín Molina (1884-1950), quien tomó clases con el notable violinista Juan Torroella y fundó el Conservatorio González-Molina (Orovio 1992, 297-298); y la pianista Ángela de la Torre. Todos ellos, «elementos artísticos de gran valer, que rindieron fervoroso culto al Arte».

La misma revista, en su número del 23 marzo de 1913, «engalanó» una de sus páginas con «el retrato de la Srta. María A. Escobar, distinguida artista y profesora de mandolina de los colegios San Vicente de Paúl y Alemán y directora de la Academia Escolar de Música». La nota informa que Escobar se había radicado en La Habana tres años atrás y había establecido una academia de música en la que tenía «como alumnas a las señoritas más distinguidas de la sociedad habanera», las que habían participado hasta la fecha en varios conciertos en el Ateneo, los que llamaron «poderosamente la atención, tanto por lo numeroso y selecto del público cuanto por la primorosa ejecución del bello y variado programa», y todo esto tan solo en tres años.

Abunda la nota diciendo que María A. Escobar había generalizado en Cuba «la mandolina plana, que es más cómoda, más elegante y tiene mejor sonido que la curva», y que había dado a conocer las mandolinas del constructor francés Mr. Louis Hury, «que son las mejores del mundo, así por la belleza de su forma como por la cantidad y calidad del sonido que producen», y que las alumnas, que eran bastantes, al recibirse de profesoras de mandolina adquirían una de ese fabricante. 

Los profesores, los estudiantes y los artistas utilizaron muy diversos escenarios para presentar su música ante el público habanero y uno de estos fueron los salones de los conservatorios y los almacenes de pianos y/o tiendas de música, donde habitualmente se ofrecían conciertos que se daban a conocer en la prensa; entre muchísimos otros, Bohemia (20 ago. 1911) anunció que Flora Mora, alumna de la profesora María Luisa Chartrand, ofrecería ese mismo día un recital en el almacén del señor Gabriel Prats, donde se estrenaría un piano Hooff. 

La pianista Flora Mora se presentó también como solista en el Ateneo (Bohemia24 sep. 1911, 383); en diciembre de 1913, en la sala Granados de Barcelona (Bohemia, 14 dic. 1913, 600); y, según la nota que publicó el DM (28 dic. 1928, 11), llegaría de regreso a La Habana, a bordo del vapor York, en los primeros días de 1929 después de «ofrecer grandes conciertos en Alemania, Austria, Checo Eslovakia (sic), Bélgica y Francia», donde cosechó éxitos que honraban y enaltecían su carrera artística. Dice además la nota que daría un concierto en la capital cubana «dedicado a Schubert y en honor de la Asociación Nacional de Profesores y Alumnos de Música», asociación que estaba entonces bajo su dirección artística. Flora Mora fue también una destacada conferencista. Según anunció el DM, ese día, a las diez de la mañana, la pianista ofrecería un gran concierto en el teatro Nacional dedicado a récordar al compositor Enrique Granados, al cumplirse el décimo aniversario de su muerte: 

(DM, 4 abr.1926). Nadie mejor que Flora Mora para comprender al inmortal autor de «Goyescas». Fue su discípula predilecta y, además de ser una pianista de excepcionales facultades, es la intérprete más compenetrada con la obra del malogrado músico español que jamás podrán olvidar los verdaderos amantes del divino arte. Hablará también Flora Mora sobre la personalidad de Granados como hombre, artista y como maestro. 

Dadas las aptitudes de la gran pianista cubana y de su autoridad como profesora, y su reconocida elocuencia pedagógica, podemos anticipar que el concierto de hoy será un succés desde el punto de vista musical y literario. Granados será descrito por una de sus más inteligentes y fervorosas discípulas. 


Este libro constituye una lectura apasionante e instructiva, a la vez que nos presenta un testimonio conmovedor, debido a la manera profunda y personal, en que el autor describe la maravilla que fue la isla de Cuba desde el inicio de su historia.

Armando Rodríguez Ruidíaz


Entre los logros de la asociación que Flora Mora dirigió, se cuenta el haber presentado en el teatro Martí al entonces joven y muy famoso violinista Leo Strokoff, alumno de Eugène Ysaÿe (DM, 28 feb. 1929). 

Bohemia del 12 abril de 1913, dio a conocer también que la «notabilísima pianista española», Mercedes Padrosa, quien se encontraba en La Habana de paso a los Estados Unidos, ofreció en la casa de Anselmo López, un recital privado en obsequio de la prensa y un grupo de profesores y diletantes, «maravillando a todos por la inimitable agilidad y precisión de que hizo gala, y de la enérgica pulsación y sentimiento demostrado». 

También Bohemia del 1 junio de 1913, anunció que en la «afamada casa de Anselmo López» debutaría ante el público habanero el joven violinista dominicano, Gabriel del Orbe (1888-1966), quien se había graduado de los conservatorios de Leipzig y Berlín, y en los años por venir se presentaría en importantes salas de conciertos en Cuba, Venezuela, Estados Unidos y Alemania, donde recibió elogios de la crítica y fue ovacionado por el público. 

Aquellos espacios aparentemente modestos, constituyeron una parte importante del extenso entramado de instituciones en las que se construía la cultura musical cubana, al calor de las múltiples relaciones voluntarias que, con el fin común de las artes, establecían alrededor de ellas personas de diferentes razas, credos, escuelas o nacionalidades. 

El flautista Emilio Puyans (1883-1956) nació en Puerto Plata, República Dominicana, y desde muy pequeño se trasladó con su familia a París, donde estudió con el flautista y compositor Claudio Paul Taffanel (1844-1908) y Adolphe Hennebains (1862-1914). De regreso a América fue profesor de flauta del Conservatorio Municipal de La Habana,[12] ciudad en la que, desde 1912, era mencionado por la prensa, la que dio a conocer su llegada junto a su esposa, la soprano Ivone Michele (Bohemia, 21 ene. 1912, 33). Poco después, el flautista hizo un concierto en el que le acompañó al piano Ives Nat (Bohemia, 18 feb. 1912, 81). Más tarde, los días 10 de mayo de 1925 y 31 de diciembre de 1933, tocó acompañado por la Orquesta Filarmónica de La Habana, y el 1 de enero de 1929 y el 28 de enero de 1934, dirigió esa misma orquesta (Sánchez 1979). 

Francisco Fernández Dominicis (1883-1968)[13], el primer cantante cubano que se presentó en la Scala de Milán hasta que se demuestre lo contrario, tomó clases con el bajo español, radicado en La Habana, Pablo Meroles, quien lo presentó en la sala del conservatorio Peyrellade, el 22 de noviembre de 1906, donde el joven cantó el epílogo y romanza de la ópera Mefistófeles, de Arriago Boito, siendo muy elogiado entonces por el público y la crítica. En 1911, audicionó para el barítono español Emilio Sagi Barba, aprovechando que este hacía una temporada con su compañía en el teatro Tacón, y fue tan satisfactorio su desempeño que fue contratado para actuar con la compañía de ópera. 

Según anunció Bohemia, el 9 junio de 1912, Dominicis interpretaría el 14 de ese mes, «el tercer acto de Bohème, representado con atrezzo y decorado», junto a Margarita Martínez, Tina Farelli y Santiago Ferreiro, todos bajo la conducción de Juan Gay.  En 1912, también cantó en la ópera Tosca, en el teatro Payret con gran éxito y, al año siguiente, viajó a Milán, donde tomó clases con la soprano Graziella Pareto y su esposo, el compositor Gabriel Sibella, a quienes conoció cuando estos artistas se presentaron en La Habana, en 1911. Debutó en el teatro Coccia, de Novara, el 3 de enero de 1914 cantando La favorita, en el papel de Fernando, y, ese mismo año, lo hizo en Milán, en un concierto en la Sociedad del Giordano y, finalmente, fue contratado para cantar la temporada de diciembre de 1914 a marzo de 1915, en el teatro Scala de Milán. 

En 1916, cantó en la ciudad de Paseva, las óperas Manon, de Massenet y El barbero de Sevilla, de Rossini, y el 4 de septiembre debutó en la Ópera Cómica de París, junto a la soprano Graziella Pareto y el barítono Ricardo Stracciari (1876-1955), finalmente, de regreso a Milán, fue contratado para formar parte de la compañía del teatro de La Scala y debutó el 26 de diciembre de 1921, interpretando al Doctor Cajus de la ópera Falstaff, de Verdi, teniendo como director musical al legendario Arturo Toscanini. A esta le seguirían muchas otras presentaciones, hasta que, en 1926, decidió abandonar la compañía y se dedicó a hacer conciertos. Volvió a la ópera en 1928, cuando Mascagni lo invitó a interpretar en Venecia el papel de Arlequín de la ópera Payaso, de Leoncavallo, en una representación en la plaza San Marcos. 

En 1930, Dominici fijó su residencia en La Habana junto a su esposa, la bailarina italiana Ana Mariani Rago. En la isla se presentó en el teatro Auditorium, dirigió un programa radial dedicado a la divulgación de la ópera, y en 1931, Alberto Falcón lo invitó a integrar el claustro de profesores del Conservatorio Municipal de La Habana que él dirigía. Fue profesor además en los conservatorios Nacional de Música, Alberto Falcón, Roig-Cartaya y Lorie.  

El pianista Enrique Masriera se estableció en La Habana durante las primeras décadas del siglo xx y fundó el conservatorio Masriera. Su nombre y los estudiantes de su conservatorio son mencionados repetidas veces en las crónicas musicales de varias publicaciones habaneras. Algunas de estas menciones fueron compiladas en Centón de las fiestas centenarias… por el R. P. José Vicente de Santa Teresa,[14] un volumen en el que se documentan las celebraciones que por la virgen de Santa Teresa se realizaron entre marzo de 1922 y marzo de 1923, en La Habana. El maestro Masriera se menciona como pianista y director.

Otro de los conservatorios que apenas se conocen en la historiografía de la música cubana, es el conservatorio Iranzo. Según la nota que publicó el DM (1 ene. 1929, 11), la institución había realizado una «interesante fiesta para la inauguración de un nuevo local». Entre los estudiantes de este conservatorio, o al menos entre los que tomaron clases con Rosario Iranzo, se menciona al profesor, pianista y compositor cubano Alfredo Diez Nieto (1918-2021), un dato que aporta la biografía del centenario maestro que se puede consultar en Wikipedia.[15]


Este libro constituye una lectura apasionante e instructiva, a la vez que nos presenta un testimonio conmovedor, debido a la manera profunda y personal, en que el autor describe la maravilla que fue la isla de Cuba desde el inicio de su historia.

Armando Rodríguez Ruidíaz


Según Edgardo Martín, en la década del treinta del siglo xx «la enseñanza privada toma nuevos vuelos y procura ponerse en mejores condiciones de rendimiento. […] Aparecen nuevos tipos de enseñanza; se ensayan metodologías nuevas, [y] se hace un trabajo más riguroso que antes» (Martín 1971, 182). Pero lo que mejor habla de la calidad de la enseñanza musical en Cuba hasta 1959, es la impetuosa vida artística en ciudades como La Habana, Matanzas o Santiago de Cuba. 

Según Martín (Martín 1971, 114), desde las primeras décadas del siglo xx se presentaron en el teatro Auditorium, y otras salas de la Sociedad Pro-Arte Musical, «casi todo lo más grande del concertismo, la ópera y el ballet en todo el mundo», lo que propició que se formara «en La Habana un público que, aunque minoritario, estaba al día en cuanto a música, ópera y ballet se refiere». Y aunque Martín anota en estas líneas que allí iba una élite, en la misma obra nos informa que los abonados de Pro-Arte eran más de cinco mil, y que los conciertos se repetían para que los no socios pudieran disfrutar de estos por precios populares. Si se toman en cuenta esas cifras y se relacionan con la cantidad de habitantes de la isla, entonces, probablemente, los guarismos nos sorprendan. También acusa Martín que en «esa institución [Pro-Arte] prevaleció cierto conservatismo», [sic] pero a pesar de eso, por sus salas pasaron casi todos los artistas cubanos de calidad en la época y se presentaron en primera audición algunas de las más representativas obras cubanas de entonces.

Como mencioné, en Cuba, donde había un alumno con deseos y capacidad para estudiar música siempre hubo un profesor, y el siguiente anuncio así lo confirma:

Gran oportunidad. (DM, 22 feb. 1939). Le ofrece el distinguido y excelente profesor Gabriel de la Torre a los estudiantes de piano, dándoles facilidades para que puedan tomar sus lecciones. Para ello ha fijado el precio de un peso la hora. Por mensualidades los precios son convencionales.
El profesor la Torre prepara para exámenes y hace repertorios. Su «Método Elemental» para piano ha sido muy encomiado por profesores y prensa del país, así como por grandes maestros de Francia, Bélgica y Estados Unidos. Se vende a un peso en los establecimientos de música y en casa del autor, San Lázaro 1001, esquina a Hospital.
Gabriel de la Torre es desde hace mucho tiempo, profesor de piano del Internado del Sagrado Corazón, en el Cerro, siendo su labor pedagógica siempre encomiada.

Los estudios académicos de la música, como ya he mencionado, se extendían a muy diversas instituciones. Según una noticia aparecida en el Boletín de Música y Artes Visuales de septiembre de 1953, la Universidad Nacional Masónica José Martí, organizó una escuela de música en la que fue designado como «director ad honorem» el maestro Gonzalo Roig; el decano era José Luis Vidaurreta Monreal (1912-1975), mientras que el claustro lo integraban «Serafín Pro, Argeliers León, Harold Gramatges, Raúl Gómez Anckermann, Nilo Rodríguez, Aida Teseiro, Georgina Ramos, Margarita Alonso, Carmen Elena Cruz, Elena Ibáñez, Ester Alfonso, Evangelina Suárez, Ofelia Zamora, María Eugenia Muñiz y Rosario Franco.[16]

El mismo boletín reporta que los «cursos de música de la Escuela de Verano de la Universidad de La Habana» incluyeron ese año,

… asignaturas sobre Música de las Américas, por Edgardo Martín; Armonía Escolar, por Harold Gramatges; Didáctica del Folklore Musical, por Argeliers León; y otras materias pedagógicas a cargo de las profesoras Ada Iglesias, Elena Ibáñez, Aurelia Pajares y María Teresa Linares. Aunque se ofrecía por la primera vez, el curso sobre Música de las Américas ha sido muy concurrido. Fue ilustrado con grabaciones fonográficas de obras de Ives, Copland, Gershwin, Randall Thompson, Virgil Thomson, Piston, Chávez, Revueltas, Moncayo, Villa-Lobos, Fernández, Ugarte, Ginastera, Guastavino, Ficher, Boero, José María Castro, Harold Gramatges, Aurelio de la Vega, José Ardévol, Gonzalo Roig y Edgardo Martín.

También eran habituales los cursos y las conferencias ilustradas con grabaciones fonográficas o presentaciones en vivo. El mismo boletín da cuenta de «las audiciones con discos fonográficos organizadas por la Sociedad Nuestro tiempo, en los meses de julio y agosto», en las que «el compositor Edgardo Martín habló sobre la Novena Sinfonía de Shostakóvich, y la ópera-oratorio Edipo rey, de Stravinski». Y recoge además las siguientes noticias:

La pianista Flora Mora dictó una conferencia en el Capitolio Nacional, el 6 de junio, sobre el tema Goya, Granados y las Goyescas. […] Del 24 al 29 de agosto tuvo lugar la Primera Semana Gregoriana, vasto programa de actividades relacionadas con la música religiosa […]. El programa de la primera semana consistió en una serie de conferencias sobre los siguientes temas: La notación gregoriana. Nociones generales del ritmo gregoriano. El ritmo en la melodía gregoriana. El ritmo en la palabra y el ritmo en unión de la melodía y el texto».


Este libro constituye una lectura apasionante e instructiva, a la vez que nos presenta un testimonio conmovedor, debido a la manera profunda y personal, en que el autor describe la maravilla que fue la isla de Cuba desde el inicio de su historia.

Armando Rodríguez Ruidíaz


Los estudios académicos de música en Cuba tuvieron primero el invaluable aporte de los músicos extranjeros que llegaron a la isla a «hacer la América». A través de ellos los músicos cubanos conocieron las técnicas más avanzadas de interpretación y composición de la época, se convirtieron en estudiantes de mérito y muchos de ellos, en una larga saga, asistieron a prestigiosos conservatorios de Europa y los Estados Unidos. Este proceso de enseñanza y aprendizaje duró al menos dos siglos, por lo que, en la primera mitad del siglo xx, los músicos cubanos ya habían alcanzado los estándares internacionales más altos para la época y la isla contaba con artistas que asombraban a los públicos y críticos más exigentes, tanto en las salas de conciertos como en los salones de baile. 

Hubo academias por toda la isla y si solamente se da un paseo por las páginas de algunas publicaciones habaneras, se encontrarán escuelas de música que pocas veces son mencionadas por la historiografía cubana, instituciones como el conservatorio Molina Torres, incorporado al Conservatorio Nacional de Música de La Habana, situado en la Calzada de Jesús del Monte 543, y que dirigieron el pianista cubano César Pérez Sentenat y el entonces director de la banda del Cuartel General, José Molina Torres (Bohemia, 10 sep. 1922); o el Conservatorio de Música Santa Ana del que aparece un anuncio en la revista Bohemia en el que se da a conocer lo siguiente:

(Bohemia, 13 ago. 1922). Dirigido por la Profesora Graduada con título María de Arrarte. Pone en conocimiento de los señores Profesores que este Conservatorio examina a todos los discípulos, que se incorporen a él, no cobrando más que los derechos de exámenes. Los exámenes son públicos y el tribunal examinador lo componen Profesores extraños a este Conservatorio. Se expiden títulos de Profesores al que se examine para ello. Fábrica 59, altos. Luyanó.

Y aunque no trascendieron los nombres de muchos de estos centros de enseñanza de la música en Cuba y, a veces, ni el de sus maestros, fueron esos profesores y academias, por su cantidad y calidad, los que hicieron posible anclar una tradición musical, que, ni la catástrofe cultural que sobrevendría después de 1959, fue capaz de sepultar por completo. La diversidad en las metodologías pedagógicas, en las estéticas y en las técnicas enseñadas propiciaron que el mercado de la música cubana, incluso en épocas de contracción económica y a pesar de la indiferencia oficial, se mantuviera a flote y los productos de la MPPC ocuparan un nicho de mercado desde el cual ejercieron su hegemonía.

Me es imposible argumentar con más amplitud acerca de la importancia que tuvieron cada uno de los músicos que enseñaron a tocar, componer e historiar la música en Cuba, y las influencias que a través de ellos tuvieron las distintas escuelas europeas en la conformación de una escuela cubana de enseñanza musical y su incidencia en el posicionamiento de los productos de la MPPC en los mercados, pero quienes deseen hacerse una idea más detallada de «cómo fue», pueden asomarse a las páginas de las enciclopedias de Cristóbal Díaz Ayala, los diccionarios de Helio Orovio, el de la música española e hispanoamericana y las muchas publicaciones de la época que han llegado hasta nosotros, en las que se anuncian academias, almacenes de música, profesores privados y actuaciones de estudiantes de música en cantidades significativas, sobre todo si se tiene en cuenta, que la capital de la isla, donde se concentró el mercado del arte y el entretenimiento durante más de dos siglos, tenía, en 1730, una población que se estimaba en unos 50.000 habitantes;[17] en 1861, era de 205.676 (Pezuela 1863, 10); en «1919, tenía unos 466.188; en 1931, era de 720.739; en 1943, se contaron unos 935.670 y en 1953 la Habana llegó a tener 1.210.920 habitantes».[18]

No puedo dar por terminado este acápite sin volver a mencionar a dos músicos, que, sin haber asistido a las academias, lograron colocarse entre los más grandes de su estilo; ellos son, Sindo Garay (1867-1968) y Benny Moré (1919-1963), dos casos excepcionales en la música cubana, quienes, en mi criterio, no llegaron a la academia, pero la academia sí llegó a ellos. Sus talentos extraordinarios y sus hábitos de escucha les permitieron captar las esencias de un ambiente sonoro en el que, a causa de la extensa educación musical, primaban los signos de la música académica, incluso en las expresiones de transmisión oral. 

Ellos dos supieron asimilar las estéticas de la creación académica a través de sus hábitos de escucha, y fueron capaces de interpretar y sintetizar esos signos con los de la música de transmisión oral que ellos habían conocido en las fuentes.


Este libro constituye una lectura apasionante e instructiva, a la vez que nos presenta un testimonio conmovedor, debido a la manera profunda y personal, en que el autor describe la maravilla que fue la isla de Cuba desde el inicio de su historia.

Armando Rodríguez Ruidíaz





Notas:
[1]  Dra. Escudero, María y Dra. María Antonia Vigil, ed. 2011. Juan Paris. Maestro de Capilla de la catedral de Santiago de Cuba (1805-1845). La Habana: Cidmuc, 15.
[2]  Cfr.: Anuncio en el DM, 26 dic. 1847.
[3]  José Vandergutch, llegó a La Habana a finales del siglo xviii y fue maestro también de Rafael Díaz Albertini y Carlos Hasselbrink. (Orovio 1992, 497, lo da como belga). El apellido aparece con grafías diversas.
[4]  La crónica de ese concierto aparece en el acápite correspondiente al teatro Payret.
[5]  Milanca Guzmán, Mario. 1990. «José White en Venezuela». En Revista Chilena. Año XLIV, enero-junio. 1990, Nº. 173, pp. 25-64.
[6]  Calcagno se refiere a Antoine François Marmontel (1816-1898), afamado pedagogo francés que entonces era profesor de piano en el Conservatorio de París.
[7]  El DM de 18 dic. 1870 anunció a Carlos Alfredo Peyrellade. Profesor de piano. 
[8]  Orovio, Helio. 2004. Cuban Music from: A to Z. Tumi Music Ltd. Bath, UK, 164. 
[9]  Rita Montaner estudió música y canto en el conservatorio Peyrellade, y en agosto de 1917, se le otorgó por unanimidad Medalla de Oro en canto, piano y armonía. También practicó el canto en New York con el maestro italiano Bimboni. En entrevista para la revista Bohemia, publicada el 13 ene. 1929, 37.
[10]  Victoria Eli. Benjamín Orbón Corujero. En Diccionario Biográfico Electrónico (DB~e) [En línea] [Fecha de consulta 18 de ene. de 2020] Disponible en: Victoria Eli Rodríguez http://dbe.rah.es/biografias/30997/benjamin-orbon-corujedo.
[11]  Cfr.: Gómez Sotolongo, A. (2006). Tientos y diferencias de La Guantanamera compuesta por Julián Orbón. Política cultural de la revolución cubana de 1959. Cuadernos De Música, Artes Visuales Y Artes Escénicas, 2(2), 146-175. [En línea] [Fecha de consulta 26 de mar. de 2020] Disponible en: https://revistas.javeriana.edu.co/index.php/cma/article/view/6433.
[12]  Emilio Puyans. (2019, mayo 31). EcuRed. [En línea] [Fecha de consulta 26 de mar. de 2020] Disponible en: https://www.ecured.cu/index.php?title=Emilio_Puyans&oldid=3392587.
[13]  Blanco Aguilar, Jesús. 2009. El tenor Francisco Fernández Dominicis. [En línea] [Fecha de consulta 26 de mar. de 2020] Disponible en: http://culturalbennymore.blogspot.com/2009/12/el-tenor-francisco-fernandez-dominicis.html.
[14]  Cfr.: Santa Teresa, R. P. José Vicente de, ed. 1923. Centón de las fiestas centenarias con que la isla de Cuba honró a Santa Teresa en el tercer centenario de su canonización. La Habana: Imprenta Avisador Comercial.
[15]  Diez Nieto, Alfredo. Wikipedia, La enciclopedia libre. [En línea] [Fecha de consulta 4 de feb. de 2021] Disponible en: https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Alfredo_Diez_Nieto&oldid=126921000
[16]  Boletín de Música y Artes Visuales. Departamento de asuntos culturales. Unión Panamericana. Washington, D.C. No. 42-43, agosto-septiembre de 1953.
[17]  Departamento de Guerra. 1900. Informe sobre el censo de Cuba, 1899, Apéndice xix. Oficina del director del Censo de Cuba. Washington: Imprenta del Gobierno, 749.
[18]  Fuentes: Censos de años correspondientes.





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La Cuba de hoy y de mañana

Por J.D. Whelpley

“Es difícil concebir una tierra más hermosa y más desolada por las malas pasiones de los hombres”.