El día más largo del mes más corto

Si sigo escroleando me va a dar un coma diabético. Fotos de parejitas in love. Caption: “Mi persona favorita”. Soundtrack: “Creo en ti”, de Reik. 🙄

Fuckin Facebook. Me voy a IG. 

En IG el feed no está menos pegajoso, empalagoso. Me paso la lengua por los dedos. Babita de chupachú sabor frambuesa.

“Mija, esto es muy patético”, escribe Olivia en WhatsApp y me manda foto de un sonriente Andy de 33 años en Bumble. 

“Patético indeed”, pienso.

“Igual hoy es un mal día pa empezar en esta pinga”, escribe Olivia.

Igual tiene razón. Hoy es un mal día.

You asked me what it is I would want from us: i see laughter, dancing, deep conversations, poetry, curiosity, adventure…

Escroleo hasta encontrar este entre otros muchísimos mensajes en el chat con el muchacho flamenco.

Sigo leyendo.

“…and I hope that the absence of romance or sexuality doesn’t close us of to all these possibilities”.

En otras palabras: el muchacho flamenco no quiere singar más conmigo. Vuelvo a la mañana de domingo en que recibí su mensaje. Vuelvo a la madrugada de sábado para domingo en que tanto cambió dentro de mí. 

Babita de chupachú sabor frambuesa.

1, 2, 3, caderazo. Bailo bachata con Y en la pista vacía. Miro de reojo al muchacho flamenco. No me mira. Hielo. Un iceberg. 

Hoy es la primera vez que nos vemos después de un verano demasiado largo. La última interacción entre nosotros terminó en desacuerdo. Yo no entendía cómo alguien podía desconectarse tanto. Él solo hablaba de libertad.

Tengo que entrarle. Tengo que meterme de cabeza en esa agua glacial y ver qué hay debajo del todo.

1, 2, 3, la pierna de Y en mi toto. Toda la intención en esa pierna. Miro al muchacho flamenco cuando debería mirar a Y. Cuando debería “vivir el presente”, en palabras del muchacho flamenco. Pero me agarro al pasado, aunque todavía no sé que lo es.

Se acaba la canción. Ni sé qué pasa con Y. No me importa. Desaparece de la escena. El iceberg, además de iceberg, es imán. Me acerco.

—Estás distante —le digo.

—Lo estoy. 

Shutdown emocional momentáneo. Su respuesta no da espacio ni a un “¿por qué?”. Dolor de puerta cerrada en la perra cara.

Después de tres temas de perreo intenso que bailo y sudo sola, me dice que se va. 

—No —le digo.

Él no se va. Él no se puede ir. Él va a hablar conmigo.

Dolor de puerta cerrada en la perra cara.

Estamos sentados en una escalera al lado de la discoteca. Ya le he preguntado qué quiere él de nosotros, ya me ha respondido en zigzag. Solo hay algo claro entre tanta curva: no hay un “nosotros”.

Caminamos por Cáceres hacia Embajadores. Él tiembla debajo de su T-shirt blanco de algodón. Así de pronto el verano se volvió otoño. Sin avisar.

En la esquina de los andamios la despedida se extiende.

El muchacho flamenco me abraza. Permanece. Me desespera su actitud ambivalente.

—Suéltame —le digo—. Suéltame o te muerdo el cuello. 

Su risa como respuesta en mi oído. 

Me suelta. Me alejo. Doblo la esquina. 

A mitad de cuadra no puedo conmigo y regreso. Llego a la esquina. Lo veo caminando de espaldas, las manos en los bolsillos. Grito su nombre. Él regresa. Llega hasta mí.

—No entiendo —le digo—. Nunca antes me había pasado esto. Nunca nadie que me gustara tanto como me gustas tú no había sentido lo mismo por mí. No entiendo… Ayúdame, que me ahogo.

Estoy frente al espejo del baño. Me maquillo. Me miro. “No entiendo cómo alguien puede no querer singar conmigo”. Los audios que Olivia sigue mandando me sacan de mis pensamientos. Su primer día en una app de citas cunde.

Camino al encuentro de una escritora que se ha leído mis textos y quiere conocerme. Voy por Cáceres, hacia Embajadores. La fuckin irony.

La escritora me manda un mensaje diciendo que el sitio que elegimos está muy lleno. 

“Sí, yo me lo imaginé, porque como es 14 de febrero, después lo pensé. Dije: ‘Ay, esto va a ser difícil, que ese lugar esté como vacío… o, bueno, que esté como bien pa hablar’. Estoy a cuatro minutos. Casi llegando…”

Ayúdame, que me ahogo.

Envío el audio mientras camino. Respiración agitada. No quiero llegar tarde. Ni un minuto tarde. Superstición, TOC… ambos inclusive.

Llego al bar. Demasiado lleno, demasiado iluminado. Nada más alejado del love.

—Esta gente no parece nada enamorada. Creo que no saben que es 14 —me dice la escritora.

Nos movemos a un sitio más tranquilo. Una casa de té y hooka justo frente a la escalera del zigzag. Todo conspira a favor del recuerdo. De ese recuerdo particular. No podía ser de otra manera.

Con la escritora hablo mucho y de muchas cosas. No paro. Por momentos siento que la agoto, que hablo de más. Siempre esa sensación de oversharing, como un asco conmigo misma por haber contado tanto. 

Me despido de ella en la esquina que está justo frente a los andamios. Cruzo y no puedo evitar sonreír. Siempre sonreír para no doler demasiado. Igual ya es casi un dolor fantasma. Una cicatriz que insiste en joder en días húmedos.

Llego a mi cuartico. Me tiro en la cama. Empiezo a tocarme. La cancioncita de Miley repitiéndose en mi cabeza. No quiero ser obvia, pero a veces no queda otro camino. 

Miley subiendo la lomita con su vestido dorado. Miley haciendo CrossFit, mientras mis manos van queriendo a mi cuerpo como nadie sabrá quererlo jamás. La obviedad.


© Imagen de portada: Skyler King.




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Papel cartucho

Claudia Muñiz

En mi historia personal, el hecho de ser “color cartucho” ha supuesto un gran privilegio. Al mismo tiempo es una fukin maldición. Entrar en esa bolsa me ha ubicado en una posición de indefinición. Una suerte de inopia racial.