En busca del ‘fucking’ tiempo, maldito tiempo perdido

Escribir con deseo no es lo mismo que escribir con necesidad. Escribir con necesidad no es lo mismo que escribir con limitación. Escribir con deseo y necesidad y limitación, todo en uno como el combo de la espera distante agonizante, no es lo mismo que escribir rascabuchando, pero se parece. Escribir con una mano y tocarse con la otra. El problema es que las dos se hacen con la misma. 

La pantalla del teléfono está embarrada de líquido, pegajoso, gelatinoso. El teclado digital que aparece a la hora de escribir y desaparece después si uno se detiene está embarrado de dos fluidos distintos. La ubicación del teclado varía y depende de la forma en que aguantes la pantalla. Hay restos de menstruación porque es el último día y hay hilos de eyaculación sedienta, contenida, saliendo por un hoyuelo triste-feliz-triste. Me equivoco en todas las palabras por culpa de la yema del pulgar, que se embarró de baba.

El objeto de la necesidad es el mismo objeto del deseo y también el objeto de la limitación. Los tres pueden coincidir sin que sea problemático. El problema aparece cuando eso empieza a ser el objeto de escritura. El silencio apacible y misterioso me molesta. La calma excesiva me saca de quicio. La escritura no fluye porque fluye otra cosa. Pero yo quiero que fluyan ambas. Que corra la prenda, que corra sin parar.



De modo que cualquiera sea el objeto, nuestra sed de posesión es, por definición, insaciable.
Samuel Beckett, Proust


Escribí para Candela Review sobre los autorretratos de Evelyn Sosa. La revista feminista quería a una mujer escribiendo sobre otra. La retórica femenina resultaba idónea para ese primer número coral. Qué más quisiera yo que escribir sobre ella y debajo de ella, de ser posible del lado de ella, de uno de sus lados, así, ladeadas ambas, de manera que lo plano empuja a lo abultado y lo abultado encaja en lo plano sin problema. El problema real empieza cuando ni esto ni aquello porque el objeto de mi escritura is not here.

Pensé en una cabeza amorfa, de plastilina, desfigurándose en la oscuridad. Pensé en las cabezas ovaladas, triangulares casi, de Modigliani, con esas mandíbulas finitas como puede ser, tal vez, la mandíbula de Evelyn Sosa. 

Pensé en las cabezas trocadas y en la muerte. Una muerte a oscuras, junto a los canales sin tendido eléctrico de cualquier suburbio de Venecia, París o Nueva York. Ya he hablado de eso otras veces. Hay una atracción fatal en cada fotografía de Evelyn Sosa. Un efecto de adrenalina en el hecho de mirarlas. El tono de la embriaguez mezclado con luces negras ovioletas que son siempre citadinas.

Pensé inevitablemente, de nuevo, en lo trocado, lo malvado, lo sexuado, lo deseado, lo festivo, lo feliz, ¿lo griego?, ¿lo clásico? A fin de cuentas, no hay nada más risueño que lo clásico y viceversa, aunque tampoco hay nada más melancólico. 

Pensé en las cabezas de las fotografías de Evelyn Sosa. Cada cabeza supera a la anterior por ser simplemente cabeza. A la cabeza no se le ven las ideas pero sí la oreja, el huequito vacío del arete y el interior de una oreja desenfocada que no oye, tiene problema, es sorda como una tapia: ¿dijiste algo?


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No hay cómo escapar de las horas y los días. 
Ni de mañana, ni de ayer.
No hay cómo escapar del ayer porque el ayer nos ha deformado,
o ha sido deformado por nosotros.
Samuel Beckett, Proust


Escribí lo siguiente para Candela Review. Hablaba, por supuesto, de una mujer específica que amo. Una mujer que es un cuerpo y un espacio de tiempo que se escapa. Se me escapa a mí constantemente. Un cuerpo que se extiende como fotos sobre una mesa de piedra a la intemperie. Recuérdese que copio y pego con una yema pegajosa de pulgar:

Un retrato sin cabeza es como una oración bimembre con el sujeto omitido. La cabeza está omitida pero existe. Pensé en mi propia cabeza que no interesa aquí. Cabeza anulada, control remoto. Pensé en la cabeza sin género de Evelyn Sosa: ¿cómo capta lo intacto, lo inamovible, en cada uno de sus propios rostros? La cabeza bipolar que se retrata conviértese en cabeza retratada y resulta cabeza desmedida en cuanto a belleza, composición, tamaño, forma, ojo, boca, oreja, pelo, idea. ¿Entonces, cuál es la idea? Una cabeza dentro de un refrigerador, en un país donde los refrigeradores están vacíos, y por eso cabeza joven, intacta, fría, podría ser la idea.

Yo esperaba que Evelyn Sosa me dijera “Marcel Proust” cuando le hice la siguiente pregunta: ¿En la pared de quién te gustaría ver un autorretrato tuyo? Sin embargo, su respuesta me hizo pensar en cabeza distraída, cabeza deshidratada. Y sí, los autorretratos de Evelyn Sosa combinan con los siete tomos de En busca del tiempo perdido; continuamente me los imagino en las paredes de la casa del mismísimo Proust. La serie infinita de autorretratos de Evelyn Sosa debería, en miopinión, llamarse así.



Las aspiraciones de ayer valían para el yo de ayer, no para el de hoy.
Nos decepciona la nulidad de aquello que nos complacemos en llamar cumplimiento del deseo.
Samuel Beckett, Proust


En la foto hay tres objetos distinguibles y tangibles. En la foto hay tres objetos desnudados y desnudos. Son cuerpos, por supuesto. El cuerpo importa. La cara importa. El vientre, los senos, los genitales, las extremidades, el cabello suelto y la espalda importan. Lo que hay adentro importa. Somos cuerpo y somos tiempo. El cuerpo importa tanto que la gente se esmera con eso, lo expone o no, lo manifiesta o disimula, lo usa o lo deja de usar. Lo arregla, lo maquilla, lo transforma, lo aniquila, lo aborrece, lo acaricia.

Hay una mujer que es mi mujer, hay un espejo y un gato. El gato representa todos los gatos y el espejo todos los espejos. Ellos tres se sustentan a sí mismos. La cámara que la mujer sostiene en sus manos, agarrada como un meteorito caído del cielo, soy yo mirando lo que no se ve en la foto. Lo que completa a cada cuerpo lo estoy mirando yo con una lupa, muy de cerca. Soy de Japón y me llamo Yashica.

La Yashica Mat de 1979, que parecía obsoleta, esa soy yo. La mujer me toma en sus manos y siente que peso, pero no como ella se imaginaba. En realidad no peso. Lo que pesa es el tiempo que transcurre entre un disparo y otro. El tiempo que transcurre entre el momento en que no me tiene y el momento en que soy suya, de nuevo, abierta, con el obturador activado y la lupa a punto de explotar.


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En el mejor de los casos, todo lo realizado en el Tiempo (todo el Tiempo produce),
sea en el Arte o en la Vida, solo puede poseerse sucesivamente, 
mediante una serie de anexiones parciales, y nunca en forma integral y de una vez.
Samuel Beckett, Proust


La mujer está frente al espejo pero también está frente al gato. Tiene que entrar por el aro, es decir, por el espejo, pero tiene que entrar con el gato. El gato es la memoria, la casa, la familia, la naturaleza. El gato es la conciencia. La mujer no existe sin el gato y el gato no existe sin la mujer. El espejo existe a pesar de ellos. Al espejo no le preocupa ni la mujer ni el gato. Le interesan, pero no le preocupan.

La Yashica Mat de 1979, que parecía obsoleta, esa soy yo. Estoy encendida. De mí depende que la mujer entre por el espejo y salga, si es posible, al lugar al que pertenece, que es el mismo lugar a donde va a llegar. De mí depende que el gato entre por el espejo y salga, si es posible, al lugar al que pertenece, que es el mismo lugar a donde va a llegar. Uno pertenece al lugar a donde desea llegar. Pertenecemos ahí donde deseamos.

La Yashica está frente al espejo, igual que la mujer, pero está frágil. Lo que una mujer toca, se derrite. Si lo sostiene en sus manos más de cinco minutos, se derrite. Si lo activa y desactiva, si lo apaga y enciende, se derrite. Si lo posee y lo disfruta, se derrite. La Yashica dejó de ser cuerpo hace rato. La Yashica se fue en vicio.



Cuando por un momento el aburrimiento de vivir
es reemplazado por el sufrimiento de ser.
Samuel Beckett, Proust


El primer autorretrato que vi de la fotógrafa fue en la oscuridad. El gato estaba posado como un ave en el estómago, un poco más abajo de los senos. Me fijé en los hombros, la garganta y los senos porque el cuerpo existe, el cuerpo sí importa. Me pregunto quién es capaz de decir, a esta altura, que el cuerpo no es importante, que es lo de menos. Pues el gato en el estómago, presionando la gran bolsa de gases, líquido y digestión, es una imagen que nunca se me quitó de la mente. Desde el primer día, ella quiso que yo viera las cosas más importantes: su cuerpo y el gato. Tiempo al gato, tiempo al tiempo. 

Los gatos siameses pueden ser como las artes: tradicionales o modernos. El gato de la foto, visto a través del espejo, de la conciencia y de la Yashica, podría ser moderno, por el largo y la elegancia, pero es tradicional. Es un gato al que, con los años, se le van oscureciendo el hocico, los pómulos y los círculos alrededor de los ojos. 

La casa está llena de gatos pero el gato siamés tradicional es el único que aparece, insustituible, en el primer autorretrato y en el último. La Yashica Mat captura el placer de un gato Thai en posición de sueño. El gato duerme sobre ropa interior desenfocada, azules turquesas y manchas de leopardo. El estómago de la mujer es tradicional y sus senos son siameses.


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El sufrimiento del ser: es decir, la libre interacción de todas las facultades.
Samuel Beckett, Proust


Lectora incansable de Proust, no hay casi ningún gato en los siete tomos del tiempo perdido. Si acaso la palabra gato dentro de una frase hecha o el gato en la palabra interro-gato-rio. Hay un gato a medianoche por el camino de Swann. Pero sospecho que es un gato construido, como los discursos construidos sobre todo lo que nos rodea, incluso sobre lo que nos debería rodear.

Proust proust proust, de una herida debería salir proust. Otra cosa es el hoyito por donde sale el deseo. Los hoyitos del deseo que se cierran y se abren, amapolos y crustáceos, miniaturas espejadas a lo largo de su cuerpo. Lo que sale por ahí no debería salir, al menos en mi presencia o en la presencia de una Yashica que parecía obsoleta. Cualquiera perdería la conciencia.

La foto es lo textual y el amor es lo visual. El amor de Swann y el amor de mis amores. La retórica de Proust en los autorretratos y la retórica de Samuel Beckett sobre Marcel Proust. El análisis es el deseo. Si fluye y gotea, sirvió. Al ver la foto analógica me dieron deseos de que la mujer me lo hiciera, ahora mismo, duro. Para hacérmelo duro necesitaba salir de ese espacio donde los objetos estaban perfectamente acomodados, exquisitamente dispuestos. Donde todas las piezas estaban donde tenían que estar. Aquello trascendente de la foto quedaba, por la foto, imposibilitado.




el-corazon-de-una-madre-puede-ser-una-pradera-pero-tambien-un-ladrillo

El corazón de una madre puede ser una pradera pero también un ladrillo

Legna Rodríguez Iglesias

Quisiera felicitar y mandar fuerza a todas las madres cubanas que tienen a sus hijos presos o esperando una sentencia, por manifestarse en contra de un gobierno que es una dictadura.