La puta en el país de los no acontecimientos

Me acerco con imperdonable tardanza a La puta y el hurón (Éditions Fra, 2020) de Martha Luisa Hernández Cadenas. Debí hacerlo el año pasado cuando nos corroía la ansiedad y a mí, con ella, un dolor en el cuerpo que aún no me abandona. Quizá por eso, por pura intuición, relegué su lectura. ¿Cómo acercar mis músculos crujientes a otra fuente de dolor asegurada? Abrir y cerrar las páginas de este libro fue, durante un tiempo largo, ritual de desesperanza para mí; es decir, para el país de donde vengo, el que soy y desde el cual la narradora de esta novela tan bien acompaña. Pero la angustia con garantías es abismo y así fue como me di a él, que era además mi palabra empeñada con el editor y sobre todo con la autora. 

Leer a Hernández Cadenas ha sido un viaje doble, como estar en medio de la carretera central de la Isla en donde solo ves la senda de ir y casi nunca la de volver; pero desde esa estrechez y solo con alzar la cabeza, la inmensidad de las palmas a punto de morir te hace dar un salto al cosmos. Precariedad insular versus posibilidad infinita. Muerte real versus muertes simbólicas. Hambre versus carne. Hastío versus acontecimiento. Martha Luisa versus Alain (Badiou).

Y es que cada página del texto fue así un llamado a recordar al filósofo francés. Esa idea deliciosamente instalada por él para explicarnos qué es un acontecimiento verdadero y cómo aquello que irrumpe e interrumpe en la superficie de lo dado crea profundas rajaduras en el tejido de la realidad convencional, instituida. 

A partir del gesto que dibuja en La puta y el hurón un arco temporal y tomando como referencia dos puntos (A y B) aparecen los también dos acontecimientos que estructuran la novela. Acontecimiento A es aquel igualado a la muerte de Fidel Castro que, como bien declara Badiou, sería eso que no podía suceder; pero a la vez ya está allí y, en lugar de hacerse verdad, se convierte en otro relato inverosímil. Acontecimiento B es aquel igualado a la muerte de R, una suerte de Fidel de carne y hueso, un Fidel depredador, lascivo y endrogado. 

Sin embargo, el acontecimiento B se diferenciaría del A en la medida en que impone una realidad palpable: un trauma de babas, una investigación, una estación de policía, unos dineros robados que en realidad le pertenecen a la puta por sus sempiternos servicios. Fidel muere para dejar tras de sí la nada nacional. R muere para dejar tras de sí más precariedad en forma de hambre; es decir, el todo de una familia abandonada por ambos machos violadores. 

El acontecimiento de la muerte espuria de Castro provoca en fin una hemorragia de muertos reales más allá de la de R; muertes que componen, ahora sí, el todo del arco narrativo y no solo sus puntas. Ahí quedan el amigo del pre que se suicida y el cuerpo llorado del abuelo. Ahí quedan, además, la amiga exiliada (siendo el exilio una forma de orfandad para quienes quedan detrás) y el otro amigo encarcelado. Ambas formas/acontecimientos son también muertes. Muertes que la protagonista sí podrá llorar u odiar, pero que traerán al relato la verdad que el megamuerto Fidel y su muerte como megasuceso le negara. 

Evoco a Badiou mientras leo La puta… porque casi ningún texto de los que conforman el archivo cubano me ha hecho tan palpable aquella idea suya de que la realidad que percibimos es la que tiñe el mundo que habitamos, donde nuestra existencia no es sin otros, sino que por el contrario hay un estar-con-otros y que justo es allí donde se produce un proceso de anudamiento entre las representaciones simbólicas y el imaginario de las significaciones en juego. 

Cuando Hernández Cadenas asevera “Fidel es una idea” (p. 20); no está haciendo más que desmontar el panteón patriótico, lo cual produce un estrepitoso colapso de la articulación simbólico-imaginaria que el propio Fidel sería. Todo queda en suspenso y comienzan de inmediato a generarse dentro y fuera del texto nuevos horizontes, otros mundos dentro del imposible del discurso único que imperaba hasta ese momento. Determinados flujos se liberan, los sujetos que orbitan en torno a ese acontecimiento forman parte del proceso y una verdad alucinada y débil; pero verdad al fin, comienza a construirse.

Muchos otros son los derroteros que el relato propone. Muchas las maneras de ponernos frente al espejo y producir desde lo establecido doloroso nuevos campos de comprensión para Cuba. 

Aquí todo héroe se desvanece frente a una madre que también colapsa por hambre y enfermedad. 

Aquí los hurones machos igualan las consignas del horror. 

Aquí se denuncia la homofobia nacional y la violencia dentro de las instituciones. 

Aquí la misma madre que padece puede llegar a ser cómplice del abusador (hurón) y una se queda con algunas preguntas pendiendo del cerebro: ¿será que también en La puta y el hurón esa madre vendrá a significar Cuba? Da miedo. Da espanto responder. 

Porque lo que sí no deja espacio para la duda es que este país al que Martha Luisa Hernández Cadenas asiste es sobre todo una superficie desgastada. Un lugar que ha perdido eco o razón en las descripciones antropológicas al uso. “La televisión debería ser más comercial, debería entender que una despedida es una obra de teatro que produce lágrimas, que menos es más, que nada es demasiado tremebundo, ni la biografía de un hombre ni las pupilas de la gente en la calle” (p. 43). Uno en el que las niñas se autoperciben como putas y los abortos, la tan instalada violencia de género y la pobreza conviven con absurdas campañas para erradicar al Aedes aegypti. ¿Cuántas generaciones de cubanos tendrán que seguir esperando para ver erradicado a un mosquito que no es lo peor que nos sucede; pero que a la par nos da sentido?

Y en relación con la anterior, una pregunta más: ¿Cuántas generaciones procurarán, tal y como lo hace Hernández Cadenas en esta novela, una etimología de “lo cubano” donde realmente mirarnos y reconocernos?

“[…] lo cubano en el hambre, lo cubano en la entomología, lo cubano en la prostitución, lo cubano en la policía cubana, lo cubano en la historia de la rebelión de la generación del centenario, lo cubano en Lunes de Revolución, lo cubano en los actos de repudio, lo cubano en aquello que ni yo ni mi novio —el filósofo— vivimos” (p. 62). 

Aquí nadie dará respuestas. No las darán ni Martha Luisa Hernández Cadenas ni sus personajes. Esta no es una novela a la que el estimado lector o la olvidada lectora deban aproximarse buscando la satisfacción hecha acontecimiento; aquello de tal cosa me cambió la vida. Aquí no hay vida sino una perenne deriva; aquí “[l]a realidad terminó casi igual que la ficción, no había príncipe ni serpentinas, todo era (es)* silencio” (p. 133). Aquí “[p]ara no convertirse en hurón lo mejor es no hacer nada, vivir del aire, de las fiestas y el sexo pueril, de la desesperanza” (p. 134).


*El paréntesis es mío para marcar la perpetuidad del evento.




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‘Mi bandera cubana’. ¿Un poema de José Martí?

Jorge Camacho

Mientras investigaba la historia de la migración cubana a Estados Unidos, di con una antología de poemas publicada en Puerto Rico en 1900, en la que apareceincluido un poema desconocido firmado por José Martí.






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