Del Hombre Nuevo al Héroe Byrónico (y viceversa)

Literariamente hablando, y también en términos psicosociológicos, hay un Héroe Byrónico (prefiero la denominación original: Byronic Hero) y un Hombre Nuevo. Son dos tipologías de origen romántico.

La primera germina, creo, en el Satán de John Milton, y desemboca en la incomparable figura de Lord Byron, cuyas vida y obra contribuyen a metamorfosearlo en un epítome. La segunda es una suerte de metáfora cristiana contemporánea que pasa, en la historia de Cuba posterior a 1959, por los filtros de aquel delirante artificio que se denominó Comunismo Científico, y donde el sujeto es un renacido moral.

Paradójicamente, la primera tipología es menos antigua que la segunda. La Utopía de la que esta se hace acompañar es responsable de su transitoriedad. Y, de hecho, el Hombre Nuevo tiene, probablemente, rasgos que provienen de la educación cristiano-eclesial y del übermensch de Nietzsche (en lo que toca a una ética considerada superior), todo lo cual pone en entredicho su pertinencia y su viabilidad al menos en el contexto cubano insular.

Pongamos que el Hombre Nuevo (sería útil evocar “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”, el célebre relato de Senel Paz) no dice “¡pinga!”, ni “¡cojones!”, a no ser que, al decir esas palabrotas, esté ratificando su adscripción a la Utopía mediante el ejercicio de una violencia verbal insurrecta (la viril “verticalidad revolucionaria”, recordemos), en el estilo de: “¡vamos a ganar, cojones, vamos a ganar!”, o “¡pinga: esto es de patria o muerte!”.

Por otra parte, el Hombre Nuevo no dirá ciertas cosas en la intimidad. No las diría. “Mami, cógeme la pinga”. Uff, eso no resulta. “Mami, te la voy a meter hasta los cojones”. Por Dios: tampoco. No procede, repito. O quizás no procedía. Pero las cosas han cambiado, como dijo Mick Jagger en el concierto habanero de The Rolling Stones. Y claro, el Hombre Nuevo es muy macho. Fíjense que digo macho, nada que ver con el Macho Man. Ni con el macho heteroflexible, ¡cuidadito!, lo cual implicaría tener una dosis de varonía formal con una médula bisex dentro de la cual hay otra médula, de tipo homoerótica (pero transicional). Y es por eso que el Hombre Nuevo nunca va a decir: “¡Papi, clávame, acaba conmigo!”

Pero ya sabemos que todo eso se ha distendido, por fortuna. Un poco. Un poquito. Aunque, por ejemplo, los desnudos posibles en la TV y el cine cubanos sean, en su inmensa mayoría, los de las chicas y no los de los chicos, para no hablar de los desnudos erotizados ni de la censura de las caricias homoeróticas. La intimidad ha salido, de un modo bastante claro, del campo de visión de los vigilantes, aunque a veces me dicen que no es así, que la intimidad sigue vigilada. Por otra parte, el Hombre Nuevo apenas se desnuda. Porque, por lo general, ni le hace falta ni quiere hacerlo. A no ser en situaciones (dormir, ducharse, tener sexo) donde sea imprescindible desnudarse.

Por cierto, dicen que en la República Rusa de Chechenia están recogiendo, interrogando y torturando a todo aquel o aquella en quien el homoerotismo o su presunción deriven de lo comprobable, o de un indicio, una huella, un informe acusatorio, o un simple gesto. Y que hay cárceles especiales para los gays y salas para interrogatorios. ¿Las lesbianas chechenas también son encarceladas?

Algo ocurre con ciertas confluencias. Estamos en 2017, a cien años de la aparición de la Virgen de Fátima en Portugal. Y también a cien de la llamada Revolución de Octubre, el umbral de lo que fue la Unión Soviética.

Frente al Hombre Nuevo de aquellos tiempos en que la Utopía empezaba a tambalearse sin caer (de hecho, ya cayó… ahora estamos todos ocupados en pegar los pedacitos unos con otros, a ver que sale de ahí), aparece esa figura que ni siquiera se le opone de modo consciente: el Byronic Hero. Se trata de una criatura debidamente romántica, como he dicho, pero con una dinámica extensibilidad temporal (ya se sabe: el Romanticismo es el más prolongable de los movimientos culturales) capaz de establecer mutaciones de varios tipos.

Cuando el Hombre Nuevo aparece de forma explícita, y subrayado con ironía, en aquel relato de Senel Paz, las escrituras insulares de ficción apenas anticipaban la presencia del Byronic Hero. Tan solo testificaban la demolición espontánea de la Utopía (se supone que en una Utopía la crueldad no quepa, ni la segregación) y el surgimiento en Cuba de un paisaje psicosocial distinto.

Eran los años iniciales del Período Especial, es decir, la salida de la Gran Burbuja y el momento en que a los escritores una voz indefinible les dijo: “Bienvenidos al desierto de lo real”, de acuerdo con las palabras que toma Slavoj Žižek de Matrix para titular su acreditado ensayo.

Allí, en ese momento de la historia, intentó el Hombre Nuevo renovar sus bríos sobre la base del fulgor no perdido de la Utopía. Pero, a la larga, las ficciones cubanas revelaron otra cosa bien distinta.

El Byronic Hero le concede mucha importancia al yo, no así el Hombre Nuevo (un defensor casi anónimo de la Utopía). El Byronic Hero protege una Utopía estrictamente personal, pero que podría trascenderlo. Es un sujeto de la Libertad, de la Liberación, de la ausencia de prohibiciones. Y ahí viene el conflicto con el Hombre Nuevo, pues este concibe todo eso con restricciones al individuo, limitaciones que brotan del mantenimiento de la Utopía.

El Byronic Hero es un individuo separado, autoexiliado a veces, y habitualmente provocador. Tiene el poder de seducir (el Hombre Nuevo está lejos de pretender ser o de parecer un seductor) y confía en la emotividad de sus intuiciones.

El Byronic Hero es chispeante y valora la elegancia, mientras que el Hombre Nuevo tiende a aburrir. El Byronic Hero tiene provechosos períodos de meditación, en el límite del ensimismamiento. El Hombre Nuevo puede ensimismarse, pero con el propósito de calcular qué es lo oportuno, lo conveniente, lo beneficioso para la Utopía.

Para el Byronic Hero todo momento es el momento, y toda oportunidad es la oportunidad. Uno sabe a qué atenerse (o a qué no) con él. Lo califican de oscuro, pero a la larga se abre a la luminosidad. En cambio, el Hombre Nuevo se postula a sí mismo en lo abierto y lo luminoso, pero es proclive a lo oscuro.

Ahora que acabo de hacer una especie de diagrama oposicional de conductas (un diagrama que podría tener el inconveniente de lo pasado de moda, o peor, de lo disfuncional), creo que resultará innegable que la directriz distópica de las ficciones cubanas de los años recientes admitiría, en un protagonismo de índole oscilante, al Byronic Hero.

Sin embargo, esa condición no acaba de cuajar. Es un protagonismo más de la lógica literaria que de la realidad de los textos. Y uno se pregunta por qué no ocurre, de manera palmaria, esa coagulación/cristalización.

La respuesta quizás esté en un hecho terco: la realidad cubana actual prácticamente no tiene a nadie que se asemeje a un Byronic Hero, en quien reverdecería, modernísima, la revolucionadora figura del Poeta.

¿O será que la isla no posee condiciones para producirlo, o que, si aparece en la literatura como un personaje, será como resultado de las ensoñaciones fantásticas de algún escritor? Supongamos que así es.

El Byronic Hero puede reír a carcajadas y cede a la ebriedad. Luego de un exceso de lucidez, un exceso de alcohol. El Hombre Nuevo por lo general se abstiene de todo eso, y suele temer si se embriaga. La llamada de Baudelaire, “¡Embriáguense, amigos!”, no tiene sentido para él.

Siento la tentación de escribir una versión juguetona, espuria, degenerada si se quiere, del texto de Senel Paz (o más bien de las tipificaciones, entre emblemas y conceptos, que él pudo aportar), una trama que en su momento funcionó, catártica, en varios niveles, al signar una época y servir de parteaguas en la narrativa cubana.

Una versión que admita su validez epocal y que, al mismo tiempo, revele la oreja, comida de hormigas, que encontró Jeffrey entre la hierba, en Blue Velvet, la notoria película de David Lynch. Una versión donde el Hombre Nuevo dialogue con un súbito Byronic Hero, a ver quién gana (en caso de que ganar o perder tenga importancia).