La crítica dice que es buena pero a mí no me lo parece tanto

porque yo llevaba un siglo esperando esta película, y aunque estoy acostumbrada a esperar varios meses por cosas más importantes, definitivas, perdiendo cada vez más la capacidad de esperanza, sigo sintiendo la misma fe, sigo creyendo en algo que no sucederá. Pero esperar, en la vida real, puede ser un error. Lo que entregas y pierdes, durante esa espera, puede ser lamentable. Lo que enfrentas y aceptas, durante esa espera, no tiene nada que ver con las cosas que en otro momento estarías dispuesta a enfrentar y jamás aceptarías.




Entonces, si soy una persona acostumbrada a aceptar, ¿por qué no me conformo con las malas transiciones que Franz Rogowsky hace de los brazos de Adèle Exarchopoulos a las nalgas de Ben Whishaw? Y si soy una persona acostumbrada a las palabras, ¿por qué no me conformo con los diálogos que Franz Rogowsky le recita a Ben Whishaw y que luego Ben Whishaw le recita a Adèle Exarchopoulos en forma de conmoción tripartita? En el caso de Adèle Exarchopoulos, nunca la verás recitando nada. Su boca entreabierta y sus dientes de conejo van acompañados de una naturalidad al hablar que debe estar ligada a su voz gruesa.

Su boca entreabierta y sus dientes de conejo.

En la sala de cine de Coral Gables había un aura engañosa de cine viejo. Imaginé, al entrar, que entraba a la sala del Cine Infanta donde vi Conducta, la película de Ernesto Daranas, por última vez. Esa aura se disipó con las carcajadas que el público empezó a efectuar frente a cada de escena de sexo o de discusión erótica, frente a cada pellizco homosexual. Carcajadas nerviosas de mojigatos adultos frente a la librería insigne de Aragón Avenue. Carcajadas en inglés, enfermas de los nervios. Librería en inglés con patio interior y una mesita humilde junto a la cafetería dedicada a libros en español.

Los amores de cine están ligados a torpeza y humedad. Las atmósferas de cine, tan tibias como húmedas, se prestan al deseo pero también a la falta de deseo. Muchas veces fui al cine solo para alejarme del objeto de la falta de deseo. Había cines en la otra vida, había lugares a donde huir. El mapa de mis cines es pequeño y bello. Va desde el Cine Guerrero (ya he escrito poemas sobre él), la sala de video Nuevo Mundo y el Taller de Crítica Cinematográfica en Camagüey, hasta los cines más grandes de La Habana, con su Festival de Cine de diciembre, que casi siempre terminaba el día de mi cumpleaños. La borrachera era segura. La felicidad era inaudita.

Había cines en la otra vida, había lugares a donde huir.

El Cine Guerrero fue donde vi Bailando en la Oscuridad, de Lars Von Trier, y el Cine Acapulco de la Avenida 26 fue donde vi el ciclo sublime de Kim Ki-duk, a finales del 2005, enamorada secretamente de una persona desconocida. Esa persona me daba la mano y me decía apúrate, y había que caminar corriendo o correr caminando, dándonos halones para alante y para atrás, acelerando y aminorando cada cinco metros, por la distancia entre el punto donde nos había dejado el camello o la botella, y la escalerita del cine llena de gente. Esa persona representaba un personaje de cualquier película. El amor febril no podía ser de ninguna manera efectivo.

En realidad, la maldad del ser ambivalente, inconstante y egocéntrico restaba toda comicidad a la situación grotesca del triángulo escaleno, donde ninguno de los lados correspondía al otro, aunque esa maldad ética del personaje, de haber sido representada naturalmente, habría resultado en una de las más hermosas películas del cine de las bajas pasiones. No fue así. No sé aún qué faltó, porque la historia es perfecta. El embarazo, que vendría a ser la tapa al pomo, ni siquiera fue usado con mayores consecuencias. Los actores y sus cuerpos, que en sí mismos permanecen intocables, no construyeron sus personajes. Nunca hubo construcción.




Passages, escrita y dirigida por Ira Sachs, fue proyectada en el Coral Gables Art Cinema para que yo me decepcionara nuevamente y tuviera esperanzas, nuevamente, de alguna otra película donde Franz Rogowsky y Adèle Exarchoupolos desempeñaran sus personajes como el par de figuras que son. Es verdad que Passages habla de lo turbio, de lo indeciso, de lo sexual y de lo sensual, pero sobre todo habla de un deseo del que necesita expresarse y explicarse, del que necesita regodearse y exorbitarse. Un deseo multiplicado contra el deseo. Un deseo feo. Creo que esta vez la necesidad del deseo, la necesidad de la exposición del deseo, superó la historia y destruyó el texto.

Un deseo multiplicado contra el deseo.

La palabra texto, antes que significar un texto hablado o escrito, manuscrito o impreso, significa “tejido”. En este sentido, no hay espectáculo sin “texto”. Lo que concierne al “texto” (el tejido) del espectáculo, puede ser definido como “dramaturgia”; es decir drama-ergon, trabajo, obra de las acciones. La manera como trabajan las acciones, es la trama. Ese fue Eugenio Barba en El arte secreto del actor, y por supuesto que no hablaba de cine. Muchísimo menos de una historia verbal. Muchísimo menos de una historia verbal comercial. Muchísimo menos de una historia verbal comercial consecuencial.

Uno ve a Franz Rogowsky besando a Exarchopoulos. Lo ve enamorándose de ella después de que Exarchopoulos canta una canción francesa de su vida. La mujer se siente tímida frente a Franz Rogowsky, la cicatriz del labio de arriba a dos centímetros de la canción. Uno ve todo eso y evita respirar, porque todo eso significa amor. Pero no hay manera de que uno vea amor. Y uno sabe que el amor puede ser sórdido, pero no hay sordidez ninguna en la timidez de Adèle Exarchopoulos ni en el veloz enamoramiento de Franz Rogowsky. El amor que uno no ve es la falta de amor, la falta de conciencia del amor, mientras el beso cinematográfico profundiza y la escena se alarga, aunque ni siquiera se alarga tanto como para que los americanos adultos mojigatos en la sala de cine del Art Cinema empiecen a reírse como manada de idiotas.

Estoy acostumbrada a esperar varios meses por cosas importantes.

Uno sabe que la espera fue gato por liebre, aquí y en Hong Kong. Esperé en vano, aunque estoy acostumbrada a esperar varios meses por cosas importantes, definitivas, perdiendo cada vez más la capacidad de esperanza. Esperé por gusto y descruzo las rodillas porque si no las descruzo se me van a acalambrar. Abajo del zapato la alfombra del cine me recuerda a los cines donde fui feliz, acompañada o sola, enamorada o tiesa. Me doy cuenta de que mi casa está a dos pasos del cine, igual que está a dos pasos de la librería más famosa de Miami, donde hay que pagar bastante para poder presentar un libro. Da igual eso. Lo importante es la alfombra y la textura de la alfombra, mientras el zapato roza una superficie que recuerda otras. Podría venir cada mes, aunque cada vez me decepcionara. Solo pido cicatrices y un poco de construcción.








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La Barbie que conocí es cobradora de impuestos

Legna Rodríguez Iglesias

Ahora que la fiebre Barbie ha regresado, sería justo que nuestra Barbie anunciara titulares sobre ‘Barbie’, la película.






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