Gilberto Subiaurt: “El teatro tiene que ser orgánico”

Gilberto Subiaurt es un actor matancero de gran trayectoria en el teatro cubano. Ha trabajado con numerosas agrupaciones, entre las que destacan: Teatro Mirón Cubano, Teatro Estudio, Teatro El Público, Pequeño Teatro de La Habana, Teatro D’Dos, Icarón. 

Subiaurt es un actor comprometido con su profesión, sacrificado y apasionado. Su casa es sede del proyecto cultural Teatro Sobre La Peña, lugar al que muchos jóvenes creadores acuden en busca de un mentor.

Vivir una vida dedicada al teatro y al arte es la premisa fundamental de Gilberto. Ejerce la enseñanza artística, la dirección escénica, la escritura de guiones, obras de teatro y cuentos. 

Esta entrevista indaga en su formación, sus experiencias, sus creencias sobre el arte y la vida…



Sobre la peña (teatro).


Naciste en Unión de Reyes, municipio de Matanzas. ¿Qué te motivó a vincularte al mundo del teatro y la literatura?

Creo que el hombre de campo es muy creativo. De niño escuchaba historias de aparecidos y visiones. En un cuento mío, el primero, empiezo diciendo: “Los del campo creemos mucho, porque aprendemos a creer en todos los silencios que hay, en las noches tan grandes, tan abiertas y uno tan chiquitico”. Y es que para crear hay que creer en la fábula, en ese mundo real que flota más arriba de cada uno de nosotros. La imaginación llena a la gente del campo de las presencias de que disponen los de la ciudad. Por eso desde muy niño soñaba esto que soy.



Sobre la peña (teatro).


Pedro Vera y Albio Paz: ¿quiénes son estos caballeros? ¿Qué importancia tiene cada uno para el teatro cubano y para tu formación como actor?

Pedro Vera fue mi primer y gran maestro. Con él aprendí el ABC de subirse a un escenario. Todo primer maestro, si es bueno (como es su caso), se queda para siempre e incluso imprime un sello en sus discípulos. Con él supe por primera vez quiénes eran Stanislavski, Grotowski, Brecht; con él supe de las técnicas de relajación y concentración de Lee Strasberg, y en esa magia me introduje y aún la conservo. 

Cuatro años estuve con Pedro, y en 1987 se da la oportunidad de entrar al Mirón Cubano. Así llego a quien allí dirigía: Albio Paz. Un señor de la dramaturgia y el quehacer teatral. No nos conocíamos, pero desde el comienzo todo fluyó. 

Con Albio empecé a ver otro teatro, más de la representación, del mundo de los matices y la colocación de la voz. Me enfrenté de buenas a primeras con un protagónico en una obra de más de dos horas de duración. Fue muy fuerte, y no te engaño: me resistía, y en ese esfuerzo tenía la tendencia a defenderme alegando que el camino era errado y que la verdad la traía yo de Pedro Vera. Por suerte los directores saben eso, y Albio solo me contempló y dejó que trabajara. En poco tiempo estaba haciendo varias comedias con él y agradeciendo sus consejos y su guía.



Sobre la peña (teatro).


¿Cómo fue pasar por Teatro Estudio, dirigido por Abelardo Estorino?

Teatro Estudio era La Meca. Conocer a Raquel, a Adria Santana, a Miriam Learra, Pancho García, Aramís Delgado… En fin, a todos los que yo, como espectador, disfrutaba una y otra vez. De pronto, en el año 1989, Estorino me invita a trabajar en Aristodemo, una obra de Luaces. Allí era el amante de Adria, el yerno de Pancho García, junto a Othón Blanco y otros… La mano de Estorino, que sabía sin estridencias, cauteloso, con la mesura del que está seguro, el aplomo: todo eso me empezó a mostrar otro camino para llegar a Roma. 

Recuerdo que en el estreno tenía muy dañada la voz, también Adria, y en maquillaje ella y yo hablábamos de qué pasaría. Estábamos muertos de preocupación. Hice el primer acto como pude; en el segundo, yo entraba por el pasillo de la Hubert y, cuando estoy esperando al fondo mi pie para entrar, la acomodadora me dice: “Mijo, qué voz tan linda tienes”. Y eso bastó: el simple comentario de ella enderezó horas de preocupación. Así es la fragilidad del artista.

Después, en la vida, seguí relacionado con Estorino, porque además de estar emparentados (su mamá era prima segunda de la mía) y de ser del mismo pueblo (Unión de Reyes), siempre tuvimos una conexión diáfana. Ensayé El baile, y no lo pude estrenar por un ciclón que vino: tuve que asumir mi responsabilidad con mi casa y mi madre en el campo. Pero muchos años después, por su recomendación, conocí a Alberto Sarraín y llegué de nuevo a Teatro Estudio para interpretar nada más y nada menos que al Sendo Valladares de Morir del cuento, también de Estorino. Y esta vez, doblando a Pancho García. Un personaje maravilloso que antes se lo había visto al gran Adolfo Llauradó. 

Y con la Hubert he tenido siempre un vínculo orgánico y hermoso. Te puedo decir que casi todas mis obras, las que he escrito y dirigido, han tenido el premio de presentarse en tan hermosa sala. Para mí, la mejor para el teatro. Siempre mantuve muy cordiales relaciones con Orietta Medina y con todos los que conforman la compañía.



Condenados, texto, dirección y actuación de Gilberto Subiaurt.


En aquellos años te instalaste en La Habana… ¿Cuál es la diferencia entre el teatro que estabas acostumbrado a hacer en provincias, y el que hiciste en la capital?

En La Habana había un rigor más acelerado. Temporadas en cartelera súper largas. El “asedio” de los críticos, el público abundante; todo eso te imprime un compromiso que te hace ver que el teatro es más que una vocación y un juego hermoso: también es un trabajo muy duro. No me arrepiento de la provincia, porque ella le da a uno el sosiego para detenerte y poder contemplar, sondear zonas de lo que haces. Es un ritmo cómodo para crear. Y la capital es el “fogueo”.



Condenados, texto, dirección y actuación de Gilberto Subiaurt.


Fuiste fundador de Teatro El Público, dirigido por Carlos Díaz, una agrupación que ha inspirado gran reconocimiento entre actores y espectadores. ¿Qué obras estrenaste? ¿Qué tan abrupta fue la concepción del teatro de Carlos para la época? 

Yo entro con Carlos precisamente por Aristodemo. Cuando termina la temporada regreso al campo, y una tarde llamo a un amigo modelo, guajiro de mi tierra; lo llamo solo para saber de él, y lo hago desde una pública que había en el portal de la bodega, una pública a la que le dabas a una manigueta y te salía la operadora y te preguntaba con quién querías hablar: ¡figúrate tú! Te hablo de la comunidad rural Central Juan Ávila, a ocho kilómetros de Unión de Reyes. Y es en esa llamada que mi amigo modelo me dice que Carlos me estaba buscando, porque me había visto en Aristodemo. Al instante le dije: “Voy para allá”. Y al otro día estaba yo hablando con Carlos. Año 1990. 

Así me adentro en un teatro de la imagen, del lenguaje del cuerpo, independiente del texto; de las bandas sonoras distantes del supuesto sentido del drama, los grandes decorados y, sin dudas, de “la exquisitez”. Con Carlos aprendí mucho, sobre todo la limpieza del actor en su imagen visual: cómo hay que pensar todo el tiempo que te están mirando y cada movimiento, cada gesto o inflexión de la voz, es recogido palmo a palmo por el público. También aprendí mucho rigor y esfuerzo. 

El teatro ha tenido históricamente grupos y movimientos que reverberan en épocas distintas. Y a Carlos le tocaron estos años de reverberancia. Llegó con una estética hermosa, con los diseños del gran Vladimir Cuenca, la música de Juanito Piñera, con Armando Correa a su lado, y así fue transitando por un camino muy seguro y confiable. Carlos es un hombre muy inteligente y, sobre todo, con muy buen gusto. 

Después trabajé en La niñita querida, de Virgilio Piñera, de nuevo junto a Adria, haciendo en esta ocasión de su padre. Y después comencé a ensayar la obra de Lorca, El público. Eso fue mi paso por El Público. Ojalá un día vuelva a hacer algo con Carlos. Solo como actor. Quiero ser de nuevo actor suyo; sería interesante, después de haber andado por disímiles caminos, volvernos a encontrar.



Condenados, texto, dirección y actuación de Gilberto Subiaurt.


Tienes publicados varios libros de teatro y narrativa. ¿Cuándo comienzas a escribir?

En el año 1994, pleno Periodo Especial. Ya no podía seguir en La Habana, porque sencillamente me iba a morir. Por esa razón no estrené El público: regresé de nuevo al campo, junto a mi mamá, y como no me detengo, me dije: “Algo tengo que hacer”. Y entonces tomé un cuento mío del año 1984, porque yo empecé escribiendo cuentos, incluso antes de ser actor; cuentos que eran buenos y se premiaban y se publicaban. Tomé ese cuento, “Los condenados”, y concebí mi primer texto dramático: Condenados. Eso me trajo reconocimientos y premios como actor, y de ahí surgió el interés de que escribiera un texto sobre la vida de Edith Piaf. Miriam Muñoz, Mirita, me dio recortes de prensa y biografías sobre ella, y así escribí Edith

Después vinieron otros textos para el teatro, comedias de radio, y el guion de Edith para la televisión, junto a María de los Ángeles Núñez Jauma, que nos trajera el premio Caracol de 2001. Después le siguen: Aguas, Tierras Aires, una trilogía que concebí después de una visita a Miami. Y hay más: Mentira, Personas, Luces, etc.



Condenados, texto, dirección y actuación de Gilberto Subiaurt.


Háblame de la preparación de un actor: métodos, estilos, lenguajes… ¿Cuáles son los pasos para encarnar un personaje?

Yo no soy una cátedra. Reconozco que la academia es muy necesaria. Como soy empírico, en mi trabajo se entremezclan maneras y pasos tal vez agolpados, pero que a mí me resultan. 

Lo primero es el estado de admiración y de armonía hacia el director. Hay que admirar al director; de lo contrario, para qué lo haces. 

Luego, trato de encontrar a ese ser orgánico escrito por el autor. Creo mucho en el teatro de autor. Personajes bien pensados y trabajados, a los que uno llega como actor a ponerles piel. Y después que ya entendí al personaje de manera orgánica, casi real, me gusta enrarecerlo, porque a mí el teatro nunca me interesa natural. Para mí el teatro tiene que ser orgánico. Solo eso. Y me gusta empezar a meterme por los caminos del cuerpo, su lenguaje para este personaje, la voz y las inflexiones para lograr discursos paralelos. Así me enfrento a mis personajes y no lo niego: los voy cambiando, voy probando con el tiempo distintas modalidades.



Condenados (cartel), texto, dirección y actuación de Gilberto Subiaurt.


En 1998 fuiste reconocido por el gran público cubano por tu trabajo en la telenovela Si me pudieras querer. Después continuaste trabajando en televisión, en diferentes dramatizados. ¿Cómo fue lidiar con la popularidad que ofrece la TV? ¿Qué retos como actor te trajo este medio?

La televisión es un medio de promoción por excelencia. No se puede obviar esto. La popularidad es un arma de doble filo, y te reeduca: tienes que saber que eres observado en la calle, en un establecimiento, dondequiera que estés. Eso te compromete, porque eres un referente. Si antes me podía colar con un amigo en una cola, ya no, ¿entiendes? Y así, muchas posturas sociales que debes saber obedecer; de lo contrario, no te conviertas en figura pública. 

El reto: venir del teatro. Además, soy grande: 1.85 de estatura, brazos enormes, voz potente; hay que estar alerta con todo esto para la pantalla y el micrófono, que recoge hasta tu respiración. Eso fue un reto, y lo fui venciendo con el tiempo. Nada se resuelve a la primera.



Para matar a Carmen, dirección de José Milián.


¿Qué es lo más difícil que has tenido que enfrentar en tu trabajo como actor?

Estrenar La niñita querida a una semana de fallecer mi padre: significó dejar a mi mamá sola para cumplir con mi grupo y mi estreno. Y después, en 2005, seguir creando y haciendo cosas desde mi casa, enfrentando el Alzheimer de mi único y total amor: mi mamá.



Polvo (monólogo), de Gilberto Subiaurt.


¿Por qué decides regresar a tu pueblo en Matanzas cuando ya tenías una carrera en la capital?

Porque enfermó mi mamá. No llevaba discusión. Somos solo dos hermanos: mi hermano Roberto es médico; él no podía convertir la casa en consultorio ni hospital, pero yo sí podía convertirla en centro de creación. Al menos, para escribir. Roberto y yo asumimos la enfermedad de mi madre y la enfrentamos durante once años. Es por eso que me fui de la Habana en el mejor momento de mi carrera; pero era lo mejor que podía hacer: estar junto a mi eterna novia.



Gilberto Subiaurt y Miriam Muñoz en la obra Aires.


En los últimos años has escrito, dirigido y actuado. ¿Cuán complejo es mezclar estas disciplinas, sin que ninguna quede desbalanceada en relación a las otras?

Yo pienso que no es uno mismo quien encuentra las disímiles lecturas de lo que escribe. Otro director, por la distancia, encuentra otros resortes. Pero cuando lo hace uno, sí se logra esa unidad que viene desde lo escrito, la puesta en escena y la interpretación. Es un asunto de coherencia.



Dos Viejos Panicos, Teatro D´SUR, bajo la dirección de Pedro Vera.


Actualmente eres parte del grupo Icarón, dirigido por Miriam Muñoz. ¿Qué diferencia a Icarón de las otras agrupaciones teatrales a las que has pertenecido? 

En Icarón llevo 20 años y he recibido mucho de Mirita, pero también he correspondido entregando gran parte de mi repertorio activo al arsenal artístico del grupo. Alrededor del 70 porciento. Y todo en activo.

En Cuba, es común que muchos creadores utilicen sus casas de centro de ensayos y reuniones artísticas. Tú construiste una casa encima de una pequeña colina; ese lugar se ha convertido en espacio de creación, incluso has dado funciones allí. Háblame de ese proyecto. ¿Qué importancia artística y humana tiene para ti?

La construí yo mismo, como albañil, y siempre quise que fuera mi bastión, mi búnker. En él escribo, pienso la obra, la estructuro, entreno a mis alumnos. El día de ensayo o entrenamiento, vienen aquí, almuerzan, se bañan si quieren; después se habla de una película o se ve la película, lo que quieran; es una manera de concebir esa familia de creación. 

Amo mi casa, soy casero a esta altura biológica de mi vida. Es el lugar perfecto para “volar”.



Condenados, texto, dirección y actuación de Gilberto Subiaurt.


¿Cómo es el teatro que sueñas hacer?

Sueño el Teatro Sobre La Peña. Es decir: mi casa. Toda la buena vibra, lo positivo y el placer de jugar… Jugar eternamente, sin importar cuán adultos somos. Y un teatro que siempre obedezca a este hombre-actor que soy. El gesto, el cuerpo, la voz, como lenguajes paralelos. Te repito: persigo la veracidad, la organicidad; no persigo lo “natural”. Para eso me asomo a la ventana y miro a mis vecinos, en los que no hay un presupuesto ideológico ni reformador. 

Para mí el arte no solo es expositor: también, discretamente, debe proponer la invitación a reformar; no imponerla, porque entonces sería didáctico, y así no me interesa. Pero sí creo que es para el mejoramiento humano, de ahí “el vuelo”. No creo haber escuchado nunca a los grandes maestros hablar del término “natural”. ¡Es que natural no es!




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