Censura ideológica y cultura de la cancelación. Una historia personal

Me fui de Cuba por muchas razones; podría enumerarlas, la lista es larga. Pero una de las más poderosas tiene que ver con la censura. No me las quiero dar de duro ni de censurado, como hacen otros que viven de ese cuento. Me niego a minimizar un ejercicio tan macabro y perverso que se estableció como política de Estado desde hace décadas y que es una suerte de deporte nacional. No soporto que me editen con criterios ideológicos. En Cuba mis textos salían mutilados: “Eso está muy fuerte”, decían algunos editores. Otras veces, en cambio, no se explicaba cómo, por arte de magia, habían desaparecido algunos párrafos o se había suavizado la redacción. 

En 2007 le escribí a Roberto Fernández Retamar varias cartas, le pregunté por qué la mayor cantidad de ejemplares de mi libro Del otro lado del espejo. La sexualidad en la construcción de la nación cubana —premio Casa de las Américas en la modalidad de ensayo sociocultural de 2006— no había llegado al país. Tenía organizadas varias presentaciones dentro y fuera de Cuba, tuve que cancelarlas. El texto resultaba problemático para la oficialidad porque en uno de sus capítulos criticaba la política del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), dirigido por Mariela Castro, y la homofobia estatal. En 2007, por cierto, me enteré en Montreal, tomándome unos whiskies con una de las integrantes del jurado, que el historiador Eduardo Torres Cuevas, el único cubano, había votado en contra del libro. Nunca le dije nada, pero cada vez que me lo encontraba, tarareaba en silencio el estribillo de un viejo tema de la orquesta de Elio Revé: “Yo sé que tú sabes que yo sé…”.  

El autor de Caliban, por su parte, me explicó en sus cartas que había un “retraso” con el barco que debía llevar los libros a Cuba desde España. Consideré que aquello era un timo y que estaba subestimando mi inteligencia. El intercambio se calentó un poco y terminó en una reunión en la oficina de la vicepresidenta de la institución, Marcia Leiseca. En el encuentro estaban, además, Roberto Zurbano, entonces al frente del Fondo Editorial de Casa de las Américas, y Jorge Fornet, director del Centro de Investigaciones Literarias. También fue convocado el escritor Ángel Santiesteban, que había ganado el premio de cuento el mismo año, con Dichosos los que lloran. El libro de Ángel también debía llegar en el barco. 

Con la típica jerga burocrática del censor, nos explicaron que ya los libros estaban en camino. Llegaron dos años después, pero ya el daño estaba hecho. Nunca pude ver el libro en ninguna librería, lo desaparecieron. En 2013 Zurbano sintió también el rigor de la censura —lo que llaman ahora cancel culture (cultura de la cancelación)— cuando fue separado de su cargo por haberle dicho a The New York Times que para los negros cubanos la Revolución aún no había comenzado. Sobre cancel culture hablaré más adelante. 

En 2006 pude conocer otras caras de la censura cuando trabajaba como jefe de redacción de Catauro. Revista cubana de antropología de la Fundación Fernando Ortiz. La publicación está a cargo de Miguel Barnet. En el número de junio de ese año, se publicó un ensayo científico de la investigadora Juana María Jiménez Hernández sobre la mendicidad en La Habana. El material estaba muy bien documentado y venía acompañado de un conmovedor archivo visual, pero al director le pareció “muy fuerte” y decidió intervenir. El texto salió sin las fotos y con un título chistoso y eufemístico: “Otredades antropológicas de la marginalidad”. Términos como mendigos o mendicidad no podían aparecer, había que esconderlos tal y como hace la policía para no dañar la imagen de la Revolución. Este tipo de malabares y las pocas oportunidades de desarrollo profesional me llevaron a abandonar la institución poco tiempo después. 

La última vez que experimenté la censura en Cuba fue con una reseñita sobre el corto Camionero (2011), de Sebastián Miló. El filme exploraba la violencia escolar y mi texto conectaba el bullying con la pedagogía revolucionaria y el proyecto del hombre nuevo. Lo envié a la revista Cine Cubano, y luego de meses sin respuesta, escribí para hacer un follow up. La editora me respondió el email con un breve mensaje en el que me convidaba a pasar por la oficina para hablar del asunto. “Es mejor hablarlo en persona”, trató de disuadirme. Sabía perfectamente de qué iba la cosa, un email deja huellas, rastros, pruebas, un lujo que los censores no pueden permitirse. Nunca le contesté. El review se publicó dos años después en Diario de Cuba.


Cruzando el charco. Lenguaje neutro, censura ideológica y polarización política 

Cuando salí de Cuba a fines de 2012 buscando una nueva vida, pensé que además de mi familia, había dejado atrás una serie de prácticas que asociaba a la vigilancia de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR), al Partido Comunista (PCC) y a los comisarios y censores culturales. En Estados Unidos, por ejemplo, la libertad de expresión (Freedom of Speech) está protegida por la primera enmienda de la Constitución. Es un derecho humano y constituye uno de los pilares sobre los que se sustentan las democracias occidentales. 

Bajo este principio se protege la libertad de un individuo o una comunidad para articular opiniones e ideas sin temor a represalias, censura o sanción legal. “Pretty… prettyyy good, pretty good”, diría Larry David en su show Curb Your Enthusiasm, que se transmite por HBO. La traducción del título de la serie, en buen cubano, sería algo así como Cuidado con tu optimismo. Eso mismo le respondió Frank Delgado a Willy Chirino cuando la canción “Ya viene llegando” se convirtió en un hit en la década de 1990. 

Yo también tuve que contener mi optimismo y entusiasmo. Aunque vivo en un país democrático también he tenido que enfrentar la censura. Sabía del calado de la propaganda revolucionaria en el imaginario global, pero nunca imaginé que gran parte de las revistas y periódicos internacionales cuidaran con tanto recelo la figura del dictador Fidel Castro y la imagen de la Revolución. En cada medio un Comité, Comiteeé… 

Si en el mundo del cine y la televisión a los actores cubanos se les exige que tengan un acento “neutro” para poder trabajar en telenovelas de Univisión y Telemundo, las editoriales y magazines invitan a los escritores e intelectuales cubanos que tengan también un lenguaje ideológicamente “neutro”. Eso implica que el régimen cubano es intocable y que la crítica debe hacerse “dentro” de la Revolución. Hay excepciones, claro. 

El panorama era desolador, no había medios independientes, solo teníamos a Diario de Cuba y Cubaencuentro. En aquel momento no existían plataformas editoriales como HypermediaRialta o El Estornudo, que les han dado espacio y voz a muchos cubanos del exilio y a otros a los que desde Cuba, les sería imposible publicar lo que escriben en los medios gestionados por el PCC. 

Las grandes editoriales, por su parte, solo publican a autores cubanos cuyas narrativas encajan y se adecuan al canon y a la visión edulcorada y colonial que tienen sobre la Isla. Dicen que Cuba no tiene mercado, pero quieren seguir reproduciendo una imagen feliz y exótica para fellow travelers o turistas ideológicos de la izquierda Disney. Recientemente nos enteramos de que La fiesta vigilada (2007), de Antonio José Ponte, salió en Anagrama solo después de que Juan Villoro habló con Jorge Herralde. Otros escritores solo han publicado en casas de reconocido prestigio después de haber ganado algún premio literario; de lo contrario, sus textos hubieran tenido que tomar otros destinos. 

En 2015 comencé a experimentar lo que hoy es un fenómeno que ya nadie puede obviar. Se trata de una polarización que rige el mundo de la política y de la cultura. Esta ola empobrece los debates y los desplaza a otras zonas que nos separan de las discusiones que más nos deberían preocupar. La fuerza que han tomado las ideas extremas ha tenido serias consecuencias para las democracias occidentales. 

Ese año recibí una solicitud para una entrevista. Dolores Curia, periodista del suplemento cultural del diario Página 12, me escribió para que respondiera unas preguntas sobre la política sexual de la Revolución. Hablamos por teléfono un par de horas, entonces yo vivía en Nueva York. A los pocos días me escribió para hacer una “nueva” entrevista. Ese gesto me pareció un poco raro, sospechoso, pero volví a hablar con ella. Pasó un tiempo y la periodista me envió finalmente el borrador. Aquello era un engendro, un collage que copiaba citas de otros ensayos y entrevistas anteriores, pero de nuestras conversaciones había quedado muy poco. Al cotejar el material con la grabación que hice de nuestras llamadas, advertí que había cosas que ni siquiera dije, y a otras ideas se les había cambiado el sentido. Le respondí: 

“Querida Dolores, no lo tomes a mal, pero, para ser sincero, no me siento cómodo trabajando de este modo. Este es justo el tipo de decisión editorial que debió haberse comunicado al entrevistado de antemano. De haber sabido esto, no hubiera accedido. ¿Dónde quedaron las dos horas de la entrevista que se hizo la primera vez en Nueva York? Esto que me has mandado forma parte de argumentos que ya he dicho en mis textos y no quiero reciclarlos, no de este modo (…). No sé por qué presiento que asuntos de ‘fuerza mayor’ están interfiriendo en este tema; pero tal y como lo planteas no me interesa seguir adelante con esta ‘entrevista’”.[1]

¿Qué pasó aquí? Es probable que a los encargados de la publicación, con lazos afectivos con el régimen cubano, les haya resultado incómodo el material y hayan presionado a la periodista. Nunca lo sabré, tampoco es que me interese mucho. Dolores Curia escribió apenada: 

“Querido Abel. Entiendo perfecto lo que decís, y lo comparto. A mí también me molestó mucho tener que recortar tanto la entrevista. Me reuní con la editora y conseguí que me diera más lugar para incluir el tema del travestismo de Estado y demás cuestiones relacionadas con el contexto actual. Voy a agregarlas a la nota si es que todavía vos estás de acuerdo en continuar con esto. Un beso y te pido disculpas por las idas y venidas”.[2]

No se trataba de espacio editorial, sino de burda censura. Ni en Cuba había pasado por algo así. La nueva versión que envió era peor. Volví a replicar: 

“Solo voy a aceptar seguir si se respeta la trascripción de la entrevista que hicimos la primera vez en NYC. Eso no es negociable, no me gusta que me editen con criterios ideológicos o criterios extraintelectuales, por decirlo de algún modo (…). Me da tristeza cuando pasan estas cosas, cuando medios internacionales funcionan como dependencias del Estado cubano o como un branch [sucursal] de un partido. En fin, disculpa la sinceridad y entiendo que hay cosas que te sobrepasan”.[3]


“Yo no hago eventos anticastristas o antirrevolución cubana”. MacNally Jackson Books y la cultura de la cancelación

En el mundo de las ideas, la censura ha pasado a otro nivel y ha generado un fenómeno que se conoce como cultura de la cancelación (cancel culture). Tiene que ver con un ejercicio de boicot económico y moral a ideas, personas o instituciones que violen las “normas de justicia social” establecidas. El problema con esta práctica de cancelación es el carácter selectivo y el sesgo ideológico en el que se articula. Si la idea es anular o atacar todo lo que vaya en contra de la “justicia social”, el régimen cubano y sus símbolos deberían ser criticados severamente, como lo están, con razón, las estatuas de confederados, por estar conectadas a la trata de esclavos y a las plantaciones. Sin embargo, no ha sido así, porque el castrismo forma parte de los malentendidos y los imaginarios de la izquierda. Bajo el amparo de la cancel culture se despiden editores, periodistas, profesores universitarios, o se atacan compañías. Goya Foods, por ejemplo, estuvo recientemente en medio de un vendaval porque un ejecutivo de la empresa tuvo el dislate de agradecer en público a Donald Trump. 

La cancelación cultural se ha convertido, junto con la COVID-19, en una nueva pandemia, dijo recientemente Roberto Brodsky cuando analizaba la hipocresía de una carta firmada por más de 150 intelectuales el pasado 7 de julio en la revista Harper’s. En el panfleto, las “celebridades” alertaban acerca de la falta de pluralismo, del peligro de la censura ideológica y del riesgo en que se encuentra la libertad de expresión. 

He tratado de articular mi ciudadanía a través de un consumo responsable, comprometido social y políticamente, hasta donde mi bolsillo me lo permita, claro. Buy local, consume local es más o menos mi concepto. No lleno el tanque de mi carro en estaciones de CITGO porque sé que está asociado con el régimen venezolano. Tengo un Iphone, no puedo evitarlo, aunque estoy consciente de todo lo que hay detrás de su producción. En el plano ideológico trato de ser lo más plural y abierto posible, aunque no comulgue con ciertas ideas. No vivo la política como una religión conectada a los afectos y a las emociones, sino al ejercicio crítico dondequiera que viva. Considero a los políticos como servidores públicos y creo que un sistema, cualquiera que sea, necesita estar bajo escrutinio constante para prevenir, precisamente, giros autoritarios y antidemocráticos. No soy ni republicano ni demócrata; de hecho, me he declarado independiente.

Sin embargo, también he sentido de alguna manera el rigor de la cultura de la cancelación. Lo cuento brevemente. En julio de 2019 se publicó bajo el sello de la Editorial Hypermedia mi último libro. Se trata de Fidel Castro. El comandante Playboy. Sexo, Revolución y Guerra FríaCuando empecé el proceso de promoción, me gustaba la idea de presentar el libro en Miami y en Nueva York, una ciudad en la que había vivido cinco años y a la que le tengo especial cariño. En Nueva York se habla mucho español y cuenta con varias librerías que venden libros en ese idioma. Una de ellas es MacNally Jackson Books, ubicada en Prince Street, en Nolita. He ido mucho al sitio, queda muy cerca de mi universidad, tiene tremendo swing y un buen ambiente. 

El encargado de los libros en español es Javier Molea, un uruguayo que lleva viviendo en la ciudad algún tiempo. La descripción de su empleo es Foreign Language Manager. Le escribí para preguntarle acerca de la dinámica de la presentación y de las posibles fechas. “Hola Abel, gracias por escribir… de qué va, yo no hago eventos anticastristas o antirrevolución cubana…”.[4]

Wow!! Sí, lo siento, esa fue mi primera reacción cuando leí su primer email. Aquello no pintaba bien y saltaron todas las alarmas. Le contesté en cuanto pude. “Hola, Javier. Gracias por tu rápida respuesta. Me pregunto qué entiendes por anticastrista. No me siento cómodo con esas etiquetas y trato de situarme fuera de esas narrativas, identidades políticas y lugares comunes. No hago activismo sino Historia”, le dije.[5] Le comenté que el libro era un relato diferente sobre la Guerra Fría, con un archivo raro y prácticamente desconocido. 

Media hora después ya tenía otro mensaje en mi bandeja de entrada. “Hola Abel, es muy simple, no me siento cómodo haciendo eventos que se burlen de Fidel Castro y de esa forma alimentar cierta ideología que no comparto. Más allá de mi simpatía o no por Fidel, que es irrelevante en este caso, la línea que no cruzo es la burla hacia un personaje histórico que mucha gente admira, y más en estos momentos de un continuo ataque a la nación cubana por parte de esta administración. No me queda claro qué pueda pasar en tu evento y con tu libro…”.[6]

Doble Wow!! Traté de mantener la calma y respondí. Le expliqué que era un libro serio, respaldado por una investigación y por mi desempeño profesional como historiador y como graduado de una de las universidades de Nueva York. Quise distender la cosa con un c’mon coloquial del que hoy me arrepiento. Ni modo, volvió a la carga: 

“Hola Abel, respetuosamente voy a declinar, ese c’mon está fuera de lugar porque ignora los recientes actos de agresión de este país contra Cuba, está en los diarios. No estoy inventando nada. Hacer un evento sobre la vida sexual de Fidel da lugar a ocurrencias irrespetuosas, difamatorias, racistas y le hace el juego a todos los enemigos de la revolución cubana. Y no voy a prestarme a colaborar con nada que atente contra la revolución cubana, más allá de que esté más de acuerdo o no, mi ideología personal en este caso es irrelevante. Pero no voy a participar de nada que favorezca de una forma u otra a la gente que quiere destruir la revolución cubana. Si veo el libro y me parece bien, lo hacemos. Pero por ahora prefiero no hacerlo”.[7]

El compañero Molea no pudo ocultar su enfado. Ni en las reuniones de la UNEAC vi nada parecido. “Lamento mucho que tu decisión sea ideológica y no de gestión cultural como debía ser. Está basada en prejuicios sobre un libro que no has leído y cuyo tema no es la vida sexual de Fidel Castro. Te agradezco la candidez con la que me has hecho saber los verdaderos motivos”.[8] Este fue mi último mensaje. No cuestiono su militancia, sus afectos políticos ni su poder dentro de MacNally Jackson Books para organizar o declinar una presentación de un libro. Lo que resulta inaceptable son los lenguajes, los prejuicios, el pensamiento binario y excluyente que se expresa con tanta virulencia. Su conocimiento sobre la historia de Cuba, y en específico sobre la Revolución, muestra muchos huecos, pero su primera reacción fue la censura, la cancelación.  

Cuando le comenté al editor de Hypermedia sobre el asunto, me dijo que al menos me había respondido, porque cuando en 2017 la editorial intentó presentar en MacNally El compañero que me atiendeuna antología de Enrique Del Risco que indaga sobre las tensiones entre escritores cubanos y la Seguridad del Estado, solo recibieron la excusa de que todas las fechas ya estaban destinadas a otros libros, por todo el año.  

Este incidente suscita algunas preguntas y lecturas. ¿Saben los dueños de MacNally que el compañero Molea está más cerca del activismo que de la gestión cultural abierta al diálogo y al debate? ¿Sabrán que su activismo y sus afectos hacia dictadores interfiere con la libertad de expresión y la circulación fluida de las ideas? Es muy probable, porque en mayo de 2019, MacNally Jackson Books anunció en su web un evento para celebrar un nuevo aniversario del régimen. “Save the Date. 26 de julio de 2019. 60 y más Revolución.” 


Censura ideológica y cultura de la cancelación. Una historia personal - Abel Sierra Madero



Notas:
[i] Correo electrónico enviado por el autor a Dolores Curia el 25 de mayo de 2015. 
[ii] Correo electrónico enviado por Dolores Curia al autor el 27 de mayo de 2015. 
[iii] Correo electrónico enviado por el autor a Dolores Curia el 27 de mayo de 2015.
[iv] Correo electrónico enviado por Javier Molea al autor el 17 de julio de 2019.
[v] Correo electrónico enviado por el autor a Javier Molea el 17 de julio de 2019. 
[vi] Correo electrónico enviado por Javier Molea al autor el 17 de julio de 2019. 2:24 p.m. 
[vii] Correo electrónico enviado por Javier Molea al autor el 17 de julio de 2019. 2:56 p.m.
[viii] Correo electrónico enviado por el autor a Javier Molea el 17 de julio de 2019. 3.27 p.m.




¿Elecciones para qué? Las encuestas de Bohemia - Abel Sierra Madero

¿Elecciones para qué? Las encuestas de Bohemia

Abel Sierra Madero

En 1959 se produjo la única consulta popular en Cubadurante los últimos sesenta años. Se hizo desde las páginas de la revista Bohemia. Querían impedir, precisamente, lo que sucedió en 2015, cuando una encuesta mostró que Barack Obama y el Papa Francisco gozaban de más aceptación que Raúl y Fidel Castro.