En el marco del Festival GREC 2021, en la sala Versus Glòries de Barcelona, se presenta la obra Fuera del juego, definida por los autores como una ficción documental inspirada en el conocido caso de censura, prisión y autoincriminación del intelectual cubano Heberto Padilla, en 1968.
La dramaturgia y dirección son de Abel González Melo. El concepto artístico pertenece al prestigioso artista visual cubano Dagoberto Rodríguez.
Hay un lleno total en la sala.
La escena ha sido construida de manera minimalista. En ella palpitarán, durante noventa minutos, los sueños, aspiraciones y dudas de dos jóvenes escritores de finales de la década del sesenta en la Cuba revolucionaria.
Los incisivos diálogos iniciales nos permiten percibir a un Heberto Padilla (Yadier Fernández) y una Belkis Cuza (Ginette Gala) intensamente humanos, que creen en lo que hacen, que se aman mientras intercambian manuscritos, que buscan razones para intentar explicar ciertas atmósferas enrarecidas, ciertas señales a su alrededor que presagian tormenta:
Algunos periodistas de Granma han sido destituidos y reubicados en la construcción…
“Pero… ¿votaste en contra de la expulsión?”, se exalta Heberto.
“Es que tiene opiniones”, le contesta su esposa bajando la voz, como si hablara de una enfermedad inconfesable.
Algunos intelectuales son enemigos disfrazados, que reciben dólares del imperialismo…
“Conseguí pollo… Hoy en esta casa se come arroz con pollo”.
Guillermo Cabrera Infante ha traicionado…
“¡Eh! ¿Tú escribiendo de nuevo?”.
Belkis corre alrededor de la mesa, llena de curiosidad. Se roba de la máquina de escribir la cuartilla recién creada. Heberto la persigue.
“¡Es un poemario! Lo presento a concurso. Dame acá, dame acá, aún no quiero que lo leas…”.
Las risas llenan la escena. La pareja se ama sobre el sofá.
Súbitamente, aparece un tercer personaje, un personaje perturbador. ¿O estuvo siempre allí? Se desplaza con soltura de la mesa al sofá, como una presencia familiar. Le habla a Padilla como un amigo.
Se trata de la encarnación de una de las figuras más temibles que ha sufrido la intelectualidad cubana: el Compañero que los atiende. La sublimación del trae-ve-y-dile entre el poder, sus designios más oscuros y la expresión artística.
Los magníficos registros de voz, así como la gestualidad del actor (Rey Montesinos), logran evocar el miedo entre los presentes. El Compañero se mueve entre el halago y la amenaza, en perfectas soluciones interpretativas donde prevalecen la pose paternalista, la apariencia de lógica. El Compañero susurra alguna advertencia al oído de su víctima-amigo, se pliega sobre sí mismo en un gesto compasivo, pretende acompañar al poeta en una difícil decisión…
El Compañero ha venido a aconsejarle a Padilla que retire su poemario de concurso.
La escenografía comienza a deconstruirse lentamente. La información simbólica que aporta la pantalla resulta vital para el conjunto. La visualidad está trabajada con extremo rigor, como concepto antes que como apoyo.
Comienza el terrible proceso de desestructurar la voluntad de un creador. Pero, a pesar de los argumentos del Compañero que lo atiende, todavía el poeta cree en su obra.
Y entonces, la noticia: el poemario Fuera del juego ha recibido el Premio de Poesía Julián del Casal, de manos de un prestigioso jurado que afirma que halló en él al hombre actual:
“El hombre actual tiene que situarse, adoptar una actitud, contraer un compromiso ideológico y vital al mismo tiempo, y en Fuera del juego se sitúa al lado de la Revolución, se compromete con la Revolución y adopta la actitud que es esencial al poeta y al revolucionario: la del inconforme…”.
Esta declaración, leída por Belkis Cuza-Ginette Gala entre risas satisfechas, constituye uno de los instantes más necesarios y definitorios de la pieza, a pesar de la aparente levedad de la mención: en esta humilde acta de un jurado se erige la declaración de principios de una intelectualidad que se ha negado a perecer o a perder su libertad de expresión a lo largo de los años; un pensamiento crítico y de intensa vocación de compromiso, ajeno a complacencias, que nunca desaparecerá de la Isla.
Serían necesarios unos tortuosos nueve pliegos de negaciones y desacuerdos, epítetos, reafirmación de lealtades políticas y una humillante exposición de los debates internos del jurado, para contrarrestar las acusaciones y exculpar a los funcionarios de la UNEAC de cualquier vinculo con tal indicio de desobediencia.
Ambos alegatos se enfrentan, uno a continuación del otro, irreconciliables, en el diminuto recinto de las páginas de un libro. Ha llegado el momento del cisma.
Aún no ha salido el sol y están derribando a golpes la puerta de Padilla y Cuza.
Hay que buscar un libro, un libro que se llama Provocaciones…
La escena se caotiza. Ahora, cada milímetro del espacio está repleto de un barullo físico y espiritual palpable.
“¿Estamos soñando?”, había preguntado Belkis al oír los golpes en su puerta.
Belkis es maltratada mientras la conducen a la patrulla.
“Esta gente a veces se pasa”, le explicará después el Compañero que atiende a Padilla.
Padilla y Belkis están presos.
Mientras, la relación del Compañero con ambos escritores se ha tornado física, casi erótica. La actuación de Rey Montesinos adquiere una dimensión sobrecogedora. Es un momento tan alto que merece un aplauso especial: escupe, babea, grita, se agita, se pliega sobre los cuerpos y las mentes aterrorizadas de sus víctimas, chorreando su lógica de funcionario correcto, su demagogia, conduciendo un episodio de desestabilización sicológica en el cual los destruirá a ambos con el amor que se tienen uno al otro.
La dramaturgia, igualmente brillante y eficaz, concentra toda la fuerza de la escena en un foco de luz que oscila de Belkis a Heberto, de Heberto a Belkis: un angustioso bucle de tensión que se antoja interminable.
Padilla está en el hospital, y han aparecido muchos fajos de dólares debajo de un colchón…
Padilla es un agente pagado por el imperialismo…
Padilla es un traidor…
Así será rematado moralmente El Juego por el poder del Compañero que lo atiende. Así comenzará a anularse una voluntad para que llegue a protagonizar su propio escarnio. Así el poeta, finalmente, ha dejado de saber quién es.
Lo demás es la Historia, en tanto lo que esta pueda tener de ejercicio infame y versión oficial.
Desde hace tiempo todos sabemos de qué va el Caso Padilla: durante cuatro horas, un hombre irónico y demente se asesinará a sí mismo ante su propio tiempo.
El público ovaciona.
Salimos silenciosos de la sala.
Tengo una sensación opresiva de déjà vu, la certeza inexplicable de que esta historia nos toca a todos, cinco décadas después, de manera íntima, casi obscena.
© Imágenes: Jesús Antón.
Mariela Brito: “Nunca estoy sola en el escenario”
“Para mí el escenario incluye al público. No tengo percepción de fronteras entre vida y trabajo. Para mí todo es significativo y se retroalimenta, simbólica o concretamente. Destupir la taza del baño todas las mañanas puede ser un gesto muy poético: hay tantas cosas que destupir”.