Cuba está enferma. La afecta un mal sistémico que ha demostrado su incapacidad para generar ilusión y las fórmulas que la dictadura enarbola son tan obsoletas como sus promesas. Las autoridades cubanas han sido desbordadas y la estructura socioeconómica, corrupta e insuficiente, se ha convertido durante la actual pandemia en el principal factor de riesgo y contagio para la población.
El sistema regulado de distribución de alimentos, reducido a su mínima expresión, ha provocado colas interminables para poder adquirir salchichas o pollo. Dichas colas, en pleno verano, son focos de trasmisión activa de las distintas variantes de la COVID-19 y han tenido como consecuencia un aumento exponencial de casos. Desde julio, Cuba reporta cifras de contagiados superiores a los 9 000 casos diarios.
En la diáspora los cubanos se organizan. Asumiendo elevadísimos costos, emigrados cubanos viajan de Miami a Madrid y de ahí a La Habana. Otros llegan vía Canadá, o Panamá, o cualquier rincón del planeta que realice vuelos a Cuba y lo hacen cargados de medicamentos para paliar la más grave crisis humanitaria que haya sufrido la Isla.
Toneladas de medicamentos se han acumulado y esperan para ser enviadas. Aunque Cuba anunciara la liberación de los aranceles aduanales para la importación de alimentos y medicinas las autoridades no han favorecido que la ayuda llegue a sus destinatarios de forma expedita. La Aduana cubana no prioriza aquellos envíos que llegan por puertos marítimos y los paquetes tienen que esperar semanas antes de ser distribuidos. Otro tanto pasa con los viajeros que llegan en los escasos vuelos, solo después de una cuarentena de siete a catorce días es que pueden hacer llegar los medicamentos a sus destinatarios.
En ese lapso los contagios se disparan.
Desde la emigración se están investigando vías para que las donaciones lleguen seguras a sus destinatarios reales eludiendo, en la medida de lo posible, la participación del Gobierno cubano en la distribución dada su nula confiabilidad.
Este objetivo de los emigrados se alinea con la intención de la administración Biden para buscar vías de ayuda a la población cubana sin que medien sus autoridades. El sistema corrupto y ciego que comanda Díaz-Canel no es garante de equidad y justicia, por lo que únicamente agentes de la sociedad civil independiente podrían distribuir la ayuda sin la contaminación política de la dictadura.
Se hace imprescindible un corredor humanitario.
Mientras Cuba agoniza, la emigración busca alternativas y se convierte en soporte y esperanza. Los miles de medicamentos que esperan por ser enviados a la Isla son la prueba de que el intento de separar a los cubanos ha sido un fracaso.
#SOSCuba es más que un hashtag. Las redes sociales han demostrado ser plataforma de denuncia, refugio para la inconformidad, y una poderosa herramienta en la organización de sensibilidades. Los ideólogos de la dictadura no han encontrado otra forma para contraatacar que utilizar las mismas etiquetas de la oposición, sin pudor y atribuyéndoselas. Los sistemas de respuesta represivos están a la defensiva, sin ideas, atrapados en la simbología vacía de esa cosa a la que llaman Revolución.
Aún estremece la machangada cobarde del seudopresidente cubano, nervioso y asustado, sorprendido por la presencia de miles de cubanos el pasado 11 de julio en las calles de casi toda Cuba, alentando al odio entre compatriotas: “la orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios”.
Díaz-Canel es culpable del asesinato de Diubis Laurencio Tejeda y de instigar de forma “directa y pública a cometer genocidio”, delito tipificado en la Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio, de 1948, de la que Cuba es signataria. Bajo los preceptos de la Convención, el ciudadano cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, además, ha sometido a su país a condiciones de existencia que lo llevan a “acarrear su destrucción física, total o parcial”.
Es directamente responsable del aumento de contagiados y fallecidos debido a su nefasta gestión de la pandemia. Con prepotencia y estupidez, la dictadura apostó por las vacunas propias renunciando a recibir dosis que hubieran reducido los contagios o aliviado las consecuencias de los enfermos. Las medidas para organizar la economía y regular la esquizofrenia monetaria fueron tomadas en el peor momento, agravando la precariedad y elevando el malestar social.
El presidente se ha ganado a pulso la etiqueta de #DiazCanelSingao y un día los cubanos todos lo sentaremos en una Corte Penal Internacional.
#SOSCuba es mucho más que una etiqueta, es un grito. Junto a #PatriayVida denuncian una ideología en blanco y negro que se ha refugiado tras consignas y policías antimotines.
Mucha muerte hubo en nombre de las locuras imperiales del castrismo. Mucha muerte hay en el estrecho de la Florida y mucha vida agoniza en los hospitales de la Isla. Facilitar el flujo de ayuda entre los componentes de la nación cubana es obligación; no debería ser reclamo.
La guillotina es la madre de las revoluciones, la sangre su combustible y la muerte su consigna. Gritan que “morir por la Patria es vivir”, pero en una revolución solo mueren los incautos, los líderes matan. Si el hombre nuevo se desvía lo convierten en hombre muerto.
Para tener Patria hace falta vida, mucha vida.
© Imagen de portada Diana Polekhina.
Y sin embargo…
Tras las manifestaciones del pasado 11 de julio en Cuba, el ‘lobby’ antiembargo ha resucitado, con esa fuerza más, para intentar apoderarse del discurso político sobre Cuba en los Estados Unidos.