Intro
Adelantándome, digamos que agónico, a este tiempo de congojas, delirios e injusticias de una procacidad monstruosa —tiempo abstruso en una isla abstrusa y lamentable de la A a la Z—, compuse Unplugged, libro irredento que ama la proteica temeridad de la post-vanguardia y la post-verdad. Pude realizarlo gracias a una sucesión de unidades de sentido que, precisamente, se aferran al sentido. El libro querría sonar, a ratos, como una fanfarria —por el hombre común (Aaron Copland + Emerson, Lake & Palmer) a causa de su justificable y vacilante luctuosidad, tan procaz como cierta. Lo publicará en breve (y bajo los auspicios, diríase, del fantasma de Su Majestad Edgar Allan Poe) la editorial Casa Vacía, de Richmond, Virginia, regenteada por el escritor Pablo de Cuba Soria. En la contracubierta, más allá de alguna información personal que procura justificarme, se destacan las palabras del escritor Orlando Luis Pardo Lazo.
***
Aquí empieza el laberinto de maquinaciones y embustes de aquel en cuya sangre vive la impracticable idea de renunciar a lo que nunca tuvo. Aquí empieza la penuria, la mengua, la privación. Conjuras y tretas contra la noche viva, contra la soledad resistente, gallarda, longeva.
El poder de los muertos sobre los vivos. El poder de los muertos sobre lo que se considera vivo. La inexacta noción de lo vivo ligada a lo orgánico.
Debería estar cerca de las hojas caídas que recuerdo y de las raíces que evoco. Cuando, feliz, daba mis viajes a casa de mis padres a través de un misterioso bosquecillo, ¿era lo oscuro eso que entonces me auxiliaba? La caricia de lo oscuro. ¿La lobreguez voluntaria de quien sabe que sólo tiene el recurso de ocultarse dentro de sí?
La situación está de pinga, hermano. Qué tristeza.
Los ojos del hombre Sin Gracia, el hombre desgraciado, de la desgracia. Hombre menesteroso, sin acceso a la castidad, pero tampoco a la belleza ni a la voluptuosidad.
Testigo de los sacrificios, el misionero Diego de Durán ha visto cómo una hueste de doscientos sacerdotes armados de puñales extraía los corazones de ochenta mil prisioneros. Después sí que llovió.
He leído novelas victorianas publicadas anónimamente, en ediciones baratas, y que cuentan las aventuras de muy parisinas señoritas que por las mañanas posaban para Millais, Rossetti, Lawrence y Morris, y que por las noches, antes de la pobrísima cena, se dejaban coger en las esquinas de Dorset Street, Limehouse y Bethnal Green. Si quieres te cuento cómo lo hice 19 veces, una noche de septiembre de 1859, entre las 11 pm y las 5 am., un siglo antes de la célebre Revolución Cubana, dice una de ellas.
Niebla sarmentosa donde se esconden los buitres.
Nos hallamos en un sendero extraño, donde las piedras son oscuras. No avances más, me aconseja. ¿Por qué?, pregunto. Aquí los muertos hablan, pero allí caminan, me explica.
Sigo creyendo en la Revolución, dice, majestuoso, el juglar. Eres un payaso y estás lleno de triquiñuelas, le digo.
Ada, mi hada, Ada mía, mi ardor, mi Nabokov. Ada, mi hada meada.
Las postrimerías de la Revolución Cubana, en tiempos de una extraña atmósfera primaveral, se convirtieron en un gobelino polvoriento en el que todavía podía uno hallar extraños signos de virtud, como aquella ocasión en que, camino a casa del Hermoso Suministrador, vimos ella y yo a un hombre silencioso con una ardilla rojiza en el hombro. ¿Es una ardilla de verdad?, preguntó ella. Una ardilla, contestó el hombre. ¿Puedo hacerle una foto?, preguntó ella. Claro, aceptó el hombre. Gracias, dijo ella. Se llama Magali, añadió el hombre y sonrió, mirando hacia la cámara, mientras de arreglaba el cuello de la camisa.
Dicho sea de otra forma: regresar, con la mente del ensayo crítico, a un humus novelesco amorfo. Para que esta metáfora se comprenda acertadamente, tendría que decir que el humus está compuesto por fragmentos de semillas, polen, hojas, raíces, sangre, cortezas, huesos, flores, propóleos diversos, mucosas, trozos de piel, etc.
La Revolución es tan grande que, en oportunidades de absoluta obnubilación, llega uno a la ausencia de lastre. Eso se llama ingravidez. O privación gradual de materialidad. Y entonces uno se pega al techo, flotando como un ridículo globo de cumpleaños que ha sido inflado no con aire pulmonar, sino con hidrógeno explosivo.
¿O fue el alemán aquel que publicó Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente? Allí dejó dicho que La Habana era una ciudad maloliente y sucia.
La conciencia de la muerte se inicia en el sueño. Lo sé porque mi madre estaba en trance de morir y yo llegué y le di un beso y ella supo que era yo y me dijo que estaba esperándome. Y nos pusimos a conversar sobre mi vida en aquel tiempo, y después sobre las plantas aromáticas de mi jardín, y se entusiasmó. Entonces me dijo: Voy a dormir un rato, hijo, después seguimos hablando de la albahaca y sus virtudes. No despertó. Con mi padre ocurrió exactamente lo mismo, sólo que, tras dormir un rato, abrió los ojos y me miró. Qué bueno que sigues aquí, dijo y sonrió. E hizo una inhalación profunda y su corazón se detuvo.
Abro el balcón. Llovizna despacio y suavemente. Mujer con paraguas azul vende cigarrillos sueltos y café. La lluvia, enjuta, persiste sin embargo sobre la acera. Hay una paloma inmóvil en lo alto del tendido eléctrico. Sus costumbres no han cambiado. Son las mismas que las de otra paloma en algún campanario tedesco (E. T. A. Hoffmann), hace 500 años.
Se cayó el viejo edificio que está frente al agromercano. La Revolución, no. Porque, queridos camaradas, la Revolución es un monolito de titanio inútilmente roído por las ratas odiadoras fachas.
Florecita-Bebé regresa de la Biblioteca con un documento donde se certifica que realmente existo. También me trae el libro, mi libro. Son palabras del futuro y aún no las conozco, pero sé que son mías.
Dejen la tontería y piensen ustedes en un hecho: imposible seguir en compañía de lo legendario, la Revolución, la Utopía y esas engañosas sandeces. Todo eso se jodió ya, como le correspondía joderse. ¿Acaso podemos seguir como aquellos que se entregaban a Ossian, a las baladas del norte, a ese mundo mental donde el Medioevo se construyó, en el espacio romántico, a partir de tradiciones, sueños y secretos sombríos, hazañas heroicas, y un sentido por completo inestable y absurdo de la Historia, saturada de patrañas? ¡No podemos! Hace más de un siglo, el frío y los paisajes blancos dependieron de la estetización de la nieve y de los hielos, como se ve en aquel lienzo de Caspar David Friedrich: un barco encalla entre témpanos. O en aquel otro suyo donde un caballero (perfectamente vestido, por cierto) observa, desde lo alto de una montaña, un océano de nubes. La normalidad del absurdo es la consistencia de la locura.
Saltaba la luna injuriosa de un extremo al otro del cielo. En definitiva, ¿no era yo quien dormía en la arena helada, vestido de mujer, y un león apocalíptico olía mi sexo, lleno de confusión, sin decidirse a terminar con mi pobre vida de esclava? Fue entonces cuando apareció un mercader de fina gentileza, un mercader agraciado que antaño me regalaba joyas abstractas. Me poseyó a la manera de las ciervas y después, por una bolsa de monedas de oro, me vendió a unos bandidos del Hebrón.
De noche en el desierto no recuerdas cómo te llamas. Pero allí estaba el automóvil, lleno de polvo. Abrí la puerta y vi al hombre, o lo que quedaba de él. Se hallaba muy herido. Me pidió agua varias veces, y varias veces le dije que no tenía. Cuando me iba gritó: ¡Cierre la puerta, aquí hay lobos! Yo le advertí: No, no hay lobos, sólo tienes mucha sed. La escena parecía provenir de una película. Me asaltaron, avise a la policía, dijo. Ya casi no hay policías, repliqué. Vaya a alguna unidad de la PNR, solicitó con los ojos cerrados. ¿PNR?, dudé. Policía Nacional Revolucionaria, dijo. Pero hombre, ¿usted no sabe que la Revolución no existe ya?, exclamé.
Hay una obvia conexión entre esos emblemas depuradores y la ideología que, hacia fines de los años treinta en Alemania, convirtió las obras de Hans Bellmer, Otto Dix, Paul Klee y otros grandes pintores en “arte degenerado”. La Revolución también señaló a sus degenerados.
Benditos los matarifes, los recolectores de vísceras, los que manejan tripas en grandes carretillas de metal, dentro y fuera de los frigoríficos, para hacer la jamonada especial y el picadillo texturizado. La una y el otro se metamorfosean en las hostias sagradas de los pobres.
Entre quienes no tienen dudas se cuentan santos, asesinos seriales y tiranos.
Un escritor discreto es, por lo general, un escritor intenso. Lo que sea que esté asociado a mi presumible intensidad, ¿sería un indicio de desdicha y tribulación que me roe las entrañas usando un ariete de palabras que dejan una sensación de concavidad y hundimiento, de abismo y desaliento, de melancolía y cansancio?
La épica que existe en mi derrota puedo compartirla con unos cuantos.
Resulta curioso que la gráfica que aparece en la cubierta de El regreso haya sido hecha por Antonia Eiriz. Calibrando, desde la muerte, el paisaje que Calvert Casey pinta cuando escribe “En San Isidro”, las criaturas de Eiriz han venido a adquirir una condición de respaldo, de compañía. Pobreza, libertad, expansión, necesidad imperiosa de subsistir dentro de una alegría negada hasta el fin. San Isidro, un barrio, y los espectros pensantes y vivos de Antonia Eiriz. La llaga de la que nadie quiere hablar. San Isidro y Antonia Eiriz, ¿qué fusión colosal pervive ahí?
Conclusión provisoria: en lo que concierne a la escritura que produzco, hay un delicado equilibrio entre los símbolos y las acciones.
Eres un puto, me suelta ella. Como alza su voz desde una sombra que repentinamente oscurece parte de mi habitación, no sé cuál de estas diosas venerables (Euménides de afiladísimos dientes) se dirige a mí.
Y voy a despedirme ya, que todo esto ha sido demasiado largo. Espero que se olviden de mí en un tiempo razonablemente breve.
Pero por si acaso se me borra de la cabeza, he de decir que les deseo a todos los hijos-de-puta una larga y bonita estancia entre el fuego y los hielos del infierno, despedazados por bestias de mandíbulas inimaginables.
El olor a sangre humana me halaga, escribe un personaje de Esquilo.
Todo está en el sitio correcto y me siento feliz de saberlo.
Sigue brillando, diamante loco. Eso me gritan, creo. Shine on, you crazy diamond (Pink Floyd).
Maga oculis puris —uxor perpetua— hortus conclusus.
Adonde nos lleve el silencio.
De profundis clamavi ad te Domine.
Aun así, ¿no sería esto un relato “pensado”, un texto que se piensa a sí mismo desde su propia autoridad como ficción?

Cómo resistir a un dictador
La líder opositora Svetlana Tijanóvskaya analiza la oposición democrática de Bielorrusia y lo que necesita para ganar.