Horda de gatos cuánticos, a ver si lo real deja de ser una costumbre. Una horda, una tribu nocturna. Esencialmente a partir de la puesta del sol. Y no se trata de vampirismo, es algo mejor: darle la espalda al país. No tienes que cargar con él ni tenerlo en la frente.
Nadie tiene un salario allí, nadie trabaja, nadie recibe ofertas de empleo. Vivir gracias a pequeñísimos y fugaces negocios donde interviene (o no) el sexo.
Dos cosas amenazan al mundo: el orden y el desorden, dice Valéry. Dos cosas: sexo y no sexo.
Y, por otra parte, no te emplean porque vives en la noche y duermes por el día, sin país. Porque el país no te tiene, ni tú lo tienes a él.
Alguien pensó en darle uso a ciertas cajas medianas llenas de bolitas de silicona. Instrucciones prácticas: usted coge 10 bolitas de silicona y las echa en un recipiente de aluminio (un jarro comprado en La Cuevita, digamos), y pone el jarro en baño de María: el jarro dentro de una cazuela llena de agua que esté hirviendo. Y poco a poco las bolitas van derritiéndose hasta formar una pasta.
Las cajas (plástico y cartón duro) provenían de un contenedor ignoto y estaban almacenadas desde hacía tiempo. Su destino inicial era una vieja fábrica de baterías que los japoneses habían instalado en la que antes se llamaba Escuela Vocacional “Vladimir Ilich Lenin”.
Con 10 bolitas de esas se obtiene un litro de silicona. Sólo faltaría el molde a usar. O los moldes.
Los gatos cuánticos, tan imaginativos, ya saben cómo será todo a partir de ese hallazgo crucial: buscarán moldes de pingas en erección. Moldes reales, nada de diseños tontos copiados de la bisutería capitalista.
Además, uno de los gatos había tenido acceso a una carpeta de fotos de un proyecto inconcluso: 1000 Cuban Dicks. ¿Su autor? Un oscuro novelista convidado por las luminosas praderas germánicas de Taschen. Los editores estaban encantados. El proyecto fracasó debido a una perversísima indiscreción.
No todo el mundo quiere tener un home-made dildo, no hay que exagerar, pero sí muchísimas personas desearían tener uno. Por curiosidad, por aventurarse, por estar a la moda, porque una pinga real no es un objeto que esté a su alcance, o porque es no es nada complicado el uso de un dildo, que, según las feministas y las chicas trans, no es un objeto que se parece a una pinga, pues en realidad es la pinga la que se parece al dildo.
Des Esseintes, el célebre duque de Al revés, la novela más sediciosa del siglo XIX, estaría orgulloso de poseer algo así. Igual que su creador, J. K. Huysmans (pero antes de su conversión al crudo credo de la Cruz).
Ahora los gatos cuánticos, trabajadores de forja en algo que sería una actividad subsidiaria de la faloplastia, se sienten entusiasmados. El país ha quedado reducido al cuerpo, y el cuerpo al sexo.
Hay que ver a estos afanosos gatos estudiando las fotos de 1000 Cuban Dicks. Pero no es lo mismo tener fotos a mano que contar con diseños de moldes realistas. ¡No es igual!
Si vas a usar silicona, es distinto. Lo otro es una menesterosa sencillez para salir del apuro: agarras un palo de escoba, lo cortas a una medida adecuada y enrollas allí 2 pares de medias viejas. Lo fijas todo con cinta adhesiva. Después buscas espuma de goma en tiras y haces lo mismo: enrollar y fijar. Como no hay un glande o cosa parecida a mano, buscas una pelotica de tenis de mesa y la insertas en la punta del mejor modo posible. Por último metes todo dentro de un condón que quede muy ajustado, para que encima de ese coloques otro cuando vayas a usar tu rústica pinga casera.
Sin embargo, los gatos no aceptan la rusticidad. Anhelan, con loable ambición creativa, hacer algo de calidad y que sea menos costoso que esos artilugios comprados en Panamá y revendidos en La Habana u otras ciudades ¡por capitalistas de pacotilla!
Y entonces a uno de los gatos se le ocurre una idea brillante: contratar a tipos que necesiten algo de dinero y tengan pingas de tamaño generoso.
Esta labor (pensarla, hacer indagaciones, imaginar y discutir) es algo que termina por anular la presencia del país. A no ser que el país también sea (lo cual no se pondría en duda jamás) una pinga erecta o una vulva ansiosa, acicaladas por las consignas y en armonía con los desfiles y sus recovecos.
El ardor es el ardor. Ardor is ardor, dijo Nabokov.
Durante el desfile de un Primero de Mayo, hace ya muchísimos años, escuché detrás de mí una voz muy mexicana que le decía a una voz muy cubana: “Chiquita, cuando terminemos aquí nos vamos a tu piso a culiar bien rico”. Cuando me atreví a voltearme, vi a una señora de talante universitario, llena de pulseras de aspecto precolombino, junto a una muchacha que vestía una bata de médico y enarbolaba un cartel.
La libertad puede ser eso, por supuesto, y está muy bien que así se manifieste.
Los gatos ponen manos a la obra: la desaparición en ellos del imaginario ideopolítico del país no debe diferirse. Y dos miembros de la horda, una mujer y un hombre, se ajustan sus mochilas viajeras y salen a la calle con el pensamiento puesto en las formas de contratación y en cómo la concrecionarían. Y como no se ponen de acuerdo en un pormenor tan básico, deciden sentarse en el malecón cerca de la cascada del Hotel Nacional.
Hacen cuentas, rivalizan, se ponen hostiles. El sol va cayendo.
El gato macho saca un tomito de sermones de John Donne, en inglés (es un gato de altura) y se pone a leer con el propósito de calmarse. Cuando pasa media hora, la gata (que odia a los metafísicos ingleses) le lanza una mirada discrepante y trata de quitarle el libro.
“Vamos a darle aire a esto, estamos trabados”, le dice con dulzura. El gato la observa: “Tienes razón”, acepta. Y abandona los sermones. Hay una pausa mitigada por la brisa. “Vamos a singar, después podremos pensar con más tino”, dice el gato. La gata sonríe y baja con agilidad (es, en definitiva, una gata) hacia las rocas oscurecidas por el crepúsculo. El gato la sigue, oliéndola frenético.
Dado que aún no es tan tarde, cuando la fornicación acaba estos gatos scouts se montan en un almendrón que va rumbo a la Feria del Libro. El complejo Morro-Cabaña es el sitio ideal para estar a la mira y escoger. Hacen la cola, compran las entradas y caminan hacia el pabellón central, en cuya parte trasera están los urinarios.
“Ayúdame a elegir ahora, ahí dentro no podrás acompañarme”, le dice el gato a la gata. “Me encanta ver las artesanías que venden aquí», contesta ella medio lela y el gato se impacienta al notar su desinterés. Camina hacia los urinarios y queda apostado frente al urinario central. Así podrá mirar a derecha e izquierda.
Cuando ya casi ha transcurrido media hora y el gato se aburre de tener la pinga afuera, fingiendo que orina y arriesgándose a ser confundido con lo que en efecto es, un mirón, entra un tipo como de 40 años que se planta a su lado. Es un mulato medio gordito con aire de taciturno hombre de familia, y lleva una bolsa con algunos libros. Se saca la pinga y empieza a mear negligente.
El gato se siente feliz: ha encontrado un magnífico candidato que, además, le sonríe como diciendo: “¡Buenas tardes!, ¿cómo está usted?”, incluso cuando se percata de que el gato está admirando sin reservas su virilidad. Un breve diálogo (directo, eficiente y sin medias tintas) no tarda en producirse.
Dos días después ya está el desconocido entrando en la cueva donde los gatos conviven. Todos esperan con ansiedad el momento de usar la pasta de silicona. Los hechos ocurrirán como en Los misterios del organismo, una vieja e hipnótica película de Dušan Makavejev.
Mientras se realizan los preparativos, el jefe de los gatos mira con atención un documental donde George Steiner conversa con António Lobo Antunes en Cambridge.
Los scouts del proyecto alistan la silicona y tienden una cama personal con una sábana azul. “¿Dónde está el yeso?”, pregunta de repente el jefe de los gatos. “Listo”, murmura alguien. La gata scout le indica al visitante que se desnude y se acueste. Le pone crema hidratante en la pinga y empieza a estimularlo.
Cuando la erección es ya suprema e inmejorable, la resguarda dentro de un condón y luego dentro de otro (condones pequeños, para que ajusten bien) y rápidamente uno de los gatos aplica el yeso mientras la gata scout procura sustentar la erección: se desnuda por completo y aproxima su vulva al rostro del hombre.
“Mama todo lo que quieras, papito, es gratis”, le dice al mulato-hombre-de-familia, y el país empieza a desaparecer.
Un rato después el hombre se marcha. Se lleva en el bolsillo 20 CUC bien ganados. Con artística honradez y sin joderle la vida a nadie.
En el momento preciso los gatos cuánticos retiran los condones del molde. Es el primero. Faltan 9 para completar una fantástica serie de ofertas con precios estupendos. La silicona está en su punto y se disponen a verterla cuidadosamente. Tiene un bonito color verde azulado.