En nosotros, Pablo

Abro los ojos y hago la primera acción de todos los días. No lo puedo evitar, soy una millennial; tardía, pero millennial al fin y al cabo. 

Abro el fukin cell y ahí está su foto repetida mil veces en todos los posts. Intento refugiarme en la noción de lo esperado. En la muerte anunciada. Consigo no sentir. Tengo una reunión importante, un pitch que nos puede cambiar la suerte y la de nuestro proyecto. No puedo permitirme entrar en este mood

Pero el mood está ahí, como un animalito agazapado en algún lugar cercano a la glotis. Se enrolla sobre sí mismo y simula dormir.

Enciendo una vela en mi altar. Pongo en Spotify su perrísimo disco cantando boleros en Tropicana y empiezo a maquillarme. Acciones cotidianas, gestos para camuflar el peso de la partida. Resulta efectivo la mayoría de las veces. Anestesia contra el dolor.

Preparo desayuno, una acción fuera de lugar, anacrónica en mi rutina. Es evidente que algo no anda bien por ahí dentro, pero insisto en que sí y me pierdo en lo caliente del té.

Juls llega y ya sé que sabe. Lo ha visto también. Ha llorado. 

—Estoy bien —le digo—. Ya lo sabía. Desde el primer día de la noticia de su hospitalización. Lo sabía. Como siempre. 

Ahí está su foto repetida mil veces en todos los posts.

“Soy una dura”, pienso. “Lo he conseguido”. No sentir. No llorar. Soy una dura.

En la reunión estamos dispersos. Nos faltan piezas. Nos sobran titubeos. Nuestra producer, de alguna manera, le dedica el pitch a Pablo. 

Los que nos escuchan se montan en nuestro carro. Es demasiado grande él. Inmenso. Nos ha tocado a todos. Nos ha partido con su voz todas las veces. 

Termina la reunión. Es difícil descifrar la sensación que provocamos en el room pero en general quedamos contentos. Ya no está en nuestras manos. 

La producer nos da algunas notas para trabajar el material que debemos enviar como seguimiento al pitch. Juls se va y vuelvo a los boleros en Tropicana. 

Ya lo sabía. Desde el primer día de la noticia de su hospitalización. Lo sabía. 

El clima de hoy en Madrid no ayuda. Plomizo. Líquido. Como para esconder la cabeza debajo de la almohada y no salir más hasta que regrese el azul. 

La soledad de la casa + los boleros + la amenaza de lluvia-Pablo es una ecuación demasiado difícil para resolver solaNecesito compartirPostear

Cuando te vayas de mí 
Muy quedo te seguirá mi canción del alma.
Tendrás mi eco de amor en tus recuerdos.
Por eso en vano te irás 
y me seguirás queriendo.

Canta Pablo y no puedo evitar hacer un video del altar, de la vela, de todos ellos, mis ancestros, como plañideras quietas de mi ceremonia particular. Pero sigo seca. No siento nada aún.

Me pongo a trabajar sobre las notas de la producer. Los boleros de fondo, bajito. Acompañando la lluvia.

Termino de trabajar. Adjunto el archivo. Email sent.

Los boleros de fondo, bajito. Acompañando la lluvia.

Caliento el almuerzo y me voy a mi habitación a comer. La vela del altar aún arde. Se resiste a morir.

Posteo el video en mis stories. Sigo viendo el rainfall de posts de despedida mientras me empujo el bacalao a la portuguesa. Se me hace difícil tragar.

Y si vagando sin mí a solas,
ves una estrella cruzar la noche,
Es que te dice por mí te amo
y es que tú sigues en mí viviendo.

Canto sin separar los labios, mentalmente.

La imagen de mi padre me viene tan clara, con una intensidad que no presentía. El animalito se desdobla y deja de ser dócil. Crece y crece. Se convierte en algo sin nombre dentro de mí. Explota por mis ojos, por mi nariz, llena el cuarto. 

Siento que mi padre ha muerto de nuevo. ¿Cómo se soporta esto? ¿Cómo se hace para dejar de sentir que la soledad es algo palpable, denso? Una fiera rugidora. Mi padre no tiene por qué morir dos veces. ¿Qué es esto? 

Canto sin separar los labios, mentalmente.

Lloro todo el rímel sobre el almuerzo. La tarde se fue a la mierda. 

En WhatsApp un amante al que no veo desde 2014 me escribe. Se le ha ido un vuelo y está en Madrid por una noche. Quiere verme. 

Le respondo:

“Hola, Hendrix. Hoy estoy trabajando en el piloto de mi serie y otras cositas, pero imagino que sobre las 8:00 ya estaré free”. 

Tácticas escapatorias. Igual tengo muchas ganas de verlo.

Vamos de un sitio a otro. Bebiendo, comiendo, gastando suelas por el centro. Hablamos como nunca lo habíamos hecho. Ya no tenemos aquella edad, ya se nos ha ido. “Por suerte” pienso.

En la cama del hotel lo miro. Su cara muy cerca de la mía, muy parecida a la mía, un gato. Es demasiado hermoso este hombre. “Un hijo nuestro sería lo bello”, pienso. “Qué buenos genes han ido a coincidir sobre una cama”, pero no digo nada. 

En mi cabeza esta idea es muchísimo más light de lo que pudiera sonar en palabras. It won’t translate well. Me callo.

Lloramos todos. Lo lloramos.

Desde la ventana del hotel la lluvia parece un spray de vapor sobre la ciudad. Él se ha ido. En las sábanas, marcada, la forma de su cuerpo. Es ya la hora. Salgo.

En la plaza de Tirso De Molina me encuentro con Juls, con Manolo, con mi primo. Se van sumando amigos. Todos llevan flores que acaban de comprar. Juls comparte conmigo las suyas. 

Caminamos bajo el spray frío hacia Cibeles. Entramos. El aire es cálido por fin. Una periodista me asusta con una pregunta banal sobre Pablo. No sé qué decir. Divago. Estoy segura de que mi respuesta no saldrá en ningún reportaje.

Juls y yo decidimos, sin hablar, que le pondremos las flores juntos. Nos paramos frente al féretro. Le digo que vaya con luz, que nos siga alumbrando, le doy las gracias. La despedida que no pude tener con mi padre.

Al salir, hay gente firmando un libro de condolencias. No le veo mucho sentido. No entiendo estos gestos. No sé bien para qué sirven. 

Me voy. A la calle, al frío. Necesito respirar de nuevo. Nadar hacia la superficie. 

El aplauso final es lo que nos une.

Nos quedamos en los alrededores hasta la tarde, cuando van a sacar el féretro. Somos muchos parados a ambos lados de la entrada. 

Hay como una guerra de canciones. Unas más comprometidas, más políticas. Otras, las nuestras, más íntimas, esas con las que dimos el estirón, no solo físico. Lloramos todos. Lo lloramos. Sale el sol.

El féretro avanza y divide dos orillas de cubanos. El aplauso final es lo que nos une. “¡Bravo Pablo!”, grita mi primo. Me duelen las manos de aplaudir y del frío.

Al ver el carro fúnebre alejarse hacia la Puerta de Alcalá, me vienen la voz de Elena y de Pablo en otro dueto soñado:

Y en cuanto a la muerte amada
Le diré, si un día la encuentro
“Adiós, que de ti no tengo
Interés en saber
Nada
Nadaaaaa…”




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Papel cartucho

Claudia Muñiz

En mi historia personal, el hecho de ser “color cartucho” ha supuesto un gran privilegio. Al mismo tiempo es una fukin maldición. Entrar en esa bolsa me ha ubicado en una posición de indefinición. Una suerte de inopia racial.