‘Barbarian’: por un cine de sangre, oscuridad y escalofríos

Existe una tradición bien documentada de filmes ambientados en el interior de casas. A diferencia de cementerios y bosques, donde el filme de horror repite planos más o menos idénticos, en las casas se echa mano a las ventajas de espacios icónicos como los áticos, las escaleras que conectan diferentes pisos, los closets de las habitaciones, y lógicamente, los sótanos. 

Barbarian se inserta en una tradición de filmes sobre sótanos, donde caben desde Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock hasta piezas contemporáneas como el documental En el sótano (Im keller, 2014), en la cual Ulrich Seild expone el lado más oscuro de la nación austriaca, o Parásitos (Parasite, 2020), la delirante sátira social del surcoreano Bong Joon Ho. 

El largometraje, escrito y dirigido por Zach Cregger, tiene como punto de partida un incidente propio de la modernidad digital: una estafa a través de la plataforma Airbnb. De esa forma, exhibe su contemporaneidad, a la vez que abre la posibilidad de nuevas leyendas urbanas. 

El filme inicia cuando Tess (Georgina Campbell), una joven en espera de una entrevista de trabajo para asistir a una aclamada documentalista, arriba a su renta en una zona apartada de Detroit, solo para descubrir que la casa también ha sido rentada a otra persona. Una vez que agota las posibilidades de irse a otro sitio (fatídicamente su estancia en la ciudad coincide con una convención que hace colapsar todos los hoteles locales), Tess decide correr el riego de pasar esos días bajo el mismo techo que Keith (un apuesto y elegante Bill Skarsgård). 

Una tradición de filmes sobre sótanos, desde ‘Psicosis’ (1960) hasta ‘Parasite’ (2020).

Al transcurrir en una noche oscura y lluviosa, la escena nos inserta cómodamente en el territorio del horror. El primer bloque narrativo se debate entre un juego de expectativas sobre la vulnerabilidad de Tess y la potencial culpabilidad de Keith, al tiempo en que progresa un flirteo entre los protagonistas. 

Estas tensiones son matizadas con la música, el montaje y la fotografía propias de las secuencias premonitorias tanto de los thrillers como del cine de horror tradicional. Sin embargo, la trama muta para dar luz a una historia que se desarrollará básicamente en el sótano de la casa, posibilitando nuevos puntos de giro con imágenes grotescas, persecuciones espeluznantes y ambientes claustrofóbicos.  

Desde hace unos años ha crecido el debate sobre el futuro de las horror movies y su consiguiente consagración en festivales de primera línea, listas selectas y conversaciones sobre multiculturalismo y cine de autor. A partir del trabajo de realizadores como Ari Aster (Hereditary, 2018; Midsommar, 2019), Jordan Peele (Get Out, 2017; Us, 2019; Nope, 2022), Alex Garland (Annihilation, 2018; Men, 2022) y Roger Eggers (The Witch, 2015; The Lighthouse, 2019; The Northman, 2022) se especula sobre una nueva ola dentro del género que va marcando una tendencia en el cine norteamericano, a la vez que se impone una relación renovada con la crítica y el público. 

Al referirse a las películas listadas aquí, se habla en términos de “horror prestigioso o elevado” (discutido recientemente por Kristin Thompson) o de cine post-horror (David Church). Unos hablan de la marca de fábrica de productoras emergentes como A24, mientras otros discuten su vuelo estético, la inclusión de debates multiculturales, y el énfasis en el tratamiento psicológico en franca disminución de escenas gore

Se habla en términos de ‘horror prestigioso o elevado’ o de cine post-horror.

Si bien Barbarian toma ventaja de esta nueva ola para posicionarse en las expectativas de la crítica y el público, su perspectiva difiere radicalmente de ella. No hay aquí imágenes oníricas que generen distensiones en la trama, como sucede en las mencionadas producciones de A24. 

Por ejemplo, gestos como el tenue movimiento de los árboles (The Witch), el cuerpo flotando en el espacio sideral (Get Out), el vestuario de flores (Midsommar) o la melodía que rebota en las paredes de un bosque abandonado (Men) son ajenos al lenguaje directo de Barbarian. En ese sentido, el filme se identifica más con el estilo del cine de horror de piezas icónicas de los años setenta como Masacre en Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974), Halloween (1978) y Tiburón(Jaws, 1975), pero también con toda la obra de maestros del género como Darío Argento y Wes Craven. 

Sin embargo, no lo hace a la manera de parodias y homenajes al estilo del británico Peter Strickland (Berberian Sound Studio, 2012; In Fabric, 2018), sino más bien como una apropiación que coquetea entre la mímesis y la mutación. Tanto los acordes musicales como el estilo de los créditos implican una remembranza de esa genealogía del horror tradicional. 

El énfasis en ese efecto macabro que producen las sombras inquietantes y las escenas a oscuras no tributa a un efecto de cromatismo tal y como vemos en La bruja (The Witch). Barbarian se aleja de ese manierismo de manera voluntaria, a riesgo de ser juzgada como cine menor y por tanto carecer de interés para críticos y especialistas. 

Ese efecto macabro que producen las sombras inquietantes y las escenas a oscuras.

Dos cuestiones, sin embargo, ayudan a reconstruir el linaje de Barbarian dentro de otro cine de horror contemporáneo. Primero, la elección de Skarsgård como el primer coprotagonista posibilita un diálogo directo con It (It Chapter One, 2017). El actor encarnó allí al payaso siniestro que representaba el submundo de las inhibiciones y los miedos. No en vano habita en las alcantarillas, donde comparte espacio con lo nauseabundo y lo subterráneo, pero también con lo húmedo y lo oscuro. 

Hay una escena en Barbarian donde Keith corre agazapado hacia Tess en la oscuridad de un túnel que evidencia los lazos familiares entre ambas películas, pero, sobre todo, hace estallar un repertorio de conjeturas en los espectadores atentos. Segundo, la casa ubicada en un vecindario abandonado dialoga con el filme No respires (Don’t Breathe, 2016) no solo por reproducir las estrategias de la persecución y el acecho en una locación urbana pero desolada, sino también por insistir en los efectos de la gentrificación que ha vivido la ciudad de Detroit durante décadas. 

Sin embargo, estas conexiones no son tan estrechas como la establecida con El sótano del miedo (The People Under The Stairs, 1991), el filme de Wes Craven que también ha llamado la atención de Jordan Peele al punto de pensar en un posible remake. Cregger ha leído atentamente el gesto de “acción afirmativa” que propone Craven, al tiempo que retoma la crítica a las nocivas medidas de la administración Reagan que afectaron sobre todo a sectores vulnerables. 

No obstante, el aire de sátira política y los conflictos raciales/clasistas de El sótano del miedo no delinean el argumento de Barbarian, sino que se transmutan y se diluyen junto a otras posibles bifurcaciones de la trama. El novel director entabla un vínculo entre el plan de recortes en gastos sociales de Ronald Reagan y el drama actual de la gentrificación, así como también lo hace entre la violencia doméstica, los feminicidios, el secuestro, la violación y las denuncias sistemáticas deabusos sexuales dentro de la industria hollywoodense. 

Un vínculo entre violencia doméstica, feminicidios, secuestro, violación, y las denuncias de abusos sexuales en Hollywood.

No es casualidad que AJ (Justin Long), un actor megalómano que compró años atrás la propiedad donde se desarrolla la historia, y su antiguo propietario, se encuentren casi al final del metraje. El primero, quien fuera despedido de su rol en una serie televisiva luego de que se hicieran públicas las acusaciones de acoso y violación a la coprotagonista, emprende un viaje de California a Michigan para reencontrarse, accidentalmente, con una especie de alter ego. 

Aunque el hallazgo de ese personaje presentado de forma parcial en un bloque anterior del filme produzca una catarsis de lo monstruoso, la historia de la que intenta escapar AJ no pierde densidad. Ambos representan el patriarcado en su naturaleza más cruda. De ahí que el otro desenlace, a saber, el que personifican Tess y la habitante de los pasajes subterráneos, le inscriba una cuota de maternidad y cuidado a las imágenes de horror. 

Barbarian se compone así de un espeluznante relato donde los matices políticos, como el #MeToo y la gentrificación se acomodan perfectamente al viaje subterráneo que, a su pesar, los protagonistas emprenden. Acceder a esos pasajes oscuros al interior del sótano de la casa permite reflexionar sobre los sustratos de la política norteamericana y el mundo de las torcidas inhibiciones masculinas, a la vez que les regala a los espectadores esas sensaciones de escalofríos, aceleración del cardio y la respiración que caracteriza el cine de horror tradicional.


© Imagen de portada: ‘Barbarian’ (detalle del cartel), de crítica.




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