Mi novia fue recopilando libros y los guardó para mí un año entero o más, hasta que me los entregó en mis manos y la verdad es que sus manos me interesaron más que los libros. Pero de todas formas, como yo misma había hecho esa lista, en aras de que me los consiguiera, me emocionó mucho verlos, de nuevo, porque son libros que tuve, hace mil años, cuando era voraz lectora y escritora maratón.
Son ediciones cubanas de libros que ya no existen y que tal vez solo yo tengo en mi rinconcito de Coral Gables de un Miami de biplantas y carros Toyotas. Dos de ellos ni siquiera son ediciones cubanas, aunque así gastados parecen más cubanos que tú y que yo. Alejandro Mainegra y Joan Rivero conseguían los libros en el mundo lleno de libros viejos de La Habana y mi novia bella los recogía en La Tertulia, la librería independiente que ellos abrieron en El Vedado. Yo no sabía que Adriana Normand trabajaba ahí. Cuando lo supe me dieron muchas ganas de pasar por ahí y quedarme conversando con ella un rato.
Los muchachos le mandaban un mensaje a mi novia, avisándole que ya tenían tal o más cual libro, le mandaban una foto por WhatsApp donde se veían las portadas que ya tenían. A veces le mandaban fotos de otros libros. Mi novia me mandaba esas fotos a ver si yo quería algo de eso. A veces yo quería algo de eso. Entonces mi novia iba y los compraba. Algunos, incluso, los compró sin poder. Cuando llegaba a su casa los metía en una caja plástica con tapa para que los gatos no los rompieran.
Entretanto, yo esperaba la hora de tenerlos en mis manos y de volver a leerlos, cosa que no ha pasado porque después de verla la vida siguió triste y después de fin de año el año empezó mal. Sin embargo, hoy me he obligado a leer páginas al azar, fragmentos, de cada uno de los nueve libros que más me gustan de esa pila de libros que mi novia me guardó, en una caja, como un tesoro. Leerlos todos en media hora para convertirlos en coctel caliente, en popurrí de Willy Chirino, en orgasmo de año nuevo, en deseo de escribir, en necesidad. Junto a los libros, un electrocardiograma de su corazón mío, hecho en La Habana el 18 de mayo, con una información ajena predeterminada:
01/01/2000
05:00 a.m.
Edad: 99
Sexo: m
25 mm/s
A veces, cuando abro el libro donde está el electro, leo el electro en vez del libro, cuento infinitas cuadrículas verdes y paso la vista por las parábolas triangulares dibujadas en una tira con forma de acordeón. El relieve montañoso de parábolas es regular y perfecto, no hay ningún problema ahí. Al final leo su nombre, escrito con falta de ortografía por alguien que sabía mucho de máquinas pero nada de nombres propios.
Las hilanderías son algo así como los automóviles;
están muy bien para pasar el rato,
pero no hacen sentir cariño como la tierra.
(Erskine Caldwell, El camino del tabaco)
El año empezó mal: fiebres altas, seis horas en el hospital para niños de Miami, moco, asma, garganta roja, prednisona, azitromicina, diarrea, sueño, tanto sueño. Después de ver los fuegos artificiales en el balcón enorme de Sarah Bejerano y de pedir un deseo tan enorme como el balcón, el año empezó más mal que una novia sin novia. No hay nada peor que eso, la falta de novia y de amor, la falta de verdad. La gente que anda por ahí sin novia y sin más nada que hacer con su vida empieza a joder la vida del otro de una manera muy eficaz, pues toda su energía la vierte en eso, en joder y hacer daño. Hay gente jodiendo en todas partes. Gente invisible y gente con determinada visibilidad, jodiendo. El verdadero virus es ese: gente jodiendo gente. La peor mutación es esa: gente jodiendo gente.
Las veces que he estado sin novia no me acuerdo de haber jodido a nadie, me he concentrado en escribir y lo he hecho de la peor manera, sin parar, sin respirar. Ah, qué delicia. Desde el año 2006 hasta finales del 2009 estuve en falta y no jodí ni a una mosca. Era jovencita y los jóvenes actúan sin consideración, pero yo no jodí a nadie. Después he conocido personas con las que me he relacionado más o menos malamente, llevando a cabo ese tipo de relaciones oscuras, torcidas y raras, de las que uno no quiere acordarse y en realidad ni se acuerda. Pero de ahí a joder, lo que se dice joder, no.
Siguiendo con mis lecturas, ¿cómo puedo compartirlas con ustedes? ¿Cómo podría mostrarles que son parte de una noche de delirio incontenible? Los libros siguen ahí, mirándome de tú a tú como gente muy huraña y muy melancólica al mismo tiempo, gente derrotada que no confía ni en su madre. Libros de los cuales debería aprender algo, lo más mínimo, algo valioso que me sirva para aliviar, entre otras cosas, las ganas de estar con mi novia y de vivir con ella. Las ganas de hacerle unos hongos con mantequilla o una sopa rusa con tres papas ovaladas, una hoja de acelga y un cuadrado de cebolla.
Como soy muy predecible y siempre hablo de los mismos libros, las mismas personas y las mismas preocupaciones, copiaré esos fragmentos sin nombres, con una señal respectiva que los haga adivinar el título en un santiamén y darme las gracias por recordarles, parecido a aquel programa musical de la televisión cubana, que lo bueno no pasa, te quema siempre.
1
(El principio más inolvidable de los libros leídos entre los catorce y los dieciséis. Los nombres del autor y del protagonista, inolvidables también).
A las nueve de la mañana de un día de finales de noviembre, el tren de Varsovia se acercaba a toda marcha a San Petersburgo. El tiempo era de deshielo, y tan húmedo y brumoso que desde las ventanillas del carruaje resultaba imposible percibir nada a izquierda ni a derecha de la vía férrea. Entre los viajeros los había que tornaban del extranjero; pero los departamentos más llenos eran los de tercera clase, donde se apiñaban gentes de clase humilde procedentes de lugares más cercanos. Todos estaban fatigados, transidos por el frío, con ojos cargados por una noche de insomnio y los semblantes lívidos y amarillentos bajo la niebla.
2
(El libro que compré, leí y regalé de un tirón, la primera vez que me quise quedar a vivir en La Habana, sin saber que no volvería a verlo hasta el sol de hoy. La autora y yo cumplimos año casi el mismo día).
Una noche, poco antes del cañonazo de las nueve, rumiaba yo mis desventuras en el muro del Malecón en compañía de una caneca y un par de cigarrillos perfumados, yerba de Baracoa. Mi problema era serio. Debía preparar para el día siguiente una exposición oral sobre un poema épico muy extenso y aburrido, una horrorosa longaniza llamada La araucana. Sabía que era aburrido y horroroso por pura intuición, pues no lo había leído y sospechaba que jamás lo leería. Pero no se me ocurría ninguna estratagema para escurrir el bulto sin parecer demasiado barco. Siempre me pasaba lo mismo, por finalista. Por meter curva y dejarlo todo para última hora. Luego aprobaba por los pelos o, simplemente, suspendía. Creo que fui una pésima estudiante, varias veces al borde de la expulsión, con la carrera en el pico del aura. No es por justificarme, pero el asunto de las migajas se estaba poniendo cada vez más difícil y el pajarito no podía con todo. allí, frente al mar, con un pito prendido (a expensas de que me atrapara el gato), seguía con la vista la banda luminosa que a intervalos regulares proyectaba el faro del Morro sobre la bahía. Me concentré en el sonido, también rítmico, de las aguas oscuras que rompían contra los arrecifes. Vientos del Norte, de los que refrescan (no como los del Sur, los de Cuaresma, que enloquecen a la gente). Olor a salitre, a petróleo, a moluscos podridos. Qué calma. Ah, si el tiempo se detuviera. Poco a poco fui agarrando mi notica sabrosita, el tiempo se detuvo y me abandonaron los funestos pensamientos araucanos.
3
(La edición es extranjera. La tapa es rojo tomate. En la ilustración de portada se ve un niño pixelado, con casco y uniforme militar, muerto de risa. Mi libro preferido de su autor es otro).
Billy no podía leer el tralfamadoriano, desde luego, pero al menos podía ver cómo se escribía, en pequeños montones de símbolos separados por estrellas. Billy comentó que el montoncito de signos podían ser telegramas.
—Exactamente —dijo la voz.
—¿Son telegramas?
—No existen telegrama en Tralfamadore, pero tiene usted razón. Cada montón de símbolos es un mensaje breve y urgente que describe una situación, una escena. Nosotros, los tralfamadorianos, los leemos todos a la vez y no uno después de otro. Por lo tanto, no puede haber ninguna relación concreta entre todos los mensajes, excepto la que el autor les otorga al seleccionarlos cuidadosamente. Así pues, cuando se leen todos a la vez dan una imagen de vida maravillosa, sorprendente e intensa. No hay principio, no hay mitad, no hay terminación, no hay suspense, no hay moral, no hay causas, no hay efectos. Lo que a nosotros nos gusta de nuestros libros es la profundidad de muchos momentos maravillosos vistos todos a la vez.
4
(He dicho más de diez veces que esta es una de mis novelas preferidas. A veces uso el nombre del autor de contraseña, seguido por un número de cuatro dígitos).
No tenía más que esperar, había hecho suficiente para que el destino decidiese por él. Se dejó llevar por la corriente sin otra voluntad que la indispensable para mantenerse ciegamente en la dirección en que aquella quisiera llevarlo. Pero así, su terror ante el último momento en que el experimento debiera terminar, era cada vez mayor. Por mucho que intentase deslizarse siguiendo el curso de los acontecimientos sin intervenir, no podría eludir el momento de la separación. Le parecía como si en viaje que se había anunciado tranquilo, debiese forzosamente, en cierto momento, llegar a una zona azotada por el tifón y, por muy cerrados que hubiese mantenido los ojos hasta entonces, tuviese que verse obligado a abrirlos. Esta perspectiva tenía la virtud de hacerlo más pusilánime, más dispuesto a huir, evadirse.
—Por una parte dices que se te hace costoso abandonarla y por otra te muestras tan irresponsable con ella: eres verdaderamente incoherente. Yo no podría soportarlo —le dijo Takanatsu.
—Mi incoherencia no tiene nada de nuevo. Pienso que hay que adaptar la moral al individuo. Cada uno debe fabricar su propia moral y aplicarla.
—Así es. Para ti, pues, ¿la incoherencia es una virtud?
—Yo no digo que sea exactamente una virtud, sino que sería una equivocación que el que nació indeciso vaya contra su naturaleza y se fuerce a sí mismo a tomar rápidas decisiones.
5
(Los mejores cuentos del mundo, junto a los cuentos de Juan Rulfo, de Cortázar y de algunos más).
Yo no sé. ¿Te das cuenta? Todo es muy complicado. Lo importante es que ya llegó. Dios mío, qué porquería de vida es esta. Te lo juro por Dios, pienso que es esta maldita Nueva York. Creo que si todo sale bien vamos a comprarnos una casita, tal vez en Connecticut. No demasiado lejos aunque sí lo bastante como para poder llevar una vida normal. Lo quiero decir es que ella se vuelve loca por las plantas y todas esas cosas por el estilo. Si tuviera un jardín propio y todo lo demás, se chiflaría por completo. ¿Me entiendes? Porque aparte de ti ¿a quién conocemos en Nueva York sino a un montón de neuróticos? A la larga, hasta una persona normal termina por contagiarse. ¿Comprendes a qué me refiero?
6
(Sobre la tristeza y punto).
Para ella, la tristeza nunca fue un lastre; la sorprendía en pleno vuelo, mientras bailaba en espirales, desplazando remolinos de aire, como una flecha que disparada contra un ave no la hace caer, sino que simplemente acelera su aleteo.
Cada día sentía mayor aprensión a descender a la vida familiar y cotidiana, porque el dolor, el arco del cazador, provenía de la tierra y, por tanto, la huida a una distancia segura se hacía cada vez más apremiante.
Su única defensa contra nuevos peligros era, ahora, su movilidad. Mientras permanecemos en movimiento ofrecemos un blanco más difícil, resulta más problemático que nos hieran. Había adoptado la estructura básica de los nómadas.
7
(Puse una cita que pertenece a este libro en la primera página de mi segundo libro de cuentos. Meryl Streep, Jack Nicholson y Tom Waits protagonizaron la versión cinematográfica. Otra joya).
—Aquí tengo una carta que tal vez les guste escuchar mientras acaba de cocinarse el bicho —dijo Francis y sacó del bolsillo interior de la Americans el sobre amarillento con un sello de dos centavos tachado—. La recibí hace unos cuantos años, sí, unos cuantos —continuó, y del sobre extrajo tres hojas pequeñas, muy dobladas, de un amarillento papel pautado. Desdobló las hojas y las situó donde mejor luz había, alargando el brazo todo lo posible, y leyó—: Querido papi, imagino que ya habrás olvidado que tienes una hija que desde que te fuiste está esperando carta. Estoy tan furiosa porque no te acuerdas de mí que quería marcharme con el circo que el viernes pasó por aquí. Estoy haciendo las tareas y hay un problema de aritmética que no me sale. A ver si te sale a ti. Espero que estés mejor de la pierna y que tengas mucha suerte con el equipo. No corras mucho con esas piernas, o tendrán que traerte a casa en brazos. mamá tiene catorce pollitos nuevos y otras dos gallinas incubando. El ocho viene un circo del oeste. ¿No vas a venir a verlo? Yo sí iré. Billy acaba de irse a dormir y mamá está sentada en la cama, mirándome. No te olvides de contestarme. Supongo que estarás pasándola muy bien. Que yo no te encuentre con otra muchacha o le daré un tirón de pelo. Tu hija que te quiere, Peggy.
—Tiene gracia —dijo Peggy, que seguía con el tenedor en la mano—. No recuerdo haber escrito eso.
8
(Este es el único libro de todos los que mi novia me trajo que yo nunca había tenido ni leído. Me lo recomendó Michel Mendoza antes de la pandemia, cuando le hice una entrevista a Tana Oshima para Rialta. Mucho antes de enamorarme perdidamente).
Después de eso nos llevaron a pleno sol a un campo muy grande. Por allí no había árboles ni sombras y estaba limpio como un campo de balompié. Estaba cerca del pueblo. Entonces cavaron en el centro del campo dos huecos u hoyos, uno al lado del otro, de tal profundidad que una persona parada dentro podía tocar con la quijada los bordes. Después me metieron en el primero de ellos y a mi esposa en el segundo y los rellenaron con la tierra extraída y la apisonaron de tal manera que apenas podíamos respirar. Colocaron entonces comida cerca de nuestras bocas pero no podíamos tocarla o comérnosla; sabían que ahora teníamos mucha hambre. Después todos ellos hicieron látigos y empezaron a azotarnos las cabezas, pero no teníamos manos para protegernos la cabeza. Finalmente trajeron un águila para que nos sacara los ojos con el pico, pero el águila sencillamente se quedó mirándonos a los ojos y no nos hizo daño. Entonces regresaron a sus hogares y dejaron allí al águila. Pero como antes de abandonar mi pueblo había domesticado a pájaros semejantes, este no nos hizo daño en absoluto y permanecimos en aquellos hoyos desde las tres de la tarde hasta por la mañana y alrededor de las nueve salió el sol, que nos castigó con severidad. A las diez aquella gente volvió otra vez y prendió un fuego grande alrededor y durante algunos minutos nos azotaron y se marcharon. Pero entonces, cuando el fuego estaba a punto de apagarse, llegaron sus hijos con látigos y palos y empezaron a azotarnos y a apedrearnos la cabeza. Cuando terminaron, comenzaron a encaramarse sobre nuestras cabezas y a saltar de una a otra y después empezaron a escupir, orinar y depositar excrementos sobre nuestras cabezas, pero al ver que querían clavar nuestras cabezas, el águila los echó del campo con su pico. Pero ates de que aquellas gentes (los adultos) se marcharan, calculamos la hora en que vendrían a hacernos la última visita, que sería a las cinco de la tarde del segundo día de estar en aquellos hoyos. Dios es tan bueno que a las 3:00 p.m. vino un gran aguacero y llovió hasta tarde en la noche y se frustró la última visita.
9
(¡Shit, qué novela más jodida! La edición cubana tiene 213 páginas).
Cada vez que vendo una carga de leña me compro una docena de tarros de tabaco aunque no me quede dinero para comprar harina y carne, porque el tabaco es algo que todo hombre debe tener. Cuando siento un dolor fuerte de vientre, puedo tomar un poco de tabaco y ya no siento más hambre en todo el día. El tabaco es una gran cosa para vivir.
Pero este año no he podido cultivar nabos; no tenía una mula y no tuve guano. Es cierto que tenía unos surcos ahí en el campo, pero uno no puede cultivar un campo si no tiene una mula para arar. La azada no sirve más que para cortar el algodón y el maíz, y es una tontería querer cultivar nabos con una azada, y me parece que es por eso que se metieron esos malditos gusanos verde dentro de los nabos. Si hubiese tenido una mula para cultivarlos no se hubieran agusanado.
Nota: para aquellos que están en Miami y adivinen los nueve títulos, llevaré un libro de regalo el miércoles que viene a 5701 Sunset Dr. Alegrías que pasan EN CUALQUIER ESQUINA.
¡Absalón, Ómicron!
En Cuba, literalmente, el remedio es peor que la enfermedad.